II.- NIÑOS DE LA GUERRA:
AÑOS 40, S. XX.
La mañana era espléndida.
El sol penetraba ya por ventanas y balcones. Las golondrinas planeaban por las
calles estrechas animando el día. Aquel día era un día especial. Las campanas
volteaban sin cesar en la torre de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción:
“Paz… y Comunión”, “Paz… y Comunión”. Al menos así sonaban en mi cabeza de niño
de ocho años, aquel Domingo día 13 de mayo de 1945. Era un domingo especial
porque era el día de las Primeras Comuniones en el pueblo; y porque el
miércoles anterior, día nueve, había llegado el final de la Segunda Guerra
Mundial.
Efectivamente: Moscú ocupa
Praga; el 3º Ejército de EEUU detiene a los mariscales Goering y Kesselring; y
en Berlín, el mariscal Keitel, el almirante Friedeburg y el coronel general
Strumpf, alemanes nazis, firman el acta de la rendición incondicional. Por los
aliados estampan sus firmas en el documento, el mariscal Zhukov y el de
aviación Tender en representación de Eisenhover; los generales Spaatz y Delatre
de Tassigny presencian la ceremonia. La pesadilla había acabado.
Y aunque España no entró en
la contienda internacional, el ambiente de guerra era muy vivo, porque
acabábamos de salir, como quien dice, de nuestra Guerra Civil Española.
Vivíamos en la escasez y en la penuria. A una guerra siguió la otra. A un
sufrimiento se añadió otro.
Laureano
(6-05-1945)
Yo iba a hacer la Primera
Comunión y no conocía a mi padre, ni teníamos noticias de él. Desde aquel día
de final de Febrero de 1938 en que mi madre, mi hermana de la mano de mi madre
y yo en brazos de mi madre, pues no
había cumplido un año todavía, despedíamos a mi padre en la estación de
ferrocarril de Caspe ya que se incorporaba al Frente Republicano, y porque se
iba a producir la Batalla de Aragón. Nunca más volvimos a ver a mi padre, ni a
saber noticias de él, al menos hasta esa fecha. Mi padre, perdida la guerra,
pasó al exilio, a Francia. Los alemanes ocupan Francia, y los españoles
anarquistas, comunistas, socialistas en especial, y republicanos en general,
comienzan el fatídico juego del “ratón y el gato”, escondiéndose de las redadas
de los alemanes. Compañeros de mi padre, de Albalate, terminarían sus días en
los Campos de Concentración y de Exterminio Alemanes.
Ese día alegre y triste
para nosotros, comenzaba además a abrirse la esperanza de saber noticias de mi
padre.
Yo hacía el número 16 de 52
niños que íbamos a hacer la primera comunión. Las niñas eran otras 52. En total
104 los nacidos en el año 1.937, según el Libro de Bautizados de la Parroquia.
Albalate entonces tenía 4.300 habitantes. De hecho yo era como un huérfano de
padre. Pero lo que más triste era que varios de mis compañeros eran huérfanos
de verdad, por haber sido fusilados sus padres en nuestra guerra. Toda la
promoción de comulgantes había nacido en plena Guerra Civil Española. Éramos
“niños de la guerra”. Quiero recordar algunos nombres de compañeros, ya que
todos me es imposible tenerlos en mi memoria: Nicolás, “El Borrajas”, “El
Bochiga”, “El Serón”, Miguel y Emilio, Enrique, “El Cocote”, Salvador,
Cipriano, Gregorio, Pascual, etc…
Hacer la Primera Comunión era como la puesta
de largo del niño y de la niña.
Primera
Comunión de Inmaculada y Emilio (c. 1948)
A partir de ese momento nos
despegábamos de nuestras madres y comenzábamos a descubrir campos y montañas
del pueblo. Comenzábamos, y sobre todo en verano, a vivir por nuestra cuenta,
recorriendo todo el término del pueblo.
El abuelo Remigio y el tío
Francisco decidieron cortar un olmo de los que crecían en la huerta de “Los
Terreros” y a orillas de la acequia del mismo nombre. Los olmos eran la fuente
de donde sacábamos dinero para comprar ropas en los mementos especiales.
Vivíamos de lo que cultivábamos, y conseguíamos recursos económicos con la
venta de la madera.
Hubo madres que vendían la
lana de los colchones para el traje o el vestido del hijo o de la hija que
hacían la primera comunión. Los colchones eran rellenados con “carrizas” para
dormir (hojas secas del maíz), hasta que se volvían a esquilar las ovejas que cada
uno se criaba. Nosotros echamos mano de la venta de la madera del olmo cortado.
Una vez elegido el árbol a
cortar, el más ágil, en este caso era yo, se ataba un extremo de la soga a la
cintura y descalzo trepaba por el tronco hasta una altura un poco más de la
mitad, cuanto más mejor, y ataba la cuerda al tronco y descendía valiéndose de
la soga.
A continuación y por el
lado contrario a donde queríamos que cayese el árbol para evitar destrozos en
la huerta empezábamos a cortar con el hacha. Le quitábamos fortaleza al tronco
y así cedía a nuestro deseo. Por el lado de caída cortábamos todo lo que
podíamos hasta tenerlo a nuestra merced. Entonces tirábamos de la cuerda con
fuerza hasta que caía procurando que las ramas no nos aplastaran. Ya en el
suelo lo limpiábamos de ramas que aprovechábamos para leña, y las hojas verdes
para alimento de las cabras. El carpintero comprador de la madera, en este caso
era la fábrica de maderas “Vª de A. Pellicero”, se lo cortaba a medida de su necesidad y lo trasportaba hasta la
serrería para sacar las tablas que iba
precisando.
Los sastres Tomás Benaque,
Fernando Gabarrús, Fernando Pina, y las modistas Teresa Bendicho, Elvira
Diestre, Pilar Félix, Consuelo Grao, Águeda Lecha, Josefa Lucea, Julia Martín,
Amparo Tomás, Manuela Vidal confeccionaban los trajes y vestidos, cuyos tejidos
se compraban en Ricardo Benaque, Román Escosa, que también eran sastres.
Sastres y modistas que “con
paños pobres confeccionaban trajes nobles”. Auténticos artesanos. Los meses
anteriores, y una vez elegida la tela, azul marino o gris, se nos tomaba medida
y se nos hacía volver cuando el traje estaba ya hilvanado para probarlo. Con
alfileres se pellizcaba de aquí y de allí hasta que el traje quedaba perfecto.
Se cosía y se planchaba. Personalmente puedo decir que ya nunca me hice un
traje a medida. En lo sucesivo usaría el “Prêt-á-Porter”, como es habitual en
nuestros días.
Los zapatos los adquiríamos
en: Hrnos. Bernad, José Gascón, Antonio Jabierre o en Jacinto Pueyo. Además se
aprovechaba para comprar las alpargatas para ir a la escuela en Miguel del Río.
Aunque para el verano, tío Francisco me confeccionaba las albarcas de goma de
rueda de coche, eran como las mejores sandalias para caminar por todo terreno:
río, huertas, barrancos y montes. Caminar por las aguas del río, era caminar
seguro por piedras, pinchos, deshechos, etc…
Pero a mí se me iban los
ojos detrás de las sandalias y albarcas que confeccionaban los guarnicioneros
Ignacio Félez, Antonio Pelegrín y Joaquín Villar. ¡Qué chulas eran! Pero
nuestra escasez monetaria no nos daba
para ello. Había que conformarse y lo hacíamos responsablemente.
El corte de pelo lo
hacíamos en José Andrés, Manuel Lucea, Salvador Lucea, Miguel Sancho (el
Practicante). Los amigos nos poníamos de acuerdo para coincidir en la
peluquería. En verano, el pelo al raso, para ver mejor los higos, nos decían
nuestras madres. En realidad es que tardabas más en ir al peluquero. Y de todas
las maneras el pelo crecía después más fuerte. Aunque en casa de mis abuelos
disponíamos de maquinilla de cortar el pelo. Mi madre con su trabajo nos
ahorraba el coste del peluquero. Pero para acontecimientos especiales, el
peluquero oficial era imprescindible.
Grupo de comulgantes el 6 de Mayo de 1945 de bajo poder adquisitivo. El grupo con más poder económico lo hacía el mismo día pero en la iglesia del Convento de las Monjas.
La iglesia olía a limpia y
a flores. Las luces eran encendidas todas. El órgano sonaba con fuerza y
maestría. Los chicos ocupando los primeros bancos a la izquierda y las chicas a
la derecha. A cada lado del niño se ponían el padre y la madre. En muchos casos
eran el tío o la tía, o quizás el hermano o hermana mayor, por la falta del
padre por los motivos de la guerra, o por haber fallecido por alguna otra
causa. Después pasábamos a besar la imagen del la Virgen de Arcos y salíamos en
procesión por las calles del pueblo. Familiares y amigos nos hacían regalos, y
ese día había comida especial en nuestras casas o en los
bares-cafés-restaurantes de Agustín Brinquis, Manuel Olague, José Rivas,
Mariano Sebastián, y en todo caso en la Taberna de María Val.
Si hasta entonces nuestros
juegos eran en las calles o plazas, bajo la mirada atenta de algún familiar, a
partir de entonces comenzábamos a organizarnos en pandillas. De hacer pequeños
pantanos con tierra cuando llovía en nuestra calle, pasaríamos a la conquista
del río.
Con mis primos en el río Martín: Iz. Carmen y José. Dcha.: Inmaculada y Emilio. Ctro.: Laureano.
Era curioso eso de hacer
pantanos en las calles empinadas del pueblo cuando la lluvia dejaba de caer. El
agua corría abundantemente. Y al almacenarla con una especie de barreras de
tierra, se nos rompía por un lado o por otro la tierra colocada y no dábamos
abasto a tapar las brechas que se nos hacían. Era un afán sin medida: queríamos
recoger y mantener la mayor cantidad de agua de lluvia.
Entonces había grandes
tormentas, o al menos así nos parecían. Madres y abuelas encendían las
candelas, que se portaban en el “Día de la Candelaria”, el dos de febrero, o en
la noche de la Vigilia Pascual. Y en ocasiones el río Martín se desbordaba
anegando todos los aledaños, y causando grandes trastornos. Por las aguas
torrenciales del río bajaban troncos, cañas, y animales ahogados. Era todo un
espectáculo contemplar la inmensidad del río. El olor a tierra mojada, el
brillo del sol al desaparecer los nubarrones, contemplar el arco iris, era una
sensación indescriptible. A partir de ese momento las gentes se movilizaban
para coger caracoles y guardarlos en cestos de mimbres como despensa de un
alimento goloso: “caracoles a sal-morrejo”. Claro que antes la gente se
solidarizaba y ayudaba a las familias que habían sufrido daños por la riada. O
por el agua torrencial que corría por las calles empinadas de Albalate y que
penetraba en algunas casas.
El juego del marro en la
plaza de la iglesia, el de “tres navíos hay en el mar” por la noche, el de los
pitos o canicas, y el juego de chapas, con monedas de diez céntimos de peseta y
en bronce, constituían un placer en nuestro pasatiempo.
En los meses de verano, y
después de escuchar por la radio el “Parte” (noticias), con la musiquilla de
aquel “coronel cuartel…, coronel cuartel”…, que indicaba que la hora de ir a
dormir había llegado, chicos y chicas
nos juntábamos en la plaza del Ayuntamiento, en cuyo Almudín (porches), se
encontraban los Serenos para dar comienzo a su trabajo durante toda la noche.
Puestos de pié, con sus
fusiles al hombro, y en el momento que el reloj de la torre de la iglesia
comenzaba a dar las once, el primer Sereno cantaba: “alabado sea Dios”…, “por
siempre sea alabado” le respondía el segundo. Y un tercero seguía: “las once…,
sereno…”. Nuestras madres venían a buscarnos y chicos y chicas nos despedíamos
con un “¡hasta mañana!”.
Zaragoza, 5 de Marzo de
2007.
_________
Bibliografía:
Diccionario Enciclopédico Abreviado, Tomo
IV, Espasa-Calpe, S.A. Madrid 1957.
Anuario General de España –
Bailly-Baillière-Riera. 1944. Tomo IV.
Libro de
Bautizados (rehecho después de la guerra) de la Parroquia de Ntra. Sra. de la
Asunción de Albalate del Arzobispo.
NOTA 1ª:
Publicado en Página Web: www.etnógrafo.com
de Emilio García Gómez. Etnografía de la
memoria.
NOTA 2ª:
Cuando el artículo estaba ya puesto en la Web, comprobé que la fecha de las
Comuniones no fue el domingo día 13, sino el domingo anterior día 6. Puesto que
se nos insistió muchísimo para que rezáramos por la paz en el mundo,
permítaseme conservar el comienzo del artículo tal como está. (“licencia
literaria”). Recordemos además que el final de la guerra no llegó plenamente
hasta que Japón se rindió. Estados Unidos de América arrojó la primera bomba
atómica sobre Hiroshima el 6-08-1945, y tres días más tarde, el 9-08-1945 lanzó
la segunda sobre Nagasaki.
Un artículo muy valioso
ResponderEliminarEnhorabuena a su redactor.