martes, 31 de mayo de 2016

MAYO. 2012.

Dezidme, la fermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color y la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza y la fuerça corporal de joventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud.

MAYO, 2012

1 de mayo

Abril nos dijo adiós con lluvias generosas en la provincia de Huesca que en la parte más alta se convirtió en nieve. Confío en que este regalo de la naturaleza alivie la sed de los pantanos aragoneses que todavía están sedientos. Las golondrinas siguen inquietas reconstruyendo su nidos desde el amanecer; luego, desaparecen por otros horizontes y ya no se les ve hasta el día siguiente. Mayor preocupación y alarma crean las altas cifras que la estadística de población activa nos anunció ayer: 365.000 trabajadores se han sumado al paro a lo largo del primer trimestre del año; cifra que sumada a los ya registrados hacen un total de 4.565.000. Estos números llevan consigo que en 1.700.000 familias no haya ningún miembro con trabajo. ¡Vaya noticias para celebrar la Fiesta del Trabajo! Hoy, más que nunca, debe ser un día reivindicativo en donde los trabajadores en activo y parados colapsen las principales calles de las ciudades reclamando al Gobierno medidas distintas a los recortes sociales y a la rebaja de salarios.
Por la radio he oído a los manifestantes cantar a coro algunos consignas muy elaboradas: "Los gastos militares para escuelas y hospitales". "La reforma laboral un chollo para la patronal". Y no podía faltar la dedicada al yerno del rey de España que pasa por momentos delicados: "Urdangarín, a trabajar al Burger King". Un país con esta imaginación, que sabe plasmar en una frase el malestar de toda la sociedad, no merece
el castigo al que se le está sometiendo. ¿Cuándo dejarán los políticos de echarse en cara todo lo negativo que cada uno haya realizado y se unen para celebrar un gran pacto que solucione los graves problemas que nos están destruyendo? Hasta que esto llegue, estaré pensando en ese trabajador en paro que día a día, un tanto robotizado, va de empresa en empresa buscando la esperanza que libere
su angustia.

6 de mayo
Otra celebración moderna: "Día de la Madre". Se le hace coincidir con el primer domingo de mayo aunque anteriormente su conmemoración, en la España del nacionalcatolicismo, se celebraba el ocho de diciembre, día de la Inmaculada, queriendo recordar que la madre de todos los españoles era la Virgen María. Pero, ay, el negocio es el negocio. Los comerciantes protestaron porque vieron que en ese mes, con los gastos navideños y la compra adelantada de los regalos de Reyes, ya era suficiente para el bolsillo del trabajador. Pidieron que esta celebración estuviera en un mes distinto y acordaron trasladarla al primer domingo de mayo, mes también dedicado en el calendario litúrgico a la Virgen con sus cánticos y flores, y con una primavera en pleno apogeo que invitaba a regalar objetos más variados. Las madres se alegraron muchísimo de tener un día para ellas, de que sus hijos pequeños les obsequiaran con dibujos o algún trabajo manual que la maestra les preparaba en la escuela, y que lo hijos mayores, y en ocasiones el esposo, lo festejaran con esa colonia especial que anunciaba la televisión, o ese bolso que tanto necesitaba.
¿Y las madres abuelas? ¿Se acordaba alguien de ellas? Yo también me uní a la fiesta y desde entonces nunca le ha faltado a mi esposa un regalo junto a un poema. Y los dos, como buenos hijos, hacíamos lo mismo con su madre que también era la mía. ¿Tendrán su día los nietos? Cuando nazca Adriana creo que para mí todos los días serán suyos. En la última ecografía gocé viéndola nadar en su particular piscina; sus pies (ya miden 2'6 cm) y sus brazos se mueven buscando algo que su pequeño cerebro sueña. ¡Cuánto misterio y belleza se encierran en tan diminuto ser!
Porque los dos quisimos, y el amor se desbordaba en nuestros cuerpos, tuvimos cuatro hijos. Hoy, varias décadas después- el primero se quedó en el camino - han dejado la casa con el cariño de su primer nido.
Demasiado sé lo mucho que los quieres -a veces siento envidia de tu amor encendido- a pesar de que alguno te haya hecho lagrimear sin sentido; pero tú, ensanchando el corazón, envuelves en él el dolor recibido.
Y yo a tu lado, vigilante, con los ojos vivos; esperando que tú y ellos me deis también amor infinito.

12 de mayo
Llevamos unos días de un tiempo caluroso más propicio de julio que de mayo. Los toldos que cubren las ventanas y balcones han perdido su sueño invernal y lucen sus colores -algo desgastados por la edad- a lo largo de la avenida. Y las golondrinas machos alimentan a sus parejas que calentando la puesta de los huevos permanecen expectantes en los nidos. Sus idas y venidas recortando el cielo ponen retazos blanquinegros de una pintura móvil. A veces, un inesperado cierzo las desequilibra y tienen que realizar varios intentos para depositar la comida capturada al vuelo en el pico abierto de su amada.
¿Dónde se halla la luz que transforma lo que vemos? ¿Está en nuestro interior o en el objeto que contemplamos? Creemos frecuentemente que muchas personas están pendiente de nosotros, que nos observan con meticulosidad para descubrir algún defecto, por pequeño que sea, que les haga cambiar la opinión que se habían forjado. Seamos más humildes; más que fijarse en nuestro aspecto y en la forma en que vivimos, somos nosotros los que proyectamos nuestra mirada en los que nos rodean arrancando disimuladamente sus oscuros pensamientos. Vivir es iluminar constantemente el cerebro con los reflejos que despiden nuestros semejantes. Mal lo tendrá quien refracte los ecos extraños que le inunden sin haber estudiado su contenido.
Brotes esperanzadores se ven florecer en silencio por muchos sitios. Existe gente anónima que robando tiempo a su descanso lo emplea en ayudar al prójimo, solidarizándose con sus necesidades: son los numerosos voluntarios que acuden a visitar enfermos solitarios que necesitan un poco de ternura; son los que sin mostrar a su mano izquierda lo que hace la derecha colaboran económicamente, o con su presencia, en ONG, asilos, comedores gratuitos y parroquias; y son aquellos que desafiando a la autoridad se atreven con su presencia a evitar el desahucio de un piso a una familia sin trabajo o enferma. Todos estos gestos ponen brotes de esperanza que animan a pensar que aún es posible el cambio. Que tú, yo, el otro, y el anónimo que en el silencio sueña, podemos gritar unidos pidiendo recuperar esa justicia social que a tijeretazos están maltratando.

14 de mayo.
 En la casa de enfrente ha habido mudanza y nueva vida. Un matrimonio de procedencia subsahariana se ha instalado en la vivienda que días antes había abandonado unos inmigrantes paisanos. La novedad es una niñita de pocos meses que ha puesto con su color oscuro un brillo inesperado en el balcón. Hoy la he contemplado en los brazos de su padre que embelesado de su cuerpecito le acariciaba y sonreía: el amor puede volver a humanizarnos; qué pena que algunos gocen con lo contrario. Por su parte, las elegantes adelfas que adornan la mediana de la avenida han comenzado a florecer. Cuando llegue junio, sus colores rojo, blanco y rosado formarán una bella estampa martirizada por los humos de los vehículos que cerca a ellas pasan. Mirarlas desde el balcón tienen una perspectiva que engrandece el misterio escondido que la naturaleza crea.
Valioso es lo que no se vende ni se compra;, aquello que el precio lo pone la amistad de un corazón desbordado por la entrega. Valioso es el dulzor del aire que respiras, la sonata primaveral de una Naturaleza en celo o la inquietud encendida de una puesta de sol eterna.
Obsérvate. Estudia las palmas de tus manos que escritas tienen múltiples historias. Tal vez en ellas encuentres los ritmos musicales de un tiempo olvidado, paisajes invisibles de lluvia dulce que guardan montañas de amor y savias de vida serena.


16 de mayo
Pensando en la celebración de mis Bodas de Oro Matrimoniales me llevaron a la parroquia en donde me había casado. Quería tener en mis manos el acta matrimonial del solemne acto y unirla a otros documentos en un libro que estoy preparando como recuerdo del cincuentenario. Las oficinas parroquiales están en un edificio anexo al templo en donde me casé. Qué cambiada está esta parte de la ciudad, hoy llamada La Almozara y anteriormente La Química.
Los recuerdos me llevan a tiempos cuando para entrar en el barrio había que atravesar las vías del tren cuyas barreras encontrabas muchas veces bajadas. Al humo negruzco que las máquinas expendían se unía otro amarillento que salía de las chimeneas de la Industrial Química; humo que ponía picor en la garganta y lagrimeo en los ojos. Mi suegro, que trabajó como Perito Industrial, me contaba que muchos obreros, procedentes del mundo rural, sanos y robustos, perdían pronto su envidiable salud al tener que trabajar horas y horas en un ambiente contaminado. No es extraño que a medida que el barrio crecía fueran aumentando las protestas en los vecinos para que la
fábrica desapareciera. Y lo consiguieron. Las primeras Asociaciones de Vecinos lucharon fuertemente con pintadas y continuas manifestaciones que alarmaron a las autoridades. Hoy es un barrio próspero con construcciones modernas que hacen olvidar aquellas montañas rojizas de los residuos de pirita.
Lo que sigue en su sitio es la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en donde se celebró la ceremonia de mi matrimonio. La calle se llamaba entonces camino Monzalbarba al ser la vía principal para llegar al lejano barrio zaragozano; el camino se ha convertido en gran avenida con el nombre del gran escultor maellano Pablo Gargallo. Entonces el templo sobresalía entre las pequeñas parcelas que lo rodeaban; hoy queda sumergido por altos y modernos edificios de viviendas. El joven párroco que me atendió es colombiano. Qué paradojas nos trae la historia. En aquella época eran los curas aragoneses los que emigraban a Colombia. Domingo Laín, mi paisano y amigo, fue uno de los que se marchó y terminó en la guerrilla del ELN, siguiendo los pasos del mítico Camilo Torres porque las autoridades eclesiásticas no le permitieron vivir el Evangelio con los más necesitados. Al contarle esta historia al sacerdote me dijo que algo había oído de la Teología de la Liberación, pero de Domingo Laín no conocía nada. A estos jóvenes sacerdotes inmigrantes que la Iglesia católica trae a nuestro país para, según ella, volver a evangelizar España, creo que les falta el compromiso de vivir internamente el mensaje del Jesús del Evangelio.
Cuando éramos niños la claridad del amor estaba en todas las cosas: reía el campo, reía el pueblo, reía la ciudad y las pocas cosas con las que disfrutábamos.
Cuando éramos niños el castigo del padre era un dolor pasajero que la noche borraba en gesto amable de ayuda.
Cuando éramos niños el dos por dos cuatro nunca podían ser cinco, y un caramelo en la mano contentaba nuestro lloro de la caída inoportuna.
Pasa el tiempo y la carcoma de las dudas se anidan en el corazón. Nacen barrancos de incomprensión, lágrimas de sal podrida. El padre ya no es el padre que nuestro pelo acariciaba, y el diablo de nuestra infancia, con cuernos y cola fina, se olvida de asustarnos con gritos de fuego y risa.
Pasa el tiempo, aumenta la lluvia ácida; unos van a la derecha y otros a la otra orilla: ¡Ya no hay puentes que unan a los corazones que gritan! El odio se ha despertado y a muchos nos martiriza.

20 de mayo
Los comentarios que los lectores escriben en sus cartas a los directores de los periódicos, contienen muchas veces opiniones valiosas que te obligan a meditarlas con más seriedad que la de algunos comentaristas oficiales. Como estoy tan sensibilizado con la llegada de mi nieta Adriana, hoy he leído lo que una lectora exponía en su carta que titulaba "Te quiero perfecto", en alusión a la pregunta de su abuela sobre dónde están "esos niños" que ahora se ven menos, refiriéndose a los de cara redonda y ojos chinescos. La nieta le dice que el Ministerio de Sanidad lo explica así: "Mediante cribado se les busca con lupa antes de que nazcan y, una vez identificados, con demasiada frecuencia se les impide el nacimiento; un retraso de desarrollo intelectual o un retraso físico son suficientes para eliminarlos".
La autora de la misiva afirma que, ciertamente, las enfermedades genéticas no son deseables, pero no pueden hacer indeseables al enfermo mismo. Y concluye recordando al doctor zaragozano don Luis Azúa cuando hace 50 años, junto con otros entusiastas padres de niños con síndrome de Down, crearon ATADES para mejorar la vida de sus preciosos niños. En un mundo atemorizado y prevenido, la búsqueda de la perfección y la eliminación del "paciente imperfecto" se transforma en norma social común que ya no parece turbar a nadie. De verdad que esta lectora ha hecho que me turbe un poco con sus meditaciones.
Almendrados ojos en redonda cara / corazón abierto y unas manos blancas. / Down, Down, Down...
La luna ríe en tu rostro / y el sol lo alumbra con ganas, / saben que tu alma posee / pureza e inocencia sana. / Down, Down, Down...
¡Niño grande, niño chico, / dulce moscatel de parra; / tu sonrisa angelical / pone amor en mis palabras! / Down, Down, Down...
Las penas y las zozobras / que a los demás nos maltratan / sabes guardarlas ocultas / con la llave de tus gracias. / Down, Down, Down...
¡Mimosón, gran mimosón, / eres el rey de la casa! / ¡Me esclavizas pero gozo, / ya lloraron mis entrañas. / Down, Down, Down...


23 de mayo
Hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de un gran amigo: se llamaba Donato Labordeta Subías. En el colegio que fundara su padre, situado enfrente del Mercado Central de Zaragoza, pasé mi infancia y adolescencia. Entré con diez años a
estudiar el bachillerato y cuando me marché, después de estar tres años como profesor, lo hice para cumplir el servicio militar obligatorio. La amistad con Donato no la perdí nunca y mi relación con su familia fue constante, contemplando con cierto pesar la continua desaparición de sus miembros: padres, hermanos y tíos. Finalmente fue él quien tuvo que dirigir el colegio cuando los vientos no eran muy favorables. Al enterarme que el centro iba a desaparecer le sugerí la idea de escribir un libro; quería contar toda su trayectoria desde aquel lejano 1920 en que su padre lo fundara con el nombre de Colegio Central de Santo Tomás de Aquino. Y lo escribí. Con su ayuda, y el recuerdo de muchos de sus profesores y exalumnos, pude llevarlo a buen puerto con el sugerente título de Grabado en la mente, evocando un verso del himno oficial del colegio que el sacerdote Domingo Agudo, profesor de latín en el centro, compuso. Hoy, como homenaje al amigo desaparecido, he vuelto a releer algunas páginas del libro y me he emocionado de nuevo recordando las vivencias con los compañeros y la relación con los profesores.

25 de mayo
Radio Nacional de España lleva varios días anunciando que celebra el 75 aniversario de su nacimiento. Yo nací un año después cuando la Guerra Civil, que todo lo aplastaba, estaba terminando. Sin embargo la radio no entró en mi casa hasta mucho tiempo después. Para poder oír una emisora tenía que ir al casino del pueblo en donde había un monumental aparato; estaba colocado en una gran repisa de la que salía un alambre que subía hasta el techo haciendo la misión, decían, de antena. Allí, en un ambiente oscurecido por el humo de cigarros y farias, las voces radiofónicas se mezclaban con las de los socios que todos los domingos acudían a tomar café y a jugárselo en interminables partidas de guiñote o subastao. Fue en esa radio, algo asmática, en donde escuché por primera vez la redonda y profunda voz de Matías Prat, radiando un partido de fútbol de la selección española jugando contra Inglaterra; fue en el campeonato del mundo jugado en Brasil durante el verano de 1949. Y fue en ese casino en donde descubrí que en el inconsciente de los hombres se guardan sentimientos opuestos ante situaciones idénticas. Ocurría frecuentemente cuando sonaba el himno nacional al concluir el parte que Radio Nacional daba al mediodía; algunos hombres se quitaban de su cabeza las boinas al mismo tiempo que sus ojos miraban a lo alto, emocionados, mientras sus compañeros de juego los observaban disimuladamente con una sonrisa sospechosa.
Hoy día la radio me acompaña constantemente. La escucho en la cama antes de conciliar el sueño que tanto me cuesta conseguir, así como en el despertar matutino. El aparato que uso lleva un dial que muevo instintivamente de izquierda a derecha buscando la emisora más adecuada para el momento. Tanto me he aficionado que no puedo vivir sin ella. Si alguna vez se gastan sus pilas y no tengo de recambio, busco en otros aparatos que la tengan y así poder escucharla. Las voces de sus locutores, así como sus guiños políticos, deportivos o religiosos, me son familiares Ello me lleva a seleccionar aquellos programas en donde el director y los tertulianos, que tanto abundan, sean los más sinceros y liberales. Qué tiempos aquellos cuando si queríamos enterarnos de algún tema interesante teníamos que acudir clandestinamente a Radio Pirenaica o la menos propagandística BBC británica. Aquella lejana Radio Nacional era la voz del Régimen franquista que tanto mentía, no solo por lo que decía sino por lo que ocultaba. Hoy es distinto, la radio pública recoge pensamientos e ideologías variadas que enriquece al que la escucha; confío en que el Gobierno que ha llegado al poder no intente convertirla en su coto particular. Otras emisoras hay cuyo tertulianos, en vez de comentar, opinar o criticar educadamente, se dedican a descalificar, a veces insultando, todo aquello que no coincide con su particular visión de los hechos.
Hace dos años participé en un concurso de relatos para mayores de 65 años convocados por Radio Nacional. Me quedé finalista y el texto fue publicado en un libro patrocinado por la caja de ahorros Caixa, recibiendo como premio varios libros y un lápiz óptico. El relato contaba esta historia:
"Ya era el tercer año que caía en el olvido. Don Antonio, que siempre esperaba con ilusión la celebración del aniversario de su boda, no comprendía cómo se olvidaba nuevamente de tan señalado día. Además, el de hoy era una fecha redonda: cuarenta años de vida compartida. La radio se lo recordó cuando, en las noticias de la mañana que escuchaba en la cama, oyó que el cuatro de agosto de 2.002 se cumplían cuarenta años del fallecimiento de la gran actriz Marilyn Monroe. Efectivamente, fue al despertar de su primer himeneo -habían ido vírgenes al matrimonio- cuando, aseados y bien vestidos, pasaron al pequeño comedor de la modesta pensión en donde se habían hospedado para pasar su breve luna de miel, y oyeron, en las noticias que Radio Nacional daba cada hora, que la famosa actriz se había suicidado tomándose gran cantidad de barbitúricos. Después de cuarenta años, él, que alguna vez había soñado con el movimiento coquetón de sus caderas y la sonrisa provocadora de mujer fatal, sintió
que algo de su cuerpo quería despertar. Buscó con la mano a su fiel compañera pero ella ya se había escapado silenciosamente de la cama matrimonial. Fue entonces cuando se dio cuenta que había olvidado de comprarle algún detalle que le recordara aquella unión ya tan lejana. Estaba seguro que cuando se levantara y fuera a tomar su frugal desayuno, tendría encima de la mesa un pequeño envoltorio con las palabras: "En recuerdo de nuestro feliz día". Ella siempre lo había hecho así; nunca había fallado. Él también la correspondía con gratas sorpresas, pero desde hacía tres años solamente se acordaba de la fecha cuando veía el obsequio que su esposa, con disimulo, le dejaba en algún lugar de la cocina. La buscó por toda la casa para pedirle perdón, como lo hizo el año anterior y el anterior, pero no la encontró. 'Seguro que ha madrugado para ir a la compra - pensó- y aprovechará para traer unos churros calientes con los que celebrar nuestro aniversario'.
Pasó al cuarto de estar y se puso a leer el periódico que ya le había subido la esposa del buzón. La esperaría. No quería abrir el regalo sin estar ella presente. Quería ver los ojos de satisfacción que ponía para luego darle un beso lo más apasionado posible. En la portada del periódico aparecía la figura exuberante de Marilyn; estaba tan bella y sugestiva como siempre: joven, con los ojos adormilados pero inquietantes, con esa pequeña peca que en el lado izquierdo de su mejilla tenía, junto a su boca entreabierta, invitando a ser besada como si fuera un bebé ansioso de recibir cariño. En las páginas interiores numerosas fotografías en diferentes poses adornaban el refinado contenido, un tanto empalagoso, que de ella escribía el periodista. Muchas habían sido las ocasiones en que don Antonio, en su juventud, se había quedado dormido soñando con su provocativo caminar, con sus exagerados escotes o con esas piernas finas, suaves y alargadas, que el aire acondicionado que salía por las rejillas de metro neoyorquino le elevaba las faldas hasta la cintura, mientas ella, gozosa por la sensación recibida, intentaba inútilmente ponerlas en su sitio. !Qué escena¡ ¡Cuántas veces la había recreado en su mente!
Pero ahora estaba preocupado. Eran las once de la mañana y su esposa no había vuelto. Su inquietud fue aumentando cuando comprobó que en el cuarto de baño no estaba su pasta de dientes ni su cepillo. 'Esas dos cosas tan personales solamente las coge cuando sale de viaje. No. no puede ser. Cómo va a marcharse sin decirme nada. ¿Se habrá cansado de aguantar mis dolencias y rarezas?'.
Algo nervioso llamó por teléfono a su hija. La voz que le contestó la encontró extraña y colgó como un autómata sin saber qué dirección tomar. Fue entonces cuando se dio cuenta que todavía no había desayunado ni había abierto el paquete que, envuelto en papel de celofán, se hallaba en el centro de la mesa. Deshizo con mucho esfuerzo el envoltorio y se encontró con una caja de zapatos. '¡Qué extraño -pensó- siempre me acompaña a comprarlos aunque soy yo el que elige el color y la forma!'. Quitó la fina goma que sujetaba la caja y ¡oh, sorpresa!: en su interior estaban amontonadas las numerosas cartas que él le había escrito cuando cumplió el servicio militar. Por un instante se quedó mudo, no sabía qué pensar. ¿Significaba aquello que de verdad le había abandonado? Comenzó a deambular por la casa, a mirar los armarios y estanterías y comprobó que también faltaban algunos de sus vestidos.
Don Antonio, acostumbrado a que todo se lo dieran hecho, se encontraba desconcertado ante tan extraña situación. La cabeza la tenía aturdida y sentía cierto mareo. Miró de nuevo el reloj: ya pasaban de las doce y media. Intentó de nuevo llamar a su hija pero no recordaba el número. El mareo iba en aumento y enigmáticas sombras humanas le seguían como fantasmas; entonces cayó en la cuenta de que estaba en ayunas; desde la cena del día anterior no había comido nada. Abrió el frigorífico y cogió una manzana que la comió con cierta avidez. Su estómago se fue calmando y la visión borrosa desapareció aunque su mente estaba fuera de lugar. Iba de una habitación a otra, paseando como un gato aturdido, sin saber qué decisión tomar. El portero estaba de vacaciones y en la casa apenas tenía relación con los vecinos: eran tantos y cambiaban con tanta frecuencia, que el educado saludo al coger el ascensor era la única conversación que con ellos tenía. Miró de nuevo al reloj. Ya pasaban diez minutos de la una; era la hora en que su mujer le ponía la comida en la mesa y le sacaba de la nevera la botella de vino tinto. No bebía mucho, apenas dos medios vasos, pero era lo único que él se preocupaba de comprar para que nunca le faltara. Tras un prolongado tiempo de meditación tomó la decisión de bajar al bar de la esquina en donde algunas tardes se encontraba con los amigos. Cogió las llaves, cerró la puerta del piso y esperó en el rellano a poder llamar al ascensor que estaba ocupado. Cuando fue a apretar el botón ya se lo habían quitado; ahora subía y paró precisamente en su planta. Abrió y se quedó confundido: era su esposa la que salía con el carro de la compra.
- Marido, ¿dónde vas en pijama? ¿No te encuentras bien?
Don Antonio miró su cuerpo y al verse que todavía iba en zapatillas y vestido de aquella forma, se dejó caer en los brazos de su esposa como un niño pequeño perdido
- Entonces - le dijo tartamudeando- no me has abandonado.
- ¿Abandonarte? Por qué dices eso. Son las diez de la mañana, la hora en que te levantas. Mira, te traigo churros para el desayuno. Ah, gracias por el poema que me has escrito, aunque me lo diste anoche no lo he leído hasta esta madrugada. Me tendrás que explicar algún verso que no entiendo.
Cogidos de la mano entraron en casa. El regalo de ella estaba sin abrir encima de la mesa. Él no entendía nada. ¿Habría sido todo un sueño? Sonó el teléfono: era su hija.
-¡Mamá! ¡Felicidades por vuestro aniversario! Estoy preocupada por el papá. Hace media hora me ha llamado, no ha reconocido mi voz y me ha colgado.
La madre, tragándose las lágrimas, le contestó con palabras tranquilizadoras. Terminado el desayuno, le enseñó el poema que le había dado el día anterior, se lo leyó en voz alta y le dijo:
- Me gusta mucho, pero tendrás que explicarme los últimos versos. Son muy tristes y no sé qué quieren decir.
-Vuélvemelo a leer -le contestó su esposo con la mirada un tanto perdida -. Últimamente escribo y ni yo entiendo lo que mis palabras significan.
Su esposa volvió a leer el poema. Los versos finales los deletreó pausadamente evitando que él notara la tristeza que sentía. Decían así:
No sé si estoy vivo o soy un fantasma amaestrado. / Únicamente tu caricia ocasional / pone vibraciones placenteras / en un cuerpo que cada vez es menos mío.
Eran las once de la mañana. Una emisora de radio volvía a recordar que hoy se cumplían cuarenta años del fallecimiento de Marilyn Monroe. En una cocina de la pequeña ciudad, un matrimonio que se casó ese mismo día, saboreaba tranquilamente unos churros recién hechos para celebrar el acontecimiento, aunque los pensamientos de la esposa, cada vez más entristecidos, se escapaban buscando un refugio donde el dolor
invisible -huésped adulto inesperado- le recordaba la cuesta abrupta y descarnada que obligatoriamente le quedaba por subir".


28 de mayo
Desde hace varios días estoy intentando recuperar objetos que guardaba en cajas olvidadas que nadie escudriña. Y al mirarlos atentamente descubro sorprendido que todos ellos esconden una pequeña historia que solamente yo sabría contar. Esas plumillas de pata de gallo y las empleadas para practicar la caligrafía cuya tinta te manchaba los dedos y a veces la camisa; esa navaja desnucada que me dio mi padre y que yo la seguía usando para tatuar varas; ese chisquero de piedra y gasolina, martillo que encendía el fuego para fumar deformados cigarros de hoja seca de vid; aquella estampa de una Virgen a la que le pedía ayuda para aprobar las matemáticas; el recordatorio de la Primera Comunión en que aparece mi nombre por haber recibido el "Pan de los ángeles" con siete años de edad; canicas de barro cocido y unos huesos de alberge, piezas inolvidables de mis juegos infantiles. Todos estos objetos me hablan con un lenguaje que solo yo entiendo; ellos fueron compañeros infantiles y me interpelan positiva o negativamente según cómo influyeran en mi vida. Rastreando en ellos me dan pistas para recordar emocionantes relatos, historias que siempre acababan colgadas en la percha de los sueños utópicos. Este vicio por guardar pequeñas cosas como si fueran tesoros escondidos, todavía lo sigo practicando. Hoy, es el trastero del garaje el almacén de ellos, pero ya no me producen la alargada nostalgia de aquellos objetos de poco valor material conseguidos, a veces, con el esfuerzo secreto de cómplices amigos.
Sin embargo, lo que hoy me sigue martirizando de nuevo los oídos es la cantinela de que si la Prima de riego sube o baja, que el déficit aumenta y que las altas operaciones financieras juegan con nuestro futuro. La desaforada cultura del dinero hace bueno lo que hace tiempo pronunció Margaret Thatcher cuando afirmó que la sociedad no existe, que solo hay individuos, olvidando que lo que le pasa a uno solo de sus miembros afecta a todos los que formamos parte de ella. Con esta medida evitan hablar del sufrimiento de los que nada tienen; de la pobreza creciente de los jóvenes y ancianos o del envilecimiento del mundo, olvidando aquello que nos enseña a ver lo más cercano con ojos de gratitud y sorpresa, con la mente del que ve lo poco de bueno que queda en el mundo y quiere cuidarlo para que otros puedan soñar.

30 de mayo
He recibido una carta del actual director de la Fundación San Valero de Zaragoza; me invita a la celebración de un "Día de encuentro" con los compañeros que ya estamos jubilados; evento considerado institucional como, según dice: "En reconocimiento a la labor que cada uno de vosotros habéis desempeñado durante años con gran entusiasmo, dedicación y entrega". Esta reuniones con antiguos compañeros de profesión, que al principio me agradaban, hoy, quince años después, ya no me resultan tan satisfactorias. El comprobar que muchos han desaparecido -de catorce Maestros Nacionales que formábamos la primera agrupación de Iniciación Profesional en la Escuela solo quedamos cuatro- y los que seguimos tenemos en nuestras caras las señales de un envejecimiento que transforma nuestros gestos, me entristece y apesadumbra; es bonita la convivencia pero en ocasiones causa desgarro existencial. Por ello le he manifestado al director mi ausencia a la vez que mi agradecimiento por acordarse de los que nos sentimos algo viejos.
La Fundación San Valero tuvo sus orígenes hace 59 años en la parroquia del mismo nombre, en mi barrio de Las Delicias. Nació por iniciativa de los hombres de Acción Católica que aspiraban ilusionados que los aprendices de los Talleres Florencio y Gómez instalados en la calle Unceta, y los de la fábrica cercana Carde y Escoriaza, pudieran adquirir conocimientos científicos y humanos junto a los que alcanzaban en la práctica diaria. Nacía así la Formación Profesional de la Escuela en la que los primeros profesores eran los maestros de taller de sus propias fábricas, así como los peritos industriales y delineantes; personas todas ellas que se dedicaban desinteresadamente en horario nocturno a impartir las clases. Lo que el actual Ministerio de Educación pretende imponer en los módulos de la siempre cambiante Formación Profesional como una novedad, ya estaba funcionando cuando en aquella época, al concluir los estudios de Oficialía (tres cursos) y el de Maestría ( dos cursos más), se podía continuar la formación con el Peritaje Industrial, meta que muchos alumnos conseguían.
Los que asistían a las clases nocturnas se esforzaban muchísimo. Tras haber trabajado ocho horas diarias, a veces madrugando, acudían a clase ilusionados por formarse profesionalmente. Respetaban al profesor al que consideraban su amigo y tenían la suficiente confianza para contarle sus problemas. En ocasiones su cansancio les hacía bajar las cabezas sobre la mesa y quedarse adormilados; eran verdaderos héroes. La mayoría de los alumnos vivían en el barrio en donde sus padres, emigrados del pueblo, comenzaron a ensancharlo. La Escuela de San Valero, junto a la de los
Salesianos en la Ciudad Jardín, y la Institución Virgen del Pilar en Canal, eran los únicos centros en donde se impartía Formación Profesional además del la escuela oficial en la calle Franco y López. Estudiantes de mecánica, ajuste, automovilismo, torno, fontanería y chapa, competían con los electricistas y la nueva especialidad de electrónica. Llegaría más tarde la especialidad de administrativo y entonces apareció en escena el sexo femenino.
Los Talleres Florencio y Gómez, al igual que los Carde y Escoriaza, abandonaron el barrio y se convirtieron en industrias pioneras. La primera, con el nuevo nombre de TAIM (Talleres Auxiliares de la Industria Minera), y la segunda con el de CAF (Compañía Auxiliar de ferrocarriles), gozan de un gran prestigio internacional. Por su parte, aquella primitiva Escuela San Valero (hoy Fundación San Valero) se ha convertido en una gran institución que abarca las enseñanzas secundaria, bachillerato y universitaria, sin olvidar los cursos de Formación Continua y Ocupacional. Fundación que ha llevado su experiencia hasta la República Dominicana trabajando con los más necesitados.
Quién me iba a decir que aquella Escuela, ubicada en un antiguo convento de la calle Jardines, hoy Juan XXIII, en donde estuve dando clases cerca de veinte años, iba a transformarse en una empresa con cientos de trabajadores cuyo presidente actual es hijo del que fuera su fundador en el año 1953, don Ángel García Jalón, más conocido por Jalón Ángel, el fotógrafo oficial del general Franco. Escuela diocesana, agobiada siempre por problemas económicos al no estar subvencionada, ha visto pasar por sus aulas a cuatro arzobispos: Casimiro Morcillo González, Pedro Cantero Cuadrado, Elías Yanes (el primero que vistió de clériman) y el actual, Manuel Ureña, al que no conozco personalmente; arzobispos que no visitaban mucho la escuela pero eran conocedores de la línea pedagógica que allí se llevaba; ideario en el que el alumno era el centro alrededor del cual giraban todos los proyectos. Eran muchas las reuniones y los cursillos que se celebraban para evitar que el profesorado cayese en la monotonía, actualizando contenidos y métodos para que la formación fuera pareja de la instrucción. Estas reuniones las teníamos, en ocasiones, fuera de Zaragoza; unas veces se iba a la casa parroquial de Fuendetodos y otras a una casa solariega en El Royo (Soria); aunque la mayoría se realizaban en una finca en el barrio zaragozano de Valdefierro.
Fue el sacerdote José Mº González, consiliario del centro, el que dio a la Escuela en aquellos tiempos un renovado estilo pedagógico; su implantación creó tensiones en el profesorado pero resultó altamente valioso. En el número 141 (abril de 2012 ) de la revista Engranaje que yo fundé, aparece en la portada el siguiente titular: "Los años pasan, el espíritu permanece", haciendo referencia a que el curso próximo celebra los sesenta años de existencia conservando, o intentando conservar, los ideales con los que se fundó. Me alegro de que así suceda. Se lo merece.
Espero que la celebración de su sesenta cumpleaños sea un éxito.

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