¡¡¡LA ROMERÍA!!!
Laureano Molina
>Las
ventanas de las casas del pueblo se iban iluminando pausadamente, sin
intermitencias. Los gallos se oían cantar en un ordenado “diálogo” de unos con
otros. Las chimeneas comenzaban a echar humo. Las amas de casa se afanaban en
preparar la merienda, y los hombres daban el último pienso a las caballerías, y
ordenaban los aperos y los carros para el viaje.
Rayaba el alba, y el día prometía ser espléndido. La Fiesta, la Romería,
comenzaba ya en ese mismo instante. Más aún, la fiesta había comenzado los días
anteriores con su ansiada y anhelada espera.
A la salida del sol todo el mundo atravesaba ordenadamente el puente sobre el
río Martín.
Era un caminar alegre y festivo hacia algo distinto de lo habitual; hacia el
recuerdo de su propia historia como pueblo, y al recuerdo del “prodigio”
realizado: “la aparición de la Virgen al pastorcillo Natalio”.
La Romería era el encuentro en la ermita con familiares, vecinos y amigos. Cada
uno lleva el recuerdo de sus antepasados, con la impronta de sus huellas
dejadas en sus descendientes con su ejemplo, su trabajo y su sacrificio.
Recibían su herencia y la trasmitirían con fidelidad a los suyos.
También era el encuentro con “lo milagroso”, con el misterio, con lo sagrado. Y
en este caso de la Virgen, era el encuentro simbólico con la madre, la mujer
amada por excelencia.
Era un día de “uno con los otros” y para los otros.
De vivir individualmente cada uno en su hogar, se pasaba a vivir junto a los
otros y para los demás.
Y ello bajo la protección y bendición de la “Gran Mujer”, la Virgen de Arcos.
El Ayuntamiento juntamente con la Cofradía de la Virgen preparaba para todo el
que lo deseaba unas sabrosísimas alubias blancas con chorizo y un panecillo
tipo campesino, de hogaza.
Ordenadamente pasábamos con nuestros recipientes en los que se nos servía
nuestra ración personal de “judías de la Virgen”.
Las alubias comunitarias y el pan formaban parte de la liturgia popular. “Todos
comían el pan y las judías con chorizo, salidos de una misma hornada, de una
misma olla”.
Era la comunión de todos en un mismo espíritu.
Todos comen fundamentalmente de un mismo rancho. Es el amor solidario vecinal,
siendo todos comensales de “una misma mesa”.
La alegría de una fiesta entorno a una comida campestre y bajo la unión del
recuerdo de sus historias al amparo del Santuario, podría ser el ejemplo
simbólico de una nueva sociedad donde nadie se queda sin comer.
“Es una comida humana, porque es una comida solidaria”. Y puesto que es una
comida humana y solidaria comienza a ser una comida “divina”.
Cuanto más humana y más solidaria, más divina.
Por ello las discusiones quedan a un lado. Se olvidan las viejas rencillas, y
se encuentran familiares y amigos en ocasiones separados.
Es un día en el que se comulga con la naturaleza, con el prójimo, y en
definitiva con lo divino.
¡Ese comer, SÍ es un saber comer!
Es el bien comer que genera amistad, porque se sabe perdonar y porque se
comparte lo que se tiene, lo que se es.
Este comer solidariamente unidos que genera lo humano, que celebra el amor.
Y “cuanto más humano, más divino”.<
(“Lunes II de Pascua, o de “Cuasimodo”, en Albalate de Arzobispo”. Año 2008”).
(Laureano Molina Gómez).
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