viernes, 5 de febrero de 2016

II.- NIÑOS DE LA GUERRA:


AÑOS 40, S. XX.

La mañana era espléndida. El sol penetraba ya por ventanas y balcones. Las golondrinas planeaban por las calles estrechas animando el día. Aquel día era un día especial. Las campanas volteaban sin cesar en la torre de la iglesia Nuestra Señora de la Asunción: “Paz… y Comunión”, “Paz… y Comunión”. Al menos así sonaban en mi cabeza de niño de ocho años, aquel Domingo día 13 de mayo de 1945. Era un domingo especial porque era el día de las Primeras Comuniones en el pueblo; y porque el miércoles anterior, día nueve, había llegado el final de la Segunda Guerra Mundial.

Efectivamente: Moscú ocupa Praga; el 3º Ejército de EEUU detiene a los mariscales Goering y Kesselring; y en Berlín, el mariscal Keitel, el almirante Friedeburg y el coronel general Strumpf, alemanes nazis, firman el acta de la rendición incondicional. Por los aliados estampan sus firmas en el documento, el mariscal Zhukov y el de aviación Tender en representación de Eisenhover; los generales Spaatz y Delatre de Tassigny presencian la ceremonia. La pesadilla había acabado.

Y aunque España no entró en la contienda internacional, el ambiente de guerra era muy vivo, porque acabábamos de salir, como quien dice, de nuestra Guerra Civil Española. Vivíamos en la escasez y en la penuria. A una guerra siguió la otra. A un sufrimiento se añadió otro.


Laureano (6-05-1945)

Yo iba a hacer la Primera Comunión y no conocía a mi padre, ni teníamos noticias de él. Desde aquel día de final de Febrero de 1938 en que mi madre, mi hermana de la mano de mi madre y yo en brazos de mi madre, pues  no había cumplido un año todavía, despedíamos a mi padre en la estación de ferrocarril de Caspe ya que se incorporaba al Frente Republicano, y porque se iba a producir la Batalla de Aragón. Nunca más volvimos a ver a mi padre, ni a saber noticias de él, al menos hasta esa fecha. Mi padre, perdida la guerra, pasó al exilio, a Francia. Los alemanes ocupan Francia, y los españoles anarquistas, comunistas, socialistas en especial, y republicanos en general, comienzan el fatídico juego del “ratón y el gato”, escondiéndose de las redadas de los alemanes. Compañeros de mi padre, de Albalate, terminarían sus días en los Campos de Concentración y de Exterminio Alemanes.

Ese día alegre y triste para nosotros, comenzaba además a abrirse la esperanza de saber noticias de mi padre.

Pilar Gómez Manero, mi madre. Foto de 1944.

Yo hacía el número 16 de 52 niños que íbamos a hacer la primera comunión. Las niñas eran otras 52. En total 104 los nacidos en el año 1.937, según el Libro de Bautizados de la Parroquia. Albalate entonces tenía 4.300 habitantes. De hecho yo era como un huérfano de padre. Pero lo que más triste era que varios de mis compañeros eran huérfanos de verdad, por haber sido fusilados sus padres en nuestra guerra. Toda la promoción de comulgantes había nacido en plena Guerra Civil Española. Éramos “niños de la guerra”. Quiero recordar algunos nombres de compañeros, ya que todos me es imposible tenerlos en mi memoria: Nicolás, “El Borrajas”, “El Bochiga”, “El Serón”, Miguel y Emilio, Enrique, “El Cocote”, Salvador, Cipriano, Gregorio, Pascual, etc…
 Hacer la Primera Comunión era como la puesta de largo del niño y de la niña.



Primera Comunión de Inmaculada y Emilio (c. 1948)

A partir de ese momento nos despegábamos de nuestras madres y comenzábamos a descubrir campos y montañas del pueblo. Comenzábamos, y sobre todo en verano, a vivir por nuestra cuenta, recorriendo todo el término del pueblo.
El abuelo Remigio y el tío Francisco decidieron cortar un olmo de los que crecían en la huerta de “Los Terreros” y a orillas de la acequia del mismo nombre. Los olmos eran la fuente de donde sacábamos dinero para comprar ropas en los mementos especiales. Vivíamos de lo que cultivábamos, y conseguíamos recursos económicos con la venta de la madera.
Hubo madres que vendían la lana de los colchones para el traje o el vestido del hijo o de la hija que hacían la primera comunión. Los colchones eran rellenados con “carrizas” para dormir (hojas secas del maíz), hasta que se volvían a esquilar las ovejas que cada uno se criaba. Nosotros echamos mano de la venta de la madera del olmo cortado.
Una vez elegido el árbol a cortar, el más ágil, en este caso era yo, se ataba un extremo de la soga a la cintura y descalzo trepaba por el tronco hasta una altura un poco más de la mitad, cuanto más mejor, y ataba la cuerda al tronco y descendía valiéndose de la soga.
A continuación y por el lado contrario a donde queríamos que cayese el árbol para evitar destrozos en la huerta empezábamos a cortar con el hacha. Le quitábamos fortaleza al tronco y así cedía a nuestro deseo. Por el lado de caída cortábamos todo lo que podíamos hasta tenerlo a nuestra merced. Entonces tirábamos de la cuerda con fuerza hasta que caía procurando que las ramas no nos aplastaran. Ya en el suelo lo limpiábamos de ramas que aprovechábamos para leña, y las hojas verdes para alimento de las cabras. El carpintero comprador de la madera, en este caso era la fábrica de maderas “Vª de A. Pellicero”, se lo cortaba a medida de  su necesidad y lo trasportaba hasta la serrería para sacar las tablas que iba  precisando.

Los sastres Tomás Benaque, Fernando Gabarrús, Fernando Pina, y las modistas Teresa Bendicho, Elvira Diestre, Pilar Félix, Consuelo Grao, Águeda Lecha, Josefa Lucea, Julia Martín, Amparo Tomás, Manuela Vidal confeccionaban los trajes y vestidos, cuyos tejidos se compraban en Ricardo Benaque, Román Escosa, que también eran sastres.
Sastres y modistas que “con paños pobres confeccionaban trajes nobles”. Auténticos artesanos. Los meses anteriores, y una vez elegida la tela, azul marino o gris, se nos tomaba medida y se nos hacía volver cuando el traje estaba ya hilvanado para probarlo. Con alfileres se pellizcaba de aquí y de allí hasta que el traje quedaba perfecto. Se cosía y se planchaba. Personalmente puedo decir que ya nunca me hice un traje a medida. En lo sucesivo usaría el “Prêt-á-Porter”, como es habitual en nuestros días.

Los zapatos los adquiríamos en: Hrnos. Bernad, José Gascón, Antonio Jabierre o en Jacinto Pueyo. Además se aprovechaba para comprar las alpargatas para ir a la escuela en Miguel del Río. Aunque para el verano, tío Francisco me confeccionaba las albarcas de goma de rueda de coche, eran como las mejores sandalias para caminar por todo terreno: río, huertas, barrancos y montes. Caminar por las aguas del río, era caminar seguro por piedras, pinchos, deshechos, etc…
Pero a mí se me iban los ojos detrás de las sandalias y albarcas que confeccionaban los guarnicioneros Ignacio Félez, Antonio Pelegrín y Joaquín Villar. ¡Qué chulas eran! Pero nuestra escasez monetaria  no nos daba para ello. Había que conformarse y lo hacíamos responsablemente.

El corte de pelo lo hacíamos en José Andrés, Manuel Lucea, Salvador Lucea, Miguel Sancho (el Practicante). Los amigos nos poníamos de acuerdo para coincidir en la peluquería. En verano, el pelo al raso, para ver mejor los higos, nos decían nuestras madres. En realidad es que tardabas más en ir al peluquero. Y de todas las maneras el pelo crecía después más fuerte. Aunque en casa de mis abuelos disponíamos de maquinilla de cortar el pelo. Mi madre con su trabajo nos ahorraba el coste del peluquero. Pero para acontecimientos especiales, el peluquero oficial era imprescindible.

Grupo de comulgantes el 6 de Mayo de 1945 de bajo poder adquisitivo. El grupo con más poder económico lo hacía el mismo día pero en la iglesia del Convento de las Monjas.

La iglesia olía a limpia y a flores. Las luces eran encendidas todas. El órgano sonaba con fuerza y maestría. Los chicos ocupando los primeros bancos a la izquierda y las chicas a la derecha. A cada lado del niño se ponían el padre y la madre. En muchos casos eran el tío o la tía, o quizás el hermano o hermana mayor, por la falta del padre por los motivos de la guerra, o por haber fallecido por alguna otra causa. Después pasábamos a besar la imagen del la Virgen de Arcos y salíamos en procesión por las calles del pueblo. Familiares y amigos nos hacían regalos, y ese día había comida especial en nuestras casas o en los bares-cafés-restaurantes de Agustín Brinquis, Manuel Olague, José Rivas, Mariano Sebastián, y en todo caso en la Taberna de María Val.

Si hasta entonces nuestros juegos eran en las calles o plazas, bajo la mirada atenta de algún familiar, a partir de entonces comenzábamos a organizarnos en pandillas. De hacer pequeños pantanos con tierra cuando llovía en nuestra calle, pasaríamos a la conquista del río. 
Con mis primos en el río Martín: Iz. Carmen y José. Dcha.: Inmaculada y Emilio. Ctro.: Laureano.

Era curioso eso de hacer pantanos en las calles empinadas del pueblo cuando la lluvia dejaba de caer. El agua corría abundantemente. Y al almacenarla con una especie de barreras de tierra, se nos rompía por un lado o por otro la tierra colocada y no dábamos abasto a tapar las brechas que se nos hacían. Era un afán sin medida: queríamos recoger y mantener la mayor cantidad de agua de lluvia.
Entonces había grandes tormentas, o al menos así nos parecían. Madres y abuelas encendían las candelas, que se portaban en el “Día de la Candelaria”, el dos de febrero, o en la noche de la Vigilia Pascual. Y en ocasiones el río Martín se desbordaba anegando todos los aledaños, y causando grandes trastornos. Por las aguas torrenciales del río bajaban troncos, cañas, y animales ahogados. Era todo un espectáculo contemplar la inmensidad del río. El olor a tierra mojada, el brillo del sol al desaparecer los nubarrones, contemplar el arco iris, era una sensación indescriptible. A partir de ese momento las gentes se movilizaban para coger caracoles y guardarlos en cestos de mimbres como despensa de un alimento goloso: “caracoles a sal-morrejo”. Claro que antes la gente se solidarizaba y ayudaba a las familias que habían sufrido daños por la riada. O por el agua torrencial que corría por las calles empinadas de Albalate y que penetraba en algunas casas.
El juego del marro en la plaza de la iglesia, el de “tres navíos hay en el mar” por la noche, el de los pitos o canicas, y el juego de chapas, con monedas de diez céntimos de peseta y en bronce, constituían un placer en nuestro pasatiempo.
En los meses de verano, y después de escuchar por la radio el “Parte” (noticias), con la musiquilla de aquel “coronel cuartel…, coronel cuartel”…, que indicaba que la hora de ir a dormir había llegado, chicos  y chicas nos juntábamos en la plaza del Ayuntamiento, en cuyo Almudín (porches), se encontraban los Serenos para dar comienzo a su trabajo durante toda la noche.
Puestos de pié, con sus fusiles al hombro, y en el momento que el reloj de la torre de la iglesia comenzaba a dar las once, el primer Sereno cantaba: “alabado sea Dios”…, “por siempre sea alabado” le respondía el segundo. Y un tercero seguía: “las once…, sereno…”. Nuestras madres venían a buscarnos y chicos y chicas nos despedíamos con un “¡hasta mañana!”.

Zaragoza, 5 de Marzo de 2007.
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Bibliografía:
Diccionario Enciclopédico Abreviado, Tomo IV, Espasa-Calpe, S.A. Madrid 1957.
Anuario General de España – Bailly-Baillière-Riera. 1944. Tomo IV.
Libro de Bautizados (rehecho después de la guerra) de la Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción de Albalate del Arzobispo.
NOTA 1ª: Publicado en Página Web: www.etnógrafo.com de Emilio García Gómez. Etnografía de la   memoria.
NOTA 2ª: Cuando el artículo estaba ya puesto en la Web, comprobé que la fecha de las Comuniones no fue el domingo día 13, sino el domingo anterior día 6. Puesto que se nos insistió muchísimo para que rezáramos por la paz en el mundo, permítaseme conservar el comienzo del artículo tal como está. (“licencia literaria”). Recordemos además que el final de la guerra no llegó plenamente hasta que Japón se rindió. Estados Unidos de América arrojó la primera bomba atómica sobre Hiroshima el 6-08-1945, y tres días más tarde, el 9-08-1945 lanzó la segunda sobre Nagasaki.

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