EL CRISTO DE LA BUENA MUERTE.
Estaba obsesionada con su
vida y con su muerte. Con su vida porque todo giraba al rededor de sí misma.
Era una auténtica egocéntrica. Ensimismada y pendiente únicamente de ella. Y no
es que fuera mala, no. “Es que era así”.
La hermana del abuelo
Remigio vivía en el número seis del Cantón Curto. Se llamaba Manuela Gómez
Budé. Era la tía “Paloma”. Por lo tanto era nuestra tía-abuela.
Vivía sola porque era viuda
del señor Roldón. Tenía dos hijos llamados Ángel y María.
De Ángel desciende
Francisco, y los hijos de éste son Paco, Maribel, Pili e Ismael. Marta es la
última de la cadena, hija de Paco.
María tuvo a Miguel y a
Carmen. Desconozco los siguientes descendientes.
Pero Remigio y Manuela
tenían además un hermano, Jacobo Gómez Budé, cuyos hijos son Dolores y Rosa.
Los padres de los tres
hermanos fueron Florencio Gómez y Mª Joaquina Budé(d) Gascón, nacida en Josa
(Teruel) en el año 1.831, cuya genealogía estudiada se extiende al año 1.753
con José Joaquín Bude(d) Andreu, también nacido en Josa.
Los padres de José Joaquín
fueron Lázaro Bude(d) y Bárbara Andreu. (*)
Cuando venía a casa durante
aquellas largas noches de invierno, el mejor rincón al lado de fogón era para
ella.
El abuelo y ella no se
parecían absolutamente nada. Altruista el uno, y auto-contemplativa la otra.
El abuelo sentía un cierto
“rechazo” del modo de ser de ella. Pero eso sí, era su hermana, la respetaba y
estaba pendiente de ella.
Mi hermana y yo seguíamos
el ejemplo de nuestros mayores, por lo que la tía Paloma era…, la tía Paloma.
Punto.
El Cristo
Crucificado de la iglesia del Santo Sepulcro del Calvario
Estaba obsesionada con su
muerte pidiendo que fuera breve y sin sufrimiento. Tal era su obsesión que
pretendió encargarse su propio ataúd y guardarlo bajo su cama. Los abuelos y mi
madre le decían que no lo hiciera. Pero ella estaba determinada a ello. Fue
entonces cuando mi hermana María saltó con gran enfado y le dijo: “si en su
casa hay un ataúd, yo no pasaré a limpiar la casa”. La cuestión quedó zanjada.
No se habló más del tema.
La tía Manuela confiaba
plenamente en “su Cristo de la buena muerte”. Ella aportó una importante
cantidad de dinero a la hora de comprar la imagen del Cristo Crucificado que
preside la iglesia del Santo Sepulcro en el Calvario.
Tanto mi abuela como mi
madre nos mandaban a mi hermana y a mí todas las mañanas para ver si la tía se
había levantado. Entonces nosotros no comprendíamos bien por qué ese interés
por saber si ya se había levantado tía Manuela. Y es que estaban pendientes de
ella, porque con la avanzada edad y durante la noche “podía ocurrir cualquier
cosa”.
Pero lo cierto es que todos
los vecinos de mi calle hacían lo mismo con los ancianos que vivían solos. En
el número siete vivía entonces también sola la señora Asunción, la “Luquillas”.
Una anciana sensible, callada y discreta. La queríamos y nos quería. Al
principio vivía sola en una casa demasiado grande. Más tarde vendrían a vivir a
la misma casa, y después de hacer los arreglos pertinentes, una pareja de
recién casados, Pablo y Manola, sus sobrinos. Y en el número quince, en la
“casa de las escalericas”, porque la puerta de entrada estaba elevada sobre la
calle, vivía otra señora viuda y anciana que no recuerdo su nombre.
“Ancianas y viudas vivían
solas, pero no estaban solas”. Todos los vecinos estaban pendientes de ellas.
Nadie se hubiera perdonado a sí mismo, haber pasado algún tiempo sin enterarse
de que lo peor les había ocurrido durante la noche. Además el intercambio de
productos alimenticios de la propia cosecha circulaba entre los vecinos con
cierta frecuencia. “La gente pobre y sencilla comparte gustosamente lo que
tiene”.
Por eso en los largos
anocheceres de invierno, tía Manuela y tía Asunción, pasaban a casa para
calentarse en el mismo fuego, y contar innumerables historias, leyendas,
noticias y chascarrillos. Uno se encargaba de atizar y de alimentar el fuego;
otros rallaban el panizo, y cuyos zuros, iban directamente al fuego. El que
tenía algo que decir lo contaba, y los demás escuchaban con atención.
Como dice José Bada: “En
invierno es normal ir de cocina en cocina y en verano de patio en patio, pero
el lugar de encuentro de toda la parentela sigue siendo la casa de los
“abuelos”. Porque, “sin ser pariente se puede vivir como si lo fueras: los
amigos de casa de toda la vida son “como parientes”, y al contrario se puede
ser pariente y comportarse como un extraño”. “Se comparte un nombre, unos
recuerdos, un espacio, unos intereses, unas amistades de la casa, el uso de
ciertas cosas, unos acontecimientos fastos o nefastos, etc., etc….”. (1)
Nª. Sª. de
Arcos. Portal de la muralla medieval, fotografiado en 1.919 (Archivo Mas.
Instituto Ametller).
Además existían costumbres
que ayudaban a convivir a las gentes. Me refiero a las “capillas de santos en
algunas calles” y a la celebración comunitaria de sus fiestas. Por ejemplo
existían la capilla de la Virgen de Arcos, la del Tremedal, del Rosario, del
Carmen, de San Ramón, San Bartolomé, S. Roque, Sto. Domingo, y no recuerdo si
alguna más.
Así lo describe Bada: “Las
hornacinas fijas en las calles y las capilletas portátiles que se llevan de
casa en casa”. La Sagrada Familia, la Virgen del Carmen, San Antonio de Padua,
la Milagrosa. “Aquellas agrupan las “casas” de las calles. Estas agrupan las
“almas”, o amas de casa que voluntariamente se unen. Se agrupan de 30 en 30,
para que una vez al mes visite las casas. Si hay más voluntarios se compra otra
capilleta y se constituye otro grupo nuevo”. Así era en Candasnos según cuenta
Bada, (1) y así era en Albalate del Arzobispo. Y es de suponer que en todos los
pueblos había algo similar.
Luis Miguel Bajén García y
Fernando Gabarrús Alquézar describen muy bien en resumen lo que eran “las
trasnochadas” en su “Memoria de los Hombres-Libro”. (2) “Al comienzo del
invierno las faenas del campo disminuían, -con la excepción de la campaña de la
oliva-, por lo que los trabajos se hacían en torno a la casa. Se hilaba y se
tejía. Se repasaban las ropas. Se hacía la matacía del cerdo. El centro de la
casa era el hogar, donde las gentes se sentaban en los bancos, uno a cada lado
del fuego. Era el lugar de las tertulias, del traspaso de informaciones, y de
trasmitir enseñanzas seculares en forma de refranes o dichos populares: “más
vale un toma que dos te daré”; “más vale pájaro en mano que ciento volando”; “a
quien madruga Dios le ayuda”; “no quieras para el otro lo que no desees para
ti”; etc., etc… El Refranero Español es muy rico y variado. Hay reflexiones para
todo. Lo mismo ocurre con las Jotas Aragonesas en las que se tratan multitud de
temas que se dan en la vida. Es la Filosofía del Pueblo puesta en dosis bien
digeribles.
Entre las faenas del
invierno, Bajén y Gabarrús enumeran las siguientes: (2)
Trasiego del vino en la
bodega. Mantenimiento del ganado. Recolección de verduras: berzas, acelgas,
coliflores, calabaza redonda cuya carne es roja como la zanahoria. Plantar
árboles frutales y coger las olivas. Podar las viñas y frutales. Cortar leña,
caña y mimbre. Y sobre todo se preparan los campos y los huertos esterronando y
femando para la próxima cosecha.
La abuela Eulalia. La
gran-madre como se denomina en francés y en inglés. Una madre de doce hijos,
treinta y dos nietos, y más de cuarenta biznietos. Descendencia que se ha ido
desplegando por Valencia, Cataluña y Aragón principalmente. Siglo y medio de
vida generada por aquella diminuta, pero gran mujer. Agricultores, Albañiles,
Empleado de Banca, Electricista, Trabajadores en Industrias, Maestros de Escuela,
Doctor en Filología Moderna y Profesor Titular en la Universidad, Farmacéutico,
Médico, Torero. Abogado, Ingenieros Técnicos, Sacerdote-Educador, Ingeniero de
Caminos y Licenciados. Además de Amas de Casa generadoras de vida, educadoras
fundamentales, sacando a los hijos adelante con maestría.
Esta mujer, Eulalia, que
vivió desde el 10 de Diciembre de 1.869 hasta el 20 de Marzo de 1.963, y cuyos
padres se llamaban Evaristo Manero Félix y Eugenia Trullén Buchea, tenía un
hermano llamado Alejandro, y éste dos hijos: Tomás y Melchor. Su hermana se
llamaba Manuela (la tía “Moncha” por lo pequeña que era), y cuyos hijos eran:
María, Soledad, Joaquina, Manolo e Isabel. Fue la esposa del abuelo Remigio, y
vivieron durante muchos años en el Cantón Curto.
Todas las semanas se leía
de arriba a bajo la Hoja Parroquial, único “periódico” al alcance de todos.
Tenía por costumbre poner una canasta de mimbre con verduras y frutas en la
puerta de casa para vender a los vecinos. Era la venta directa del productor al
consumidor. El Ayuntamiento hacía la vista gorda porque no suponía competencia
con los comercios. Otras abuelas hacían lo mismo, aunque no muchas. Suponía
unas perrillas para sus caprichos que normalmente eran los nuestros.
Comprábamos material escolar, cuentos, tebeos, hilos de colores para hacer
ganchillo, bordar en el bastidor y hacer puntilla en el encaje de bolillos,
cosa que hacía mi hermana María, e íbamos algún domingo al Cine Dorado de
Albalate del Arzobispo.
Eulalia
Manero Trullén (1.869-1.963).
La abuela tenía la
costumbre por las tardes y especialmente en días de fiesta sentarse delante del
escaparate de la panadería de la señora Jacinta en la Cuesta de Las Losas. Un
24 de Septiembre se escapó un toro del recorrido del encierro que se estaba desarrollando,
cruzó la plaza de la Iglesia, bajó por Las Losas, pasó delante de ella sin
darse cuenta el uno de la otra, llevado por su olfato en busca de la humedad
que subía del río, y perderse por los campos cercanos.
El Señor Serafín, Guardia
1º de la Benemérita de un tiro certero acabó con el toro en la carretera cerca
ya del Cementerio.
Tía Asunción, tía Manuela y
tía Eulalia eran ancianas, vecinas y amigas inseparables.
Asunción murió
silenciosamente, sigilosamente, como quien no quiere molestar, se fue como un
pajarillo, y murió en la paz de Dios.
Eulalia murió rodeada de
los suyos, querida y admirada por todos en el inicio de la primavera de 1.963.
Manuela cayó en una fuerte
demencia senil; su hija María se la llevó a El Burgo de Ebro, donde vivía, y
allí murió, quizás en un profundo sueño de la infancia, sin percatarse de su
estado y posiblemente sin darse cuenta de que se moría. ¿Será ello una forma de
“buena muerte”?
En todo caso la inmensa
mayoría piensa que morir dignamente es morir en su sano juicio.
Zaragoza, Septiembre de
2.007.
BIBLIOGRAFÍA:
“UNA
CULTURA DEL AGUA EN LOS MONEGROS”, de José Bada.. Egido Editorial, S. L..
Zaragoza 1.999.
“MEMORIA
DE LOS HOMBRES-LIBRO”. Guía de la Cultura Popular del Río Martín, de Luis
Miguel Bajén García y Fernando Gabarrús Alquézar. Biella Nuei Sociedad
Cooperativa, 2002
(*) Datos
aportados por JORDI XAVIER ROMERO ÁLVAREZ, catalán y descendiente de Josa,
donde posee su segunda vivienda. Su libro se titula “JOSA, SU TIERRA, SU
GENTE”.
Pilar, mi
madre, y mi hermana María (Foto de 1.940).
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