LA ZARZAMORA.
Hay un día en la
primavera en el que el sol penetra a lo largo del primer tramo del Cantón Curto
de Albalate del Arzobispo, dejando un reguero de luz en la calle, uniendo la
cuesta de Las Losas con el vértice del
ángulo que se forma en la casa número 10, la casa del Alejandrín.
Desde los tejados los
gorriones se lanzan en picado a recoger migajas de pan, granos de cereales y
resquicios comestibles desperdigados por la calle.
Por su parte, las activas
golondrinas hacen sus idas y venidas construyendo sus nidos bajo los aleros de
los tejados en el vértice exacto del ángulo formado entre la pared y el tejado.
Nidos hechos de barro con una gran consistencia, precisión y simetría de
unos con otros. Una vez que el barro se ha secado, nos recuerdan los avisperos
que en los lugares mas insospechados construyen las avispas para su desarrollo.
Avisperos pequeños, nidos de golondrina más grandes. Las golondrinas dejan una
puerta-ventana por donde penetran los padres, incuban los huevos, y
posteriormente crían sus polluelos. Por esa “puerta-ventana-mirador” de sus
nidos, los golondrinos se turnan para recibir el alimento de sus padres, que
casi sin apoyarse, trasmiten de pico a pico a sus hijos. A lo largo de unos
días se verán los pajarillos asomarse desde el nido esperando el alimento.
Contemplar esas escenas
dejaba en nosotros una sensación de paz indescriptible.
Y en ese escenario bucólico
de la primavera pueblerina, los de la casa nº 5, ese día al que nos estamos
refiriendo, están ya todos levantados. El desayuno ha sido un tazón de leche de
cabra con remojones. María, mi hermana, se dispone a “recoger” la casa,
haciendo las camas y limpiando las habitaciones. Es entonces cuando con toda la
energía adquirida con el descanso de la noche, comienza a cantar con su “buen
tiple” de cantora del Coro Parroquial aquello de:
¿Qué tiene la Zarzamora
que a todas horas
llora que llora por los rincones,
ella que siempre reía
y presumía de que partía los corazones?...
Cuando en algún momento
guarda silencio, su vecina y amiga Ascensión, -la morena, inteligente, delgada
y ágil Ascensión- desde la casa de enfrente comienza su turno en singular
competición de cantos populares:
María de la O, que desgraciadita
gitana tu eres teniéndolo todo.
Te quieres reír y hasta los ojitos
los tienes morados de tanto sufrir…
Y sin dejar margen para el
silencio, Pilarín, la más joven, guapa y morena “a lo Julio Romero de Torres”,
pintor de “la mujer morena”, continúa:
Madrugaba el Conde Olinos mañanita de San Juan
a dar agua a su caballo, a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe, canta un hermoso cantar,
las aves que iban volando, se paraban a escuchar…
“La mujer
morena” de Julio Romero de Torres.
Samaritana.
1.920.
Mientras, Paquita desde su
gran balcón angular y panorámico, desde donde se ve simultáneamente la
Cuesta de Las Losas con la torre de la iglesia al fondo y el primer tramo del
Cantón, escucha en silencio y sonríe sin cesar.
El cantón hacía de perfecta
caja de resonancia, que como altavoz natural, llenaba de voces femeninas las
mañanas primaverales. Los cánticos y el piar de los pájaros se mezclaban cual
alegre sinfonía.
En la casa de mis abuelos
Remigio y Eulalia vivía con ellos el tío Francisco, soltero que fue durante
toda su vida. A ellos nos agregamos mi hermana y yo de la mano de nuestra
madre, Pilar, que había quedado “sola” por el exilio en Burdeos de mi padre a
raíz de la Guerra Civil Española.
La casa tenía una puerta de
madera, cuya llave si se llevaba en el bolsillo se dejaba sentir por su tamaño
y por su peso. Por lo que se dejaba disimulada y colgada en un clavo detrás de
la puerta metiendo la mano por la gatera. Casi todas las casas tenían gatera.
Un agujero redondo en el lado del eje de la puerta por donde se metían y salían
los gatos a su antojo y según sus necesidades. Los gatos eran los guardianes
defensores frente a los ratones que solían haber por cuadras y bodegas. Al
fondo del patio estaba la cuadra, donde se guardaban las caballerías. Porque
eso sí, las caballerías eran como parte de la familia. Las cuadras tenían la
pajera donde se almacenaba la paja y la cebada para alimento de los animales.
Todas las noches antes de acostarse, tío Francisco les echaba de comer para que
repusieran fuerzas y estuvieran tranquilos. En los días de descanso había que
sacar las caballerías a abrevar al lugar más cercano y dispuesto para ello por
los vecinos del pueblo.
¿Antiguo
Portal de San Antonio? (Foto de principio del S. XX).
Los abrevaderos se encontraban
en las principales puertas o entradas al pueblo. El profesor José Manuel Pina
Piquer en su Historia de Albalate enumera durante la época medieval (Pág. 91)
el Portal de Santo Domingo, el Portal del Pozadero, el Portal de San Antonio, y
el Portal de Santa Bárbara. Estaban orientados más o menos hacia el sur, hacia
el este, hacia el norte y hacia el oeste, respectivamente.
Bajo el patio estaba la
bodega donde se producía el vino, y se guardaba almacenado al igual que el
aceite, el agua y las conservas. En el centro de la bodega se encontraba el
trujal. Un pequeño depósito donde confluía el líquido pastoso (el mosto o zumo)
que salía de la uva al ser pisada por nosotros. El mosto se dejaba fermentar
durante un tiempo y de él salía el vino. Clarete, si el mosto fermentaba sin el
garafuyo (el grano de la uva) y la garraspa (la piel). Y vino tinto, si se la
fermentación se hacía con el garafuyo y la garraspa. El trujal quedaba tapado
con una plancha metálica el resto del año.
Amigos y vecinos se invitaban
mutuamente a participar en tales menesteres y a la fiesta que posteriormente se
hacía para celebrar la cosecha de la uva. Los vasos típicos para degustar el
vino eran, al menos en casa de mis abuelos, medios cocos vaciados de su
carnoso, dulce y fresco alimento.
Encima del patio se
encontraba la cocina, lugar de la casa donde más vida se hacía. Había un hogar
con su chimenea, y a ambos lados había unos grandes bancos de grandes respaldos
y con colchonetas de lana, mesitas abatibles para comer, escribir, o leer si se
deseaba. En el centro de la cocina estaba la mesa para la comida comunitaria.
Recuerdo que la mesa tenía
un hule en el que estaba pintado a todo color el mapa de España con el
Protectorado Español de Marruecos.
Las alcobas estaban sobre
y/o al lado de la cocina.
El hueco que quedaba bajo
la escalera de subida a las alcobas, en un extremo de la cocina, se aprovechaba
para una pequeña despensa y para la “masadería” o amasadero, que era el lugar
destinado para amasar. Y allí, en la artesa, o amasadera, se amasaba la harina
para hacer el pan. Ello solía hacerse cada quince días.
Mi madre madrugaba, y
cuando yo me despertaba le acompañaba viendo cómo hacía el pan.
Al anochecer anterior había
dejado una pequeña masa con la levadura que fermentaba toda la gran masada
según iba creciendo al añadir harina, agua y sal. Esa levadura (un pan sin
cocer) se la trasmitían de casa en casa. Era una obligación moral. Cada casa
cuando hacía el pan guardaba una porción de masa con levadura para que sirviera
de fermento para otra masada.
Después, en un gran
“tablillo” y sobre la cabeza con una especie de roscón de tela que amortiguaba
la dureza de la madera y al mismo tiempo permitía el acoplamiento a la cabeza,
se trasportaban los panes hasta el horno donde el hornero los pondría a cocer.
Pilar vivía en Albalate con sus hijos. Laureano, mi padre, vivía en Burdeos. A partir del momento de la foto vivieron los dos en Burdeos.
Al hornero se le pagaba con
un pan cada treinta y cinco. Es decir que para cada conjunto de 35 panes, uno
era para el hornero. Y él los vendía en su panadería. Cada mujer marcaba sus
panes con su propia señal para no confundirlos con los de la otra casa, puesto
que dentro del horno, más o menos, se juntaban todos.
Los chicos siempre
esperábamos la sorpresa que nuestras madres nos traerían del horno: tortas,
magdalenas, farinosas, bollos, empanadas, figuritas de pan. Se les llamaba
“panes-juego”: escaleras, monchas, gallos, etc. Todo un mundo mágico de
novedades, que aunque ya eran conocidas no eran menos añoradas.
Plaza de
la Iglesia y del Ayuntamiento. En el lugar de la farola estaba la fuente
de 1913 y la anterior de 1564.
En un ángulo de la cocina
había una gran tinaja tapada con un paño blanco y una tapadera de madera.
Siempre estaba llena de agua potable, traída a cántaros por mi madre, y por mi
hermana, desde la fuente que había en medio de la plaza de la iglesia. Los
botijos de agua fresca estaban en un rellano de la escalera. El pico estaba
tapado por un palito atado con una cuerda. Y la boca de llenado, por un tapete,
o capuchón, de hilos de colores hecho a ganchillo por mi hermana María.
Cuando destapaba la tinaja
para coger agua, me veía reflejado en el agua, y al mismo tiempo que veía mi
imagen, me acordaba de los relatos que tanto el abuelo como tío Francisco me
contaban.
Relatos que hablaban de
escasez, de trabajos y esfuerzos por el agua, y de las peleas que los vecinos
de Albalate habían tenido muchas veces entre sí en tiempos de sequía. Pero
sobre todo de los litigios que a lo largo de nuestra historia se habían
producido con los vecinos del pueblo de Hijar, situado aguas abajo del
río Martín.
Litigios por causa del agua
del río que se remontan a testimonios conservados desde el año 1446 según nos
trasmiten nuestros historiadores. Aguas del río, y azudes, que la recogían,
pretendiendo el uso y disfrute en exclusiva por parte de unos en tiempos de
escasez, y petición de otros por necesidad. En este año de 1.446, la “pelea” se
daba entre el Conde de Hijar y el Arzobispo de Zaragoza con residencia en
Albalate.
En el año 1522 en un nuevo
pleito entre el Señor de Hijar y el Arzobispo Juan de Aragón por causa del
Azud, hace que tenga que intervenir el mismísimo emperador Carlos I de España y
V de Alemania, enviando desde Valladolid a su brazo derecho Gismundo Barberán.
No consiguió hacer las paces entre ellos.
Sería ya en el año 1836
cuando el Tribunal Supremo dictaba una sentencia definitiva sobre el tema. “La
mitad de las aguas del río Martín ha de ser para Hijar”, Urrea de Gaén y La
puebla de Hijar. (Ver Historia de Albalate de Vicente Bardavíu Pons, págs. 609
y ss. Y ver Historia de J.M. Pina Piquer, págs. 108 y ss.).
Y sobre el agua potable
Vardavíu Pons en la página 591 de su Historia de Albalate nos habla a
principios del S.XX de unas ricas aguas para el consumo de boca. Estas son:
La fuente que manaba en el
paraje denominado La Zarza, de buena calidad y a unos diez kilómetros de la
villa en las estribaciones del Puerto, y junto al camino que conduce hasta
Muniesa. Según Bardavíu Pons sus aguas fueron conducidas a la Villa por los
Romanos en los comienzos de la era cristiana, cuya canalización se perdió en el
transcurso de los años. Albalate volvería a canalizar las aguas de la Zarza
para su consumo en el año 1564. Se puso una fuente en la Plaza de la Iglesia.
“La Fuentecica, situada al
otro lado de la loma, cerca de los lentiscares, y a unos 4 kms. escasos”.
La Fuente del Barranco de
la Hoz, situada a unos 3 kms, del pueblo. A primeros años del S. XX, Bardavíu
comenta: “En todo el barranco abundan los manantiales y sobre todo en años de
copiosas lluvias; en cada una de las innumerables cuevas, moradas de la
Población Troglodita primitiva, hay una fuente. La llamada fuente de Lécera
porque desde ella se divisa la torre de la iglesia de dicha población, es de
las mas permanentes, y sus aguas muy saludables”.
La Fuente de la Cueva
Negra: al pie de la Sierra de Arcos, encima de La Pinarosa, a unos 8 kms. del
pueblo.
La de Valdoria, al pie de
la Silleta, a unos 10 kms. Sus aguas fueron conducidas para el abastecimiento
de la población en el año 1913. De estas aguas eran de las que se llenaba la
tinaja de la cocina de la abuela.
En ese año se trajeron las
aguas, en sustitución de las de La Zarza, y se inauguraron las dos fuentes que
abastecerían al pueblo. Una en la Plaza de la Iglesia, y otra en la Plaza
Nueva.
Su uso permanecería hasta
el año 1962 en el que los pueblos de la Comarca del Bajo Martín comenzaron a
abastecerse de las aguas del Pantano de Cueva Foradada de Oliete. A partir de
este momento las aguas se canalizarían también hacia el interior de las casas.
Comenzaría una nueva forma de vivir.
En 1923, con las aguas de
Valdoria, se puso en funcionamiento la fábrica de hielo “La Polar”. La antigua
nevera excavada en la tierra quedaría definitivamente olvidada. (Actualmente se
ha recuperado como monumento recordatorio de nuestros antepasados).
Bardavíu habla de otras
muchas fuentes, como la del Padre Santo, Fuencelada, Fandeguilla, etc. que no
han sido tan utilizadas, ya por su menor calidad y cantidad, ya por su
distancia.
La Plaza
Nueva. Detrás del Monumento a la jota de Ángel Orensanz, donde están
representados los bailadores Alfonso Zapater Cerdán y Pascuala Sancho Pellicero
con el cantador ”El Capacero”, estaba la fuente de 1.913.
Y en la parte superior de
la casa estaba el solanar, ventilado y orientado al sol del mediodía, donde se
tendía la ropa, se ponían a secar las judías, habas, higas, orejones… Y donde
el abuelo Remigio se pasaba largos ratos reflexionando y haciendo siempre
alguna cosa, como por ejemplo rallar el panizo y meterlo en sacos.
Si a esta casa se le añade
la falsa o granero donde se guardaba el trigo, los jamones, los embutidos, las
nueces y los trastos viejos, y además se le adjunta un corral que servía de
retrete, y un pequeño huerto, tendremos la descripción de lo que era una casa
típica del Río Martín.
En Albalate no era fácil
que las casas tuvieran adosado el corral, ya que la estructura urbana, apiñada
en torno al castillo, no lo hacía posible. Pero eso sí, todas las casa más o
menos, tenían un corral en algún lugar de las afueras del pueblo. Nuestro
corral estaba bajo la Peña de Roma, sobre la que estaba edificado el castillo.
Corral con vistas al río, frente al Cabezo de Cantalobos. En lo que en
tiempos de los árabes pudo ser el Barrio de Los Rumi del que hablo en el
primer relato de “Los vecinos de mi calle”.
Zaragoza, Junio de 2007.
Bibliografía:
HISTORIA
DE LA ANTIQUISIMA VILLA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, del Doctor D. Vicente
Bardavíu Ponz. Tip. de P. Carra. Plaza del Pilar (Pasaje). Zaragoza. Año 1914.
DE
ILUSIONES Y TRAGEDIAS. HISTORIA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, de José Manuel Pina
Piquer. Edita Ayuntamiento de Albalate del Arzobispo. Año 2.001.
MEMORIA DE
LOS HOMBRES-LIBRO. Guía de la Cultura Populardel Río Martín, de Luis Miguel
Bajén García y Fernando Gabarrús Alquézar. Biella Nuei Sociedad Cooperativa,
2002.
LOS
VECINOS DE MI CALLE (I). El Cantón Curto de Albalate del Arzobispo. De L.M.G.
La plaza
de la Iglesia (Foto de los años 40).
CASA DE LOS ABUELOS REMIGIO Y
EULALIA.
Con los
abuelos y tío Francisco vivió Pilar con sus hijos María y Laureano. (1939-1963).
Albalate
del Arzobispo (Teruel).
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