martes, 28 de junio de 2016

EL COCHE DE LÍNEA...-...MES DE MAYO

EL COCHE DE LÍNEA
El nuevo coche llegó con los primeros cantos primaverales y le apodaron El Cuco. Su llegada a la plaza Mayor, cuando el atardecer moría, convertía al pueblo en un inquieto hormiguero, éxtasis colectivo de personas cautivas. Su presencia era la esperanza que acuñaba sueños reales, caminos de una deseada partida liberadora de murallas invisibles.
En ese coche tartana, asmático y quebradizo, con ojos agrietados de temor y sorpresa, tomé asiento hace más de cinco décadas buscando algo distinto de la vida. Entre nubes de cestos mimbrosos, maletas de madera y cartón duro - estampas de una infancia querida y odiada - mi corazón se llevó miles de paisajes y miradas, y cientos de besos en las mejillas.

SEMANA SANTA (I)
Las campanas se morían en las manos del sacristán mientras un luto violáceo ocultaba los altares de la iglesia. Y en ese escenario de marionetas, iluminado por velas clandestinas, representábamos el juego tragicómico de matar a los judíos.
A la orden dada por el gran jefe, cuando el templo desnudo era símbolo de la nada, un estruendo de golpes secos de carracas y mazos ponía temblor en las oscuras bóvedas. Ante aquel festival de ruido y tinieblas, temerosos, pero contentos por la matanza, nuestros profanos corazones sonreían y gozaban.
El juego de la ignorancia era tan real como el de la guerra mundial que se nos estaba ocultando. Gracias que la nuestra duraba sólo tres días y muy pronto el sol la eclipsaba.

SEMANA SANTA (II)
A un Carnaval prohibido le seguía una Cuaresma obligada. Previo pago de una Bula obligada, que te libraba de comer carne toda la cuarentena, los viernes, tras el ayuno y la abstinencia, terminaban al anochecer con el rezo del Vía Crucis circundando el interior de la iglesia con cantos de perdón y clemencia. Llegada la Semana Grande había que cumplir con parroquia: comulgar en la Pascua Florida. Eran días especiales de confesiones, oraciones y sermones muy solemnes, predicados generalmente por un fraile cuaresmero que ayudaba al mosén a lavar las conciencias, sobre todo las de los hombres, tras una año sin haberlas limpiado.
"¡Hay que cuidar el alma mejor que el cuerpo!" -gritaba desde el púlpito-, y añadía: "¿De qué os sirve disfrutar en esta vida si luego os condenáis para siempre?"
¡Disfrutar! ¡Disfrutar de qué, si toda la vida era un trabajo duro sin apenas recompensa! ¡Disfrutar de qué, si todo estaba marcado por un abismo de ojos policiales!
Terminado el ritual del cumplimiento había que dejar constancia del hecho. Y como un deber obligado, entraban los hombres y mujeres a la sacristía para que el sacerdote anotase sus nombres y apellidos en un cuaderno preparado para el caso. ¡Ay de aquéllos que no lo hiciesen! Hecho el recuento, calle por calle, no era extraño que algunos nombres aparecieran en una lista en el atrio de la iglesia. ¡Y con qué morbo se acercaban algunos a leer quiénes eran los incumplidores! No contenta la Iglesia con haberles prohibido sus ideas, aún los martirizaba como si fueran seres infectos.

ANCIANOS Y ANCIANAS
Cuando el día alargaba y la tierra mostraba sus primeros vagidos, los ancianos y ancianas buscaban las suaves caricias del sol. Ellos las hallaban tras las tapias en donde el cierzo no levantara sus boinas y los rayos engañosos de abril no arrugaran más sus rostros. Ellas, remendando con paciencia desgastadas mudas, se sentaban en viejas sillas de anea al abrigo de la abandonada ermita.
Ellos hablaban de los neonatos pámpanos que ya enseñaban las vides y de los muchos campos yermos que dejaron en el paisaje los tiempos no olvidados de la guerra. Ellas, recordaban a los hijos, cada vez menos hijos, y sus problemas. Y entre puntada y puntada lanzaban versos al viento: penas de un cuerpo cansado que se les iba sin saberlo.
Cuando el sol moría, miraban ellos con nostalgia el fuego del infinito, añorando los tiempos en que sus fuerzas de toro abrían hoyas como tumbas para que las vides enraizaran a gusto. Ellas, al volver la tarde allá por el cementerio, enviaban sus corazones a los altivos cipreses que el suave viento agitaba haciendo sus sombras más alargadas.
Y separados regresaban lentamente a sus casas: ellos rumiando recuerdos en un alma encallecida; ellas, rezando en silencio las sencillas oraciones de siempre.

LAS ROGATIVAS
¡Llueva,llueva, llueva!
¡Baje el agua, baje!
Los trigos se secan,
las fuenten no nacen.
Si no llueve pronto
nos moriremos de hambre
Muchas veces el tiempo estaba de espaldas y la cosecha se quedaba escondida. Sabíamos que una sequía primaveral prolongada, traía hambre y tristeza: noches alargadas por un incontrolado insomnio. Para evitarlo, con esa clarividente fe de carretero que todo lo intuye, caminábamos en procesión, expectantes, hasta la ermita cercana a pedir justicia. El sacerdote, cantando letanías, implorando a innumerables santos y santas, asperjaba los ribazos secos y las lejanas montañas confiando en que el cielo raso, oídas nuestras oraciones, oscureciera el alargado paisaje.
Si el agua llegaba: ¡milagro, milagro! Pero pocas veces el milagro se cumplía. Entonces, en las caras arrugadas de nuestros mayores, y en nuestros inocentes ojos de niños inquietos, hacía cama el dolor y los suspiros silenciosos se convertían en semillas amargas: gemidos sólo comprendidos por una soledad sin respuestas.

MES DE MAYO
Muchas veces mayo era verde y se le cantaba a la Virgen. Delicadas flores silvestres, nacidas en el sótano de una tierra muda, eran ofrecidas a la sonriente Señora. Ofrendas de cánticos y poemas aprendidos en polifonía monótona, recorrían el templo desde el atrio al coro dejando en sus ecos peticiones de extraños deseos. No sé si la Virgen, bajo su azulado manto de niña madre, escuchando tantas y repetidas súplicas, adivinaba que nuestros corazones, algo aburridos y cansados, se ausentaban del acto pensando en los juegos del ya cercano verano y en la deseada merienda que nuestros estómagos pedían.
En mayo, con un abril lluvioso, todo el campo era una alabanza, un poema de fragancias y verdores. Pero era la Señora en el altar mayor, siempre sonriente y niña, la que más visitas y olores recibía.
Un año llegó en peregrinación la milagrosa Virgen de Fátima. Su recorrido espectacular por la calle Mayor del pueblo, adornada con arcos triunfales y acompañada por todas las "Fuerzas Vivas", con las campanas tañendo fuertemente y nuevos cánticos apropiados para el caso, convirtieron la visita en un espejismo de deseos que el tiempo ocultó en la nada. Algunas palomas de la torre, sobrecogidas por tanto clamor, se le unieron en su peregrinar por otros pueblos de España para poder dar fe de ese milagro que todo el mundo esperaba. Sin embargo, cuando el sentimiento fue desapareciendo de los corazones, el mito de la añorada Virgen se convirtió en un recuerdo lejano lleno de sombras y de pasiones apagadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario