martes, 15 de noviembre de 2016

MANOLO PÉREZ

MANOLO PÉREZ: MÁS ACÁ DE LA GUERRILLA.

Por

ANGEL DELGADO PÉREZ Y JOAQUÍN SANMARTÍN MONAJ 


La noticia de la muerte del sacerdote guerrillero Manolo Pérez ha suscitados muchos silencios turbados, alguna cadena y escasas adhesiones públicas. Seguramente a los que lo conocimos nos ha cogido viejos ya y derrotados. Hoy algunos lo tachan de sanguinario y sólo surge alguna voz defensora desde Alafamén o desde Ainsa. Este escrito quiere ser una reflexión sobre él, José Antonio Jiménez y Domingo Laín, que fueron también sacerdotes y compañeros suyos en el Ejército de Liberación Nacional, convencida de ser una reflexión sobre el amor extremo al pueblo.

Hace treinta años, cuando se conoció que los tres curas se habían enrolado en la guerrilla y surgieron las primeras condenas de los escandalizados, inmediatamente un grupo de más de cuarenta sacerdotes aragoneses hizo público un manifiesto de respeto a su decisión y de afirmación de su indudable espíritu evangélico. Efectivamente, si seguimos el éxodo de sus vidas comprobamos que Manolo Pérez, Laín y Jiménez, fueron siempre a donde les exigieron los más pisoteados. Su relación con el pueblo no comienza con la guerrilla colombiana. Hay una primera parte anterior a sus historia personal. En 1962 pasan desde el Seminario de Zaragoza al Seminario Hispanoamericano de Madrid, entre otros seminaristas aragoneses, Manolo Pérez y J. A. Jiménez. Al curso siguiente se incorporaron A. Gil, J. Sanmartín y otros. Van a formar equipo para, en su día, marchar a San Juan de la Maguana (República Dominicana), en la frontera con  Haití. Tras cuatro años de estudios, de convivencia y de experiencias pastorales habrían de partir para San Juan de la Maguana.

Aquellos años se nos llenaba la boca hablando del pueblo o de los pueblos. Ahora se habla de partidos, de gobiernos, de instituciones. El protagonismo descafeinado y usurpado por los poderes de siempre y por los nuevos. De las recuperaciones cristianas impulsadas por Juan XXIII la más rotunda en aquellos años fue ésa: somos el pueblo de Dios. O sea, iguales y hermanos. Parte de la Jerarquía Católica ya mostró su miedo a la fraternidad avisando del peligro de la horizontalidad. Propugnaban también el protagonismo de los pueblos, los movimientos de liberación, los intelectuales y universitarios críticos, y los marxistas.

Un equipo formado en Europa.

El verano del 64 Pérez y Sanmartín pasaron dos meses en Francia, en formación pastoral según la llamada “pastoral de conjunto” liderada por los Fils de la Charité. Viajaron en autostop, pernoctaron en los “Foyer de Nuit”, vivieron con emigrantes españoles y con curas obreros en Pas de Calais, conocieron las minas de carbón de Lille, se ganaron el pan en un “chantier” en Sallaumines, y acabaron compartiendo techo y pan con emigrantes granadinos y polacos en los barracones de un antiguo campo de concentración. Compromiso de clase. Opción por los pobres decían los documentos de debate del Vaticano II que estaba celebrándose.

Al verano siguiente Pérez, Sanmartín y Jiménez Comín vuelven a su extraño turismo, buscando otra experiencia que pudiera prepararles para Centroamérica: trabajan de peones en un almacén cooperativa en el puerto de Rouen.

Ya sacerdote en 1966, Pérez se inicia en Getafe, cuando este barrio era el sur, lo marginado, el aluvión emigrante a la capital. Pandillas de jóvenes, familias desorientadas, gente desarraigada.
Por fin en 1967 Manolo Pérez y José Antonio Jiménez marchan a la República Dominicana. Gil, por enfermedad y Sanmartín por tener que finalizar aún los estudios de Teología, quedan en España. Parte del equipo comenzaba su experiencia misionera. Al poco tiempo de estar en San Juan de la Maguana conectan con Domingo Laín, entonces en Colombia. Él viaja a visitarlos desde Cartagena de Indias.

Domingo Laín Sanz, J. A. Jiménez Comín y Manuel Pérez Martínez


Un equipo para América.

De esos contactos sale un nuevo compromiso. Los tres acuerdan trabajar juntos en la realidad más pobre que conocían, en unos submundos de marginación, con una conflictividad social tremenda: Pérez y Jiménez Comín deciden pasarse con Laín a Cartagena, en Colombia. Ya es otro equipo, otro contexto social, otras exigencias, una acción evangelizadora distinta, no encajable en la pastoral eclesiástica al uso. En Cartagena de Indias ejercieron la denuncia social y política, la defensa pública de los pobres, la exigencia humana y social del Evangelio. Y empezaron a ser fichados por “alterar el orden establecido” y a enfrentarse con los poderes políticos y eclesiásticos. En 1970 los tres fueron expulsados a España. Pero en América habían descubierto ya a un pueblo más oprimido de lo imaginado y seguramente a un sacerdocio distinto: defender a los más pisoteados de la tierra haciéndose como ellos. Como hiciese el Dios eterno con los hombres. ¿Cómo? La oficialidad colombiana no se lo permitía. ¿Y la española?

En España anduvieron dos o tres meses por Alfamén, Paniza y Ariño, sus pueblos respectivos. Por aquí visitaron a muchos compañeros sacerdotes y también mantuvieron encuentros sigilosos con personas y grupos comprometidos. Con la Jerarquía oficial no llegaron a entenderse. A finales de junio Pérez, Jiménez y Laín hicieron con Sanmartín un viaje relámpago a París. En Burdeos y en París contactaron con organizaciones y comunidades de base comprometidas en la ayuda al Tercer Mundo y con colombianos que buscaban en Europa refuerzos para su pueblo. Los pasos de los tres exiliados eran ya críticos y clandestinos. De nuevo en España, Pérez, Laín y Jiménez prepararon la marcha calladamente. Un día desaparecieron sin despedirse de nadie, ni siquiera de sus coequipiers Gil y Sanmartín.

Hacerse pueblo colombiano.

Seguramente vía Francia llegaron clandestinamente a Colombia. Allí el movimiento guerrillero existía desde 1948. ¿Sólo él supo acogerlos?  ¿Fue el ELN la única forma de hacerse pueblo colombiano? Ellos querían ser refuerzo de ese pueblo. ¿Es inmoral ser “scheriff” de los pobres, buena policía de los pisoteados, defensores de los agredidos, primera línea frente a los bárbaros que devastan a poblados indefensos? La gente humilde y humillada, ¿qué quiere: vida o muerte, mártires o guerrilleros? Y el Dios que habló de poner la otra mejilla y de guardar la espada, ¿a quien se refería, a genocidas o a gilipollas? ¿Erraron los dirigentes de la Acción Católica Italiana que lideraron, junto a los comunistas, la lucha armada contra el fascismo?

Parece que allí asumieron la violencia que los desarrollados definimos como inasumible. La que los propios teóricos de la Teología de la Liberación han descrito como “sin suficiente análisis político ni adecuada reflexión cristiana”. Ellos son reformistas. Ninguno ha militado en guerrillas. Ninguno de los más sobresalientes es colombiano. Parece, por el contrario,  que la experiencia histórica de muchos pueblos y de sus líderes,  escarmentada, no creía ya más que en la revolución. ¿Y en qué puede creerse en la actualidad, si siguen los genocidios y las abismales diferencias? Tras 30 años de presión internacional, ahí está Méjico, Guatemala, la propiua Colombia, con sus masacres interminables, con sus 30.000 homicidios impunes anuales cada uno de los tres últimos años, según informes de Cáritas de Colombia. En la India del pacifismo de Gandhi y del amor abnegado de Madre Teresa, 50 años después se ha llegado a las bombas nucleares pero no a redimir la miseria.

Eran de los mejores.

Los que fueron sus compañeros o amigos saben de la profunda fe cristiana de los tres sacerdotes aragoneses y conocieron sus consecuentes compromisos con los más pobres. Por eso han creído en ellos antes, en y después. Algunos conservan aún cartas en las que se habla de radicales actitudes evangélicas. El más reflexivo del grupo fue indudablemente J. A. Jiménez Comín, diez años mayor que M. Pérez y antiguo empleado de banca.Ya en diciembre de 1962 escribía desde Madrid a uno se sus compañeros en Zaragoza: “Nunca es demasiado cuando el límite no se alcanza”. Y el límite es “dar la vida”. Cierto que…, que cuesta abandonarse cuando es propio del hombre buscar seguridades. Pero hay que seguir adelante dejándose llevar por los que lo necesitan y partiendo de sus necesidades…, ayudarles como ellos quieren ser ayudados…”
Quizás la reflexión debamos continuarla por la relación violencia-amor que apuntaba Helder Cámara, por la defensa propia legítima del pueblo no solo empobrecido sino martirizado, por la muerte de los tiranos que justificaba la teología escolástica más ortodoxa o por la simbiosis entre creyentes y no creyentes en la lucha por la liberación de estos pueblos amerindios.
En todo caso, esperamos que el libro sobre Manolo Pérez que la socióloga colombiana Fabiola Calvo Ocampo va a publicar prontamente nos ayude en esta reflexión. En la gira realizada por Colombia a mediados de marzo por una Misión Eclesial Internacional, entre cuyos miembros figuraba el Secretario General de Cáritas España, se ha constatado una vez más la envergadura del problema de la violencia. Parte de la responsabilidad se atribuye, sí, a las guerrillas, pero sobre todo a los paramilitares. Es curioso que entre las regiones más golpeadas por la violencia (Villavicencio, el Choco y el Urabá) no se destaque Santander, donde dominaba el ELN de Manolo Pérez.

Una tesis inacabada.

Con la muerte del último de nuestros tres sacerdotes guerrilleros termina tal vez una época en la que las grandes inquietudes giraban entorno a esta pregunta: ¿cómo servir o estar con el pueblo? Aprendimos a responder: siendo pueblo. A lo mejor no ha sido una época sino una generación. Sin duda ha sido la tesis de nuestras vidas y aún la tenemos sin concluir. 

Al finalizar el funeral celebrado por Manolo en Alfamén – donde hubo demasiadas ausencias- a algunos nos hubiera gustado gritar: “¡Hasta siempre, Comandante! “ Es como han despedido los pueblos latinoamericanos masacrados a los que se hicieron como ellos sin tapujos. Era un brote de los sentimientos. Pero se impuso nuestro razonamiento de desarrollados y nuestra prudencia de sufistas. Y nos fuimos silenciosos, reprimiendo el corazón. Quizás fuimos sabios. Quizás respetuosos con otros creyentes. Pero no demostramos haber entendido a Manuel Pérez. Porque tenemos que creer que él vivió y murió guerrillero fue porque desde su compromiso cristiano vio que no le quedaba más remedio. Aunque tuviese que asumir un sufrimiento que premonitoriamente intuía ya en la Navidad de 1965, cuando escribió en una carta: “Sufrimos bastante porque no acabamos de comprender a nuestros hermanos sacerdotes de aquí, porque no acabamos de vivir como nuestros hermanos seglares los hombres…” Y así teníamos que haberlo despedido: como él quiso vivir.

  1. Delgado.
Nota: “Escrito quince días después del 14 de febrero de 1998 – fecha de la muerte de Manolo Pérez, con la ayuda de J. Sanmartín).
Zaragoza, 1-3-1998.



Fragmentos de cartas de Manuel Pérez Martínez y de José Antonio Giménez Comí
ALBÚN FOTOGRÁFICO:

IGLESIA DE ALFAMÉN-ZARAGOZA-ESPAÑA

IGLESIA DE ARIÑO-TERUEL-ESPAÑA


IGLESIA DE PANIZA-ZARAGOZA-ESPAÑA

BASÍLICA DEL PILAR. ZARAGOZA-ESPAÑA

Cañón de Chicamocha. COLOMBIA.

Embalse de Salvajina. COLOMBIA

Río Cauca. COLOMBIA

Manuel Pérez, en la selva colombiana


SELVA COLOMBIANA: Refugio de los defensores de los pobres.


SOBRE MANUEL PÉREZ, D. LAÍN, J. A. JIMÉNEZ COMÍN:

Manuel Pérez. Un cura español en la guerrilla colombiana, de Fabiola Calvo Ocampo. Edita VOSA S.L. MADRID, junio 1998.


La búsqueda. Del convento a la revolución armada: testimonio de Leonor Esguerra, de Inés Claux Carriquiry. Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. Colombia noviembre 2011.


 
Cita del libro de María López Vigil: "MANUEL, EL CURA PÉREZ
Camilo camina en Colombia". 3ª Edición, Txalaparta, España 1990. 2ª Edic. Colombia 1990. 1ª edic. México 1989





San Pablo al describirse a sí mismo como hombre cristiano llegará a decir:
“Cuando yo era niño, hablaba como niño, tenía mentalidad de niño, discurría como un niño; cuando me hice un hombre, acabé con las niñerías. Porque ahora vemos confusamente en un espejo, mientras entonces (cuando venga lo perfecto) veremos cara a cara; ahora conozco limitadamente, entonces comprenderé cómo Dios me ha comprendido. Así que esto queda: fe, esperanza, amor; estas tres, y de ellas la más valiosa es el amor”. (1ª  Carta a los Corintios. 13, 11-13).
San Juan por su parte dice también:
“El que diga “Yo amo a Dios”, mientras odia a su hermano, es un embustero, porque quien no ama a su hermano, a quien está viendo, a Dios a quien no ve, no puede amarlo. Y éste es precisamente el mandamiento que recibimos de él: quien ama a Dios, ame también a su hermano”. (1ª Carta de San Juan, 5, 20-21). (Nueva Biblia Española. Luis Alonso Schökel y Juan Mateos. Ediciones Cristiandad. Madrid, 1.975).

Esto ocurrió desde el comienzo del cristianismo. Dios (la idea de dios) ha ido cambiando a treavés de los siglos. O volvemos al evangelio de Jesús de Nazaret, o seguiremos creando dioses a imagen y semejanza nuestra. Nos llamaremos cristianos (o católicos), pero tendremos diferentes dioses. No es lo mismo el dios de los ricos que el dios de los pobres, por ejemplo.

Sigamos viendo lo que Manuel, el cura guerrillero, cuenta en la entrevista que María López Vigil describe en su libro arriba mencionado.









Jorge Camilo Torres Restrepo

Nicolás Rodríguez Bautista, alias Gabino.

Ribera del Ebro en Zaragoza

BIBLIOGRAFÍA:

Los sueños intactos; "el cura Pérez", de Ion Agueri. Donostia. 1998.
El guerrilero invisible, de Walter J. Broderick. Bogotá. 2000.
Diario de guerra "Francisco", Bolivia. 1970.
Subportica: revista digital de los alumnos de Alcorisa del Curso 1951- 1952, confeccionada por Arturo Bosque Fonz.
Rojo y negro, de Milton Hernández.
La revolución de las sotanas, de Javir Darío Restrepo.
Crucifijos, sotanas y fusiles, de Carlos Arango Zuloaga.
Camilo el cura guerrilero, de Walter Broderick. Bogotá. Ediciones Grjalbo. 1977.
Camilo, Liberación o muerte. Torres Restrepo. La Habasna. 1967.
Camilo camina en Colombia, de María López Vigil. México. 1989.
Entrevista con la nueva izquierda,  de Marta Harnecker. Managua, México Lima. Ediciones latinoamericanas. 1989.
Teología de la Liberación y lucha de cleses, de J.M. Ibáñez Langlois. Madrid. 1985.
ELN: una historia contada a dos voces. Bogotá. Edit. Rodríguez Quito Editores. 1996.
Domingo Laín. (La utopía de un sacerdote aragonés en la guerrilla colombiana). de Santiago Sancho Vallestín. Edit. Comúniter, S.L. Zaragoza. 2007.
Les amó hasta la muerte (Biografía de José Antonio Giménez Comín), de Juan pedro Mora y Santos Giménez Comín. Apuntos fotocopiados. Madrid. Octubre 1996.
Manuel, el cura Pérez. Camilo camina en colombia, de María López Vigil. 4ª Edición. Comité de Solidaridad Internacionalista de Zaragoza, 4 de mayo de 2 000.
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario