jueves, 5 de mayo de 2016

INTRODUCCIÓN. DOMINGO LAÍN

INTRODUCCIÓN
Se acaban de cumplir 33 años de la muerte del sacerdote aragonés, de Paniza, Domingo Laín Sanz, tiempo suficiente para recordar su breve vida (murió a los 33 años), alejado de los tópicos y reivindicaciones religiosas y políticas que desde diferentes frentes se realizaron mientras él vivió. De su compañero, también sacerdote, Manuel Pérez, natural de Alfamén y fallecido en 1998, se han escrito más de tres libros. Sin embargo, de Domingo ni de José Antonio Jiménez, que juntos marcharon a Colombia, muy poco se ha publicado. El periódico, ya desaparecido, Aragón Exprés, fue el que en los tiempos en que Domingo era noticia por sus hechos o por otras circunstancias, el que tomó el testigo de poner en conocimiento de los aragoneses las andanzas de este atrevido y joven sacerdote.
Con Domingo siempre me unió una entrañable amistad. En el año 1950, cuando yo marché a estudiar el bachillerato a Zaragoza, él y otros amigos, todos éramos monaguillos en el pueblo, ya estaban preparándose con el sacerdote don Alejandro Bello Lizama, natural de Bello (Teruel), para ir al Seminario Menor de Alcorisa al curso siguiente. El mosén, algo serio, pero siempre amistoso con los chicos, nos educaba con mucho interés en los cantos litúrgicos, siempre en latín, para que los actos religiosos tuvieran más solemnidad.
Cuando nos volvíamos a encontrar en las vacaciones del verano (los seminaristas de Alcorisa no disfrutaban de las de Navidad ni de las de Semana Santa) seguíamos jugando por los campos, por las calles y por las eras como unos chicos más, sin olvidarnos de nuestras obligaciones de ayudar al sacerdote en los numerosos oficios religiosos que en el templo se celebraban. Domingo era inquieto y algo impulsivo; su mirada y sus gestos reflejaban, a veces, una cierta preocupación y un querer vivir los acontecimientos de la vida buscando siempre la verdad. En los partidos de fútbol –era un gran jugador- que en las eras de piedra y verdín jugábamos, era valiente y arriesgaba lo indecible; pero su nobleza estaba por encima de todo.
Tras pasar cuatro años en el seminario de Alcorisa se trasladó a continuar sus estudios al Seminario Mayor de Zaragoza en el barrio de Casablanca, rodeado entonces por huertas. Los seminaristas, en su sus salidas por la ciudad, iban vestidos con sotana negra y la beca roja que servía para distinguirlos de otras congregaciones religiosas. Más de una vez nos encontrábamos por las calles cercanas al Pilar, que yo transitaba con frecuencia por estar internado en un colegio junto al Mercado Central. Cuando esto ocurría siempre hablábamos de nuestro pueblo y de nuestras familias.
Con el paso del tiempo Domingo comenzó a vislumbrar que, en su futura profesión como sacerdote, no quería limitarse únicamente a impartir los sacramentos. Descubrió que se podían realizar muchas acciones para sacar a la gente de la incultura y ayudar a paliar el sufrimiento de los humildes y marginados; hacerle ver a la persona que existen derechos que nadie le puede quitar porque van unidos al propio ser por el mero hecho de existir, sea cual fuera su lugar de nacimiento. Esta idea, largamente meditada, quiso hacerla realidad y abandonó España para acudir en ayuda del hermano americano explotado por una oligarquía hereditaria.
Lo que Domingo vivió en Colombia es lo que pretendo recordar en este libro, escrito con amor y sencillez, recogiendo testimonios de los que le conocieron y de escritores que han tratado el tema, al mismo tiempo que reproduzco textos que reflejan los ideales por los que Domingo se movía; es una forma de situar los acontecimientos en su marco adecuado. No pretendo hacer de él un mito, como sus seguidores colombianos consiguieron. Mi objetivo se limita a que en la memoria de los que le tratamos, y especialmente en sus paisanos, sobre todo en los jóvenes que no llegaron a conocerle, quede el recuerdo de un sacerdote que se lanzó a la difícil aventura de ir a vivir el Evangelio con los más desfavorecidos. Desgraciadamente, cuarenta años después, la situación en Colombia poco ha evolucionado; las diferencias sociales siguen en aumento y la violencia de unos y otros hace difícil que la paz llegue.

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