LAS TRES NIÑAS.
La palabra cantón según el
diccionario de la Lengua Española y de la Lengua Latina, además de significar
una división administrativa del territorio como ocurre en Suiza, tiene otros significados.
Efectivamente en Suiza hay
25 Cantones entre los cuales están los de Basilea, Berna, Friburgo, Ginebra,
Lucerna y Zurích. Son Cantones de vida autónoma federados en República. Cada
Cantón posee su Parlamento y su Consejo Ejecutivo. La capitalidad del país
reside en la ciudad de Berna. Estos Cantones son algo parecidos a nuestras
Autonomías, como Aragón, Cataluña, Navarra, La Rioja, Valencia, etc.
Nuestro Cantón significando
esquina o ángulo de un edificio nos recordaría las esquinas formadas en las
casas de Serón, de Águeda, de Alejandrín y de Paco el “Sabio”. Porque el Cantón
Curto comienza en las esquinas, a ambos lados de la calle, que dan a la Cuesta
de Las Losas, continúa con el ángulo recto que se forma en la casa del
Alejandrín (Nº 8) y con el otro ángulo formado en el Nº 19, casa de Paco el
“Sabio”.
Tomando el significado de
cantón como calleja que corta, según el diccionario, une al mismo tiempo dos
calles importantes, la Cuesta de Las Losas con la Calle del Tremedal, antiguo
Barrio “Firminus”. En el pasado la primera calle, o de Las Losas, comenzaría en
el Portal del Pozadero, a orillas del Río Martín; y la segunda, el Tremedal o
Barrio Fermino, nos llevaría a la salida del pueblo por el Portal de Santo
Domingo. Aunque para esta unión de ambas calles tuvieran que hacer un pasadizo
o túnel bajo la casa que da al Tremedal, Posiblemente obligados sus dueños por
“los curtos” que exigían su derecho de pedanía.
La palabra Curto vendría
del latín “Curtus” (y en griego, “kurtós), que nos indicaría que era un lugar
encorvado, cortado, mutilado, pequeño, imperfecto, circunciso. (“Curti Judaei”
como diría Horacio, y en este caso haría referencia a “judíos circuncisos”).
Por otra parte tanto Cicerón como Suetonio darían a la palabra “curtus” el
significado de incompleto, “mutilus”, “fractus”, “laceratus”, “diminutus”,
“exiguus”, “parvus”, “imperfectus”.
Si tomamos la palabra del
verbo latino “curto, curtas, curtáre”, nos llevaría a la idea de “reducir,
aminorar, cortar, acortar, disminuir, abreviar”. Horacio escribía: “Curtàre rem
alicujus”, es decir, cortar, cercenar, amenguar los bienes de alguno”. Alguien
cortó la calle en su final, y posteriormente fue obligado a reabrirla con el
túnel bajo la casa, que todavía existe en la actualidad. El cantón era corto por
su pequeña longitud, y corto porque fue cortado.
La palabra “curtius”
empleada por Tito Libio haría referencia, por ejemplo, a Marco Curtio, un
caballero romano; y así Quinto Curtio Rufo era un historiador de los hechos
realizados por Alejandro Magno.
Por todo lo cual podemos
hacer referencia de nuestro Cantón Curto a un lugar físico geométrico. También
a un lugar defectuoso por haber sido cerrado, al final de la calle, y obligado
a abrir mediante el túnel bajo la casa que da a la calle del Tremedal, por donde
a penas si caben dos personas a la vez, y que en los días de gran tormenta se
convierte en un riachuelo.
Sería pues el Cantón
Cortado, el Cantón con un ángulo en mitad de su recorrido, y en su final con el
túnel se formaría otro ángulo, en total, dos ángulos rectos. La callejuela
tiene por tanto la forma de dos ángulos rectos, de derecha a izquierda y de
izquierda a derecha. Tiene la forma parecida a una “Z” invertida.
El túnel
del Cantón Curto desde El Tremedal
Aunque también podría ser
el Cantón del Contrahecho, del Jorobado, del Discapacitado. Es decir el cantón
de alguien a quien se le llama el “Curto” (Curro, Nanete…) O del Cantón del
“Dóminus Curtius”, del Señor Curcio. Y si rizamos un poco el rizo, valga la
redundancia, podría ser el Cantón del Judío Circunciso. Pero creemos que el
sentido físico es el más apropiado, sin descartar ninguna otra posibilidad.
El sacerdote e historiador
de Albalate, Bardavíu Ponz, en la página 66 de su historia nos describe cómo
estaba constituida la Villa de Albalate,
haciendo referencia al Cantón Curto. Lo que ya mencionamos en el primer
relato de esta serie “Los vecinos de mi calle”. La Historia de Bardaviu fue
publicada en el año 1.914.
El profesor Pina Piquer en
la página 71 de su Historia de Albalate (año 2.001) dice:
“El trazado urbano en plena
dominación musulmana se diseñaría en torno a la alcazaba (recinto fortificado
en el cerro del castillo) y la Mezquita Mayor, que se situaría en el lugar que
ocupa la iglesia actual”.
Y continúa: “Las calles eran
estrechas y sinuosas, de trazado arbóreo y con abundancia de adarves, calles
interiores de las manzanas, más o menos los actuales cantones”. “Los adarves –
cantones – llegaron a convertirse en auténticos espacios privados que llegaban
incluso a cerrarse para impedir el paso a otras personas”.
“No se concebía la idea de
un interés público y cada vecino buscaba satisfacer sus propios intereses hasta
donde le era posible, o sea, hasta que chocaba con los intereses de otro
vecino”.
Manola y Pablo con sus hijas Angelines, María Eugenia y Manolica.
Manolita,
Angelines y María Eugenia.
Cuando a final de curso, en
1953, llegué a mi calle para unas vacaciones que el Seminario de Alcorisa nos
permitía, un nueva vecina había nacido en el Cantón Curto de Albalate del
Arzobispo. Era una niña llamada Manolita, hija de Pablo, el “Luquillas”,
sobrino de la señora Asunción que vivía en el número siete, y de su joven
esposa Manola.
Era una niña muy bonita,
morena, y de ojos vivos. Cuando su madre tenía que ir al lavadero, a comprar, o
a por agua a la fuente, la dejaba muchas veces a mi cuidado. Cosa que a mí me
encantaba ya que llegaría a ser como una pequeña hermanita. A medida que iba
creciendo le enseñaba palabras nuevas, a construir frases y a observar los
pájaros y las cosas que nos rodeaban. Ella se fijaba muy atentamente y aprendía
todo lo que se le enseñaba.
Le contaba cuentos e
historietas, y ella me lo agradecía con su atención y con su cariño.
Jugábamos a aquel juego del
“Yo veo, veo… ¿Qué ves?, Una cosita que
empieza con la letra…, y termina con la letra”… Era pronta en atrapar la
realidad que comenzaba con esa letra, y que al principio le daba una sílaba
para hacerlo un poco más fácil.
Al año siguiente, hubo otro
nacimiento. Manolita se vio acompañada por una hermana llamada Angelines. Mi
experiencia de guardar niños iba en aumento. María Ángeles era, creo recordar,
un poco rubia, de ojos grandes que cuando te miraban parecía que veía más allá
de lo que tenía delante. Y más tarde nacería otra nueva niña, María Eugenia.
Eran las tres niñas de Pablo y de Manola, que vivían pared con pared con
nuestra casa. Ellos en el número 7, y nosotros en el número 5.
A partir del verano 1954,
comencé a viajar a Francia, hasta Burdeos, donde conocí a mi padre, exiliado
por causa de la Guerra Civil. La última vez que vi a mi padre, fue en aquel
febrero de 1938, en la Estación de Ferrocarril de Caspe cuando se incorporaba
al Frente Republicano ante la inminente Batalla de Aragón que tendría lugar
días mas tarde. Yo tenía entonces once meses. Por tanto en el verano de 1954,
había cumplido 17 años.
Mis viajes a Francia en los
veranos hicieron que fuera perdiendo contacto poco a poco con aquellas tres
preciosas niñas nacidas en el seno de una familia de los vecinos de mi calle.
Naturalmente hubo más nacimientos entre los vecinos, pero estos eran tan
próximos, que es imposible olvidar.
Pablo era un labrador que
se dedicaba a sus tierras intensamente, ayudado por su dos grandes machos a
quienes manejaba con destreza, y que cuando los preparaba en la calle para ir
al campo, les tranquilizaba con pequeños silbidos, y con aquel “toma, ven”, que
repetía sin cesar. Eran los animales tan grandes y tan fuertes, -eso me
parecían entonces-, que la calle quedaba taponada prácticamente por ellos. No
paraban de moverse y de patear el suelo mientras su dueño los ataviaba para las
faenas a realizar en ese día. El sonido de las patadas, los silbidos de Pablo y
su “toma ven” chaparro, bayo, habitual y monótono, llenaban de un cierto
alboroto el cantón. Eso nos ponía en guardia a los chicos teniendo que extremar
nuestra precaución hasta que desaparecían de la calle camino de la Plazoleta
del Puente, a la salida del pueblo.
Los animales, descansados,
comidos, abrevados y cepillados con un gran y fuerte cepillo, eran peinados, y
relajados para comenzar la nueva faena del día.
Se les trataba como si
fueran de la familia.
Eran de la familia.
No en vano cuando moría
alguno era una desgracia sobrevenida a la familia. Cada uno tenía su nombre:
“tordillo”, “lucero”, etc… A cada uno se le valoraba en sí mismo, y se le pedía
que cada cual hiciera su cometido a la hora de labrar la tierra, trillar la
parva de trigo, o tirar del carro en el lugar más adecuado. Colocados cada uno
en su puesto más apropiado, el rendimiento que se tenía de ellos era óptimo.
Cada labrador tenía su
propia estrategia para con sus animales. Se les colocaba en las varas del
carro, en los tirantes; por fuera en la trilla o por dentro; siempre teniendo
en cuenta sus características individuales.
Un buen par de caballos,
yeguas, machos, mulas, burros o burras, según la capacidad del labrador, eran
el orgullo de su dueño.
Tener unos animales u otros
era índice de su estado económico y de la extensión de sus tierras a cultivar.
Cada uno tenía los animales
según sus posibilidades y según sus necesidades concretas.
Las caballerías venían a
calificar a sus dueños, a dar prestigio a toda la familia.
Un par de machos eran la
mejor dote que el hombre podía aportar a su matrimonio. La mujer aportaba
principalmente todo lo concerniente a la casa.
Ella era dueña de la casa.
Él, dueño de los campos.
Como dice José Bada “la
tierra es la sustancia, lo que está debajo de todo: lo que sostiene la casa,
cría las plantas y mantiene a los animales. Todo viene de la tierra y va a
parar a la tierra, los hombres también.
Somos polvo, esa es la
sustancia de la que hemos sido hechos.
La tierra es siempre para
los hombres del campo “su tierra”.
Había veces que un olor
fuerte, intenso, desagradable, te despertaba y te hacía saltar de la cama. Se
trataba de la saca del fiemo o estiércol.
Unas caballerías bien
alimentadas producían gran cantidad de estiércol, que a su vez constituía el
mejor abono para los campos.
Las cuadras había que
limpiarlas de vez en cuando por higiene, por bienestar de los animales y de las
personas ya que todos vivíamos bajo el mismo techo.
De madrugada, Pablo,
plantaba los machos uno tras otro en medio del Cantón, ataviados con el
esportón o serón para trasportar el fiemo.
La operación duraba un buen
rato pues desde la cuadra hasta la calle se sacaba con espuertas, - unas
canastas de mimbre semiplanas -, de una en una, hasta que los serones quedaban
llenos del mencionado elemento.
Se cubrían con un terniz o
lona y se llevaba hasta el campo donde se depositaba en montones.
Posteriormente serían distribuidos por toda la superficie a cultivar.
Todos los vecinos con
caballerías hacían lo mismo.
Operación que coincidía
normalmente con el final del invierno.
No sé si se ponían de
acuerdo pero durante unos quince días todas las cuadras eran limpiadas.
Creo recordar que se hacía
en cuarto menguante lunar, “para que no se hicieran pulgas”.
Quince días de intenso olor
al que nos habíamos acostumbrado, pues ello suponía posteriormente una buena
cosecha de frutos de la tierra, además de una mayor higiene en las casas.
“La
Predicadera” en el Barranco de “Los Tollos”.
“Tierras a cultivar”.
Al final del verano, o
principios del otoño, otro intenso olor se desplegaba por toda la calle. Se
trataba de la vendimia y con el consiguiente almacenamiento de uva en las
bodegas de las casas para elaborar el propio mosto pisando las uvas en el
“trul” (trujal) y prensándolas a continuación.
Amigos y vecinos ayudaban a
prensar la uva. Era una fiesta para todos. Se abastecía la familia de un buen
vino, y a los chicos se nos hacía
“mostillo” para nuestras meriendas.
En una calle tan estrecha,
como nuestro cantón, los olores eran los que frecuentemente se hacían los amos
del ambiente. Así podemos recordar el aroma del aceite recién extraído de las
olivas, el olor del mondongo cuando se hacía la matacía del cerdo, la fritada
para las cenas en verano, el asado de pimientos en el rescoldo del fogón, el
ternasco asado al sarmiento, el pan recién cocido, las manzanas, membrillos y
frutos secados en cañizos al sol en los solanares, la confección de conservas
(confituras, adobos, etc…), la col de grumo, la de piña, cebollas, ajos…. Todo
un mundo de sensaciones inolvidables. Mundo que “la cultura de los sentidos”
árabe vino a enriquecer a la ya existente de los romanos y de los íberos. Todo
formaba parte de nuestra idiosincrasia, es decir de nuestros rasgos,
temperamento, carácter, etc…que conformaban, y siguen conformando, nuestros
distintivos como individuos y como colectividad.
Zaragoza, otoño de 2007.
BIBLIOGRAFÍA:
DICCIONARIO
DE LA LENGUA ESPAÑOLA, de la RAE. Madrid
1.992. 21ª Edición.
NUEVO
DICCIONARIO LATINO-ESPAÑOL ETIMOLÓGICO, de D. Raimundo De Miguel. 20ª Edición.
Madrid, 1.931. Editores: Sáenz de Jubera, Hermanos.
HISTORIA
DE LA ANTIQUISIMA VILLA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, del Doctor D. Vicente
Bardavíu Ponz. Tip. de P. Carra. Plaza del Pilar (Pasaje). Zaragoza. Año 1914.
DE
ILUSIONES Y TRAGEDIAS. HISTORIA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, de José Manuel Pina
Piquer. Edita Ayuntamiento de Albalate del Arzobispo. Año 2.001.
MEMORIA DE
LOS HOMBRES-LIBRO. Guía de la Cultura Popular del Río Martín, de Luis Miguel
Bajén García y Fernando Gabarrús Alquézar. Biella Nuei Sociedad Cooperativa.
2002.
UNA
CULTURA DEL AGUA EN LOS MONEGROS”, de José Bada.. Egido Editorial, S. L..
Zaragoza 1.999.
FOTOS:
Y Angelines se casó con Ángel. Tuvieron un hijo y una hija. Y llegaron los nietos.
Albalate del Arzobispo visión de 180º desde casa de Ángela y Ángel. (4-5-22).
En el año 2.020 una borrasca, "Dana", destruyo el Cantón Curto quedando unido al Barrio Bajo, y formando entre los dos barrios una gran explanada. A la derecha quedaron los números pares del Cantón y a la izquierda los impares de Barrio Bajo. Entre uno y otro, la explanada
según se ve en las fotos que Angelines proporcionó el 8 de septiembre de 2023.
Plano de Albalate del Arzobispo
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