miércoles, 20 de octubre de 2021


 BUSCANDO A DIOS QUE YA NOS HA ENCONTRADO. 1º.

SINOPSIS:
Desde siempre los humanos van buscando a Dios. Con Jesús de Nazaret
caemos en la cuenta que Dios ya nos ha encontrado, y que podemos
encontrarnos con él a través del amor. A nosotros nos toca dejarnos
enamorar por un Dios que ya está enamorado de nosotros.
José María Alcober Brenchat ha vivido durante 35 años al servicio del
pueblo y de la Iglesia africana en la R.D. del Congo como Misionero de África
de los Padres Blancos. Posteriormente, en Sevilla, ha impartido, por más de
una década, charlas de las que provienen los apuntes que están en el origen
de este libro.
1
BUSCANDO AL DIOS QUE YA NOS HA ENCONTRADO
José María Alcober Brenchat


”Munda cor meum
ac lábia mea,
omnípotens Deus,
ut digne váleam nuntiáre
“Purifica mi corazón y mis labios,
Dios Todopoderoso, para que pueda
anunciar dignamente tu Evangelio”.
(Oración que, según el Missale
Romanum, el sacerdote dice antes

Índice:

 
SINOPSIS
NOTA PREVIA
INTRODUCCIÓN A LAS CHARLAS SOBRE EL MISTERIO DE DIOS
8


1. DIOS ES Y SERÁ SIEMPRE MISTERIO 12
2. “CONOCER” A DIOS ES ENTRAR EN COMUNIÓN CON ÉL A TRAVÉS DEL
AMOR 18
3. NOSOTROS NECESITAMOS DECIRNOS Y DECIR PALABRAS SOBRE ESTE
MISTERIO 26
4. UN LENGUAJE ESPACIOTEMPORAL PARA HABLAR DE UN DIOS ETERNO 36
5. ¿POR QUÉ CREO EN DIOS? 43
6. DIOS ES EL AZÚCAR QUE DA SABOR A MI VIDA 58
7. ¿“SENTIR” O “VIVIR” EN EL AMOR DE DIOS? 65
8. BUSCADORES DE DIOS (Como los Magos. Mt 2 112) 76
9. EL ASOMBRO DE LOS BUSCADORES 91
10. LOS HUMANOS VAMOS “CAYENDO EN LA CUENTA” DE ESE MISTERIO A
QUIEN LLAMAMOS DIOS 101
11. UN DIOS QUE NOS “HABLA” 109 4
12. “¿NO OÍSTE SUS PASOS SILENCIOSOS?” 117
13. A TRAVÉS DE LAS DIFERENTES CULTURAS, SABIDURÍAS Y RELIGIONES 124
14. VOLVER AL DIOS DE JESÚS 129
15. LA REVOLUCIÓN COPERNICANA DE JESÚS 136
16. ὁ ΘΕÒΣ ἀΓΆΠΗ ἐΣΤΊΝ (HO THEOS AGAPE ESTIN) 143
17. EPÍLOGO 160
Bibliografía 163

NOTA PREVIA:
Quisiera empezar diciendo de dónde salen y cómo nacieron estos apuntes
sobre el Misterio de Dios.
Después de 35 años al servicio del pueblo y de la Iglesia africana en la
R.D. del Congo como Misionero de África de los Padres Blancos, hete aquí
que, por un cúmulo de casualidades, me encontré viviendo en Sevilla. De
manera totalmente sorprendente para mí, el director de la Escuela
Diocesana de Teología para Seglares me pidió que diera unas charlas sobre
el Misterio de Dios. Tuve la suerte también de hacerme amigo de un grupo
de jóvenes de los Equipos de Nuestra Señora; con algunos de ellos
empezamos a reunirnos los lunes para “hablar de algunos temas religiosos”.
Más tarde fueron también varios adultos los que me lo pidieron. Así nació
lo que luego llamaríamos las “Tertulias de los Lunes”. Durante más de 10
años, unas 30 personas nos hemos estado reuniendo cada lunes hasta mi
salida de Sevilla, bien apretaditos en una sala de nuestra residencia. Ahora
que estoy retirado en la residencia de los Misioneros de África en
Benicàssim, varios de mis amigos sevillanos me han pedido los apuntes que
preparé para aquellas tertulias. Pero es que nunca habían sido escritos para
ser publicados; son simples notas que necesitarían una profunda revisión;
y a mis 81 años no sé yo si estoy en condiciones de hacerla. Aquí es donde
interviene Isabel González Turmo. Ella insistió y se ofreció a ayudarme para
convertir ese manojo de papeles de apuntes en un libro. A pesar de
que yo soy baturro y ella no, su tozudez ha sido más fuerte que la mía (¡perdona, Isabel, que lo diga a lo baturro!). Así que con ella hemos empezado a revisar los apuntes de nuestras primeras tertulias allá por el año 2010.
Si aquellos apuntes han podido tomar la forma de un libro, en gran parte se lo debo a ella y a su hija Irene. Muchísimas gracias por vuestro empeño y trabajo, no pequeño, para dar forma a aquellos primeros apuntes. Veremos si me
quedan fuerzas para continuar con otros.
Quiero agradecer a todos los participantes en aquellas Tertulias de los
Lunes que soportaron y acogieron mis charlas con muy buena voluntad y
hasta con cariño; todos ellos me hicieron un gran favor, que les agradezco
de todo corazón. Por una parte, me dieron la oportunidad de aclararme a
mí mismo, de sintetizar y de poner por escrito algunas de las cosas
esenciales que me han hecho y me hacen vivir, que han dado y dan sentido
a mi vida, pero que estaban ahí, en mi cabeza y un poquito -eso espero- en
mi corazón y en mi vida, pero que no había tenido ocasión de sistematizar
explícita y más o menos ordenadamente. Por otra parte, también me
permitieron decirlas tal como las pensaba (e intentaba vivirlas), con total
libertad. Y esto es algo que les agradezco de modo muy especial.
Si a alguno de ellos esto le ha servido, y si a alguno de los que tengan a
bien leer estos apuntes ahora les sirven para reflexionar más personalmente
su fe, para tomar sus propias opciones, y para vivir su fe de un modo más
auténtico, más consciente y más feliz, me doy por honrado y compensado
de las horas que he pasado preparándolas.
Detrás de estas notas hay, aparte de muchos ratos de reflexión y de
experiencias vividas, muchas lecturas de autores que saben sobre todo esto
mucho más que yo, y que me han ayudado a reflexionar, a afrontar mis
dudas, a profundizar muchos aspectos de mi fe. Imposible citar los nombres
de todos esos autores o los títulos de sus libros. Muchas de las ideas y hasta
de las frases e incluso párrafos enteros de estas notas se los he “robado”,
en muchos casos sin saber ya ahora ni a quién ni cuándo ni dónde. Como
estas notas no estaban previstas para ser publicadas, sino simplemente a
ser utilizadas por mí en mis charlas, en muchos casos no cito ni el autor ni
el libro de los que he tomado frases enteras. Que me perdonen esos autores
que me han inspirado. ¡Benditos sean todos ellos!

INTRODUCCIÓN A LAS CHARLAS SOBRE EL MISTERIO DE DIOS
Permitidme hacer mías también las palabras del profeta Amós. Amós
vivió unos 700 años antes de Cristo. Era un simple campesino que
Yo no soy teólogo ni hijo de teólogos. Soy un simple misionero que ha
pasado 35 años de su vida al servicio de la Iglesia de África, y que ha vivido
la mayor parte del tiempo entre gente muy sencilla, pobre, la mayoría de
ellos analfabetos. Nunca he trabajado en “las altas esferas”, ni intelectuales
ni eclesiásticas. Sino en la pastoral a ras de suelo, como coadjutor o vicario,
en varias parroquias rurales de las diócesis de Bunia primero, y después en
una parroquia de un barrio marginal en Kisangani. Todo ello en la R.D.
Congo (antes Zaire). Es verdad que durante 5 años dirigí un equipo de
traducción de la Biblia en lengua Lendu, propiciado por la Sociedad Bíblica
Mundial. Pero mi trabajo era precisamente intentar hacer accesibles esos
textos a la gente sencilla y analfabeta, y ver si nuestras traducciones eran
o no bien comprendidas por ellos.


O sea que, de teólogo profesional, ¡nada!


Pero también tengo que añadir una cosa. Y es que lo que he visto y vivido
en África, me ha planteado muchas preguntas. Muchas preguntas sobre
muchos temas. Y en particular muchas preguntas sobre mi fe, sobre la
manera como la formulamos y la expresamos, sobre la manera como la
vivimos. Muchas preguntas sobre Dios. Porque las situaciones que me ha
tocado vivir han puesto en cuestión muchas de las “ideas” que nos hacemos
de Él, mucho de lo que decimos de Él, nuestras actitudes ante Él.
A partir de esas preguntas que la vida me planteaba, he tenido que
reflexionar mucho, y también rezar mucho, para darme respuestas a esas
preguntas que la vida me planteaba. He leído alguna cosilla de teología,
intentando que lo que leyera fuera solvente. Y he releído, sobre todo, con
ojos nuevos, el Evangelio.
Eso me ha obligado a echar por la borda algunas de mis ideas anteriores,
a purificar otras, y -creo y así lo espero- a profundizar muchas de las ideas
sobre Dios que yo llevaba en la cabeza, y también en el corazón. La vida en
África me ha sacudido muchas de esas ideas, y me ha obligado a tirar
algunas por la borda. Y os garantizo que eso no siempre es tarea fácil. A
veces es incluso muy doloroso, porque, -si Dios es alguien importante para
mí-, quitarle algunas de esas caretas que le hemos ido poniendo a lo largo
de la vida (y que hemos identificado con Dios mismo) te pone en crisis a ti
mismo, y quizás a lo más íntimo de tu propio vivir. Doloroso, porque
tendemos a identificar a Dios con las ideas que nos hacemos de él. Pero
necesario, porque Dios está más allá de todos los disfraces que le ponemos,
y es más que las mejores ideas que nos podamos hacer de Él.
Ahora bien, desde mi vuelta de África, constato que esa tarea es también
necesaria y urgente aquí. También aquí, y entre los que nos consideramos
“cristianos de toda la vida”, creo que es una tarea urgente purificar y
profundizar las ideas que nos hacemos de Dios. A Dios, a lo largo de nuestra
historia cristiana, lo hemos ido revistiendo de muchas caretas, de muchos
disfraces, de muchos mantos, de muchas coronas, de muchos oropeles. ¡Y
no me refiero ante todo a los mantos físicos que les ponemos a nuestras
imágenes de madera! Los mantos y disfraces más peligrosos son las ideas,
las imágenes y los ídolos que nos fabricamos por dentro (las ideas que nos
hacemos de Dios, los conceptos con los que pretendemos entenderlo, y en
los que muchas veces lo encerramos). Esas ideas y esos conceptos, quizás
sean necesarios para nosotros, para situarnos ante su misterio. Pero
también lo disfrazan y lo deforman. A veces hemos identificado a Dios con
los revestimientos, con esos disfraces, con esas caretas, con esas ideas que
nos hacemos de él; con esos ídolos que nos vamos fabricando.
Muchas veces esos revestimientos, esas caretas y esos mantos que le
ponemos a Dios, esos ídolos y esas falsas imágenes mentales que nos
hemos fabricado de Él, lo que hacen es ocultar el verdadero rostro de Dios
revelado en Jesús. Me atrevo a decir que muchas veces traicionan el
verdadero rostro de Dios que se nos ha revelado en Jesús de Nazaret. Por
eso creo que es necesario y urgente quitárselos de encima. Superar esas
ideas, que han constituido el fondo de nuestro ser desde niños, no es tarea
fácil. Pero quizás sea esa la tarea más importante y más urgente que
tenemos los cristianos hoy:
- Por respeto para con Dios mismo: Quitarle las caretas y los disfraces
que le hemos puesto a Dios a lo largo de nuestra historia; y mostrar su
verdadero rostro, es una de las tareas más importantes de los cristianos
de hoy. Por respeto para con Dios, es necesario y urgente volver a Jesús
de Nazaret. Resituarnos con autenticidad ante el rostro de Dios que se
nos refleja en Jesús de Nazaret.
- Renovar nuestra manera de ver a Dios, es necesario y urgente, también
para que Dios sea realmente creíble en el mundo de hoy: muchos dicen
no creer en Dios. Pero, en muchos casos, el Dios en quien no creen es
el Dios al que hemos revestido de caretas, fabricadas en otros tiempos
y desde otras situaciones culturales, que hoy ya no son válidas en la
cultura actual. Quizás ciertas maneras de imaginar o de concebir a Dios
fueron válidas, útiles y significativas en otras épocas y en otras
situaciones culturales. Pero ya no lo son hoy. Y para que Dios sea
significativo, para que el rostro de Dios pueda brillar con todo su
esplendor ante los hombres de hoy e iluminar sus vidas, para que los
hombres de hoy redescubran a Dios, los cristianos necesitamos
urgentemente desprendernos de muchos tópicos del pasado, y quitarle
a Dios muchos de los disfraces que le hemos puesto.
Es necesario (para mí al menos ha sido necesario) plantearse de nuevo
muy seriamente la pregunta: ¿Quién es Dios? Para esta pregunta, nunca
tendremos una respuesta totalmente adecuada y definitiva.
En primer lugar, porque todo lo que decimos está marcado por la
situación cultural desde la que hablamos; y la cultura va cambiando. De tal
manera que lo que era significativo en una situación cultural concreta, ya
no lo es en otra.
Y en segundo lugar y sobre todo, porque Él es mucho más de lo que
nosotros podamos pensar, decir, o imaginar. Y todo cuanto decimos,
pensamos o imaginamos de Dios, tenemos que ponerlo constantemente en
cuestión. Porque Dios es eso que decimos; pero es mucho más que eso que
decimos de Él.

1. DIOS ES Y SERÁ SIEMPRE MISTERIO

Dios y el barbero
Vamos a empezar con un cuentecito que he recogido no sé dónde:
Un hombre fue a una barbería a cortarse el pelo y a recortarse la barba.
Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con
la persona que le atendía. Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos
temas. De pronto tocaron el tema de Dios, y el barbero dijo:
- Fíjese, caballero, que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
- Pero, ¿por qué dice usted eso?, preguntó el cliente.
- Pues no es muy difícil, dijo el barbero. Basta con salir a la calle para darse
cuenta de que Dios no existe. O dígame: ¿acaso, si Dios existiera, habría
tantos enfermos, habría niños abandonados? Si Dios existiera no habría
sufrimiento ni tanto dolor para la Humanidad. Yo no puedo pensar que
exista un Dios que permita todas estas cosas.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para
evitar una discusión.
El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Recién
abandonaba la barbería, cuando vio en la calle a un hombre con la barba
y el cabello largo (al parecer, hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y
se veía muy desarreglado). Entonces entró de nuevo a la barbería y le
dijo al barbero:
- ¿Sabe una cosa? Los barberos no existen.
- ¿Cómo que no existen? preguntó el barbero, si aquí estoy yo y soy
barbero.
- ¡No! dijo el cliente. No existen porque, si existieran, no habría personas
con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la
calle.
- ¡Ah!, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen
a mí, explicó el barbero.
- ¡Exacto! dijo el cliente. Ese es el punto. Dios sí existe, lo que pasa es que
las personas no van a Él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria.
eso
Nosotros vamos a intentar ir a Él y buscarlo. Pero sin olvidar algo muy
importante, y es que el Misterio de Dios es inagotable y, por mucho que
digamos de Él, apenas si llegaremos a rozar los aledaños de su inmensidad.
Tenemos toda la vida y toda la eternidad para ir entrando un poquito en su
misterio. Porson dos días! Pues sí: a vivir la banalidad y la superficialidad de un
cristianismo de rutina y de pacotilla, sin profundidad. “Y aquí paz y después
gloria”, según reza la fórmula que era habitual hace años para terminar los
sermones. Por mi parte, me gustaría decir algo más sobre Dios como
Misterio.
No es lo mismo “Misterio” que “problema”
La primera cosa que creo necesaria aclarar es esta: Misterio no quiere
decir problema. Lo malo es que, demasiadas veces, hemos hecho de Dios
un simple problema. En particular de su realidad más profunda, que es su
vida trinitaria, hemos hecho un problema y un problema de matemáticas:
¿Cómo tres es igual a uno? ¡Que ya es el colmo! Un misterio (al menos en
el sentido cristiano de esa palabra) no es ni tiene nada que ver con un
problema. Nada de nada. Aunque la mayoría de las veces mezclemos las
dos cosas. Sin entrar en toda la profundidad del tema, digamos al menos
dos cosas esenciales.
Un misterio es una realidad en la que estamos inmersos, una realidad tan
rica, que nunca llegaremos a comprenderla totalmente, y de la que nunca
podremos apoderarnos. Pero una realidad en la que estamos implicados y
en la que estamos invitados a entrar, cada día más. Entrar y vivir dentro. Y
no solamente, ni, ante todo, intelectualmente. Sino entrar dentro,
vitalmente. Un problema, sin embargo, es algo que está ahí, difícil de
entender, difícil de resolver. Pero el problema es resoluble por definición,
basta conocer los datos que lo plantean y manejarlos hasta encontrar la
solución. El problema tiene solución. Y, una vez resuelto, ya no existe, una
vez que se ha encontrado la solución, ¡se acabó el problema!, ¡ya no hay
más que buscar allá!
Gabriel Marcel lo ha descrito así: “El problema es algo con lo que yo me
topo, que me cierra el paso. Está enteramente ante de mí; y por eso mismo,
lo puedo circunscribir y dominar. Al contrario, el misterio es algo en lo que
yo mismo me hallo implicado, a cuya esencia pertenece, por consiguiente,
el no estar enteramente ante mí. No es pensable más que como una esfera
en la que la distinción del “en mí” y el “delante de mí” perdieran su
significado y su valor inicial”. En el misterio se está, mientras que con el
problema uno se encuentra. En el misterio se ahonda, se vive, pero no se
le elimina, el misterio no es suprimible. Mientras que, ante un problema, la
única alternativa es resolverlo, es decir, suprimirlo. El paradigma de los
problemas es el matemático, el modelo de todos los misterios es el misterio
del ser. En definitiva, el Misterio de Dios. Dios, como también, aunque en
menor grado, la persona humana, es un Misterio, no un problema (leer Rm
11,33-36).
Y en ese Misterio que es Dios, ahí estamos nosotros. Como dice San Pablo
en el Areópago de Atenas: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos”
(Hch 17, 28). Así que a Dios no lo alcanzamos ni lo abarcamos, como si
fuera un objeto exterior a nosotros. En el Misterio que es Dios ¡VIVIMOS!
Tony De Mello lo significa en un simpático cuentecito:
- Usted perdone, le dijo un pez a otro, es usted más viejo y con más
experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame:
¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo
por todas partes, sin resultado.
- El Océano, respondió el viejo pez, es donde estás ahora mismo.
- ¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano,
replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba
nadando a buscar en otra parte (De Mello, T., 2015).
En Dios vivimos, nos movemos y existimos. Y si nos zambullimos
efectivamente en ese Océano de Amor que es Dios, ese Amor rezumará a
través de nosotros en amor hacia los demás en lo concreto de nuestro vivir
de cada día.
Ir entrando en el Misterio de Dios
Conocer realmente a Dios es ser transformado por lo que uno conoce.
Ciertamente que es muy necesario tener ideas claras, reflexionadas, y lo
menos inexactas posibles sobre Dios. ¡Lo es! Y más aún en los tiempos que
corren: Es importantísimo que repensemos, que profundicemos nuestras
ideas sobre Dios, que reflexionemos críticamente sobre lo que creemos, que
renovemos constantemente las imágenes que nos hacemos de Dios, que
actualicemos nuestros conceptos para que sean comprensibles en la cultura
en la que vivimos. ¡Es muy importante! Y es una vergüenza que muchísimos
cristianos sigamos con la reacción infantil y primitiva de: “Es un misterio.
Así que vamos a dejarlo así”. O bien: “Doctores tiene la Iglesia. Yo, con lo
que me enseñaron voy tirando, así que no me compliquéis la vida, que ya
lo es bastante”. Eso es exactamente pereza intelectual, vagancia espiritual,
infantilismo primitivo, que nos condena a quedar reducidos a restos fósiles
de un pasado remoto. Por desgracia en eso se queda la religiosidad de
muchos cristianos. Admirables piezas para un museo arqueológico.


A lo largo de toda nuestra vida, vamos a necesitar tener la valentía
de ir quemando los progresivos ídolos de madera que vamos necesitando
fabricarnos en cada momento de nuestra evolución humana, cultural y
religiosa. Pero, dicho esto, hay que insistir: a Dios no lo alcanzamos a través
de nuestros conceptos, sino que con Dios entramos en comunión a través
del amor. El amor que Él nos tiene y que nosotros acogemos; y el amor con
que nosotros nos amamos los unos a los otros. ¡Comprender esto creo que
es muy importante!
Por eso Dios es un Misterio revelado a los pequeños. Un día, Jesús, "lleno
de alegría por el Espíritu Santo, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y dela tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido" (Lc 10,21).
Sé por experiencia que eso que dice Jesús es verdad, porque he tenido
la suerte de encontrar muchas veces personas sencillas e incluso
analfabetas, cuya vivencia de Dios es, en muchas ocasiones, más profunda
y verdadera que la mía, a pesar de todas mis teologías. He aprendido mucho
de esas personas.
Os invito a hacer vuestro este poema de Unamuno:
Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad,
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.
(Miguel de Unamuno)

2. “CONOCER” A DIOS ES ENTRAR EN COMUNIÓN CON ÉL A TRAVÉS
DEL AMOR

Un místico anónimo inglés del s. XIV, que tiene mucho parentesco con
nuestro S. Juan de la Cruz, y que refleja una constante a lo largo de toda
la historia del cristianismo, insiste y repite constantemente que Dios puede
ser amado, pero no puede ser encerrado en el pensamiento, puede ser
percibido por el amor, jamás por los conceptos. Y aconseja: Ve más allá de
tus conceptos y de tus pensamientos, entra en la nube del no saber, déjate
simplemente amar ¡y ama! (Anónimo, 1981).
Necesitamos tener ideas claras, sobre todo para no equivocarnos de
dirección en ese amor. Pero con Dios no entramos en contacto con nuestras
ideas, sino que entramos en comunión con Él por el amor: El Amor que
acogemos de Él, y el amor que les regalamos a los demás. ¡Las dos cosas!
Lo que calma la sed es el agua, no los discursos sobre las cualidades o
las propiedades del agua o sobre su composición química, ni tampoco los
planos que nos indican dónde está la fuente. Para que podamos saciar
nuestra sed y no intoxicarnos con aguas contaminadas, será útil y hasta
necesario estudiar la composición y las cualidades del agua, y analizar el
agua que voy a beber; será también necesario saber dónde encontrar esa
agua, y dónde hallar las mejores fuentes. Si no, corro el riesgo de beber
aguas envenenadas o amargas. ¡Para eso sirven nuestros discursos y
teorías sobre Dios! Pero lo importante es beber de esa agua pura. Quizás
podría ser buena cosa pararse de cuando en cuando, y sentarse con la
Samaritana, para decirle a Jesús: “Señor, dame de esa agua”.
En la Biblia, "conocer" no es tener ideas precisas sobre algo, (ese es el
concepto de la filosofía griega sobre el verbo conocer), sino que conocer es
"estar en comunión con". Así entiende la palabra “conocer” el mundo
semita. Por citar un ejemplo: si de una mujer se dice que “ha conocido a
un varón” significa que ha tenido relaciones sexuales con él (ver lo que le
dice María al ángel en la Anunciación: “no conozco varón”). Conocer a Dios,
no será ante todo tener bonitas y claras ideas sobre Él, sino estar y vivir en
comunión de amor con Él. Acoger el amor que Él nos tiene. Y sobre todo
amar como Él: “El que ama conoce a Dios” (ver I Jn 4, 4,78).
Me gusta mucho y me parece muy interesante y verdadera esta reflexión
que copio del jesuita Galarreta: “Cuando decimos en el Credo: "Creo en un
solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra", no podemos
quedarnos en una afirmación dogmática de unas verdades abstractas: “Dios
es Todopoderoso y es el Creador de todo”. Muy bien, eso es verdad. Y
cualquier persona, mínimamente religiosa, va a aceptar esa verdad. Pero
como cristianos, vamos mucho más lejos y más en profundidad. Cuando,
como cristiano, digo eso, estoy diciendo algo mucho más vital y más
importante para mí y para mi vida. Estoy diciendo que creo que ese Dios,
del que decís que es todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, etc. ES
MI “ABBÁ": MI PADRE (así lo llamaba Jesús)”. ¿Quién es Dios? No lo sé.
Pero a ese Dios, al que nunca podré entender, lo puedo llamar ¡Padre!
La fe es un enamoramiento
El gran teólogo canadiense Bernard Lonergan escribe: “La experiencia
religiosa es fundamentalmente la de un enamorarse incondicional y sin
restricciones. Pero aquello de lo que estamos enamorados queda siempre
por descubrir” (Johnston, W., 1998). Yo me atrevería a decir que
empezamos a conocer a Dios cuando caemos en la cuenta de que Él
Y es así, aunque no sepamos muchas teorías sobre Dios ni tengamos
muchas palabras para decir quién es Él. En realidad, sólo desde el
enamoramiento seremos capaces de ir aprendiendo a conocer de verdad a
la persona que nos enamora. Y sólo amando como Él estaremos realmente
en comunión con Él. A Dios no se le conoce como se puede conocer a un
objeto que está ahí, frente a nosotros, sino que con Dios entramos en
relación, como se entra en relación con una persona. Solo cayendo en la
cuenta de que Él ya está enamorado de nosotros, solo así iremos siendo
capaces de ir aprendiendo a conocer de verdad a Dios. Y solo amando como
Él, viviremos realmente en comunión con Él. ¡Pero vamos!, tampoco estoy
diciendo nada extraordinario ni fuera de lo real. Muchos de vosotros sois
personas enamoradas y felizmente casadas. Así que pregunto: ¿Os conocéis
realmente y a fondo el uno al otro en el sentido de la palabra “conocer” de
la filosofía griega? ¿Os habéis casado porque teníais un conocimiento exacto
y completo de la otra persona? ¿Seguís casados porque habéis llegado a
conoceros perfectamente el uno al otro? Es evidente que no hay que
enamorarse ciegamente. El enamoramiento nos tiene que llevar a una
reflexión, que dé solidez. Pero ni el amor es el resultado de una simple
reflexión intelectual, ni el amor consiste en tener ideas claras y precisas
sobre una persona. El amor consiste en vivir en comunión con una persona.
Pues si esto es así en nuestras relaciones interhumanas ¿por qué nos tiene
que extrañar que en nuestras relaciones con Dios pase algo parecido?
Insisto y repito: Sólo cayendo en la cuenta de que Él ya está enamorado de
nosotros, sólo así iremos siendo capaces de ir aprendiendo a conocer de
verdad a Dios. Y sólo amando como Él, viviremos realmente en comunión
con Él.
“Tú me concediste vivir la dulzura de tu Espíritu Santo”

En 1978 tuve la suerte de pasar 3 meses de reciclaje bíblico y espiritual
en Jerusalén, que fueron muy provechosos para mí. Allí descubrí porprimera vez los escritos de un monje ruso llamado Silouan, que acababan
de ser publicados íntegros en francés. Después de una juventud azarosa,
(borracheras y crimen incluidos), entró en un monasterio del monte Athos,
donde vivió una larga vida monástica. A su muerte se encontraron una serie
de textos que él había ido escribiendo al azar, y que ahora se han reunido
y publicado. En cada página de esos escritos, Silouan habla de ese
inconmensurable amor con que Dios nos ama a todos. Observad cómo
insiste sobre el hecho de que es Dios quien toma la iniciativa; y sobre el
Espíritu Santo que es quien nos abre a ese Amor, y nos comunica su
dulzura; y también sobre el amor a todos, incluso a los enemigos. Son
temas constantes a lo largo de todos sus escritos.
Os traduzco aquí algunas frases de las primeras páginas de sus escritos, por si esto os abre el apetito y las ganas de buscar más, ya que ahora están publicadas también en español:
- Mi alma siente nostalgia del Señor, y le busco con lágrimas. ¿Cómo podría
dejar de buscarte? Tú el primero, Tú me encontraste. Tú me concediste
vivir la dulzura de tu Espíritu Santo y mi alma te amó. Tú ves, Señor, mi
pena y mis lágrimas. Si Tú no me hubieras atraído con tu amor, yo no te
buscaría como te busco. Pero tu Espíritu me permitió conocerte, y mi
alma se alegra de que Tú, Tú seas mi Dios y Señor, y hasta las lágrimas
siento nostalgia de ti (…) Señor, dame tu humilde Espíritu para que yo
no pierda otra vez tu gracia (...) Grande es el amor con que el Señor nos
ama. Lo he aprendido del Espíritu Santo que el Señor, por pura
misericordia, me ha dado (…) El Espíritu de Cristo que el Señor me ha
dado, quiere la salvación de todos, desea que todos conozcan a Dios (…)
Él no sólo me concedió su perdón, sino también el Espíritu Santo. Y, en
el Espíritu Santo, he conocido a Dios. ¿Te das cuenta del amor de Dios
hacia nosotros? ¿Quién podrá ponderar su misericordia? (…) El Espíritu
Santo es Amor; este Amor se ha infundido en las almas de todos los
Santos que habitan en el Cielo, y el mismo Espíritu Santo vive, en la
tierra, en las almas de los que aman a Dios (…) El Señor es infinitamente
dulce y humilde, y cuando el alma le contempla, se transforma
enteramente en amor de Dios y del prójimo; ella se vuelve también dulce
y humilde (…) El Señor no se acordó de mis pecados y me concedió amar
a los hombres. Mi alma anhela que los hombres del mundo entero
se salven todos, que vivan en el Reino de los Cielos, contemplen la Gloria
del Señor y gusten del amor divino. Juzgo desde mí: si el Señor me ha
amado tanto, eso significa que ama así a todos los pecadores (…) Señor,
amigo de los hombres, ¿cómo no olvidaste a tu servidor en su pecado?
Desde lo alto de tu Gloria has fijado, en tu misericordia, la mirada sobre
mí (…) Tú, Señor, desde que te invoqué, me diste a conocer tu gran amor
y tu inmensa ternura. Tu mirada apacible y dulce ha cautivado a mi alma.
El acordarme de ti reanima mi alma; en ninguna parte de la tierra
encuentro reposo, si no es en ti (...) El Señor es humilde y dulce. Ama a
sus criaturas; en donde está el Espíritu del Señor, allí reina infaliblemente
el humilde amor a los enemigos y la oración 'por el mundo'. Si no tienes
este amor, pídelo y el Señor que ha dicho: 'Pedid y se os dará, buscad y
encontraréis' (Mt 7,7), te lo otorgará" (Sofroniï, 2011).
Conocemos a Dios en la medida en que, animados desde dentro por su
mismo Aliento de Amor que es el Espíritu Santo, vivimos a Dios. Conocemos
a Dios en la medida en que le dejamos vivir en nosotros. Conocemos de
Dios lo que le dejamos vivir como amor en nosotros. Pero es que, además,
Dios no es un objeto que esté ahí, frente a nosotros. Ni ahí, ni en el cielo.
Sino que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,38). Dios no
“está ahí”, mientras que nosotros “estamos aquí”. Dios es un Océano de
Amor, en el que nosotros estamos zambullidos, Comunión de Amor del
Padre con el Hijo en el Espíritu Santo (ese es Dios): Comunión de Amor en
la que estamos englobados como hijos e hijas del Padre, en el Hijo, gracias
a su Aliento, a su Dinamismo Divino de Amor que es el Espíritu Santo.
Comunión de Amor que nunca podremos objetivar ni mirar desde fuera,
porque estamos dentro, sumergidos e implicados en ella. Y nosotros
comulgamos con esa Comunión de Amor (que es Dios), cuando, arrastrados
por esa Corriente de Amor, nos amamos unos a otros.
¡Sólo los que se dejan amar y aman conocen el Misterio que es Dios!
Somos amados por Alguien, que es mucho más de lo que nosotros podemos
pensar o decir. Amamos a Alguien, que es mucho más de lo que nosotros
podemos pensar o decir. Y cuando nos amamos unos a otros estamos en
comunión con el Misterio que es Dios, aunque no sepamos pensar ni decir
gran cosa sobre Él.
¡Tarde te amé,
belleza tan antigua y tan nueva, tarde le amé!
El caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera.
Y fuera te andaba buscando
y, como un engendro de fealdad,
me abalanzaba sobre la belleza de tus criaturas.
Tú estabas conmigo,
pero yo no estaba contigo.
Me tenían prisionero lejos, aquellas cosas
que, si no existieran en ti, no existirían.
Me llamaste,
me gritaste,
y desfondaste mi sordera.
Relampagueaste,
resplandeciste,
y tu resplandor disipó mi ceguera.
Exhalaste tus perfumes,
respiré hondo,
y suspiro por ti.
Te he paladeado,
Y me muero de hambre y de sed.
Me has tocado,
y ardo en deseos de tu paz.
(San Agustín, Confesiones 10, 27, 38)
“¡Qué ganas tengo de descansar en ti!
¿Cuándo lo conseguiré?
¿Cuándo será que vengas a mi corazón y lo embriagues
hasta el punto de hacerle perder el recuerdo del mal
y de la vergüenza,
y así atreverme a abrazarte como único bien mío?
¡Emborracharme de ti para ser embebido por ti!
¡Embriagado de ti y abrazado a ti!
¿Cuándo vamos a llegar a esto, bien mío?
(San Agustín: Confesiones 1, 5, 5)
Por todo eso que acabamos de decir, muchas veces, lo mejor sería callar,
y dejarse simplemente envolver y empapar por su "luminosa oscuridad".
Dejarse vivificar por su Presencia. Orar en cristiano es eso: estar ahí
amorosamente, zambullidos en el Misterio de la Comunión de Amor que es
Dios, dejándose amar y dejándose fecundar por ese Océano de Amor, para
amar con hechos y de verdad en el vivir de cada día. Isabel de la Trinidad,
por citar una gran orante moderna, nos aconseja: “unirse a Dios por un
movimiento sencillo y amoroso (…) mantenerse en ese profundo silencio
interior que permite a Dios imprimirse en nosotros y transformarnos en Él”
(Santa Isabel de la Trinidad, 1986).
Aquí estoy.
Con todo lo que soy.
Con todo lo que es mi vida.
Aquí estoy.
Agarrado de tu mano, Jesús resucitado.
Vivificado desde dentro por ti, Espíritu Santo, Dinamismo del Amor.
Quiero dejarme vivificar por tu Amor, Padre.
Aquí estoy.
Para hablar con Dios no necesitamos muchas palabras.
Sí las necesitamos para hablar de Dios.

3. NOSOTROS NECESITAMOS DECIRNOS Y DECIR PALABRAS SOBRE
ESTE MISTERIO

El canto del pájaro
- Los discípulos tenían multitud de preguntas que hacer acerca de Dios.
Les dijo el Maestro: «Dios es el Desconocido y el Incognoscible. Cualquier
afirmación acerca de Él, cualquier respuesta a vuestras preguntas, no
será más que una distorsión de la Verdad». Los discípulos quedaron
perplejos: «Entonces, ¿por qué hablas sobre Él?». «¿Y por qué canta el
pájaro?», respondió el Maestro. El pájaro no canta porque tenga una
afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.
- Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maestro no
tienen que serlo. Tan sólo tienen que ser escuchadas, del mismo modo
que uno escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del
pájaro, que despiertan en quien lo escucha algo que está más allá de
todo conocimiento (Tony De Mello, 2015).
- Hay una canción popular española que yo quiero hacer mía al redactar
estas notas. Y es “(…) que soy como el pajarillo que, si no canta, se muere”.
Lo escrito en estas páginas son solo palabras, palabras humanas, que
intentaré que sean lo menos inexactas posible y que ayuden a reflexionar,
pero que son solo palabras humanas, y, por consiguiente, siempre pobres
para expresar el Misterio. San Agustín, en una oración que encontraréis más
adelante completa, le dice a Dios: “Aunque mis palabras no atinen con tu
ser, algo tengo que hablar de ti, Señor Dios mío, para no enmudecer. No es
que te hable porque sepa ya cómo eres, no, es que, si no te nombro, pierde
mi voz la memoria y el sentido. Necesito nombrarte para que tu ser no se
me empañe, para que tu cara no se me borre”.
- La Comunión de Amor Trinitario que es Dios, en la que nosotros estamos
zambullidos, es la verdadera realidad, es el corazón de nuestra fe y de
nuestra vida. “En Él vivimos, nos movemos y somos” (Hch 17,38). “La
Trinidad, he aquí nuestra morada, nuestro “hogar”, la casa paterna de la
que no debemos salir nunca (…) El día que comprendí eso todo se iluminó
para mí” (Isabel de la Trinidad: “El cielo en la fe”, Obras Completas, Editorial
de Espiritualidad, Madrid). Por eso debemos intentar comprender y decir
algo de su misterio. Pero comprender para entrar conscientemente y vivir
en esa Corriente de Amor que es Dios; para vivir, de modo cada vez más
consciente, empapados en esa realidad. Vivir zambullidos en ella,
impregnados de ella. Ya que esa Corriente de Amor Trinitario es nuestro
propio hogar, y nuestro medio vital más auténtico y profundo.
- Cuando nosotros pensamos y cuando hablamos de Dios, intentamos
imaginarlo, hacernos una idea de cómo es. Lo más normal es que lo
imaginemos y hablemos de Él como si fuera un “Gran Personaje” (muy
sabio, muy grande, muy poderoso, eterno, etc.), pero, en definitiva, gran
personaje. Nuestra tendencia espontánea es imaginarlo y atribuirle formas,
cualidades y sentimientos humanos (antropomorfismo), pero a lo grande,
si me permitís decirlo así. Esa manera de imaginar y de hablar de Dios es,
en cierto modo, espontánea, natural, y hasta inevitable. Pero no hay que
olvidar nunca que Dios no es eso. Ninguna de nuestras imágenes mentales,
ninguno de nuestros conceptos intelectuales, ninguna de nuestras palabras
humanas puede expresar total y adecuadamente ese Misterio Insondable e
Inefable que es Dios, que desborda todo lo que nosotros podemos pensar,
imaginar o decir sobre Él. Las empleamos y las seguiremos empleando,
porque no tenemos otras. Pero sabiendo y no olvidando nunca que nuestro
lenguaje sobre Dios es metafórico y simbólico. ¡Pero no tenemos otro!
Os propongo aquí un texto de Carlos A. Vallés, un jesuita que pasó
muchos años en la India, y que explica de un mudo muy gráfico algunas
cosas importantes:
Teología del barro
Uno de los festivales religiosos más populares en la India es el del dios
Ganesh (Ganesh Chaturthi), y en él tiene lugar una ceremonia que a
primera vista choca un poco. Se han moldeado de antemano literalmente
miles de imágenes de Ganesh, y ese día se llevan en procesión al mar
donde hay mar, y al río donde hay río, y se arrojan a las aguas para que
se disuelvan en ellas. Las imágenes son de arcilla o barro o escayola, y
desaparecen rápidamente en las olas o corrientes.
- Pero ¿qué quiere decir ese extraño rito?
- Yahvé en el Sinaí mandó a Moisés que no se hicieran imágenes de Dios.
El peligro era y es tomar a la imagen por la realidad. Imágenes de Dios
hechas por nuestras manos, por bellas que sean, son limitadas. Y
conceptos de a divinidad elaborados por nuestra mente, por nobles y
dignos que sean, son imperfectos.
- Necesitamos imágenes y conceptos de Dios para dar forma a nuestra fe,
pero hemos de reconocer también su limitación, ya que nuestras manos
son de carne y nuestra imaginación es de líneas y colores. Y la divinidad
está muy por encima de líneas y colores.
- Deus semper maior. Dios siempre es más.
- Los hindúes tienen las Letanías de los Mil Nombres de Dios (Sahasra
Nam), y después de cada nombre recitan la respuesta “No es eso, no es
eso” (neti, neti). Porque es todo, y es más allá de todo. Todo adjetivo ha
de ser pronunciado y descartado. Todo concepto nuestro de Dios ha de
ser apreciado, atesorado, amado, y trascendido.
Santo Tomás de Aquino llamaba a eso “la vía de la afirmación, negación,
y trascendencia.” Ese es el proceso. Nos va a durar toda la vida, y toda
la eternidad.
- Hacemos bien en labrar imágenes de Dios en mármol para significar su
eternidad, y hacemos también bien en moldear imágenes de Dios en
barro para reconocer nuestra cortedad. Reconocemos que Dios es infinito
mientras nuestro entendimiento es finito, y así expresamos a Dios como
hoy lo conocemos, y nos abrimos a como Él querrá que lo conozcamos
mañana.
- Atesoramos nuestra imagen de hoy, y nos desprendemos de ella ante la
de mañana. Dios es siempre nuevo. El hebreo no hacía imágenes de Dios.
El hindú las renueva cada año. Es el mismo gesto.
- En el Japón visité un templo sintoísta que se destruye por completo cada
veinte años y vuelve a edificarse al lado de manera distinta. Para no
acostumbrarse. Otra vez el mismo gesto.
.

- El secreto de avanzar en el conocimiento de Dios es estar dispuestos a
arrojar al mar –con fe, con cariño, con nostalgia, con reverencia, con
devoción, con ilusión– la imagen del año anterior.
- Por su parte, el gran escritor ruso Tolstoi nos da un consejo muy realista
y muy verdadero:
- No te avergüences si se te mete en la cabeza que todo lo que pensabas
de Dios es mentira, que Dios no existe; sabe que eso le ha pasado y le
pasa a todas las personas. Pero no pienses que si has dejado de creer en
el Dios en el que creías es porque Dios no existe. Si no crees en el Dios
en el que creías, es porque en tu fe había algo equivocado.
Que un salvaje deje de creer en su dios de madera, no significa que Dios
no exista, sólo significa que Dios no es de madera. No podemos entender
a Dios, pero podemos tener cada vez más conciencia de Él. Y por eso,
que descartemos la noción burda que tenemos de Dios, irá en nuestro
beneficio. Esto ocurre para que comprendamos cada vez de una manera
mejor y más elevada eso que llamamos Dios (Tolstoi, 2019).
Nuestro lenguaje sobre Dios es metafórico
Los teólogos dicen que nuestro lenguaje sobre Dios es “análogo”. Como
actualmente, con eso de la informática se habla de “comunicación
analógica” “comunicación digital”, etc. procuraré explicar un poco en qué
sentido se habla de “analogía” en teología: Una palabra es equívoca si la
misma palabra significa y se aplica a realidades totalmente distintas; por
ejemplo, la palabra león, aplicada a un animal y a una ciudad, es la misma
palabra, pero no en su significado; la ciudad León y el animal león no tienen
nada en común, aunque los dos se llamen igual. Una palabra es unívoca, si
la misma palabra significa exactamente lo mismo, aplicada a diferentes
realidades; por ejemplo, la palabra hombre, aplicada a Pedro y a Juan; ni
Pedro es Juan, ni Juan es Pedro, pero los dos son hombres, y la palabra
hombre significa lo mismo en los dos casos.
Nuestro leguaje sobre Dios, no es equívoco, porque en lo que decimos
con palabras humanas, algo de verdad y de significado hay también cuando
esas palabras se las aplicamos a Dios; pero tampoco es unívoco, porque lo
que significan esas palabras en nuestro lenguaje humano no corresponde
exactamente a lo que Dios es, se quedan cortas. Nuestro lenguaje sobre
Dios es análogo, es decir que: a) cuando decimos algo sobre Dios con
nuestras palabras humanas, estamos diciendo algo que es verdad también
de Dios; b) pero eso que afirmamos con esas palabras desde nuestra
experiencia y desde nuestras realidades humanas, tenemos que negarlo
inmediatamente cuando se lo aplicamos a Dios, porque Dios no es eso de
la misma manera que nosotros lo entendemos; y c), en definitiva, lo que
Dios es sobrepasa y desborda eso que decimos de Él en nuestro lenguaje
humano; eso que decimos de Dios es verdad, pero la realidad de Dios va
mucho más allá de lo que esa palabras significan en nuestras realidades
humanas. Afirmación, Negación y Eminencia: eso es la analogía. Por
ejemplo, si decimos que Dios es bueno o justo, decimos algo que es verdad,
pero debemos apresurarnos a añadir que ni es bueno ni es junto como
nosotros lo somos; su bondad y su justicia no pueden definirse de acuerdo
con nuestras medidas humanas, porque las desbordan por todos lados
(afirmación > negación > eminencia). Si decimos que existe, debemos
añadir inmediatamente, que no existe como nosotros existimos, no es un
objeto que existe entre otros objetos; en su caso la palabra existe reviste
un sentido totalmente único. Así, la vía de la afirmación queda equilibrada
por la vía de la negación. Ninguna palabra, ningún concepto puede contener
la plenitud de este Dios de total trascendencia, que sobrepasa y desborda
todo lo que podemos pensar o decir de Él con nuestro lenguaje humano.
- Santo Tomás de Aquino, quien, a lo largo de su vida reflexionó mucho
sobre el misterio de Dios, nos recuerda en la Suma Teológica: “En esta vida,
el conocimiento de Dios es tanto más perfecto cuanto mejor entendamos
que sobrepasa todo lo que el entendimiento comprende” (Santo Tomás:
Suma teológica - Parte 1a - Cuestión 12). Es más lo que podemos negar de
Dios, que lo que podemos afirmar de Él.
¿Cómo nombrarte?
Aunque mis palabras no atinen con tu ser,
algo tengo que hablar de ti, Señor Dios mío,
para no enmudecer.
No es que te hable porque sepa ya cómo eres, no, es que, si no te nombro,
pierde mi voz la memoria y el sentido,
como se abruma el recuerdo de un rostro ya no usado.
Mi voz se convierte en charlatana,
y pierde el don de la palabra
de tanto ejercitarse en palabrería.
Necesito nombrarte para que tu ser no se me empañe, para que tu cara no se me borre.
Pero ¿cómo pronunciarte?
Necesito espigar
los más hermosos vocablos de mi lengua,
acudo a mi diccionario de superlativos:
Eres óptimo,
supremo,
pulquérrimo,
celebérrimo,
todopoderosísimo,
valiosísimo,
misericordiosísimo…
Se queda corto mi libro,
este llamarte con epítetos estereotipados
noto que me deja frío, aunque todos son vocablos
que contienen verdad.
Para nombrarte desde mayor hondura
vuelvo al diccionario
en sus páginas de símbolos, metáforas y símiles…
y agavillando las mejores imágenes podría decirte:
Tu hermosura deja mustio el desfile primaveral de las bellezas.
Tu bondad es más gustosa que un beso enternecido.
Tu misericordia es tan amplia
como los espacios interestelares.
Tu grandeza es más fastuosa
que todas las maravillas del mundo.
Tu poder se extiende por años de años luz en el universo.
Un solo destello de tu sabiduría organiza la danza
de electrones
como un vals de órbitas en torno al núcleo.
Tu magnanimidad multiplica las galaxias
como granos de arena en las playas.
Tu mansedumbre se retrata en el abrazo del arco iris.
Pero tu bondad, sobre todo tu bondad,
es pan con miel,
abrazo y beso tras el naufragio,
mirada que regenera,
mano que cobija al gorrión asustado…
Tu bondad, sobre todo tu bondad, es tu Palabra,
tu bondad es tu firma,
tu bondad es tu voz,
tu bondad es tu acción,
tu bondad es tu ser.
Todas estas voces que te dice mi diccionario son verdad,
pero aún se queda corto mi libro.
Puedo intentarlo de nuevo
acudiendo a las páginas de paradojas y antítesis.
En efecto, no te puedo definir ni decir del todo.
Decirte del todo sería abarcarte
y tú no tienes vocablo unívoco y exacto,
escondes tu ser detrás de tu nombre,
te ocultas detrás de las palabras
haciéndote presente y oculto en voluntaria paradoja,
de modo que tendrás que decirte tú a mí
antes de que yo pueda pronunciar palabra alguna sobre ti.
Voy a intentar deletrearte de nuevo
entre las luces y sombras de tu juego de antítesis:
Eres fijo y estable… y no te dejas asir.
Das brío a mi vida y no eres joven,
das solera a mis años y no eres viejo.
Eres la medida de mis días y no tienes edad.
Eres el mediodía de mi existencia
y nunca has amanecido ni vas a atardecer.
Permaneces quieto, sin desgaste,
y eres el generador radioactivo de galaxias termonucleares.
Exiges siempre el todo y no necesitas nada:
me pides todo el tiempo y eres la eternidad,
me pides todas mis acciones y eres la creación,
me pides todos mis enseres y eres el Ser,
me pides todas mis miradas y eres la luz,
me pides hasta los retazos de mis amoríos
y eres el amor absoluto.
Eres el principio y el fin.
Estás presente y eres futuro cierto.
Buscas celosamente mi vida sin que esto te dé ganancia ni tenga por qué importarte.
Me pides minuciosa cuenta de todos tus intereses en mí y eres un océano de generosidad.
Amas con apasionamiento y nunca pierdes la calma,
amas con locura y siempre miras serenamente.
Hablas, en fin, comunicando tu Palabra absoluta y definitiva
y no hallo traducción para entenderte,
no hallo palabra para responderte,
ni punto de encuentro en que citarte.
También todas estas frases antagónicas han sido verdad…
mas sigue quedándose corto mi diccionario de alabanzas.
Comienzo una nueva tentativa:
Cierro el libro de las palabras
y abro la página del silencio,
usando ahora mi devocionario de admiraciones,
de puntos suspensivos,
de ojos en suspenso y sobresalto, de boca cerrada…
Es éste un libro más de entraña que de hoja:
Sazona mi parloteo artificioso en el silencio fértil.
Adoba mi palabra insustancial en el jugo de tu silencio.
Cauteriza mi verborrea en el fuego de tu silencio.
Saliniza mi verbosidad desvirtuada con el sabor de tu silencio.
Sí, pero algo tengo que decir de ti, para no enmudecer,
porque de ti es imposible hablar, y es imposible callar.
Dame tu palabra de verdad y de silencio,
pronúnciame tu vida hecha palabra,
ven a decírteme en alegoría encarnada,
en metáfora de sangre y letra, mi santa dulzura, para que yo pueda decirte, pues si no te hablo a ti, me convierto en charlante, si no te pronuncio, me convierto en diccionario de vanidades.
Dame tu Palabra para saber hablarte con tus palabras vivas.
(Inspirado en San Agustín, Confesiones 1, 4)

4. UN LENGUAJE ESPACIOTEMPORAL PARA HABLAR DE UN DIOS
ETERNO

Por si a alguien le ayuda, añado esta pequeña reflexión, que puede quizás
parecer un poco abstracta. Pero es que, cuando hablamos de Dios, un
problema de fondo que afecta a todo nuestro lenguaje sobre Dios es este:
¿Cómo podemos imaginar, comprender y expresar desde las coordenadas
espaciotemporales, que son las nuestras, la relación con la “constante y
permanente actualidad” de Dios que es eterno?
Nosotros somos y estamos en el espacio y en el tiempo, nuestras
coordenadas de criaturas son el espacio y el tiempo: estamos aquí o allí, y
no podemos estar al mismo tiempo aquí y allí; tenemos un antes, un ahora
y un después, que son sucesivos y no pueden ser simultáneos. Ahora bien,
en Dios no hay ni antes ni después, ni aquí ni allá. Por decirlo de alguna
manera: Nosotros somos devenir cambiante, en el espacio y en el tiempo.
Dios es eterno, presente actual. No está sujeto, ni al espacio ni al tiempo.
Transciende el espacio y el tiempo, y al mismo tiempo abarca todo el
espacio y todo el tiempo.
Si me permitís decirlo así: Dios, porque está por encima del tiempo y del espacio, es contemporáneo de cada momento de la historia, y habita cada lugar del universo.
Para nosotros esa ETERNIDAD, esa PERMANENTE ACTUALIDAD de Dios
es inimaginable, y estrictamente inexpresable, puesto que todas nuestras
coordenadas son espaciotemporales. Por eso, cuando pensamos o hablamos
de Dios y de su acción, pensamos y hablamos del Él como si fuera una
realidad que está en el espacio-tiempo como nosotros. Decimos que hizo o
hace o hará. Es normal que hablemos así y difícilmente podríamos hacerlo
de otra manera, puesto que esas son nuestras coordenadas básicas, y ese
es el lenguaje que para nosotros es realmente significativo. Pero no hay
que olvidar que eso no es Dios, eso es “nuestra manera de hablar de Dios”.
Si olvidamos esto, corremos el riesgo de comprender erróneamente muchas
de las cosas que decimos de Dios. Pongamos un ejemplo. Decimos: “¡Dios
me ha perdonado!” o “Dios me perdona” o “Dios me perdonará”. Todo eso
es verdad, sí. Pero verdad está expresada en el lenguaje
espaciotemporal que es el nuestro. Los verbos los conjugamos en pasado,
presente, futuro. Pero Dios ES eterno y permanente presente actual. esa nunca amarnos.
Dios, que es eterno (es decir: plenitud permanentemente actual, sin
antes ni un después) nos ESTÁ PERMANENTEMENTE amando a cada uno de
nosotros y ha dejado de
Soy yo (somos nosotros) quienes caemos en la cuenta o no caemos en la
cuenta; caemos en la cuenta antes o después, o nunca, de esa permanente
Presencia Amorosa y Misericordiosa, y soy yo (somos nosotros) quienes nos
abrimos o no nos abrimos, acogemos o no acogemos, antes o después, ese
Permanente Amor Misericordioso. Nosotros (nosotros, no Dios) estamos en
el tiempo, y por consiguiente en situaciones cambiantes y evolutivas. Por
eso nosotros, puesto que estamos situados en el tiempo, (nosotros, no
Dios) necesitamos un proceso progresivo y por consiguiente temporal (con
un “antes”, un “ahora”, un “después”), para caer en la cuenta, abrirnos y
acoger o no acoger esa permanente y concreta presencia amorosa de Dios,
ese Permanente Amor Misericordioso.
Nos pasa como al hijo pródigo, del que nos habla Lucas en el capítulo
15): que sólo cuando nosotros nos volvemos hacia Él, sólo entonces,
nosotros nos damos cuenta de que Él, Dios, ¡ya nos está abrazando, incluso
antes de que hayamos terminado de soltarle el rollo de nuestros pecados!
Y es que Él no ha dejado nunca de tener los brazos, abiertos y
abrazándonos: Él ES “unos brazos abiertos que abrazan” (de nuevo, como
veis, lenguaje humano y antropomórfico, que es el que nosotros podemos
comprender). Los tenía abiertos antes de irnos nosotros de casa (los tenía abiertos para mí, para mí personalmente –aunque yo no me hubiera
enterado-, para mí y no sólo para la humanidad en general). Y los sigue
teniendo ahora que yo me vuelvo hacia Él (de nuevo: abiertos para mí, para
mí personalmente). ETERNAMENTE ABIERTOS (Él es eterno) para mí, en mi HOY CONCRETO en el que yo estoy en cada momento (yo estoy en el
tiempo). Abiertos para mí, y no sólo para la humanidad en general o en
abstracto.
Yo, que soy temporal, solo dejándome abrazar en mi hoy concreto caeré
en la cuenta de los brazos eternamente abrazantes para mí, que es Dios.
Sólo volviéndome hacia Él en mi situación concreta de hoy podré ir oyendo
y escuchando lo que constante y permanentemente me está diciendo,
precisamente a mí: ¡Te quiero! Te quiero precisamente a ti. Y tú,
precisamente tú, eres cauce de mi Amor aquí y ahora; de mi Amor
permanente y eterno.
Otra precisión importante: ese amor con que Dios me está amando
permanentemente no es un amor en general, un amor a los seres humanos
en general, sino que es un amor concreto y personal: me está amando
concreta y permanentemente a mí (a cada ser humano personalmente) en
lo concreto de lo que yo soy y de la concreta circunstancia espaciotemporal
en la que yo (un ser espaciotemporal) estoy en cada momento.
A mí, que soy un ser temporal, me toca acoger ese amor que es eterno,
es decir: permanentemente actual y concreto. Y, puesto que yo estoy
situado en el espacio y en el tiempo, LO ACOJO en un AQUÍ Y AHORA
concreto, con un antes y un después (no puede ser de otra manera, puesto
que yo, como ser temporal que soy, estoy en un aquí y un ahora concreto,
esas son mis coordenadas). Acogiendo ese Amor eterno aquí y ahora, hago
ACTUAL en el espacio-tiempo ese amor que en sí mismo no está limitado ni
por el espacio ni por el tiempo.
Podemos decir también, por ejemplo: “En tal momento o en tal ocasión,
Dios me ayudó” o “me ayudará”. Y es verdad. Pero es una verdad expresada
desde mis coordenadas espaciotemporales, como si Dios, en un momento
dado, hubiese venido de no sé dónde, y como si, en ese preciso momento
y no antes, hubiera decidido echarme una mano. La realidad es que Dios
no ha tenido que decidir venir en ese momento desde no sé qué otro sitio,
para empezar a echarme una mano, ya que ÉL ESTABA, ESTÁ, Y SEGUIRÁ
ESTANDO (dicho en el lenguaje espaciotemporal que es el nuestro)
PERMANENTE Y ACTIVAMENTE PRESENTE CONMIGO. Soy yo, que estoy en el espacio-tiempo, quien, en ese preciso momento y en ese sitio he podido abrirme y acoger esa constante presencia del ETERNO AHORA que es Dios.
Un Dios Eterno que se entreteje con mi historia espacio-temporal
De todo esto, de cómo nos ayuda Dios, etc. hablaremos más adelante.
Pero quiero citar ya algunos párrafos del texto de Gesché que os propondré
entero en el capítulo siguiente, porque creo que vienen al caso ahora:
El Dios Eterno se entreteje, dice Gesché, con mi propia historia, viene a
aportarme un hilo, de tal modo que así puedo encontrarme y construirme
a mí mismo (...) Tomando el paradigma del camino de Emaús, Dios me
aparece como Alguien que me acompaña, Alguien que se hilvana en mi
historia, siguiendo el ritmo mismo de mi propia historia y de mi propia
andadura. Sin turbar mi itinerario sino respetando las sinuosidades
de mi ruta y las curvas de mi camino (…) Es un Dios que respeta el tiempo,
respeta mi tiempo. No está aquí de una sola vez y de modo inexorable,
sino que permite que lo olvidemos y lo desconozcamos un tiempo. Acoge
los altibajos de mi existencia y mis propios ritmos (…) Es un Dios que,
como un amigo, sabe cuándo es el momento oportuno y cuándo no lo es.
Es un Dios que sabe adaptarse y comprender (…) No todo está dictado o
decidido de antemano. La realidad se va haciendo en un recorrido, en un
trayecto. Tendré el tiempo de respirar junto al pozo (samaritana), tendré
el derecho de equivocarme (Pedro), tendré el derecho de luchar y
permanecer ante Él (Jacob), tendré el derecho de discutir (Job), y
también el de gritar en el borde de mi sufrimiento (Jesús en la cruz).
Como también tendré, en otras circunstancias, el tiempo y el derecho
de introducir otros acentos: el del amor, la felicidad y la alegría (María en el
Magnificat) (…) Creo que cuando se ha descubierto así el lugar de Dios
en la propia vida, Dios se hace creíble.
Tras el temblor opaco de las lágrimas,
no estoy yo solo.
Tras el profundo velo de mi sangre,
no estoy yo solo.
Tras la primera música del día,
no estoy yo solo.
Tras la postrera luz de las montañas,
no estoy yo solo.
Tras el estéril gozo de las horas,
no estoy yo solo.
Tras el augurio helado del espejo,
no estoy yo solo.
No estoy yo solo, me acompaña, en vela,
la pura eternidad de cuanto amo.
Vivimos junto a Dios eternamente.
(Himno de la “Liturgia de las horas”, en las vísperas del jueves de
la segunda semana)
Dios es y será siempre para nosotros un Misterio Inefable. Ninguna de
nuestras palabras, ninguna de nuestras ideas, ninguna de las imágenes que
nos hagamos de Él podrán jamás expresar total y adecuadamente ese
Misterio Insondable que es Dios. Dios desborda todo lo que podamos
pensar, imaginar o decir sobre Él. Lo más importante no es definir
exactamente a Dios, lo realmente importante es vivir a Dios, dejarse amar
y vivificar por su amor. Por eso tenemos que estar constantemente
poniendo en cuestión todas las ideas y todas las imágenes que nos hacemos
de Dios, tenemos que estar siempre en búsqueda, no encerrarnos en
fórmulas hechas, ir más allá de las palabras. Hay que atreverse a pensar, y
a pensar críticamente, sobre lo que se nos ha dicho, se nos dice y decimos
de Dios. Esto es una necesidad urgente, especialmente en estos tiempos
que nos ha tocado vivir. No podemos seguir viviendo de tópicos,
de frases hechas, o de teologías –quizás en otros tiempos muy válidas-, pero que se han vuelto rancias.
Sin olvidar lo ya dicho: a Dios no se le conoce, a Dios ¡se le "vive”! Y de
Él conocemos realmente sólo lo que le dejamos vivir en nosotros. ¡Pero,
insisto, nosotros necesitamos decirnos y decir palabras! Y palabras que (y
esto también es importante), estarán necesariamente marcadas y
coloreadas por lo que hemos vivido con Dios. O mejor: por lo que Dios ha
conseguido vivir con nosotros.
Dijo el ojo a sus compañeros: “Veo más allá de esos valles una montaña
envuelta en nubes. ¡Qué montaña más maravillosa!”. A lo que el oído
respondió: “Pues yo no oigo su voz”. Por su parte, añadió la mano: “Pues
yo no puedo tocarla. Así que esa montaña no existe”. Intervinieron las
narices: “Nosotras no aspiramos su perfume. Luego no debe existir tal
montaña”. Mientras el ojo seguía contemplando la belleza de la montaña,
los demás sentidos se reunieron a deliberar, qué motivos habría tenido
el ojo para tratar de engañarles. Discutieron entre sí y llegaron a la
conclusión: “El ojo, sin duda, ha perdido el juicio” (Khalil Gibran).
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario