jueves, 21 de julio de 2016

CAPÍTULO IX.- ENFRENTAMIENTO CON EL EJÉRCITO COLOMBIANO

CAPÍTULO IX

ENFRENTAMIENTO CON EL EJÉRCITO COLOMBIANO


Anorí

En la cordillera de los Andes, al nordeste de Antioquia, se encuentra el municipio de Anorí, un pueblo colombiano fundado en 1808 por Juan de la Rosa Estrada para canalizar las extracciones de oro que en su término existían. Cuando la fiebre del preciado metal se apaciguó, la mayoría de sus habitantes se marcharon; y aunque todavía retiene hoy día alguna explotación aurífera, sus moradores se dedican por igual a las actividades agrícolas.
En los años 70 del siglo pasado, los guerrilleros de ELN recorrían estas tierras -adentrados en la selva- esquivando las persecuciones esporádicas que el ejército realizaba sobre ellos. En unos de estos encuentros, los elenos (contaban entonces con unos 400 miembros) fueron masacrados y a punto estuvieron de la extinción. Tan trágico fue el hecho que a los que quedaron con vida se los conoce en el mundo de la guerrilla como “Los héroes de Anorí”.
Domingo Laín estaba entre estos combatientes que sufrieron el acecho de forma inesperada. Llevaban varios días huyendo, alimentándose de forma precaria y sin apenas descansar, cuando creyeron encontrar un lugar adecuado para hacerlo. Manuel Pérez iba en una columna distinta a la de Domingo, bastante alejada, pero ambos pensaban encontrase en un lugar común a orillas del río Magdalena.
Este ir y venir sin un fin determinado no era bien visto ni por Manuel Pérez ni por su jefe Manuel Vásquez, hermano de Fabio. Para ellos hubiera sido más importante el intentar relacionarse con grupos de izquierda y agrupaciones sindicales y poder entrar en el mundo de la política y desde ella conseguir la verdadera revolución. Si no lo hacían ahora seguramente quedarían marginados para siempre y convertidos en vulgares bandoleros. Estas desavenencias hicieron que muchos de sus componentes desertaran, y al hacerlo procuraban llevarse el dinero que la guerrilla tenía escondido en diferentes lugares de la selva, dinero procedente en su mayoría de secuestros y robos.
El grupo de Domingo, capitaneado por el jefe supremo Fabio Vásquez, se hallaba descansando tras haber realizado una larga caminata. Despojados de sus mochilas y demás enseres, sólo portaban entre sus manos (según cuenta el escritor anteriormente mencionado Walter J. Broderich) la inseparable arma y parte de su munición. Los disparos de una metralleta enemiga cogió desprevenido al grupo que, sin apenas reaccionar, huyó del lugar precipitadamente, dejando abandonadas muchas de sus pertenencias. Los mismos campesinos que unos días antes les habían ayudado fueron los que avisaron al ejército indicándoles el lugar.
Fabio, que en situaciones comprometidas se comportaba como un novato, olvidó de recoger valiosos documentos en donde estaban apuntados muchos nombres de personas y lugares de interés para sus propósitos. Al recogerlos el ejército pudo estudiar detenidamente cuál era la situación de la guerrilla e intentar un ataque en toda regla y poder eliminarlos.
En el pueblo de Anorí se vivió esta situación con intensa emoción. Las calles del pueblo estaban llenas de pasquines con las fotografía de los jefes guerrilleros y ofreciendo grandes cantidades por su captura. Así mismo, otros carteles mostraban la cara de guerrilleros capturados y de colaboradores urbanos anunciando que estaban encarcelados por haber sido cómplices de la guerrilla, bajo una frase que decía: “La Ley es para todos”.
Domingo Laín y su grupo se escondieron por un terreno casi inaccesible de la selva, explorando con meticulosidad cada paso que daban. Procuraban no hacer ruido durante el día esperando a que la noche les diera un poco de tranquilidad. El ejército, mientras tanto, inspeccionaba con helicópteros todos los alrededores de Anorí. Los comandantes de las tres ramas del Ministerio de Defensa se encontraban en el lugar en espera de la orden de atacar. La continua lluvia que caía les hizo retrasar la última decisión que llegó cuando el sol hizo su aparición. Los campesinos de la zona, conocedores de todos los secretos, les llevaban, a lomos de mula, mensajes de haber visto personas ajenas a la zona en sitios determinados. Esta ayuda, fuertemente recompensada, le sirvió al Ejército muchísimo.
El grupo en donde iba Manuel Pérez y sus jefes, los hermanos de Fabio Vásquez, Antonio y Manuel, fueron los que sufrieron con intensidad las consecuencias del feroz ataque. Atrapados entre las cuencas de dos ríos, no encontraban una salida a aquella trampa. Los disparos continuaban y las bajas iban en aumento. Muchos de los guerrilleros, sin apenas experiencia en esta lucha, se unieron a la lista de fallecidos. Y los que intentaban desertar al verse perdidos, eran capturados por las fuerzas del ejército que habían instalado en la zona el uso de un salvoconducto para poder trasladarse de un lugar a otro. Unido esto a que los campesinos que antes les ayudaron les volvían la espalda, pronto comprendieron que el final se acercaba. Los hermanos Vásquez y la esposa de uno de ellos que les acompañaba, murieron en esta lucha. Manuel Pérez, perdido y solitario durante un mes en la selva, pudo salir milagrosamente, con mucho sufrimiento, de aquel infierno.
El grupo de Domingo apenas tuvo bajas, la mayoría quedó fuera de la zona que el Ejército atacó. Fue Fabio al escuchar las noticias que la radio daba cuando comprendió, que lo que contaban no era propaganda gubernamental para bajarles la moral, sino hechos consumados. Él era el culpable en parte de lo sucedido al haber perdido la numerosa documentación con todo lujo de detalles de su situación en la selva, así como los nombres de sus colaboradores. Sin embargo, herido en su amor propio, quería culpar a los que le rodeaban. Domingo, junto a tres compañeros descontentos de la actuación de su jefe, pensaron secretamente en huir; aunque sabían que si los descubrían iban a ser fusilados como otros lo fueron anteriormente, pero no estaban dispuestos a estar bajo las órdenes de un desquiciado y paranoico Fabio Vásquez que sólo pensaba en él, y cuando alguien cometía el más leve error trataba de ridiculizarle ante los demás.
Y así, aprovechando la noche, cuando todos los compañeros dormían, a excepción del que hacía de guardia, intentaron salir del campamento. Cuando el vigía les vio quiso identificarlos y se abalanzaron sobre él; un disparo se oyó en todo el lugar y asustados iniciaron la huida; Domingo huyó por el lado opuesto a los demás. Transcurrido un tiempo apareció de nuevo ante los campesinos para demostrar que el ELN no había desaparecido, y aunque con ciertas diferencias seguía manteniendo viva la llama de la revolución para sacar al pueblo del abandono y de la miseria.
Domingo comenzó poco a poco a adquirir protagonismo. El sacerdote español, vinculado a la guerrilla desde hacía cuatro años, se decidió a tomar el mando del autodeterminado Ejército de Liberación Nacional (ELN), el más antiguo grupo subversivo del país colombiano. Según publicó la prensa nacional, en el periódico El Espectador, Domingo Laín dio un “golpe de estado” contra el comandante del grupo guerrillero Fabio Vásquez Castaño, bajo la acusación de ineficacia ante los recientes ataques del Ejército colombiano que determinó casi la eliminación del grupo guerrillero y la captura del ideólogo Ricardo Lara Pardo, gran amigo de Domingo desde su época en la Universidad.
El mismo periódico publica unos días después que Domingo Laín impide el fusilamiento de cinco policías. Uno de los indultados contó que en la localidad de San Pablo, en el departamento de Bolívar, un grupo guerrillero del ELN asaltó el destacamento policial. Tras el ataque, en el que murió un agente, y fueron heridos otros tres, los miembros del ELN procedieron a la detención de cinco de los defensores del puesto, los cuales fueron llevados a la plaza principal para ser sometidos a un breve “consejo de guerra”, que les condenó a ser fusilados. Esta medida –cuenta el periódico “El Espectador”- fue impedida por el sacerdote español Domingo Laín, quien alegó que las gentes del pueblo eran quienes tenían que decidir sobre la suerte que debían correr los policías apresados. Al escuchar estas palabras del sacerdote, los habitantes de San Pablo pidieron unánimemente que no se fusilara a los policías, ya que ellos solamente estaban cumpliendo con su deber como agentes del orden. Los apresados fueron liberados y el ELN, tras requisar víveres y armamentos, continuó su internamiento en la selva. Este suceso puso de manifiesto el poder y la autoridad que Domingo iba adquiriendo.

Las muertes de Domingo Laín.
Con Domingo Laín ocurrió lo mismo que con su amigo Manuel Pérez. Su muerte fue anunciada y descalificada en varias ocasiones. La prensa colombiana jugaba con frecuencia a este escondite para minar el espíritu de los numerosos seguidores que el ELN (Ejército de Liberación Internacional), tenía de forma clandestina en el mundo urbano, alejado de la dura y peligrosa selva. Si para ellos eran desconcertantes sus falsas muertes, más duro y acongojante lo era para los familiares. Sus padres y hermanos vivieron con ansiedad continua las informaciones que la prensa publicaba.
Aunque la confirmación oficial de su desaparición tardó bastante tiempo en hacerse oficial, nueve años después de ocurrida, un nuevo anuncio comunicaba que Domingo seguía vivo. El periódico aragonés El Día, publicó el 23 de septiembre de 1983 que, según noticias del grupo guerrillero ELN, el padre Laín vive y se ha puesto al frente del principal comando de la organización buscando un cambio para la injusta estructura de Colombia. En la misma página del mencionado periódico, los padres de Domingo, Tomás y Francisca, reaccionaban con escepticismo a la noticia, manifestando: “No creemos que nuestro hijo esté vivo, y sigo pensando que no tomó nunca las armas”.
En el mimo periódico, y también en la misma fecha, en la sección “La opinión de los lectores” se publica una cata de Benito Ardid con el título: El padre Laín “vive”. Benito Ardid, sacerdote aragonés, acababa de llegar de Ecuador en donde había permanecido diez años trabajando en una de las zonas más pobres de América Latina, concretamente en la región andina del Chimborazo, con los indios puruhaes. En su escrito expone:
“ …Y aparte de mi trabajo pastoral en esa zona, me ha interesado mucho la persona de Domingo: su trabajo pastoral en la parroquia de Bogotá, su inserción en la guerrilla colombiana y su “misteriosa” desaparición. He tenido ocasión de conversar mucho con compañeros de Domingo –compañeros de la parroquia y de la guerrilla- y todos me han confirmado su muerte. Sin embargo, nadie me ha dicho la fecha ni el lugar del enterramiento. Los periódicos, en Ecuador, dieron la noticia de su muerte el mes de abril de 1974, pero diciendo que había ocurrido un mes antes; esa fecha es confirmada por el historiador argentino, hoy exiliado en México, Enrique Dussel, en sus escritos sobre la ‘Iglesia en América latina’.
Hay razones para que surjan las dudas sobre la muerte (o vida) de Domingo y la fecha de la misma. Domingo fue el segundo sacerdote –el primero fue Camilo Torres- que se incorporó a la guerrilla en busca de una sociedad más humana y cristiana. Su opción cuestionaba radicalmente unas estructuras opresoras e inhumanas, y a unas autoridades civiles, militares y eclesiásticas que las mantenían. Domingo infundió esperanzas en el pueblo y se podía convertir en otro ’mito’ como Camilo o el Che. Esto no interesaba al poder.
Es práctica normal, tanto en el ejército colombiano como en los mandos de los grupos guerrilleros, no dar nombres ni fechas de forma inmediata sobre los muertos habidos en los enfrentamientos; las tácticas de afirmar y negar se usan dentro de la estrategia de lucha. Al parecer no le interesan los ‘mártires’ y al pueblo que lucha, las ‘pérdidas’.
(…) Respecto a su ideología, no nos toca a nadie juzgarla. Si bien les honra, es triste que a cualquiera que se comprometa con la lucha de los pobres, se le tache de comunista. Atestiguo que Domingo fue un hombre honrado y cristiano fiel que vivió su fe y compromiso sacerdotal hasta al extremo de ‘dar la vida’ por el pueblo y no de forma simbólica. El no coincidir con la manera de ‘dar esa vida’ no da derecho a calificaciones injustas que pretenden silenciar una vida limpia. Finalmente, tengo que coincidir, desgraciadamente, con la opinión de D. Tomás Laín sobre la muerte de su hijo. Domingo Laín murió pero ‘vive’ en el corazón del pueblo colombiano y latinoamericano”.
 
Muerte confirmada.
Sobre la muerte de Domingo Laín, sus circunstancias y el lugar en dónde ocurrió, se conoce muy poco. La guerrilla no da a conocer estos detalles, y si lo hace magnifica los hechos para que la persona quede engrandecida ante la Historia. Muchas fueron las personas que se interesaron por conocer las circunstancias y el lugar en donde Domingo murió y fue enterrado, pero muy poco se conoció de ello. Quien cuenta cómo ocurrieron los hechos, y tal vez sea la versión más exacta, es su compañero Manuel Pérez, el sacerdote de Alfamén, quien en entrevista concedida a la escritora María López Vigil le dice que, al enterarse de la muerte de “Mingo” –así le llamaba- sintió una gran tristeza porque durante mucho tiempo había intentado contactar con él para contarle lo ocurrido en aquella situación en que fue acusado de traidor. Una situación que le siguió martirizando durante mucho tiempo, y que supo más tarde que Domingo también había pasado por ella.
Manuel le narra a la escritora que a él le contaron que el grupo de Domingo se hallaba en una situación difícil de hambre y de agotamiento. Al no tener nada para comer decidieron recoger los alimentos que habían abandonado unos soldados del Ejército en una refriega tenida anteriormente. La situación era peligrosa, pero las necesidades lo eran más. Sus compañeros no querían que Domingo se arriesgara en esta acción porque estaba enfermo, pero él insistió en ir. Al llegar al sitio en donde estaban las provisiones fueron a caer encima del lugar en donde se hallaban escondidos unos soldados; y allí comenzó un nuevo combate. Domingo entró con intención de recuperar un arma y le mataron. Sus compañeros intentaron recuperar el cuerpo pero no lo consiguieron.
Manuel cuenta emocionado que la muerte de Domingo le afectó mucho. “Hacía cerca de dos años que no le veía y necesitaba comunicarme con él para hablar de política y de cosas personales. ¿Cómo separar lo político de lo personal? ¿No es todo lo mismo? Para todo necesitaba yo a Domingo, pero nunca más lo vi”.
Parece ser que esta versión de la muerte que cuenta Manuel es lo que más se acerca a la realidad. En el enfrentamiento que el Ejército tuvo con ellos fallecieron tres guerrilleros. Sus huellas digitales fueron tomadas antes de darles sepultura en un agreste y secreto paraje de la selva antioqueña, Más tarde, el Ejercito pudo comprobar que una de esas huellas coincidía con las que tenían de Domingo en el departamento de extranjeros del DAS (Policía secreta colombiana) en Bogotá.
Transcurrido un mes de la anunciada muerte de Domingo Laín, el grupo SAL (Sacerdotes de América Latina) de Bogotá, entregó a la prensa el siguiente pronunciamiento:
A comienzos de 1967, los vecinos de algún barrio pobre de Bogotá vieron llegar a un joven. Pero era un joven especial. No venía por una o dos horas a hacerles promesas de bienestar ni a ofrecer becas o puestos en alguna oficina pública. Era un sacerdote que venía a quedarse con ellos.
A los pocos días de verlo salir diariamente a trabajar en una fábrica entendieron que había dejado su lejano país solamente para compartir la dolorosa vida de un barrio. Pero con el tiempo, este joven español comenzó a decir lo que todos sabían y nadie se atrevía a expresar. Hablaba de la injusticia que todos sentían diariamente en el trabajo, al hacer el mercado, al pedir empleo… Hablaba de un Dios que clamaba por los oprimidos, que no quería la pobreza ni el hambre…. Entonces pasó lo que tenía que pasar. La gente comenzó a oír que el padre Domingo era comunista, que promovía la lucha de clases, que era un subversivo. Pero para ellos no era nada de eso. El padre Domingo era de los pocos que se preocupaban por ellos, de los pocos que los defendían sin ningún interés, pues nada había ganado al venirse desde España a compartir su pobreza. Vieron su expulsión del barrio con rabia, como la que se siente al ver al amigo víctima de la misma injusticia que estaba denunciando.
Pocos meses después, desde las montañas de nuestro país, una carta del padre Laín anunciaba que estaba de vuelta y había optado por seguir el camino de otro sacerdote: Camilo Torres Restrepo. Había escogido la forma más radical de la lucha contra la injusticia: defenderse de la violencia institucionalizada con la rebeldía de los oprimidos. Para él, era la consecuencia política del cristianismo lo que le había llevado a entregar su vida. Desde entonces, hace cuatro años, aceptó consciente y públicamente lo que hoy es un hecho: su muerte por la liberación del pueblo colombiano.
¿Podemos decir de este hombre que fue “un bandolero que robaba y mataba a campesinos?” Los tres años que vivió como obrero y los cuatro que gastó en las montañas colombianas denunciando la injusticia con su vida, no con documentos, nos prueban que el único móvil de este hombre era el amor al pueblo y no “la mala voluntad” de quienes lo denigran. ¿Ya no son válidas las palabras de otro perseguido cuando dijo: No hay mayor amor que el de aquél que da la vida por sus hermanos?
Si no se comparte la vía que el padre Domingo Laín escogió para realizar el cristianismo, al menos reconozcamos un hecho, en nombre de la honestidad con que el vivió: no ha muerto un bandolero, sino un cristiano, un sacerdote y un político”.

Cristiano, sacerdote y político; tres palabras muy comprometidas para poderlas vivir con honestidad y responsabilidad. Domingo quiso hacerlo porque no quería ser un cristiano unido a los intereses de la clase dominante, aunque ello le hubiera llevado a una vida feliz y placentera. Para él, la alianza que existía entre el poder civil y eclesiástico era una ofensa para los ojos del Jesús del Evangelio. Domingo siempre buscó un cristianismo comprometido, en lucha organizada de los oprimidos y los pobres contra todo tipo de violencia institucionalizada. Para conseguirlo, no era suficiente, en las circunstancias que él vivió, un cambio de actitud intelectual; hacía falta dar un paso más: llevarlo a la práctica revolucionaria. Sin embargo, el cristiano que elige este camino, aunque cree que es el verdadero, se siente a veces inseguro respecto a su fe cristiana. Ve una cierta contradicción entre la fe y la Iglesia, con todas sus enseñanzas, y su práctica revolucionaria; encuentra en su doctrina una serie de valores que no quiere abandonar a pesar de que descubre muchas veces una cierta contradicción entre su conciencia religiosa y la surgida de su compromiso. Él, como cristiano, llega a descubrir que su sentido revolucionario no se opone a su fe, sino únicamente a una determinada fe identificada a una ideología burguesa y reaccionaria., porque él no niega los valores evangélicos, sino que parte de una inserción profunda en la realidad que le toca vivir. Y así, siguiendo la ideología de Camilo Torres, pregona que el amor que se realiza en la vida será combativo y, a veces, violento. Será un amor universal que obligue al explotador a dejar de serlo. No se trata de que los ricos sean “buenos ricos”, sino que dejen des ser ricos, pues así lo predicaba y obraba Jesús cuando Lucas recuerda que: “No podéis servir a Dios y al dinero”, o “Es más difícil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico en el reino de Dios”.

La muerte de Domingo en la prensa
La muerte de Domingo Laín conmovió a la prensa colombiana. La revista “Vea” en la firma del periodista Javier Sarrio Restrepo, publicó un extenso reportaje sobre la vida del sacerdote aragonés en el que cuenta los pasos que siguió Domingo desde que fue expulsado de Colombia y su llegada a España para contarles a su padres que iba a enrolarse en la guerrilla. Todo lo que esta revista escribió le sirvió de base al periodista de Aragón Exprés, Jorge Enríquez, para escribir en su periódico una serie titulada “El destino trágico de Laín, el cura guerrillero aragonés”
René García, sacerdote colombiano que fue compañero de Domingo, manifestó al enterase de su muerte: “Yo no he conocido un tipo igual, tan profundamente sacerdote y con un radicalismo tan impresionante frente al débil como Domingo Laín. Cuando estaba en la parroquia no era extraño verlo a altas horas de la noche acompañando a enfermos en bicicleta o en autobús hasta los hospitales. Como cristiano, éste fue un hombre de una sola pieza”.
Por el contrario, otro sacerdote, el jesuita José Vicente Echeverri, recuerda haberlo conocido en alguna reunión de sacerdotes en Bogotá, y sin atreverse a juzgarlo manifestó: “Me parece que un sacerdote, que tiene una vocación diferente a la de un militar, está fuera de sitio en una guerrilla; el religiosos debe ser pastor pacificador y no debe abandonar su santa misión”.
Tal vez Domingo, en los últimos instantes de su vida, cuando en unos segundos se repasa la historia de la vida, atravesando el espejo de la partida definitiva, le vinieran a su mente las palabras que su padre le dijo cuando decidió volver a Colombia. “Pero hijo mío, ¿es que aún no escarmientas?” Y él le contestara con humildad: “Padre, no se puede huir. El mundo está lleno de hambre y de pobreza, y yo quiero estar allí”. Y luchando por ese ideal cayó su cuerpo. De sus restos nadie ha aclarado nada.
Para intentar conocer detalles de su muerte, partió desde Zaragoza, en donde vivía, su hermano mayor, José, recientemente fallecido en Honduras en circunstancias todavía sin aclarar, y estuvo en Colombia por las zonas en donde el ELN se movía. Habló con campesinos, con la gente humilde que creía en Domingo y todos le comentaron lo entregado que su hermano estaba por la causa colombiana, el cariño que sentían por él todos los que le conocieron, porque lo veían sincero, nada egoísta y dispuesto a dar la vida por los demás, como así sucedió. Preguntó a las autoridades civiles y militares pero nadie le dio testimonio de su desaparición. Pasado un tiempo, la embajada española en Colombia envió a los padres de Domingo, en Paniza, un comunicado en el que le anunciaban la muerte oficial de su hijo Domingo Laín Sanz.
El periódico aragonés Andalán, en su número 34, correspondiente al mes de abril de 1974, publicó una nota necrológica firmada por el profesor de Arte, Gonzalo Borrás. Gonzalo había sido compañero de Domingo en los seminarios de Alcorisa y Zaragoza. Su relación con él fue muy fluida y se apreciaban. No es de extrañar que su inesperada muerte la sintiera profundamente como así lo puso de manifiesto en una breve pero sentida necrológica.
Supe anteayer que habías muerto, Domingo, compañero de curso, amigo antiguo. Los medios de comunicación dieron la noticia; en alguna nota de redacción se ponderaban tus virtudes pastorales y tu inteligencia clara: un cura aragonés ha muerto luchando al frente de la guerrilla colombiana, en alguna parte del mundo. Este es el hecho. (Un frío escalofrío recorrió nuestro vulgar esquinazo de hombres vulgares al tiempo que míseramente participábamos en tu heroísmo roto, en un torpe alarde de conocimiento y amistad. “Lo conocía, ¿sabes? Era compañero”).
¿Te acuerdas, Domingo, de Virgilio y Horacio, de don Camilo, de las eras de Andorra? ¿Te acuerdas de “los libros prohibidos” y de los viejos maestros: Castro, Alcalá, Cabodevilla…? ¿Te acuerdas de los compañeros viejos? ¿Me recuerdas?
Nos has dejado inermes, desde tu sonrisa agria, escondida tu alma, introvertida tras los oscuros vidrios de tu miopía. Nos dejaste perplejos (¿dónde estamos nosotros?) ¿Cómo fue que cogiste el fusil con tus inhábiles manos de hombre de la calle?
Has llegado al final con tu verdad, irreductible, fiel a ti mismo, en difícil lucha contra ti mismo. ¿Qué has visto al final, Domingo, compañero?

Otro compañero de Domingo, Laureano Molina, tal vez fuera quien más sintió su desaparición. Unidos por una amistad profunda vivieron con intensidad los años de formación. Los estudios de Filosofía, la lectura de libros que trataban el existencialismo, tan de moda entonces, eran devorados con un interés extraordinario (Heidegger, Sastre…) ante la sorpresa de muchos. De aquel grupo “¿rebelde?”, cuenta Molina, han salido dos obispos, varios profesores de Universidad, uno lo sería en la Sorbona, directores de corales; un gran periodista y escritor comprometido… Prácticamente son o han sido todos unos buenos profesionales en sus respectivas especialidades. Y añade: “Fui un cobarde en no marcharme con él. Puse como excusa mi salud un tanto debilitada, pero fue ese punto de cobardía que todos tenemos lo que me impidió el unirme a los tres compañeros”.
En esta época, también vivían un conflicto ideológico los cristianos de base de la Iglesia católica en España, porque la doctrina del Concilio Vaticano II no se llevaba a la práctica en todos sus aspectos. Sí se realizaron cambios externos que parecían darle un aire más juvenil y renovador: cantos nuevos, misa en castellano, sacerdotes sin sotana… y poco más. El Evangelio llevado a la vida, junto a los necesitados y oprimidos, era una utopía. Y fue en la diócesis de Zaragoza en donde el enfrentamiento de una parte del clero joven con la máxima autoridad, el arzobispo Cantero Cuadrado, llegó a una situación límite. Todo sucedió por apartar de sus obligaciones sacerdotales en el pueblo de Fabara al compañero de Domingo, Wirberto Delso, sin haberle querido escuchar sus palabras y sí la de las “autoridades” civiles del pueblo que le acusaban de cura comunista.
Wirberto había estrenado su sacerdocio en Gallocanta, un pueblecito de la comarca de Daroca, un lugar privilegiado por la laguna que tiene enfrente y que sirve de refugio para las aves migratorias, sobre todo grullas, que atraviesan la península española en invierno. Desde su ordenación sacerdotal siguió con sumo interés el desarrollo del Concilio Vaticano II, un hecho que le deslumbró y entusiasmó porque en él veía reflejadas las intenciones renovadoras que él sentía. Tras tres años por la tierras frías de la laguna, es llamado por el señor Arzobispo y le nombró párroco de Fabara, un pueblo situado a orillas del río Matarraña en el bajo Aragón. Y fue el pantano construido en el Ebro, que tras inundar el pueblo de Fayón iba también a hacerlo en el de Mequeninza, el inicio del conflicto. La oposición que él y tres sacerdotes más realizaron para evitarlo, fue lo que desencadenó el primer desencuentro con la Iglesia. Inundado el pueblo, sus compañeros, como castigo a la acción de ponerse al lado de los damnificados, fueron retirados de sus parroquias; a él, sin embargo, no se le “castigó” y permaneció en Fabara en donde años más tarde iba a ocurrir unos acontecimientos que iban a adquirir tanta importancia que hasta la prensa extranjera se interesó por ellos.
Wirbelto Delso, en sus homilías dominicales se atrevía a predicar la necesidad de evitar el ser explotado por el gran capital, optando por la vivencia evangélica de estar al lado de los necesitados, al mismo tiempo que se negaba a realizar actos litúrgicos que sirvieran para exaltar la obra de Franco. Como es natural, las Fuerzas Vivas, pero sobre todo los grandes propietarios del pueblo, dieron parte a la autoridad eclesiástica. Así, el 14 de junio de 1974, el señor Arzobispo le destituye sin haber escuchado ni su opinión ni la de muchos de sus feligreses que en él confiaban.
Don Pedro no le dio opción a defenderse de las acusaciones que sobre él actuaban y en cambio sí oyó a la otra parte. Un numeroso grupo de compañeros, considerando que obligación de todo Obispo es escuchar al sacerdote, se unieron a la exigencia de Wirberto y dimitieron de sus cargos como párrocos hasta que la situación se solucionara. Como ésta no llegó, muchos de ellos abandonaron sus parroquias y se secularizaron. Fueron tiempos muy duros para la Iglesia en Aragón. Hasta el obispo de Huesca, Javier Osés quiso intervenir en este litigio; sus intenciones fueron rechazadas por el señor arzobispo Cantero Cuadrado al creer que era una ingerencia en algo que a él no le afectaba.
Los “pecados” de estos sacerdotes, a quienes algunos les llamaban curas obreros, y hasta calificados de rojos, consistían en atreverse a sentirse unidos a los numerosos problemas que la clase obrera, con la que ellos convivían, iban padeciendo, junto a la falta de libertades para poder expresarlos. Para estos sacerdotes, como lo fue también para Domingo Laín, era más importante la justicia que la caridad: aquélla dignifica y libera a la persona, ésta la empobrece y la vuelve sumisa.
Las homilías que algunos de ellos pronunciaban en sus parroquias eran muchas veces escuchadas por agentes políticos que se dedicaban a tomar notas para transmitirlas luego al Gobernador Civil, que en algunas ocasiones sancionaban al párroco con considerables multas. Fueron tiempos difíciles que dejó una gran brecha en la curia zaragozana que, con la llegada del nuevo arzobispo, don de Elías Yanes, siguió abierta sin darle al conflicto una solución definitiva.

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