domingo, 14 de febrero de 2016

EL HOGAR



EL HOGAR


Cuando el tío Gregorio sacaba sus caballerías para que bebieran en el “abrevadero del puente”, si veía a mi hermana barriendo la calle le avisaba para que se retirara al portal. Es que María tenía pánico a aquellos animales “tan grandes y tan fuertes” que ocupaban toda la calle. Siempre le avisaba. También lo hacía con   los demás vecinos, “por si caso”, para evitar responsabilidades.
Y es que la salida de la cuadra la tenían justamente en el primer recodo del cantón, junto a la casa del Alejandrín. El tío Gregorio y su esposa la tía Cesárea vivían en la calle del Tremedal donde tenían la entrada principal, pero tenían otra salida, desde las cuadras, que daba al cantón. Por eso cuando tenían que abrevar los animales atajaban el camino saliendo por el cantón, de no hacerlo así debían ir hasta la Plaza de la Iglesia y desde allí bajar toda la calle de Las Losas hasta la Plazoleta del Puente.
Una yegua y un caballo, hermosos, es lo que tenía el tío Gregorio. Un día quedamos sorprendidos cuando al bajar a abrevar a los animales, les acompañaba un potrillo saltarín, juguetón y mimoso. Y aunque llevábamos tiempo viendo a la madre, la yegua, gorda, inmensa, lenta y majestuosa, no por eso dejamos de sorprendernos con la aparición de su precioso hijuelo. Nos dejaba acariciarlo, y él se dejaba acariciar. La madre miraba de reojo con cierta actitud de vigilancia y de “orgullo” tal vez.
En el Catón solamente tenían machos y mulas, además del caballo y de la yegua del tío Gregorio, el tío “Pajarero” y Pablo el “Luquillas”. Todos los demás tenían burros y burras, animales más modestos, pero igualmente necesarios.




Hijas del matrimonio Gregorio y Cesárea eran María y Manola. María casó con José y sus hijos son Pili y José Luis. Por cierto que, Pili es mi prima, por estar casada con un primo hermano mío, Manolo, hijo de tía Carmen, la menor de los abuelos Remigio y Eulalia, y hermana de mi madre, Pilar. Pero José Luis es mi sobrino por estar casado con Tere, hija de mi prima hermana, Prudencia, la cual es hija de tía Prudencia, que forma parte de los doce hijos de los abuelos. Por lo que, cosa curiosa, los nietos del tío Gregorio y tía Cesárea son entre sí, además de hermanos por sangre, tía y sobrino por parentesco político. Es un efecto de familia numerosa como la que tuvieron mis abuelos, en la que la diferencia de edad entre los hijos mayores, tío Pascual y tía Prudencia, y la del último hijo, en este caso tía Carmen, es grande. Doce hermanos suponen mucha distancia en edad entre el primero y el último.
 

Entre nosotros, los chicos, nos hacíamos la pregunta: “¿por qué las mulas no paren”?
“La fertilidad era una bendición de Dios. Partos y cosechas se celebraban siempre como un acontecimiento extraordinario, aunque no menos esperado”, nos dirá José Bada en su libro “Una cultura del agua en los Monegros”.
Y la siguiente pregunta era, si las mulas no pueden parir, ¿quienes son los padres de las mulas y de los machos?, ¿un caballo y una yegua? Entonces ¿por qué en lugar de nacer otro caballo y otra yegua, nacía un macho o una mula?

Macho (“mulus”) y mula eran hijos de caballo y de burra, o de asno (burro) y yegua, que nacían casi siempre estériles. Mulos y mulas son pues, los que nacen de burro garañón semental y de yegua. El asno o burro “garañón” era un asno grande destinado para cubrir las yeguas y las burras. El burro, también borrico, era el burro de carga. El asno (“asinus”) según dice el diccionario es solípedo, ceniciento, de orejas largas y cola con cerdas.

El periódico El País del domingo 23 de septiembre de 2007, hablando de mascotas para los niños titulaba “Platero y tú” en la que reconocía al burro como un trabajador nato. Y decía: “Los burros no son animales tontos, sino todo lo contrario: muy inteligentes, dóciles y trabajadores. Tanto es así que nuestros abuelos los eligieron como compañeros de fatigas en el campo, donde ayudaban eficazmente en el cultivo de la tierra y en las labores de transporte”. Sigue diciendo El País: “desciende del asno salvaje del norte de África, domesticado hace unos 6.000 años”. Quizás sea España uno de los pocos países donde todavía se pueden ver, aunque ya están en peligro de extinción.

Antonio Gala definió al asno como “tierno y mimoso igual que un niño, pero fuerte y seco por dentro como una piedra”.

Juan Ramón Jiménez en su obra “Platero y yo” lo describe, siendo su compañero de muchos años, como “pequeño, peludo, y suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón”.


Caballos y yeguas, machos y mulas, burros y burras, borricos o borricas, marcaban y calificaban al labrador en su poder económico. Pero el borriquillo además ponía de manifiesto la sensibilidad del dueño en su cuidado y en su reconocimiento. No en vano hoy en día se esta empleando el trato con estos animalillos, humildes, fieles, cariñosos, como una terapia especial para los discapacitados. Y en todas las Escuelas-granjas suele haber siempre un borriquillo.





La cuesta de “Las Losas”. A la izquierda comienza el Cantón Curto y tienda del Serón. La abuela Eulalia tomando el sol ante la panadería de la señora Jacinta, Manolita y Angelines cogidas de la mano, la tía Águeda con delantal blanco, y vecinos de “Las Losas”.



Llevaban muchos años viviendo en el enclave agrícola-ganadero de “Los Chaparros” a orillas del río Martín, aguas arriba de Albalate, en el tramo de “Los Estrechos”. Y aunque la zona es un lugar idílico para el que lo contempla desde fuera, vivir un día y otro día, una noche y otra noche, durante muchos años, en verano y en invierno, es algo que debe resultar muy duro. Ver siempre el mismo paisaje por muy hermoso que sea, y tener siempre los mismos interlocutores, llega a producir hastío y cansancio. El hombre, la mujer, necesitan de otros hombres y de otras mujeres para desarrollarse plenamente, integralmente.

Ello hizo que tío Ramón y tía Gregoria se plantearan un día bajar al pueblo y comenzar a vivir una nueva vida en el municipio con los demás vecinos de Albalate del Arzobispo.

“Los Pitorros”, que así se apodaba el matrimonio, tenían su casa en el Cantón Curto, en el número 6 duplicado. Un buen día nos sorprendieron a los vecinos con su presencia. Allí estaban los hijos María, Ramón, Fina, y Ángel, y creo que un hermano mayor del cual no recuerdo su nombre. Venían pertrechados con todas sus cosas cargadas en sus burros. Una vez instalados en su casa, vecinos y vecinas los visitamos dándoles nuestra bienvenida. Fue un acontecimiento, como una fiesta.

Y es que la casa, la vivienda, “no es una simple mercancía, sino también un bien que al ser hábitat se transforma en hogar, convirtiéndose en una cosa personal e íntima que pasa a formar parte de la vida social como espacio privilegiado de la vida humana”, como dijo Cortés Alcalá en 1997.

- En ese espacio establecemos nuestra vida y nuestra referencia social.
- Es ahí donde construimos nuestra identidad como seres comunitarios.
- Es el lugar de la familia que se proyecta hacia los demás.
- Es donde ejercemos desde la infancia nuestra actividad y donde comienza nuestra relación con las demás personas constituidas en Municipio.
- A partir de nuestro hogar comenzamos a descubrir el mundo de las demás personas y cosas. Las relaciones interpersonales comienzan aquí, y aprendemos a intercambiar bienes y servicios.

Es lo que nos dice el economista Salvador Busquets Vila, Director de la Fundació Arrels, dedicada a la atención de personas sin hogar en Barcelona.



En el número 9 de la calle vivían Andrés e Isabel con sus hijos Concha y Miguel. El padre además de ser albañil, cultivaba sus propias tierras completando su trabajo y sus ingresos. Concha era amiga de mi hermana. Miguel y yo éramos íntimos, inseparables. Juntos íbamos a la escuela y éramos cómplices en nuestras correrías. Nos ayudábamos en los deberes escolares, y en todo lo demás que daba de sí nuestra vida. Fuimos alumnos del mismo maestro, Ricardo Pérez, y alumnos en música del maestro Gazulla. Miguel sería uno de los albañiles que terminarían las obras, “que parecían no tener fin”,  del Seminario de Casablanca en Zaragoza. Miguel fue un buen músico, un buen albañil, y siempre ha sido una extraordinaria persona. Aunque a penas nos vemos, su amistad la conservaré mientras viva.


El Cantón Curto


El Cantón Curto desde el portal del Alejandrín. Al fondo, la cuesta de “Las losas”. A la izquierda, casa de “Los Pitorros”.

“Casa Alejandrín”, el número ocho angular del Cantón, desde el cual se podía controlar a todos los que subían y bajaban por la cuesta de Las Losas. El patio era amplio y más iluminado por el sol. Era el patio de nuestros ensayos en el juego del teatro.
Alejandrín y Tomasa tenían tres hijos: Rosa, Palmira, y Alejandrín el más joven; siempre le llamábamos el “Jadín”.
Cuantas veces nos juntábamos en su amplio patio para nuestras reuniones y para programar nuestras actividades. Por ejemplo ante acontecimientos especiales improvisábamos una especie de teatro vivo donde cada uno representaba al personaje que más le gustaba. Sin nosotros saberlo, estábamos haciendo lo que se ha venido en llamar el teatro-terapia, una especie de psicoterapia de grupo. Canciones, chistes, cuenta cuentos, y cuando nos cansábamos cada uno se ponía a leer sus tebeos, que eran intercambiados unos con otros.
Cuando trajeron al pueblo la imagen de Fátima, en el patio confeccionábamos flores y guirnaldas para adornar nuestra calle. En los veranos nuestras madres nos fabricaban helado; helado artesanal en rústicas heladeras con una manivela para dar vueltas constantemente hasta que el material a congelar llegaba a su punto. En una especie de vasija de madera, pequeña cuba como las del vino, pero abierta en un extremo, se ponía el hielo que comprábamos en la fábrica de hielo “La Polar”, y en el centro de la vasija, se colocaba  el recipiente con leche y demás ingredientes según el sabor del helado que queríamos tomar. Era una máquina que nos recordaba el molinillo de moler el café, pero grande. Era una fiesta en la que participaba mucha gente. Las madres se turnaban para dar vueltas, mediante la manivela, al depósito del helado. Costaba un buen rato pero merecía la pena la espera. Aquellos helados nos sabían “a gloria”.

Zaragoza, Enero de 2008.


BIBLIOGRAFIA:

DICCIONARIO ECICLOPÉDICO ABREVIADO, Tomo V, Espasa-Calpe, S.A. Madrid. 1957.

NUESTROS VECINOS DE LA CALLE. El rostro de una problemática social. Salvador Busquets Vila. Edita CRISTIANISME I JUSTICIA. Cuaderno Nº  150. Noviembre 2007.

PERIÓDICO EL PAÍS, Domingo, 23 de septiembre de 2007.

No hay comentarios:

Publicar un comentario