“El camino académico”.
Los estudios de teología se
desarrollaban en aquel tiempo durante cuatro años. También se hacían coincidir
con los cuatro volúmenes que “La Biblioteca de Autores Cristianos” (BAC) tenía
publicados.
El Volumen 1º, o Curso 1º, tenía como
temas: “Introducción a la Teología”.- De “la Verdadera Religión”.- Sobre la
“Iglesia de Cristo”.- Y sobre las “Sagradas Escrituras”.
El Curso 2º, Vol.2º, trataba muy
extensamente sobre “Dios uno y trino”, es decir sobre el misterio de la Santísima
Trinidad.- Sobre el “Dios creador y el Dios regenerador”.
El Curso 3º, Vol. 3º, se exponía y se
estudiaba sobre el “Verbo encarnado”, es decir, el Dios que se hizo hombre.-
“Mariología”, o el estudio sobre la Madre de Dios, la Madre de Jesucristo, la Virgen
María.- El gran tema sobre la “Gracia”, y sobre las “Virtudes Infusas”.
Y por último, el 4º Curso, Vol. 4º, que
trataba sobre los “Sacramentos”, y sobre los “Novísimos”, o Postrimerías, es
decir sobre el futuro, teológicamente hablando.
Como en filosofía los temas se iban
alternando de manera que todos estudiásemos todo, aunque no en el mismo orden,
ya que los tres últimos cursos de teología estaban agrupados en cuanto a sus
estudiantes. Eran las materias que se estudiaban las que marcaban los cursos.
En un año podía estudiarse por ejemplo la Santísima Trinidad el Curso 2º, el 3º
y el 4º, según tocaba. Los profesores estaban especializados en sus propias
materias, por lo que siempre, el mismo profesor impartía las mismas materias,
aunque en años distintos.
Los exámenes eran
orales ante un tribunal y siempre al finalizar el curso. Por lo que en un solo
examen te jugabas todo el trabajo de un año. Era un hartazgo impresionante
antes de cada examen, y que solían estar espaciados dos o tres días.
Seminario de Zaragoza. Foto del año, 2.009.
Hubo algún año, y a instancias del Vaticano, que tuvimos que hacer los
exámenes orales en latín. La comprensión de los profesores hacía que hablásemos
cinco minutos en latín, y después podíamos continuar en español la hora y media
que solían durar como mínimo. Por eso calculábamos qué día y a qué hora nos iba
a tocar examinarnos. Nosotros mismos nos íbamos avisando según la rapidez o
lentitud que le daba el profesor al visto bueno o no de cada alumno.
Se comprende que en esta tensión
emocional e intelectual la piscina sirviera como “baño regenerador” al terminar
un examen. Limpiabas la cabeza y a continuación empezabas a llenarla con la
materia del examen siguiente. Y así los cuatro años de teología.
Tan importante como obsesionante era
este camino académico, que poco a poco nos “lavaba” el cerebro, llegando a
concebir que era el camino académico lo más importante en nuestra vida en ese
momento, y que nos hacía olvidar el otro camino existencial, el de la opción
personal.
Siendo la época, quizás, de más
intensidad intelectual en el seminario, y que en algún momento se le llegó a
llamar “la edad de oro del seminario”, pudo tener como consecuencia,
posiblemente no buscada, que lo importante era aprobar el Programa Académico,
en detrimento del camino personal en la autoformación humana, evangélica y
militante.
Quiero decir, y lo digo desde mi propia
experiencia, como no puede ser de otra manera, que no es lo mismo ser
“sacerdote liturgo”, “sacramenteador” o dispensador de los sacramentos, - para
lo cual parecía que únicamente nos estábamos preparando -, que ser “sacerdote
militante”, cuyo objetivo primordial es la evangelización, la construcción del
Reino de Dios y de su Justicia, cuyo terreno más abonado debe darse entre los
marginados, los pobres, los alejados, los enfermos física y socialmente, que
son los que tienen necesidad de ser sanados, curados, evangelizados. Los que
están hartos devalúan muy pronto los sacramentos, signos simbólicos de salvación. Y más que
sacramentos son “ritos sociales” que están muy bien vistos por la gente. Yo
diría que muy a menudo más que liturgias son “paraliturgias”. Muchos
preparativos, y muy costosos, económicamente hablando, en bodas y primeras
comuniones. Se hace más esfuerzo quizás en el inicio del matrimonio, que en el
mantenimiento diario ante las adversidades y flaquezas humanas. Hay facilidad
para el divorcio, tanta como para pretender contraer el sacramento del
matrimonio. ¿Puede decirse que todo es sacramento? El sacerdote está no para la
liturgia (al menos en exclusiva), sino para la vida, y “vida en abundancia”, de
todos los hombres, y especialmente de los más marginados. “No está el hombre
hecho para el Sábado, sino el Sábado al servicio del hombre”. La liturgia, los
sacramentos, son instrumentos que deben ayudar a “promocionar” al hombre,
ayudarle a que él se promocione, y en la medida que él lo va pidiendo, para que
se plantee su vida “a imagen y semejanza Dios”. Y desde la realidad vivida con
el otro, y desde el otro, caminar hacia la “Gran Utopía”, donde el hombre
llegue a “sentirse imagen divina” y partiendo de ahí conciba y luche por
construir la “Gran Fraternidad” o “Reino de Dios y de su Justicia”, el “Cuerpo
Místico de Cristo”. Los sacramentos requieren un tiempo, una comprensión, una
aceptación y un compromiso con la esencia y fin del mismo. No es un acto de
“birlibirloque”, de malabarismo; el sacramento es mucho más serio que todo eso.
No tener esto en cuenta es propiciar la devaluación sacramental, aunque ello
reporte algún beneficio económico.
Pero como sobre esto volveremos una y
mil veces a lo largo del camino que queda por contar, no quiero extenderme más
por ahora. Las consecuencias se irán sacando a medida que la vida se vaya
viviendo con autenticidad ante la realidad por una parte, y el espejo del
Evangelio en el que debemos mirarnos, por otra. A Manuel Sevillano, estoy
convencido de ello, que la no comprensión de todo esto, le llevó a su
“destrucción”. Porque, ¿qué es más importante ser “sacerdote liturgo” o ser
“sacerdote militante (misionero)”?. ¿El sacerdote misionero debe realizar la
liturgia única y exclusivamente al “modo vaticano”, o la liturgia que le pida
la vida y al servicio de la vida? La teología decía que los sacramentos son
“signos”, “instrumentos” vivos. Y si son vivos no pueden estar sujetos a
formalidades salidas de “laboratorios teológicos”.
Lo primero que nos encontramos en la
página 7ª del Vol. 1º de la BAC, y que fue lo que el profesor Leandro Aína, al
comenzar el primer curso de teología, y así me consta ya que lo tengo bien
subrayado, fue que la verdad de todo lo que íbamos a estudiar estaba ya
calificada por la Iglesia, cuyos principios se podrían encasillar de la
siguiente manera:
Un tema o una doctrina podía ser de
fe divina, y lo que no concordaba con ello, era calificado como error en
la fe.
También podía ser de fe divina y
católica, y lo contrario era herejía.
Si estaba calificada como de fe
divina y católica definida, la que se realizaba por magisterio infalible de
la Iglesia o del Papa, lo contrario era herejía.
Si era o estaba próxima a la fe,
la contraria quedaba calificada como próxima al error en la fe o herejía.
Si la calificación era de fe
eclesiástica, su contraria era error en la fe eclesiástica.
Y si de doctrina católica, el que
no se ajustaba a ella caía en el error en la doctrina católica.
Si la tesis era teológicamente
cierta, su contraria podría llegar a ser error en teología.
Una doctrina podría ser tenida por la
Iglesia, de tal manera que su contraria se podría calificar como temeraria.
Y desde luego una doctrina podría ser común
y cierta en teología, por lo que su
contraria resultaba falsa en teología y temeraria.
Y por último, la doctrina podría ser
probable y segura, de tal manera que quedaba manifiestamente clara, y como
en alguna ocasión se llegó a decir dirigiéndose el profesor a un alumno:
“Oiga”, no profundice y no maree”.
Era como el reglamento en el juego del
estudio de la teología. Era establecer los límites más allá de los cuales no
nos estaba permitido pasar.
De ahí que con cierta ironía a D.
Leandro, además de llamarle “el Archivero”, porque lo era del Archivo
Diocesano, le llamásemos también el “Apologeta”.
Sus clases eran de lo más rutinarias,
monótonas, y soporíferas. Mas que entusiasmarnos en las verdades que quería
explicar, hacía hincapié en aplastar a los adversarios.
Un día quiso exponernos las razones
históricas sobre la veracidad de la venida de la Santísima Virgen al Pilar de
Zaragoza. A los pocos documentos históricos que se tienen, y un tanto
imprecisos, - y creo que ninguno antes del Siglo IV -, añadió el argumento
pictórico que se encuentra en la cripta de la iglesia de Santa Engracia. Hay
una mujer pintada, sin determinar su antigüedad, que bien podría ser la Virgen
“bajando” del cielo o “subiendo” al cielo, es decir la venida al Pilar o la Asumpción
a los cielos. Uno de nosotros siguió la corriente y dijo: “si el pintor hubiera
sido fiel sabríamos si era subir o bajar por la posición de sus vestidos”.
Con el “Milagro de Calanda”, “Miguel
Pellicer”, a quien le faltaba una pierna,
que “hacía tres años y cinco meses que la tenía muerta y enterrada”, y
que la Virgen del Pilar se la repuso, ocurrió que no lo tomamos muy en
consideración. El milagro de Miguel Pellicer lo cantábamos por los pasillos con
un “cierto desenfado”.
Para el que cree lo de menos es que haya
muchos documentos o pocos que lo confirmen, lo cree y punto. Lo cierto es que
esa idea ha sido capaz de aglutinar a los aragoneses y a través de muchísimos
años, y por esa idea han sido capaces de hacer cosas que de otra manera quedarían
sin hacer. “La fe mueve montañas” decía el Sr. Aína, y eso es cierto. Pero la
fe no “crea” la realidad en el tiempo pasado por muy esfuerzo mental y
colectivo que se haga. En todo caso la realidad puede crearse en el tiempo
futuro. ¿Qué hubiera respondido, por ejemplo, D. Ramón Pignatelli cuando se
hizo cargo de las obras del canal Imperial de Aragón y que las llevó a feliz
término en 1790?. De ahí el nombre de la fuente junto al canal en Casablanca de
Zaragoza: la “Fuente de los Incrédulos”. En todo caso “si la montaña no viene a
Mahoma, basta con que Mahoma baya a la montaña” y se acabó. El que necesita de
los milagros para creer, se asemeja a Santo Tomás: “has creído porque has
visto”. “Bienaventurados los que creyeren sin haber visto”. Fue la respuesta un
tanto quejosa de Jesucristo.
Antero, “el dulce Antero”, era otra
cosa. Se preparaba muy bien las clases y le ponía todo su entusiasmo, a pesar
de que su tono de voz era tan suave y quedo, que a veces parecía rutinario.
Decíamos entonces que Antero era el mejor “culo” de la diócesis, en el sentido
de las horas que dedicaba sentado al estudio de la teología.
Los temas los desmenuzaba
meticulosamente de tal manera y con tantos detalles ambientales, humanos, y
haciéndonos ver el “Escenario” de los pasajes evangélicos, que venía a
ser como “papilla teológica” para nosotros. Fueron unos años muy intensos en el
estudio de la teología.
Ángel Berna, el inteligente Berna, el
“fuerte” y exigente Berna, de tal manera era fuerte y exigente que a veces
parecía un bruto en la calificación hacia nosotros. Cuando nos quejábamos que
era inmensa la materia para los exámenes, nos llamaba quejicas y que parecíamos
“ursulinas”. Era el más racional y frío intelectual de todos. Estaba muy bien
preparado.
Juntamente con Tomás Domingo que nos
explicaba la Historia de la Iglesia, y que con él aprendimos el trabajo de
investigación en el seminario que sobre historia tuvimos, - Ismael y yo lo
hicimos sobre “La Disciplina en el Vaticano I-, constituían un trío muy
aceptable.
De otro estilo era el profesor de la
Teología Moral, D. José Mª Sánchez Marqueta. Era un hombre bueno, preparado en
su materia, e inmensamente humano. Era un hombre que “se dejaba querer”.
El texto oficial era el “Compendio de
Teología Moral”, de la Editorial BAC, 1958. Dos mil cuatrocientas setenta y
siete páginas en latín distribuidas en dos tomos. Pero lo que realmente
seguíamos era el “Vademécum”, “Epítome de Teología Moral”, porque era como un
libro de bolsillo, y porque sobre todo estaba en castellano. Ochocientas
veintitrés páginas en “papel cebolla”, preparadas por el P. Juan B. Ferreres,
S.I., y corregidas por el P. Alfredo Mondría, S.I.
Pero hagamos algunas observaciones
elementales. Cuando el “Vademécum” trata sobre los pecados en general, dedica
12 páginas, y sobre las virtudes lo hace en 16 páginas. Es decir, un 33% más de
dedicación a favor de las virtudes.
Veamos la extensión que le da a los “Diez
Mandamientos”:
1.- “Amarás a Dios”..., son 10
páginas de letra muy pequeña. “Yo soy el Señor tuyo... No tendrás otros dioses
delante de mí”. Éxodo, 20.3.
2.- “No usarás el Santo Nombre de
Dios en vano”...: 9 pags. “No tomarás en vano el nombre del Señor, tu
Dios”. Exod. 20,7.
3.- “Santificarás las fiestas”...:
6 págs. “Acuérdate de santificar el día del sábado”. Exod. 20,8.
4.- “Honra a tu padre y a tu madre”.
Éxod. 20,12. Páginas dedicadas: 8.
5.- “No matarás”. Éxod. 20,13.
Nueve páginas.
6 y 9.- “No fornicarás”. “No desearás
la mujer de tu prójimo”. Exod. 20,14 y 17. Páginas: 9.
7 y 10.- “No hurtarás”. “No
codiciarás la casa de tu prójimo..., ni esclavo, ni esclava, ni buey, ni asno,
ni cosa alguna de las que le pertenecen. Exod. 20,15. 17.
A estos dos mandamientos dedica más
páginas y lo hace muy minuciosamente. Son 124 páginas sobre la Justicia,
el Derecho, y los Contratos. El profesor dedicaba días e incluso semanas con
gran esmero. Contrastaba con la justeza en la explicación y en el tiempo que
dedicaba al sexto mandamiento, y que en algunos temas llegaba a un cierto rubor
ya que se le notaba mucho debido a su blancura de cara. Para él lo importante
era la justicia. Aunque la obsesión del ambiente era el sexo. Y digo ambiente
no solo por nuestra juventud, sino especialmente por el ambiente social. “Era
la sociedad la que estaba amarrada en la lucha por conservar la pureza y la
continencia en cuanto al sexo”. - Contra este ambiente vendría en los años
setenta principalmente, y aún antes, el desencadenamiento de la “rebelión
sexual”. ¡Cuántos revolucionarios se darían, revolucionarios “de bragueta y
olla”!-, como ha quedado reflejado en anterior ocasión.
8.- “No levantarás falso testimonio
contra tu prójimo”. Exod. 20, 16. “No levantarás falso testimonio”. S.
Mat. 19, 18. Son siete páginas dedicadas contra la Mentira, la Detracción
(Calumnia), la Contumelia (Deshonor). (Ver S. Mateo, 5,22). No, a todo lo que
perjudique al prójimo, física, moral, psicológica, socialmente, o de cualquier
manera. Y no, a los juicios temerarios. “Todo el mundo es inocente mientras no
se demuestre lo contrario”.
Pero no obstante lo anterior a favor de
la extensión dada al tratamiento de las virtudes frente a los pecados, y del
tratamiento en favor de la justicia; cuando habla de los pecados contra la
caridad del prójimo, lo hace sobre el Escándalo, que “es un dicho o
hecho menos recto que da ocasión a otro para que peque”. Y que incluso dice que
hay obligación de reparar el daño causado. Y a la hora de poner ejemplos lo
hace exclusivamente sobre “el vestido y ornato de las mujeres”, “sobre
espectáculos y bailes”, “libros y revistas contra la fe y las costumbres”, y la
“cooperación directa o indirecta con lo anterior”.
Ladinamente distingue entre “una
cooperación formal, que no es admisible”, y sí “una cooperación material, si la
acción en sí es indiferente, como sería la construcción de un lupanar por los
albañiles”. “No se debe servir como criado a prostitutas y concubinas”. Y, “no se
puede hacer de “alcahuete” que posibilite el pecado”. En fin en todo caso
recomiendo, por curiosidad intelectual, la lectura desde la página 99 a la 107 del “Vademécum”.
Pero no habla del escándalo que supone
para la sociedad “el robo de guante blanco”, por ejemplo, y que siempre lo ha
habido, de una manera o de otra, y sobre la “incitación a la guerra”. En todo
caso aquella frase latina de “si vis pacem, para bellum”, nunca que yo recuerde
se puso en entredicho. No es de extrañar que en la actualidad tengamos que
“tragar” con lo de “la guerra preventiva”. Esto no constituye “escándalo”.
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