AL ENCUENTRO CON EL PASADO.
Habíamos oído hablar mucho
de ella, pero nunca la habíamos visto. Por eso, una noche después de haber
escuchado el Canto de los Serenos: “las once…, nublado”…, porque esa noche
estaba nublado, nos conjuramos la pandilla de amigos, que si a la mañana
siguiente salía buen día, iríamos a su encuentro.
En efecto, a la salida del
sol, nos juntamos todos en el viejo puente construido hacía ya 250 años,
cruzándolo en dirección hacia el Barranco de la Hoz.
Llevábamos nuestras
cantimploras, calados nuestros sombreros, pues el día prometía ser caluroso
después de la tormenta nocturna, y empuñando nuestros palos, no como bastones
sino como elementos de defensa, caminábamos decididos hacia la entrada del
barranco.
Entonces no necesitábamos
de cayados, aunque sí precisábamos de defensas. Ahora, después de sesenta años,
necesitamos bastones y no tanto de defensas.
Al comienzo eran campos de
cultivo: olivos, viñas, almendros y algún que otro campo de cereal. Después el
camino se estrechaba y se hacía más pedregoso, con arbustos a los dos lados.
Nuestras miradas inquietas miraban a derecha e izquierda, adelante y atrás,
viendo que a los dos lados y a cierta altura se abrían innumerables cuevas, de
donde entraban y salían cuervos negros y buitres impresionantes, además de gran
cantidad de pequeños pajarillos que parecía que jugaban a esconderse de
nosotros.
Caminamos temerosos un
largo trayecto hasta que al volver un recodo apareció ante nosotros Ella, la
que buscábamos, La Caraza.
"La
Caraza".
Es como una Esfinge hecha
de roca viva. Según nos decían los mayores allí estaba “la cuna” de nuestros
antepasados. Habíamos recorrido hasta el inicio del barranco dos kilómetro
desde el pueblo, más otros cuatro que tiene de longitud el mismo; total que era
ya cerca de la hora de comer. Por lo que volvimos apresuradamente.
En el río,
montañas y barrancos están los orígenes de Albalate del Arzobispo.
Y es que el sacerdote del
pueblo Bardavíu Ponz lo había recorrido, excavado, estudiado y escrito en su
Historia de Albalate del Arzobispo, editada en 1914. Él encontró esqueletos
humanos, flechas, vasijas de barro, etc. Tanto él entonces, como el profesor
Pina Piquer (2001) en su Historia de Albalate actual, nos trasportan al mundo
de nuestros ancestros. Lugares como la Cueva de la Caraza, la Cueva del
Subidor, el Olivar de Macipe, en el Barranco de la Hoz con una antigüedad
anterior al año 2000 a
. de C., nos dan una distancia temporal de más de 4.000 años entre ellos y
nosotros.
Cueva de
la Caraza, en el Barranco de la Hoz.
Pero según los dos
estudiosos, el sacerdote a principio del S. XX y el profesor a principio del S.
XXI, nos dicen que “hermanos” de estos habitantes del Barranco de la Hoz son
también los que habitaban en el Barranco del Padre Santo, el de Valdoria, los de
la Cueva de la Tarranclera, los de la Cueva Negra, y los de Los Estrechos y Los
Chaparros.
De éstos nos quedan
hermosas pinturas rupestres muy visitadas hoy en día gracias a la promoción que
han hecho los pueblos que componen el Parque Cultural del Río Martín:
Montalbán, Peñarroyas, Torre de las Arcas, Obón, Alcaine, Oliete, Alacón, Ariño
y Albalate. En todos ellos hay importantes vestigios de nuestros antepasados.
En el Regular de la
Pinarosa, en el Cabezo de Cantalobos, en el Cabezo del Palomar, y en la Val de
Urrea, así como en el Cerro del Castillo, en Virgen de Arcos, Zuera y
Radiguero, quedan todavía reminiscencias de los primeros habitantes de
Albalate.
“El campo para nuestras
conquistas quedaba ya trazado”.
Nuestros veranos eran pura
aventura. Con la fresca de la mañana estudiábamos un poco, pero después todo el
día era nuestro. Batallas, excursiones, apuestas nocturnas y mil aventuras y
travesuras que para los mayores rayaban casi la “delincuencia”. Y es que las
secuelas de la guerra continuaban también en nosotros. “Éramos niños de la
guerra”. Habíamos nacido en ella.
Así lo cuento en el “Dios
de mi pequeña historia”:
“El ambiente era el de la
post guerra. Los maquis se extendían por el Maestrazgo y los montes de Beceite.
En el pueblo había instalado un destacamento del ejército en el garaje
"Durbán".
Los chicos organizábamos
peleas con espadas de madera y grandes escudos de chapa o de cartón. Todos los
riachuelos, barrancos, cuevas y montículos nos los pateábamos una y mil veces.
Un domingo, al salir de
misa y en la cuesta de las "Losas", se organizó una pelea pegándonos
de verdad unos cuantos chicos, rodando cuesta abajo, unos encima ahora y otros
debajo después. Nuestros juegos eran de espías y ladrones; no respetábamos la
tranquilidad de los vecinos. Nuestras familias debían estar hartas de nuestra
desbandada.
Por lo que de acuerdo
quizás, con la Guardia Civil, ésta organizó "una batida" cogiéndonos
a todos y encerrándonos en el cuartel. El trato fue serio, pero correcto para
nuestra edad. Se intentaba nuestro escarmiento de una vez por todas. A las dos
o tres horas de estar encerrados, los más pequeños, en este caso mi primo
Emilio que no vivía en el pueblo y que estaba de vacaciones, y a quien mis tíos
habían dejado al cuidado mío, o los más débiles, echaron a llorar; se abrieron
las puertas dejándonos salir; en la calle estaban esperando nuestros
familiares.
La lección estaba
aprendida. Eran los tiempos del Guerrero del Antifaz, del Hombre Enmascarado,
del Hombre de Piedra y de Roberto Alcázar y Pedrín especialmente, a los que
teníamos como lectura habitual en nuestra cabecera y en los ratos de descanso y
de ocio”.
Cascada
en el río Martín. Albalate del Arzobispo.
Era un gran placer ir a
pescar al río. Las aguas eran limpias y cristalinas. Se criaban barbos,
anguilas y madrillas (nosotros decíamos magrillas) en los pozos que se formaban
a lo largo del cauce. Nos lo conocíamos palmo a palmo, metro a metro, con todas
sus ventajas e inconvenientes.
Hace algunos años el
periodista y locutor de Radio Zaragoza, José Juan Chicón, me recordaba lo bien
que se lo pasaba cuando en sus vacaciones venía a Albalate y se incorporaba a
nuestra cuadrilla de pescadores.
Con los restos de un somier
de malla metálica y de finos rizos a modo de red cogido por sus extremos por
dos de nosotros, lo introducíamos en el agua y esperábamos a que los peces que
huían de los que más adelante espantaban con ruido, y palos agitando las aguas,
venían a caer en nuestra trampa. En la orilla del río quedaba el que los iba
ensartando de uno en uno en juncos de una forma parecida a como se hace con las
ristras de ajos para llevarlos al mercado. En ocasiones sólo cogíamos dos o
tres, por lo que decidíamos, para no perder tiempo saliendo a la orilla,
ponernos en nuestras bocas un pez cada uno hasta la próxima redada. A mi
aquello no me gustaba nada. Sujetar en la boca un pez vivo que no hacía más que
dar coletazos, me impresionaba y me daba ascos. Un día por lo visto aflojé un
poco los músculos de mis mandíbulas y ello hizo que el pez con sus fuertes
coletazos se introdujera hasta mi garganta. Con un fuerte grito expulsé el pez
que cayó al agua y se perdió entre las piedras. “Yo me liberé de él, y él se
liberó de mí”.
Los barbos y madrillas
asados a la parrilla y en las brasas eran deliciosos para nuestras meriendas.
Al comerlos tostaditos crujían como un bocado exquisito. Las vecinas nos
compraban la mercancía en ocasiones con lo que nos sacábamos unas perrillas
para tebeos y para ir al Cine Dorado los domingos. Las anguilas eran otra cosa.
La suavidad de su carne era tan fina que nuestros paladares de niños no lo
aceptaban. Nos daban náuseas. Para los adultos era un “boccato di Cardinale”.
Ese bendito río Martín que
en tiempos anteriores se había desmadrado tantas veces, avisándonos de los
riesgos que corríamos si construíamos viviendas cerca de él, nos atraía como un
fuerte imán.
Según nuestros
historiadores parece ser que el primer Azud fijo que se construyó en el río fue
hacia el año 1.529 sobre un anterior más rudimentario y por el cual Híjar y
Albalate se pelearon en 1522, teniendo que intervenir el mismísimo Emperador
Carlos V para aplacar los ánimos. Una riada anterior al año 1547 derribó un
molino harinero que Hernando de Aragón volvió a reconstruir en ese año; Y en
1.649 otra gran riada se llevó por delante el Azud construido en 1.529. Al
siguiente año, 1.650, el río vuelve a imponer sus leyes. Y así en 1.742, 1.801,
1.925, y la última en 1942. Todavía conservo su imagen, mi madre me apretaba
fuertemente la mano y por la barandilla del surtidor de gasolina en el inicio
del puente, pude contemplar la grandiosidad de la riada. El alguacil obligaba a
retirarse de inmediato a las gentes, pues se temía que el puente pudiera ceder,
como ocurrió con el puente de reciente construcción de Urrea de Gaén. La fuerza
del agua se lo llevó por delante. Creo que hace algunos años, recientemente, ha
habido otra gran riada. Personalmente no pude contemplar por vivir fuera de la
Villa de Albalate. Unas ocho grandes riadas que se pueden contabilizar.
La apuesta consistía en ir
por la noche, de uno en uno, hasta la puerta del cementerio y en ella dejar la
señal acordada con tiza para demostrar que se había conseguido el objetivo. No
era cualquier cosa pues había que atravesar el río por el puente, subir la
cuesta y pasar entre los cabezos Cantalobos y Palomar, perder la visión de las
luces del pueblo, pasar por la iglesia de San José, cuya puerta mirábamos de
reojo, y en cuya espléndida cúpula decorada en estuco esta la figura del
mismísimo diablo. Es “todo un mundo decorativo presidido por una especie de
horror al vacío”, como lo describe Pina Piquer. Al lado de esta iglesia está el
cementerio con todo lo que nos impresionaba por los innumerables relatos que se
escuchaban a los mayores.
Otras veces quedábamos los
amigos en sacar de las cuadras a nuestras caballerías para llevarlas a abrevar.
El abrevadero estaba en la orilla del río, debajo del lavadero, al que había
que pasar por la primera arcada del puente, o bien por el otro lado junto al
matadero. Nosotros lo hacíamos por debajo de lo que hoy es “Casa Agustín”,
restaurante típico del pueblo. Bebían los animales todo lo que querían e inmediatamente
montados sobre ellos, “a pelo”, organizábamos unas carreras hasta la “plaza del
puente” para ver quien llegaba el primero. A veces la Guardia Civil nos veía
desde el cuartel y nos amonestaba muy seriamente. Lo mismo hacía cuando nos
cogía haciendo camión stop desde el puente hasta las escuelas al otro lado del
pueblo. Porque no le pedíamos permiso al camionero sino que nos escondíamos
detrás y sobre la rueda de repuesto. Para bajar del camión no había
problema pues la cuesta de la escuela era lo suficientemente empinada como para
tener que disminuir considerablemente la velocidad los camiones cargados de
carbón de las minas de Ariño.
En esa cuesta, la de las
escuelas, cuando los camiones venían de Valencia cargados de naranjas, nosotros
los asaltábamos, abríamos la lona que cubría la caja del camión y empezábamos a
arrojar naranjas a los compañeros. El chofer era lógico que nos viese a través
del retrovisor, pero detener el camión a mitad de la cuesta y volverlo a
arrancar era costoso y arriesgado. El camión podía recular y el remedio era
peor que la enfermedad. También es posible que nos viera y se apiadara de
nosotros. “Nos regalaba sus naranjas, para él abundantes, para nosotros
escasas”. La falta de alimentos tras la guerra la padecían todos, pero
especialmente la padecíamos nosotros “hijos de la guerra”, niños nacidos
durante la guerra.
Zaragoza, Marzo de 2007.
Bibliografía:
HISTORIA
DE LA ANTIQUISIMA VILLA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, del Doctor D. Vicente
Bardavíu Ponz. Tip. de P. Carra. Plaza del Pilar (Pasaje). Zaragoza. Año 1914.
DE
ILUSIONES Y TRAGEDIAS. HISTORIA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, de José Manuel Pina
Piquer. Edita Ayuntamiento de Albalate del Arzobispo. Año 2.001.
SUBPORTICA.
Revista digital de los alumnos que empezaron curso en 1951 en el Seminario
Menor de Alcorisa. Teruel. “EL DIOS DE MI PEQUEÑA HISTORIA” de L: M: G: Año
2003.
EL PARQUE
CULTURAL DEL RÍO MARTÍN. Colección Rutascai por Aragón. Edición CAI. 2003.
Zaragoza.
Web: Etnógrafo.com. Etnografía de la memoria. Niños
de la guerra (II), de L:M:G:.
NOTAS DE ACTUALIDAD.
JULIO DE 2020.
“La cabra hispánica”
El
Sacerdote D. Vicente Bardavíu Ponz publicó su Historia de Albalate del
Arzobispo en el año 1914. El Profesor D. José Manuel Pina Piquer publicó también
la Hª de Albalate en el año 2001.
Ambos
coinciden en que tanto el Barranco de la Hoz, como el de Valdoria, la Cueva
Negra y los Estrechos del Río Martín en Albalate fueron lugares donde la vida
de nuestra Prehistoria comenzó a desarrollarse. Además de en otros lugares del
pueblo. Entre ellos y nosotros nos separan unos 4.000 años.
En
la actualidad, Julio de 2020, y debido a las intensas lluvias de este invierno
y primavera, la vegetación en el barranco es excelente. Abundan los
manantiales, las balsas y balsetes de agua se reparten por toda la superficie. Por otra parte la
cultura de respeto a la naturaleza está cada vez más arraigada entre nosotros.
Hoy en día somos muchísimos que consideramos como nuestra madre a la
NATURALEZA.
Hasta
el Papa Francisco se ha tomado muy en serio la defensa, el respeto y el cuidado
a la naturaleza. Es nuestra casa común.
En
su día, y llevados por este amor y cuidado por la naturaleza, a alguien se le
ocurrió la idea de repoblar el barranco con la llamada Cabra Hispánica. Su
reproducción ha sido muy notoria, y todo el entorno del barranco es digno de
ser visitado.
He
aquí algunas fotos que el amigo Raúl Sabio Casalod me ha enviado para nuestro
gozo al contemplarlas.
FOTOS:
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