jueves, 21 de julio de 2016

CAPÍTULO XI.- TESTIMONIOS

CAPÍTULO XI

TESTIMONIOS

 
Wirberto Delso Díez. (compañero de Domingo Laín, sacerdote secularizado).
Yo era cuatro años mayor que Domingo. Le conocí en el seminario de Zaragoza de Casablanca cuando comenzaba los estudios de Filosofía. Fui un seminarista de vocación tardía con una educación religiosa muy tradicional. La ventaja que tenía sobre los demás era que yo sabía qué hacía cuando decidí estudiar el sacerdocio. Con Domingo contacté enseguida, era un líder en el grupo que arrastraba. Las clases de Filosofía eran tan interesantes y novedosas que despertaban nuestras conciencias. Sin embargo, el poder seguirlas al ritmo que eran impartidas se nos hacía costoso. Entonces ideamos el que los más intelectuales, como Domingo, tomaran apuntes de lo que el profesor explicaba, apuntes muchos de ellos escritos en latín. Luego, un grupo de compañeros, los llamados redactores, se encargaban de poner en limpio todo lo explicado. Y para que llegara a todos acudimos al uso del ciclostyl, con una elemental copiadora que yo manejaba y que bauticé con el nombre de “la porretatana”. ¡Qué tiempos ilusionantes aquellos!
Al seminario venían a darnos charlas frailes pertenecientes a los “Padres Blancos” que ejercían su trabajo como misioneros en África. Domingo, siempre pensando en los más necesitados, se fue con ellos a Francia, a su noviciado, en donde estuvo un tiempo. Parece ser que no le convenció la idea y volvió de nuevo al seminario. Esto le hizo retrasar su ordenación sacerdotal. Yo estaba de párroco en Fabara cuando Domingo llegó, traído por la Juventud Agrícola y Rural Católica (J.A.R.C.) de Andorra, a dar unas charlas a los mineros; unas conferencias fuera de la iglesia, en el lugar de trabajo, que hicieron pensar mucho a sus oyentes. Cuando terminó vino a visitarme y estuvo dos días conmigo. En conversaciones interminables y muy interesantes, me quiso contar que iba a volver a Colombia para integrarse en la guerrilla, pero me lo explicó tan sibilinamente, que entonces no entendí claramente cuál era su propósito. Después comprendí que, en realidad, me había estado contando su gran proyecto; unos días más tarde marchó clandestinamente.
Cuando nos enteramos de que había entrado en la guerrilla, un grupo de sacerdotes publicamos una nota sin comprometernos, pero pensamos que si Domingo, Manuel y José Antonio habían tomada esa decisión, estábamos seguros que lo habían hecho con la honradez y honestidad de los tres que nunca pusimos en duda. El querer hoy opinar sobre si el uso de las armas es o no lícito, nos llevaría a revisar toda la historia del cristianismo. ¿Fue lícito cuando los Papas bendecían a las tropas que iban a reconquistar los Santos Lugares en las llamadas Cruzadas? ¿Fue lícito que la Iglesia apoyara a Franco o a Pinochet para conquistar el poder? Si Domingo y sus compañeros las usaron, lo hicieron pensando en los pobres, en los humildes, en los parias de la tierra: los que siempre han sido explotados por el poder. Lo hicieron porque el diálogo con los que podían solucionar el problema de marginación y pobreza no fue posible. Ellos les obligaron a tomar tan grave decisión.

Laureano Molina Gómez: (compañero de Domingo, sacerdote secularizado).
Mi amistad con Domingo Laín era como la de un hermano. Desde que ingresamos en el seminario de Alcorisa, en septiembre de 1951, siempre estuvimos muy unidos aunque yo era tres años mayor que él. Pero su seriedad, y su compromiso, le hacían parecer una persona de más edad. Yo procedía de una familia humilde, como la suya, pero con la particularidad de que mi padre, que había sido anarquista (perteneció a la CNT), tuvo que huir a Francia cuando yo aún no había cumplido un año; tardaría mucho tiempo en poder darle mi primer abrazo. De los setenta y cuatro compañeros que comenzamos los estudios, solamente veintiuno llegamos a ser ordenados sacerdotes. Y de ellos, un buen número nos hemos secularizado.
Nuestro verdadero compromiso con la sociedad comenzó a engendrarse cuando comenzamos los estudios de la Historia de Filosofía. El profesor que la impartía, Carlos Castro Cubells, quería transmitirnos y hacernos sentir la historia del ser humano vista desde su interior intelectual, psicológico y moral. Esa preparación profunda era totalmente distinta a la que habíamos recibido hasta entonces y todos se lo agradecimos, porque nos enseñó a asumir la pluriculturalidad como única forma para construir la fraternidad universal. Esto nos arrastró, y a Domingo de forma especial, a una exigencia personal para luchar contra la injusticia mayor que puede existir en el mundo: la explotación del hombre por el hombre. Por eso, cuando Domingo me dijo en su vuelta de Colombia al ser expulsado “que cuando se lleva unos cuantos meses comiendo una sola comida al día, y ésta es un puñado de arroz, y ves que no hay manera de conseguir justicia para la gente pobre, no te queda otro remedio que enrolarte en la guerrilla de liberación nacional”. Yo le creí y admiré su valentía de hombre comprometido, de darlo todo por lo demás. El Dios de Laín, como el de Manuel Pérez y el de José Antonio Jiménez Comín, era ese Dios que nos hizo a todos iguales, sin distinción de raza ni sexo. Este es el Dios de muchísimos cristianos que luchamos contra la usurpación del “Poder” de Dios por parte de los que se lo apropian para sí mismos convirtiéndose en dictadores, o para los grupos de dominio económico y social; ese imperialismo, también dictatorial, del más fuerte contra el más débil. Domingo Laín, como otros compañeros, fue víctima del ejemplo que nos dio Jesús de Nazaret, porque su Evangelio así lo exige, y con aciertos y errores tuvo que seguir porque estaba implicado totalmente de su mensaje. Es más evangélico ser cura guerrillero que capellán de un ejército organizado; aquél vive más el Evangelio porque está unido a los pobres, éste al capitalismo. Nunca les olvidaré.
Francisco Cebrián Mateo. (vecino de Paniza, amigo de Domingo).
Aunque yo era mayor que Domingo, coincidí con él en la época de monaguillos. Su marcha al seminario de Alcorisa no nos extrañó porque ya habíamos visto en él algo distinto a los demás en la forma de ver la vida. Cuando se ordenó sacerdote regaló a cada familia del pueblo una pequeña Biblia dedicada personalmente con el texto más apropiado a cada una. Recuerdo que había un pastor, hombre honrado y trabajador, auque analfabeto, que, habiéndose quedado viudo vivía con una mujer con la que no estaba casado. Domingo comprendió su situación y con mucho cariño le puso esta dedicatoria: “No se preocupe, Dios escribe derecho pero a veces emplea renglones torcidos”.
El día de su primera misa, celebrada solemnemente en la iglesia del pueblo, tras el acto protocolario de los cantos y el besamanos de la ceremonia, nos reunió a los amigos en una bodega cercana a la casa parroquial y allí, entre comida de algunas galletas y bebida lenta de algún vaso de pajarilla, nos dio su primera lección de humildad y de querer entregarse en su vida sacerdotal a los más necesitados. Su madre, la señora Francisca, cuando se enteró de la frugalidad del convite hecho por su hijo, nos reunió a todos y nos prometió una buena merienda. Así fue, pasados unos días nos guisó un par de conejos para compensar la poca atención que, según ella, había tenido su hijo con sus amigos.
Cuando ya estaba en Colombia y se corrió la voz de que Domingo se había hecho guerrillero, la mayoría no lo podíamos creer. Al conocerse las circunstancias del hecho, sus paisanos se dividieron en opiniones: para unos era un valiente al atreverse a plantar cara al gobierno colombiano; pero otros, en cambio, opinaban que un sacerdote nunca debía hacer uso de las armas. Sin embargo, todos coincidían en valorar su honradez y valentía, y todo el pueblo apoyó a sus padres cuando noticias contradictorias jugaban con la muerte de su hijo.

Feli Arto (esposa del hermano mayor de Domingo).
Domingo era muy cariñoso conmigo. Cuando discutía alguna vez con su hermano siempre salía en mi defensa. Era tan amable que fue muy fácil congeniar con él. Iba a visitarle al seminario y a llevarle la ropa limpia que yo le lavaba. Y siempre que tenía ocasión de venir a mi casa nunca lo dejaba, a pesar de que vivía en el barrio de la Química, hoy llamado Almozara. El día que el señor Arzobispo le ordenó sacerdote en la iglesia de San Carlos, recibió de él varios obsequios; cuando marchó a Colombia no se quedó con nada, todo lo regaló entre los familiares. Recuerdo que una de las veces que visitó al sacerdote del barrio, que también había estado en misiones, le dijo que él había traído algo de dinero y pudo comprarse un pisito. Seguro que esta confesión que le hizo el párroco no le sentó bien, él veía su misión de forma muy distinta.

José María Alcober Brenchat (Padre “Misionero Blanco”, actualmente vive en Sevilla).
Con Domingo coincidía en muchas cosas, sobre todo en un profundo entusiasmo por la persona de Cristo. Le recuerdo como un gran enamorado y apasionado de Él. Coincidíamos también en una insatisfacción con la realidad eclesial y social en la que vivíamos en aquellos años. Queríamos y buscábamos un cristianismo más auténtico, más radicalmente evangélico, más vivo y comprometido con la vida; esto nos llevó a compartir una preocupación por los más olvidados de otros continentes.
Pero también teníamos diferencias. Creo que él era más “rompedor” que yo. Quizá por eso él se podría encontrar más en su salsa en América Latina que en África,
mucho menos “socialmente revolucionaria.”. Cuando en 1959 creamos en el seminario el llamado “Crupo África”, Domingo se integró en él a pesar de que había otro “Grupo América”. Domingo y yo estábamos dispuestos a marchar a tierras africanas, pero ni él ni yo queríamos ingresar en una orden religiosa, aunque fuese misionera; no queríamos ser frailes, como decíamos entre nosotros, queríamos ser sacerdotes diocesanos porque juzgábamos que se estaba más cerca de la gente. De todo esto hablamos con el Sr. Arzobispo, don Casimiro Morcillo, y de acuerdo con él queríamos ir a trabajar a las órdenes de un Obispo africano siguiendo incardinados en Zaragoza. Pero en un momento dado Domingo comenzó a dudar… Me dijo que su familia, y en particular alguno de sus hermanos, se oponía a esa aventura. El hecho fue que Domingo, siguiendo en el grupo de África, no acababa de decidirse. En enero de 1960, tres compañeros le escribimos al Sr. Arzobispo diciéndole que estábamos dispuestos a marcharnos al curso siguiente a África a estudiar en un seminario africano. Don Casimiro estaba de acuerdo con nosotros pero no se atrevió a dar el paso. Dos meses más tarde nos llama de nuevo y nos comunica que en su visita “al límina” a Roma ha consultado nuestro proyecto con lo que entonces era “Propaganda FIDE”, y que este Discaterio no es favorable a nuestra idea y nos invita a buscar otros cauces si queremos ir a África.
Al final de ese curso, otro compañero, José María Porta y yo, nos decidimos entrar en los Misioneros de África “Padres Blancos”. Con nosotros vino un compañero mayor, ya era sacerdote, y marchamos juntos a Francia para comenzar nuestra formación misionera que yo continuaría luego en Bélgica. Mi sorpresa fue cuando me enteré que al año siguiente (1961) Domingo se decidió a ir a los Padres Blancos a realizar el noviciado en Gap (Francia) cuando yo ya estaba en Bélgica continuando mis estudios de Teología, por lo que ya no conviví más con él. Luego supe que al finalizar el curso volvió de muevo a Zaragoza.
El porqué no continuara con los Padres Blancos creo que fue porque los Padres Blancos no son “religiosos” en el sentido canónico de la palabra, sino “sociedad apostólica de vida en común”. Esa estructura podía ser un impedimento para insertarse y compartir plenamente la vida con la gente, ya que ese era el ideal que los dos compartíamos cuando estábamos en Zaragoza. Por desgracia no conservo ninguna de las cartas que intercambiamos en aquella época, pero por lo que yo sé y recuerdo, creo sinceramente que ese aspecto fue decisivo para abandonar el proyecto.
Lejos uno del otro, mis contactos con Domingo se fueron reduciendo. Recuerdo que nos seguimos escribiendo, incluso le procuré algunos libros en francés sobre Biblia y Teología (teóricamente más avanzados que lo que se publicaba por entonces en España) ya que Domingo tenía muchos deseos de saber.
Yo me fui a África en 1965. La distancia y la dificultad de las comunicaciones en aquella época hicieron que al final perdiera todo contacto con él. Hoy, tantos años después, con historias parecidas en algunos aspectos, diferentes en otros, pero en fidelidad a los mismos ideales juveniles que vivimos juntos, lo sigo considerando como uno de mis mejores amigos.

Ismael Jarabo Muñoz: (sacerdote en la parroquia de Nazaret de Zaragoza).
Yo era de la misma edad que Domingo cuando llegamos a Alcorisa en septiembre de 1951. Con cara asustada y un tanto despistados fuimos acomodándonos en las amplias habitaciones que nos habían destinado. Domingo era un buen compañero, trabajador, buen estudiante y amante del deporte. No sé cuándo sentiría su vocación por dedicarse a una misión tan exigente como eran las misiones, bien en África como pensó al principio, o en América; tal vez el comienzo de los estudios de Filosofía despertaran en él una nueva inquietud por el hombre como persona humana.
Cuando fue expulsado de Colombia y vino a España, llegó a visitarme para que me uniera a su causa por los pobres. Mis circunstancias particulares, o tal vez mis temores ante lo desconocido, hicieron que no me sintiera con fuerzas suficientes para acompañarle. Muy mal tenían que estar las cosas en Colombia para que Domingo tomara la decisión de ingresar en la guerrilla. Y estoy seguro que el hacerlo fue un acto de amor, un acto de encarnamiento total con Cristo. Cuando los compañeros nos reunimos ocasionalmente, siempre recordamos aquellos tiempos de formación en el seminario. Y tanto los que seguimos siendo sacerdotes como los que se quedaron en el camino, recordamos aquella época, que en momentos fue muy dura, con alegría y humor, y la figura de Domingo siempre es recordada con mucho respeto.

Luis Cebrián Higueras (sacerdote nacido en Paniza).
Soy paisano de Domingo Laín y juntos hemos compartido vivencias. Cuando yo cursaba segundo curso de Filosofía en el seminario de Zaragoza, le preparé, bajo la supervisión del párroco de Paniza, mosén Alejandro Bello Lizama, para realizar el ingreso en el seminario de Alcorisa. Era un estudiante muy trabajador e inteligente, nunca ponía trabas al trabajo que yo le exigía, incluso a veces le probaba mandándole ejercicios extra y nunca protestaba. Su carácter era algo introvertido, al menos en aquella época, pero ya se veía en él ciertos atisbos de querer destacar, de ser un líder. En el nuevo seminario de Zaragoza coincidimos un curso: él cursaba 5º de Latín y yo 4º de Teología. Sé que a lo largo de sus estudios sufrió varias crisis vocacionales por tener cierta dificultad en adaptarse a las reglas establecidas
Cuando yo estaba en la primitiva parroquia de El Picarral, él, recibidas ya las órdenes menores, vino en varias ocasiones a ayudarme en las labores de catequesis y ya demostraba su inquietud por los problemas sociales. Sobre su actuación en Colombia,
siempre he opinado que el sacerdote puede desempeñar su misión en el lugar que él crea más necesario, y si se necesita dar de comer antes que evangelizar pues lo primero es conseguir que la persona pueda alimentarse, pero si para conseguir su misión tiene que empuñar un arma y hacer uso de ella, se pierde el espíritu evangélico que es contrario a toda clase de violencia; desconozco si Domingo las empleó. Todos los sacerdotes hijos de Paniza, sentimos mucho su muerte. Recuerdo que un primo mío que es periodista, me llamó desde Madrid para decirme que al día siguiente todas las agencias informativas iban a publicar la muerte de Domingo. Quería que yo le comunicara a la familia la fatal noticia antes de que se enteraran por la prensa. Inmediatamente llamé al párroco de Paniza para que se pusiera en contacto con sus padres. Al día siguiente, el sacerdote lo anunció públicamente a los feligreses en la iglesia y se rezó un responso por su alma.
Creo, que la vida y muerte de Domingo se usó políticamente por cierta prensa sensacionalista. Si Domingo hubiera muerto en Tauste, donde estuvo de coadjutor, en vez de suceder en la guerrilla colombiana, nadie hubiera escrito nada sobre él a pesar de que su actuación y su vida dejara huellas por donde pasaba. Yo siempre recordaré a Domingo como aquel niño que prefería estudiar con constancia y que marchó al seminario con la ilusión de ser un sacerdote ejemplar.

Domingo Laín: Un compromiso compartido
Eliseo Bayo Poblador (escritor, compañero de Domingo).

Una vez que se ha cumplido el destino de la persona, se comprende que su vida estuvo llena de señales que le anunciaban cuál sería el final. ¿Dónde está el libre albedrío? En todas partes. El hombre es un ser libre por naturaleza, está condenado a ser libre. No puede escapar a su destino. No hay mayor libertad que esa. ¿Determinismo?
Naturalmente. Dios es determinismo. Es su ley. No hay contradicción entre la libertad y el determinismo. Son la misma cosa.
Si miro hacia atrás, sé por qué me hallo donde estoy. Soy el producto de todas las decisiones que tomé en mi vida. No hay muchas posibilidades de elegir, puesto que en definitiva sólo se puede adoptar una. Somos lo que somos al nacer. De acuerdo, las condiciones sociales, la familia, la educación, el clima influyen en la hechura y en el comportamiento del individuo, pero no cambian la raíz íntima, la estructura de la identidad. Ese es el origen de la nostalgia, de la necesidad de la búsqueda del pasado como refugio, del regreso hacia nosotros mismos.
Soy producto de una larga vida y la definición de la vida es la experiencia. Puedo rebuscar pruebas de lo que digo. Por ejemplo, los niños que ingresaron en el Seminario de Alcorisa en 1951 con once o doce años de edad, tenemos ahora (2007) no menos de 67 años. Por fortuna y por iniciativa de Félez, de Marco, de Jarabo y de los primeros que tuvieron la idea y emprendieron la tarea de localizarnos a todos, nos reencontramos cincuenta años después todos los que estamos vivos (sólo faltaron los muertos, ocho o nueve, y es un decir porque su presencia cierta se notaba entre nosotros), y desde entonces nos reunimos asiduamente. Hemos podido constatar algo que a nosotros no nos sorprende. Somos igual que cuando éramos niños. Ninguno de nosotros ha perdido su carácter, su modo de ser, su tipología. Ciertamente, la vida ha hecho mucha mella en nosotros, hemos envejecido, unos más que otros, hemos coleccionado enfermedades, unos más que otros, pero todos tenemos la misma pasta. No somos niños, somos estadísticamente ancianos. La inmensa mayoría de nosotros estamos socialmente activos, muchos seguimos trabajando, todos continúan alimentando el viejo interés por la cultura. Los hay que conservan la misma fe religiosa que en su infancia, pero pasada por el cedazo de la experiencia: la paja se ha separado del grano. Les ha costado sudores y lágrimas permanecer en la fe, viendo lo que ven a su alrededor. Los hay que se declaran radicalmente darwinistas y creo que ya lo eran en el seminario. Aquellos a los que les gustaba la música siguen siendo grandes músicos, y los que teníamos el oído cerrado para repetir ordenadamente los sonidos seguimos siendo grandes oyentes de música pero no cantamos ni perdidos en el bosque. Los que llegaron a sacerdotes siguen ejerciendo su ministerio tal como soñaban cuando eran niños; quizás están más desalentados, más tristes.
Es curioso, si pienso en los que llegaron al sacerdocio y en los que no, veo que ya estaba decidido así. A los curas los veo como curas, y no de otra manera. También a los curas que se rebelaron, los primeros curas verdaderamente heroicos que alzaron su voz a favor de la justicia y de los pobres, los veo señalados desde el primer año del Seminario para la toma de esa actitud. Eran rebeldes (palabra la más noble, convertida en maldita) desde que nacieron. Si hablo por mí, digo lo mismo. Yo quise ser sacerdote y aunque suene un disparate diré que tuve auténtica vocación sacerdotal a los once años; nadie decidió enviarme al Seminario sino yo mismo.
Todo esto tiene que ver con Domingo Laín porque era uno de los nuestros, sabemos cómo era en aquellos años, por qué tomó las decisiones que tomó, por qué lo mataron en la selva colombiana y porqué en definitiva ocurrió de aquella manera y no de otra. Empecé a escribir un libro sobre él cuando estaba vivo y nos llegaban noticias de su actividad guerrillera en Colombia. Me lo encargó la editorial Dirosa, de Barcelona, cuyo editor era Pedro Penalba, la misma que publicó mi libro “De qué viven y por qué no mueren los españoles”. Cuando el libro estaba a medio hacer -en el mismo estado en que hoy se encuentra-, tuvimos noticia de su muerte. Poco después volvieron a meterme en la cárcel (por cuarta o quinta vez en mi vida) y desde entonces no he dejado de pensar, aunque también parezca raro, en el destino de Domingo y en el de todos nosotros, los que siendo jóvenes nos alzamos en rebeldía contra un estado de cosas que hoy sigue siendo peor que entonces. Existen hoy los mismos motivos o más que entonces para rebelarse, pero debemos reflexionar un momento sobre lo que pasó. Yo acababa de salir del penal de Burgos y me había incorporado a la actividad clandestina en Barcelona cuando recibí la visita de Domingo Laín. No recuerdo exactamente la fecha pero debió ser en 1967 o 68. Un poco antes o un poco después también vino a visitarme José María Ramón Aróstegui, que era de nuestro curso pero no estuvo en Alcorisa (se incorporó en primero de filosofía, como vocación tardía). José María había estado también en Colombia junto a Camilo Torres y los otros curas iluminados (esto lo digo de manera acertada, no peyorativa). Se había comprometido políticamente hasta el límite. Lo recuerdo como un gran intelectual, finamente irónico, refinado y guapo con sus grandes cejas negras. Ambos vinieron a verme porque habíamos sido amigos y fui el primero si no en significarse políticamente sí en caer preso. Además llevé a cabo una lucha por la libertad de conciencia que fue muy importante en la época (fui uno más, junto a otros presos políticos y también con los Testigos de Jehová, que lucharon mucho por la libertad de conciencia sin apoyo de casi nadie). José María buscaba apoyo y se lo di. Domingo quería hablar de temas políticos y llegó a pedirme que me fuera con él a Colombia, para reintegrarse él al movimiento guerrillero y animarme a hacer lo mismo. Regresó solo. Cada uno hicimos nuestro propio camino.
Como estamos entre amigos -este libro es un homenaje a Domingo y a todos aquellos niños seminaristas que ingresaron en Alcorisa en 1951- diré algo que no es para comentar en el mundo profano de hoy. Pocos lo entenderían. Debo retroceder a los alrededores de la semana santa de 1955 en el Seminario de Alcorisa, creo que el último año que estuvimos allí. Habíamos acabado los ejercicios espirituales que nos tuvieron tres o cuatro días en silencio, meditando sobre el discurso de las Dos Banderas, sobre la vanidad de las cosas del mundo y sobre el estado de nuestra propia alma. (¿Se imaginan a un chico de hoy haciendo esto?) Estábamos inflamados, llenos de ideas.
Recuerdo que era al atardecer, en la primera hora de recreo que podíamos hablar después de los ejercicios. El patio trasero del Seminario de Alcorisa nos parecía entonces grande, pero al volver a verlo de viejo comprobé sus dimensiones pequeñas. Allí se jugaba al fútbol y muchos balonazos estuvieron a punto de derribar la imagen pequeña que había en una hornacina. El suelo era de tierra suelta, había muchas piedrecillas que ponían a prueba la dureza de los frágiles cuerpos en los encontronazos del juego. Eran días de mucho sol y de mucho frío, y también de grandes neblinas: nos tocó todo lo extremo, en lo físico y en lo espiritual, y también en los estudios. Y sin embargo fueron días felices.
Recuerdo muy especialmente una de esas piedrecillas porque fui empujándola con la punta de mi pie derecho, mientras caminaba junto a Domingo Laín. Él hablaba y hablaba. Era su turno después del mío. Quedaba poco tiempo porque el recreo era corto. Pronto nos llamarían a cenar, y yo tenía prisa por escuchar a dónde quería Domingo ir a parar tras decirme que no sería cura de pueblo. Aquello me había chocado profundamente. Yo creía que el destino de un seminarista era ser cura de pueblo (jamás pensé dónde se fabricaban los obispos). En todo caso yo había pensado alguna vez ser cura en un pueblo minero, quizás por la vecindad con Mequinenza donde había minas de carbón y muchos trabajadores, pensaba yo, que esperaban que un cura les dijera que aquella vida negra merecía una vida de luz, aquí y más allá. Pero de pronto, Domingo Laín me dijo:
- Pues yo seré misionero, iré a África y me matarán allí.
Tres sentencias. Una detrás de otra. ¿Por qué pensaba Domingo Laín que lo matarían en África? Éramos adolescentes, casi niños aún, y estábamos bajo el influjo de la ideología colonial y racista que presentaba a los negros como salvajes a los que había que cristianar para llevarlos a la civilización. Pero estoy dispuesto a sostener que ni Domingo Laín ni cuantos después se fueron al llamado tercer mundo, tenían ya nada que ver con los antiguos misioneros que acompañaban a los soldados en la conquista de las almas y sobre todo de las tierras y las riquezas de los indígenas. Domingo Laín estaba diciendo aquella tarde algo que entendía yo lo mismo que él: el mensaje de Jesús es un mensaje de liberación, de justicia, de compromiso, de compartir los sufrimientos de los oprimidos y de acompañar a los que luchan por traer la justicia al mundo. Hace falta mucho amor y mucha capacidad de entrega para estar dispuesto a dar la vida por los hermanos. Domingo sabía claramente que el ponerse del lado de los oprimidos en África significaría ponerse en contra de las conductas de los colonizadores. Estos no estarían dispuestos a perder sus privilegios ni su situación de dominio y exterminarían a cuantos a se pusieran en su camino. Así ha sido. África, continente mártir.
Yo le pregunté a Domingo cómo se haría misionero si estaba en un seminario de curas seculares y él me dijo que al terminar los estudios ingresaría en una orden misionera. Es justamente lo que hizo. Se fue a Francia a estudiar el noviciado en un convento de los Padres Blancos y regresó al poco. No llegó a marcharse a África.
Domingo se fue a Colombia a cumplir su destino. No lo mataron en África, sino en América. Bien debo decir que los tiempos en los que Domingo Laín se incorporó a la guerrilla no son los tiempos de hoy. Medio siglo de lucha armada, sin resultados políticos, conducen a un callejón sin salida. Si la guerrilla era un medio para llegar a un fin, desaparecido éste- o impedido- el medio se convierte en fin, y así no se hace otra cosa que prolongar una lucha estéril. ¿Se habría incorporado Domingo Laín a la guerrilla hoy, tal como está? Es difícil contestarlo, pero creo recordar que Domingo Laín no empuñó el fusil, o al menos no lo disparó. Hasta donde nos llegan las noticias sabemos que seguía ejerciendo su ministerio sacerdotal cristiano en la selva, con los guerrilleros y con la gente del lugar. No he podido encontrar el texto de algunas homilías que pronunció en la selva, pero recuerdo que eran proféticas, limpias, imitadoras del Jesús de los Evangelios que consuela a los débiles y se junta con los marginados hasta reunirlos para que escuchen el Sermón de la Montaña. Es un buen texto para vivir, y mejor aún para leer en la hora de la muerte.
Domingo Laín había emprendido desde niño una lucha contra la oscuridad, contra las tinieblas, contra lo negro que sintetiza el rostro de la injusticia, de la explotación, de la marginación, del oprobio, de la riqueza. Él buscaba hacer el camino, no llegar a un sitio. Hacer el camino es tener el alma viva, alimentarla de sí mismo, buscar a los iguales, amarlos, consolarlos, ser feliz con ellos en la lucha, no tener techo, empuñar el cayado del peregrino, espantar a las bestias, hablar con los invisibles. Llegar al Destino convertido en Providencia. Mirar desde el otro lado a los que todavía permanecemos a este lado de la vía Láctea.
Es decir, hasta pronto, Domingo Laín.

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