Más allá de lo académico.
Hacia el final de la escalera, bajando
de las habitaciones, de la parte que ocupaba el seminario mayor, en la
esquina más próxima del claustro, había un grupo de seminaristas que rodeaban y escuchaban a un misionero que había venido a darnos unas charlas, y al pasar cerca de ellos, oí que el misionero decía: “Estoy convencido de que si todas las noches, antes de acostarnos, leyésemos un poco el Evangelio, no pasarían seis meses sin que notásemos que algo había cambiado en notros”. No me detuve porque iba a hacer una gestión, pero desde aquella noche lo puse en práctica. Práctica que duraría hasta que, una vez secularizado, contraje matrimonio.
esquina más próxima del claustro, había un grupo de seminaristas que rodeaban y escuchaban a un misionero que había venido a darnos unas charlas, y al pasar cerca de ellos, oí que el misionero decía: “Estoy convencido de que si todas las noches, antes de acostarnos, leyésemos un poco el Evangelio, no pasarían seis meses sin que notásemos que algo había cambiado en notros”. No me detuve porque iba a hacer una gestión, pero desde aquella noche lo puse en práctica. Práctica que duraría hasta que, una vez secularizado, contraje matrimonio.
Fueron quince años consecutivos leyendo
el Evangelio todas las noches. Después de dos o tres veces de leer los cuatro
evangelios, continué con el resto del Nuevo Testamento. A la Biblia entera le
di unos cuantos repasos. Fue una lectura tranquila, sin prisas, sin
condicionantes, lectura personal, “existencialmente personal”. Entré en un
conocimiento emocional del mensaje de Jesús, mi inteligencia emocional estaba
al servicio de la comprensión del Evangelio.
Toda la vida se fue empapando de la
comprensión global y minuciosa del Mensaje del Jesús de Nazaret. Comprendí que
no era lo mismo leer el Evangelio públicamente para los demás, que leérselo
para uno mismo. Era lo que faltaba para “colmar el vaso”. Me tomé la vida muy
en serio y la vida como aspirante a sacerdote. De ese “empaparse del Evangelio”
brotaban infinidad de ideas a la hora de llevarlo a los demás. La liturgia la
vivía intensamente para mí y en la medida que tenía ocasión, en la catequesis
en los barrios, para los demás. No concebía leer el Evangelio rutinariamente,
le daba, le procuraba dar el tono adecuado a lo que se leía y con la intención
que yo intuía en el Evangelio que debía ser. Para mí no era una “lectura
litúrgica”, sino una lectura existencial. Desde entonces siempre procuré que
fuese así. Lo que haría en el futuro estaba en función de lo que se desprendía
en mi lectura personal del Evangelio. Incluso ahora. Lo paso muy mal cuando
escucho al sacerdote leer las Escrituras como “si no le diese importancia”. No
acepto la “mediocridad litúrgica”, porque no es sólo un rito, sino que es el
“compromiso con la evangelización”. Por eso nunca me costó transformar la
liturgia en lo que creí necesario para la interpretación provechosa por parte
de los que tenía delante. “Mi liturgia” estuvo siempre al servicio de los
demás. Pero de ello hablaré más extensamente y con ejemplos concretos en el
capítulo siguiente: “El Dios de un cura rural”.
Los domingos por la tarde, al anochecer,
teníamos lo que se llamó la “Ventana al Mundo”. El invento fue del sacerdote y
periodista D. Cipriano Calderón. Eran unas charlas de lo más sabrosas. Hacía un
recorrido por la prensa española, y aun extranjera, comentando los
acontecimientos más sobresalientes acaecidos durante la semana. Aquello nos
abría más los ojos hacia el mundo. Nos sentíamos parte del mundo. Sus noticias
nos alegraban y nos entristecían según fueran de signo positivo o negativo.
Despertó en nosotros una gran avidez por la lectura de la prensa. Nos
“peleábamos” por los periódicos. Era la “asignatura” de la vida y para la vida.
Ángel Berna le daba el remate en una
clase que se organizó de Sociología. La visión que nos daba era seria,
científica, y “sentida”. Nos sentíamos, en aquel momento, parte del mundo, con
el mundo y para el mundo. Recuerdo que entonces era el inició del “bung”
turístico en España. El Gobierno de “Los López”, el Gobierno de Franco -
Laureano López Rodó (Comisario del Plan de Desarrollo Español), Gregorio López
Bravo (Ministro de Industria y de Exteriores) y José María López de Letona
(Subcomisario del Plan de Desarrollo y Social en Enero de 1966, y de Industria)
-, dio un impulso a la economía española. Manuel Fraga lo daba al turismo
español. Berna entonces vino a decir: “si sólo nos limitamos a desarrollar la
industria hostelera en las playas españolas, y no desarrollamos al mismo tiempo
la industria que transforme nuestros recursos naturales para que sean
consumidos y “exportados” por los turistas, terminaremos siendo un país de
“castañuelas y panderetas”, un país dedicado especialmente al ocio”.
Con sus explicaciones de la Sociología
nos obligaba a bajar del “empíreo teológico” en el que habitualmente nos
movíamos, y nos sumergíamos en los problemas sociales. Ello constituyó para mí
otro paso muy importante en mi vida. Tan importante que ha supuesto mayor
continuidad que las clases de la “teología académica”, de “aquella teología”
que para mí tendría “fecha de caducidad”. Lógicamente estoy refiriéndome a
aquella forma de teología, no a su contenido y a su fondo. Estoy recordando
aquello de San Pablo que venía a decir: “cuando era niño hablaba como niño,
sentía como niño, vivía como niño..., pero ahora debo de hacerlo como adulto”.
No es que me sienta más hombre. Es que soy otro hombre distinto. Vivir
“secularizado” también imprime carácter, aunque ahora no estoy hablando
teológicamente, sino teniendo en cuenta aquello de “Yo soy yo y mis
circunstancias”. Y así es como me siento orgulloso (en la medida que la
fragilidad humana me permite estar orgulloso) de todo el pasado; también me
siento orgulloso del presente. No anhelo aquello, no ansío aquello, pero lo que
sí deseo con todas mis fuerzas es que en el presente y en el futuro estemos
bien conectados con lo que el hombre, y el “hombre más frágil”, demanda de
nosotros, los cristianos, seamos o no sacerdotes, seamos o no “sacerdotes
liturgos”.
Hubo también algunos educadores que en
este camino existencial contribuyeron a formar nuestra personalidad. Me refiero
a Luis Mª Iradiel, Victorino Ramos, Vicente Aguilar y Alejandro Fernando. Cada
uno a su modo nos orientaba de una forma correcta en aquel entonces, al menos
guardamos un buen recuerdo de ellos. Especialmente recuerdo aquello que decía
Alejandro, refiriéndose a uno de su pueblo (hoy el Barrio Zaragozano de
Villamayor) que con toda la frescura bruta de un aragonés decía: “Yo cuando
meto la pata, la saco, la limpio, y a caminar otra vez”. Me la he aplicado
muchísimas veces y la he repetido otras tantas a la hora de animar a los demás
para que no tengan “miedo a mojarse” y digan y hagan lo que tengan que decir y
hacer. Lo contrario es caer en la “pasividad prudencial”, de la que los
“listos” se aprovechan para “hacer sus agostos”. A escala del planeta se ha
hablado incluso “del fin de la Historia”. Cuando las clases sociales empezaron
a “escribir su historia”, hizo temblar “a las fuerzas vivas de la Historia”. La
Historia debe de escribirse desde abajo. Desde arriba se escribe otra cosa con
fines distintos a los de abajo. Hoy en día tenemos una cierta ventaja para
elegir entre aquellos que escriben de una determinada manera o de otra. Hay que
agudizar el “olfato”. Hay que saber elegir, saber discernir, y/o pedir consejo
a los que nos quieren y quieren lo que nosotros queremos, teniendo siempre en
cuenta especialmente a los que están más abajo de nosotros.
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