jueves, 21 de julio de 2016

CAPÍTULO VI.- EXPULSIÓN

CAPÍTULO VI

EXPULSIÓN

La expulsión de Colombia de Domingo fue dura, desagradable y triste. Sus feligreses no podían creer que el padre que tanto estaba haciendo por ellos fuera obligado a salir del país. Tras estar encarcelado unos días, desconociendo sus causas y sufriendo humillaciones de todo tipo, lo sacaron de prisión sin comunicarle cuál iba a ser su destino. En algún momento pensó que podría ser eliminado como si fuera un vulgar asesino. El 19 de abril de1969, tras ser llevado por diferentes lugares, los agentes del DAS (policía secreta colombiana) lo dejan en el aeropuerto con una orden de expulsión con destino a Paris, sin documentación, sin dinero y solamente con la ropa puesta. Esta extraña situación le desorienta; no sabe cómo actuar. Él había prometido que volvería y añadió que: “me he impuesto como misión trabajar en la liberación de lo que se considera Tercer Mundo”. Tras momentos de cierta angustia, descubre entre el pasaje del avión a un cardenal peruano. Con cierta reserva, pero al mismo tiempo con esperanza, intenta acercarse a él como pidiendo ayuda. El purpurado no le rechaza, pero le dice con tono un tanto sibilino que si se había metido en líos tendría que acarrear con ellos.
Cuando llega a París queda un tanto desconcertado por su situación. Tiene que pedir dinero para poder llamar por teléfono y solicitar que fueran a buscarlo. Está en un país que él conoce pero el pensamiento lo tiene al otro lado del océano. Ha sufrido pero no reniega en volver a Colombia en cuanto tenga la menor oportunidad. Sabe que tendrá que vencer muchos obstáculos, muchas incomprensiones y hasta desprecios, pero su suerte está echada. Por otra parte desconoce qué suerte han podido tener sus compañeros Manuel y José Antonio que habían sido también expulsados y enviados a España. Ellos habían desembarcado en Canarias y, clandestinamente, vuelven a Colombia pasando antes por la isla de Curasao. Participan en movilizaciones campesinas y al ser descubiertos son expulsados de nuevo. Aquí, en España, se reencuentran los tres y preparan la vuelta definitiva; esta vez a la guerrilla colombiana.

De nuevo en España
El joven clero aragonés recibe con expectación esta vuelta. Los pasos de estos sacerdotes eran seguido con entusiasmo por sus compañeros de curso que desde hace un tiempo tienen un enfrentamiento con las autoridades eclesiásticas motivado por el compromiso que habían adquirido con los habitantes de los pueblos de Fayón y Mequinenza, cuando la construcción del pantano obligaba a sus vecinos a abandonar sus casas. Cuatro sacerdotes, entre ellos Wiberto Delso, compañero de curso de Domingo, quisieron realizar en tierras aragonesas lo que ellos hicieron en Colombia: estar al lado de los explotados por las autoridades, pues creía que la forzada expulsión de los vecinos, sin garantizarles el futuro, era un alarde de prepotencia que el arzobispo zaragozano don Pedro Cantero aplaudió al ponerse de parte de la empresa ENHER y firmar un acuerdo que luego no se cumplió.
Comprobaron que la mayoría del clero joven de la diócesis estaba en plena efervescencia. Ellos aprovecharon también este alto en el camino para vivir al lado de los suyos y beber los valores de la familia. Su objetivo de volver a Colombia seguía firme y por ello trabajaron. Sin embargo era complicado decirles a sus padres que su vuelta al continente americano sería para integrarse en la guerrilla, sin conocer cuál iba a ser el futuro. Este tiempo de espera fue vivido por Domingo con mucha intensidad. La prensa española, controlada por el régimen franquista, criticaba abiertamente la actitud de estos sacerdotes por considerarlos verdaderos comunistas. Y la cúpula eclesiástica, aunque había un pequeño sector que ya manifestaba a escondidas sus discrepancias con el Gobierno, la mayoría se sentía muy feliz disfrutando de las prebendas que Franco les otorgaba.
Domingo, y sus compañeros Manuel y José Antonio, aprovecharon también para relacionarse con los movimientos obreros cristianos que, en reuniones secretas, estaban luchando por conseguir una iglesia más abierta. Dialogaron igualmente con monseñor Cantero Cuadrado sobre la importancia que tenía el que pudieran regresar a Colombia para seguir trabajando al lado de los que tanta ayuda necesitaban. El señor arzobispo se negó desde el principio; trató de convencerles de que su forma de actuar no era el camino apropiado para un sacerdote, que lo meditaran, que a veces el obrar con precipitación les podía llevar a situaciones irreversibles. Y hasta les recomendó que realizaran unos ejercicios espirituales en el monasterio de la Cartuja de Aula Dei zaragozana. Pero ellos no aceptaron este retiro; tan convencidos estaban de su misión en Colombia que, ahora, toda su preocupación consistía en cómo decirles a los padres que su partida era definitiva, y sobre todo que iban a entrar en la guerrilla. “El padre de Domingo -cuenta el periodista de Aragón Exprés Jorge Enríquez- le había contado a su hijo muchas veces la historia de su abuelo que obligado por el gobierno español tuvo que embarcar hacia Cuba para defender la isla contra el Ejército de los Estados Unidos; lo curioso de entonces era que los imperialistas eran los españoles y los que se sublevaban los norteamericanos, apoyados por el movimiento de liberación de la isla. Ahora, ellos querían luchar contra el imperialismo de siempre, el de los ricos, que también era apoyado por el gobierno norteamericano”.
Fueron aproximadamente cuatro meses los que permanecieron los sacerdotes en su tierra natal estudiando la estrategia a seguir para iniciar la vuelta a Colombia. En este tiempo comprobaron que parte del clero joven estaba muy inquieto, y hasta vivieron la famosa “toma” del seminario de Casablanca con la intención de dialogar con los seminaristas que cursaban Teología.
En el seminario existía una verdadera crisis de identidad. Muchos de los futuros sacerdotes no estaban de acuerdo con las enseñanzas que recibían, sobre todo en el aspecto teológico, que en nada se parecía a las normas que el Vaticano II exigía. Los profesores, ante esta situación, le trasladan al Arzobispo su malestar. Lo que los futuros sacerdotes piden es una mayor apertura a los problemas del mundo e incluso aspirar a vivir fuera del seminario en forma comunitaria para poder vivir con más intensidad el “encarnamiento” con el pueblo. Los comunicados al arzobispo por parte de estos sacerdotes, explicándoles su situación y sus problemas, eran constantes. Y hasta una mañana, cuenta Plácido Fernández en su ya citado libro El seminario de Zaragoza, siglo XX, aparecieron varios cristales rotos de la puerta de entrada y con unas pintadas que decían: “Hombres sí, curas no”; “Queremos curas obreros, únete con el pueblo oprimido”.
Domingo, Manuel y José Antonio, vieron con esperanza este cambio de actitud en los futuros sacerdotes zaragozanos. En parte pedían lo que ellos habían estado realizando en Colombia: vivir al lado del pueblo pero inmerso en sus problemas, no solamente como personas que aconsejan, predican y administran sacramentos, sino sufriendo con ellos las numerosas dificultades que una vida sin apenas recursos lleva consigo
Domingo, en su apostolado de reclutar a personas que le acompañaran a Colombia, se trasladó a Barcelona para hablar con el escritor Eliseo Bayo, compañero de curso, que había salido recientemente del penal de Burgos en donde había estado internado por luchar contra la intransigencia de las leyes franquistas. Eliseo le agradeció su visita y sus intenciones, pero le manifestó que su lucha estaba en España donde las libertades todavía eran muy escasas.
El tiempo corría veloz y había que tomar la decisión que tanto deseaban: buscar la forma más rápida de entrar en Colombia burlando a la policía. En España no tenían quien pudiera ayudarles. Ante esta situación marcharon a Francia para contactar con los Compañeros de Jesús, conocidos como los Hermanos del Mundo, unos religiosos comprometidos con el cristianismo revolucionario cuyo fundador era un sacerdote francés que había trabajado con obreros y marginados; ellos les financiaron la vuelta clandestina a Colombia. Llevado en silencio todo este secreto se despidieron con mucho dolor de sus familiares y ya no los volvieron a ver. Dura fue para Domingo la despedida de su hermano menor, Mariano, que, como muchos españoles, estaba trabajando entonces en Francia. Se reunieron en París, y allí, a orillas del río Sena, se dieron el último abrazo; los dos sabían que tal vez no se verían más. La futura esposa de Mariano, Mari Carmen, testigo de la escena, contempló con los ojos llorosos el alargado abrazo en el que se fundieron los dos hermanos.
Manuel Pérez aún envió alguna carta a sus padres, e incluso su hermano, pasado mucho tiempo, cuando se había especulado con su muerte, viajó a Colombia y pudo estar con él. Y más tarde, cuando ya ocupaba el mando supremo del ELN realizó un viaje relámpago a la ciudad francesa de Marsella en donde se encontró con su familia. El sacerdote que ejercía en su pueblo, Ramón Arribas, ya fallecido, también acudió al encuentro. A su vuelta explicó que Manuel le había manifestado que seguía en la lucha porque su fe en Dios de Jesús y su fe en el pueblo sencillo de Colombia, le seguía moviendo como el primer día. Pero ni Domingo ni José Antonio dieron señales de vida una vez que volvieron a tierras colombianas; solamente las noticias contradictorias de la prensa oficial del país aparecían afirmando o desmintiendo hechos con ellos relacionados.
Desde entonces todo quedó escrito en los intrincados parajes colombianos por donde su deambular se convirtió en un peregrinar de lucha y esperanza. Y aunque en una visita que hice al pueblo de Encinacorba para hablar con Enrique Gómez, compañero que fue de Domingo en el seminario, me dijera que una colombiana que había estado en su pueblo trabajando, le comentó que tenía escondido en su país un Diario escrito por Domingo Laín, nadie supo nada de ese testimonio. Si existiese sería un valioso documento para conocer la evolución de la vida de Domingo en la guerrilla. Sin embargo, el secretismo y el miedo que existe sobre este tema en los emigrantes colombianos, les impide realizar comentarios relacionados con la guerrilla por temor a las represalias que podrían tomar contra los familiares en su país.

No hay comentarios:

Publicar un comentario