miércoles, 16 de marzo de 2016

PLAYA Y LITERATURA



Playa y literatura.
Mientras la vida a "ras de suelo" continuaba. Como cuando fuimos en verano de colonias a Casas de Alcanar (Tarragona). No se estilaba mucho entonces eso de ir de veraneo a la playa. El viaje fue en tren hasta Tortosa. Desde allí nos trasladamos al Barrio de Pescadores de Alcanar. De ahí su nombre de Casas de Alcanar. El edificio era antiguo, pero muy acogedor. Era la Casa de Verano del Seminario de los Josefinos de Tortosa. Tenía una gran terraza encima de la casa, desde donde se veía el mar y toda la huerta de naranjos y limoneros.
Como chicos jóvenes y alegres que éramos cautivamos a las gentes del lugar. Lo que más les gustaba era que cuando íbamos en pandilla, cantábamos y lo hacíamos a coro polifónico. Por la mañana íbamos a la playa. Por cierto, todas aquellas playas entonces eran de gravilla. La arena que ahora se ve ha sido trasladada de otros lugares, para atraer más al turismo. Las competiciones consistían en ir nadando hasta las barcas de pescadores ancladas a unos 300 metros mar adentro. Las tardes las ocupábamos en ensayar nuestro coro, piezas polifónicas. Una de ellas era la “Misa de Requient” de Mozart. Estudiábamos, leíamos, y hacia el atardecer callejeábamos por el mercadillo que se instalaba en la plaza céntrica del barrio.
Después de cenar y en la terraza hacíamos tertulia a modo de “fuego de campamento” donde cada uno daba de sí, su chispa más graciosa. Contemplar las estrellas desde allí era toda una gozada.
Una de las excursiones fue a San Carlos de la Rápita. Contemplamos la subasta de pescado, para nosotros incomprensible por la rapidez que contaban desde 100 hacia abajo y en catalán. Al primer gesto del comprador se paraba en seco en el número que pronunciaba en ese momento y que constituía el precio del lote de pescado. Comimos unas cuantas sardinadas a la plancha. Bebimos los gazpachos hortelanos que se hacían, refrescados con cubitos de hielo. Tomábamos mucha agua de limón. “Saboreábamos la vida controlada, pero libre para nosotros”. En el puerto de San Carlos había algunos barcos aparcados. Hicimos la apuesta de cruzarlos bajo el agua por debajo de la quilla. Ahora esto es impensable porque los barcos son mucho más grandes, y porque entonces el puerto era como muy familiar. Las “machadas” amistosas eran muy comunes y muy normales.
En la tienda de comestibles había de dependienta una muchacha muy bonita y muy alegre. Congeniamos rápidamente, y en especial Domingo Laín, que era de los más alegres y juerguistas del grupo. Los dos hoyuelos que se le formaban en sus mejillas al reír eran cautivadores para aquella señorita. Y a decir verdad todo se desarrollaba en el más puro platonismo.
Amor Platónico era lo que se gestaba en nosotros, como no podía ser de otra manera, cuando en el seminario, los domingos por la mañana recibíamos las visitas de las hermanas, las primas, y las amigas de las mismas, que subían a traernos la ropa limpia de casa, o simplemente a ver los seminaristas que entonces era visto como una cosa simpática y buena. Las campañas en Pro del Seminario que se hacían al llegar la primavera, para San José, que entonces sí que era una gran fiesta, daban pié a aquel intercambio de simpatías, empatías, y enamoramientos. Era un termómetro que la vida nos iba poniendo con el que se medía nuestra debilidad y nuestra fortaleza. Había quienes empezaron a plantearse la continuidad o el abandono del seminario. Algunos lo dejaron. Otros suspirábamos profundamente aguantando la respiración bajo “las aguas de la vida”. Porque ver desde nuestras ventanas del seminario, los domingos por las tardes, - los sábados trabajaba todo el mundo -, a las parejas de jóvenes sentados por los ribazos de las huertas que lo rodeaban, era todo un suspiro de nostalgia, de recuerdos quizás, de deseos que hacían subir nuestra adrenalina a tope. Entonces aprendíamos aquello de que el placer intelectual es el mayor de los placeres. O, ¿quizás no?. Nosotros nos refugiábamos en la lectura y en el estudio. ¿Era bueno? ¿era malo? No lo sé. Solo sé que nos permitía seguir viviendo, y viviendo a tope con alegría. ¡Cuántos líderes políticos y de todo tipo, salieron de aquella “escuela del romanticismo existencial”. En todo caso nadie he visto que se haya arrepentido de aquella experiencia. Las tertulias que tenemos ahora, en nuestro reencuentro, cumplidos ya los sesenta años, nos lo confirman. Nadie reniega del Seminario. Todos dicen: “si volviera a nacer haría lo mismo”.
Era el tiempo en que se leía en el Seminario la revista Ecclesia, las publicaciones de “Propaganda Popular Católica” (PPC), que dirigió durante mucho tiempo el periodista José Mª Pérez Lozano. Se leía el periódico “YA”, la revista “Vida Nueva”, “Triunfo”, “S P”, “Destino”, algunas revistas y periódicos italianos y franceses. Naturalmente se leía la prensa local y nacional como el “Heraldo de Aragón”, “El Noticiero”, “Amanecer”, el “Diario de Madrid”, etc. etc.
 Era el tiempo de José Luis Martín Descalzo, sacerdote y escritor español. Nació en Madridejos en 1930. Ordenado sacerdote (1953), catedrático de Literatura en el Seminario de Valladolid. Escribió, entre otras obras, y leídas por nosotros: “Un cura se confiesa” (1955), “La frontera de Dios”, premio Nadal 1956.
José Luis Martín Vigil fue uno de nuestros preferidos escritores. Escritor, novelista y sacerdote español. Nació en Oviedo en 1919. De profundidad psicológica, sus temas eran preferentemente de la juventud. Obras: “La vida sale al encuentro”, “La muerte está en el camino”, “Tierra brava”, “Una chabola en Bilbao”, “Cierto olor a podrido”, Sexta galería”, “Los curas comunistas”, “Un sexo llamado débil”, “Muerte a los curas”, “Del amor y del mar” y “Primer amor, primer dolor”, “Listos para resucitar”. Títulos y temas que nos subyugaban, humanizaron nuestro pensamiento, nos hicieron tocar temas de la vida, y sobre todo nos ayudaron a liberalizar nuestros espíritus, fuertemente ligados a una moral tradicional y restrictiva. “Estábamos atados con una finísima cuerda de la que poco a poco nos íbamos soltando”.

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