III.- LOS VECINOS DE MI CALLE:
EL CANTÓN CURTO.
El viajero baja del autobús
en la plazoleta del Puente, y dando unos pasos alrededor de sí mismo estirando
las piernas, observa el cuartel de la Guardia Civil en el que ondea la bandera
de España. En los bajos del cuartel a izquierda y a derecha se encuentran las
clases con niñas y niños de doña Presentación y don Gabriel. Estas clases están
separadas de las Escuelas Nacionales ubicadas en el otro extremo del pueblo
porque no caben en ella todos los alumnos.
El puente
de Albalate, al pie del Portal del Pozadero
Bajo el terreno que pisan
sus pies atraviesa la “acequia baja” que después de ser abrevadero de las
caballerías, aguas arriba, se convierte a la salida del túnel, en un hermoso
lavadero colgante con vistas al río, al cabezo Cantalobos y al del Palomar. Al
lado atraviesa la carretera que recorre el pueblo por su parte este.
El
lavadero
Levanta su vista y observa
el castillo gótico que destaca por encima de las casas cual vigía que guarda al
pueblo con incansable constancia.
El
castillo desde la Rambla
Se dirige hacia el inicio
de la “Cuesta de las Losas” –calle de don José Rivera- por lo que fue en la
época medieval el Portal del Pozadero.
La Cuesta
de las Losas
Conforme va subiendo,
siempre con la vista en la torre mudéjar de la iglesia, deja a su izquierda la
entrada al Barrio Bajo, y un poco más arriba, sin dejar de mirar la torre,
alarga su mirada hacia el interior del Cantón Curto, tan bien a su izquierda.
Es tan estrecho y tan oscuro, en contraste con la luz cegadora del sol en pleno
día, que pasa de largo sin concederle importancia, aunque piensa que no le
importaría descansar un poco gozando de su frescura.
Las dos hileras de casas
del cantón, las de la derecha y las de la izquierda, están tan próximas que
parece que los alerones de sus tejados se tocan dejando pasar únicamente la luz
del cielo.
El Cantón
Curto
El viajero va en búsqueda
del Ayuntamiento sabiendo que se encuentra en la plaza de la iglesia. Por eso
toma a la torre como “el faro” que le guía hacia el centro del pueblo.
Pero ese Cantón Curto,
estrecho, oscuro y fresco tiene historia, tiene vida propia, y la tiene en
abundancia.
Según nos cuenta Vicente
Bardavíu Ponz en su Historia de Albalate, “la Villa estaba formada por el
barrio de Firminus, nombre procedente de la época romana y que finalizaba en la
plazoleta del Tremedal; la plaza Mayor, o de la Iglesia, con la calle Mayor y
sus adyacentes hacia la casa de Marín y de San Ramón; y seguidamente hasta la
Plaza Nueva”.
“Además estaba el Barrio de
Supra-Villa, -la actual Churvilla y Carretera del Castillo-; y por otra parte
el Barrio de Infra-Villa. Barrio Bajo formado por la parte baja a uno y otro
lado de la Cuesta de Las Losas, -calle de don José Rivera- y a partir del
Cantón Curto”.
“En esta margen izquierda
del río Martín estaba la Rua, o arrabal y Pozadero. Y al otro lado del
río, frente a frente, el cabezo de las Abejas, o del Palomar, y el de
Cantalobos. Entre los dos cabezos pasaba el Cursus o Coso agrupando a ambos
lados casas y huertos hasta la Iglesia de San José y del Cementerio”.
“Nombres latinos como el
del Rumi, el Romano, o Barrio de Roma, bajo la roca sobre la que se sustenta el
Castillo, nos hace recordar la ocupación del lugar por parte de los Romanos”.
Entrada al
barrio Rumi
José Manuel Pina Piquer nos
hace ver que las “villae” eran frecuentes en el Imperio Romano como
establecimientos agrarios en Aragón durante los siglos II y III. Y aunque entre
los años 409 y 411 penetran en Hispania por los Pirineos, los Suevos, Vándalos
y Alanos, en Aragón perduró la administración romana hasta mediados del S. V.
“Fue en los años del 441 al
454 cuando un movimiento llamado la “bagaudia”, revuelta de campesinos pobres
contra el orden socioeconómico romano, lo que va a ir permitiendo la presencia
de los godos hasta el S. VIII, en el que llegan los musulmanes”.
“Entre el año 713 y 719,
los musulmanes llegan a los cerros del Castillo y del Calvario. Algunos
albalatinos que habían vivido con los visigodos, aceptan el Islam colaborando
con ellos. Los mozárabes que mantienen su religión cristiana, se establecen
hacia los alrededores del cementerio (las lastras). Siglos IX al XI.
Emilio García Gómez me
comenta lo siguiente: “Leo el término "Rumi" que citas asociándolo a
Roma, como potencia colonizadora. Consultando diversas fuentes, entre ellas el
diccionario de la RAE, veo que "rumi" era el apodo que daban los árabes
a los cristianos. Tal vez haya conexión, pues, con la presencia árabe y, sobre
todo, con los mozárabes (cristianos)”.
Y continúa: “La misma
palabra "rumi" la he encontrado en relatos sobre Estambul, que hacen
mención de gentes procedentes de la Rumelia, tierra de los Balcanes actualmente
ocupada por Grecia, Macedonia, Bulgaria, Rumania, etc. No tiene una relación,
claro, con el "rumi" al que te refieres, que evidentemente data de
tiempos de la dominación musulmana en España”.
Parece claro que la
interpretación de Bardaviu Ponz sobre los “rumi”, la de Pina Piquer sobre los
mozárabes marginándose hacia las afueras de la población, y la precisión de
García Gómez sobre el apodo aplicado a los cristianos, pueden tener
interrelación. Los de la calle Roma de Albalate, los “Rumi”, serían los que
conectaban con los desplazados hacia el este, más allá del río.
En lo referente a nuestro
Catón, Pina Piquer (Pág. 71), nos dice que entorno a la Alcazaba (castillo) y a
la Mezquita Mayor (iglesia): “Las calles eran estrechas y sinuosas, de trazado
arbóreo y con abundancia de adarves (del árabe Ad-darb: el camino estrecho, el
desfiladero), calles interiores de las manzanas, más o menos los actuales
cantones”.
Así pues la calle donde me
crié juntamente con mi hermana María y mi madre Pilar era la calle del Cantón
Curto. Mi hermana y yo habíamos nacido en la calle de la Churvilla, pero al
exiliarse mi padre a Francia por haber sido de los perdedores en la Guerra
Civil Española, fuimos con mi madre al cobijo de mis abuelos, que nos recibieron
en su casa y donde permanecimos hasta que nuestras vidas adultas se
independizaron, y una vez fallecidos los abuelos Remigio y Eulalia.
Si uno se colocaba en la
Cuesta de las Losas, de espaldas a la fachada de la panadería de la señora
Jacinta, tenía delante de sí el Cantón. A la izquierda, número uno, la casa del
Serón, y a la derecha, número dos, la casa de la Águeda. Las dos casas hacen
chaflán, o hacían, y te encauzan la vista hasta el fondo donde te encuentras
con la fachada del Alejandrín. El Cantón parece que termina ahí, pero no es
así, porque continúa hacia la izquierda sin dejar entrever lo que se encuentra
a continuación.
La señora Rosa, la del
Serón, a punto día, todos los días, “rujiaba” la calle con unas gotas de agua
esparcidazas, y a continuación la escobaba a conciencia. La humedad hacía que
no se levantase polvo de la tierra de la calle. Como todas las vecinas hacían
lo mismo, en verano mañana y tarde, la calle adquiría una sensación de
bienestar y frescura como si hubiera llovido recientemente. De alguna manera
había como una especie de competencia entre ellas: “a ver quien dejaba la calle
más escoscada”. Y no digamos si el día era festivo. Entonces con mayor razón.
Posteriormente su
marido el señor José abría la tienda de ultramarinos a las nueve horas en
punto.
Me encantaba entrar en la
tienda porque en ella se percibían olores que me llamaban mucho la atención:
eran olores mezclados de muchas cosas, pero que habíamos aprendido a
distinguirlos perfectamente. Olores que iban desde especias, abonos, chorizos,
bacalao y sardinas de cubo, etc…, hasta alpargatas, albarcas, zapatos,
sombreros, horcas de aventar la parva del trigo una vez que ha sido triturado
por el trillo. Pantalones, jerseys, chaquetas… Alimentación, ultramarinos, y
confección convenientemente separados. Ah, y sobre todo tebeos y libros de
cuentos. Era un mundo mágico todo archivado en unos pocos metros cuadrados.
Pepe y Paquita eran los
hijos del matrimonio. Pepe un mocetón, y Paquita una hermosa señorita, ambos vecinos
de mi calle. Una Paquita anterior había fallecido a los 15 años en plena
juventud. Esta Paquita, “la nuestra”, había nacido diminuta como una muñeca por
la que sus padres tuvieron que tener un cuidado especial. Pero después…¡qué
chica! Era una buena amiga, morena, con ojos grandes y una sonrisa permanente.
En la fachada del cantón estaba la entrada a la casa y un pequeño escaparate de
la tienda, pero la entrada de ésta era por la calle de Las Losas con
escaparates a ambos lados de la puerta. La estrategia comercial estaba bien
diseñada.
En la calle de Las Losas
-oficialmente de don José Rivera-, recuerdo que las aceras estaban constituidas
por grandes losas de piedra arenisca, que iban formando alargadas escaleras
desgastadas por el tiempo, el uso de los humanos y por la lluvia. El centro era
de tierra apretada con piedras para darle consistencia, pero que había que ir
arreglando de vez en cuando. Caballerías y carros subían y bajaban por la
empinada cuesta. Alguna vez, y por no ir a rodear por la otra entrada del
pueblo, por las Espilas -antigua Puerta Medieval de San Antonio-, se atrevían a
subir con los carros cargados de sacos de trigo. Era toda una proeza. Los
machos no podían con el peso, y a veces los carros reculaban, a los que había
que poner detrás de las ruedas unas piedras como tope que permitían descansar
un poco. La cabezonería del dueño por subir rápidamente, hacía que el ambiente
se llenara de gritos, improperios, juramentos y amenazas. No quería quedar en
ridículo: “sus caballerías eran de las mejores”.
El número dos del Cantón
estaba gravado en la entrada de lo que en tiempos debió ser la cuadra de la
otra casa que hacía chaflán. La cuadra había sido sustituida por una especie de
cuarto trastero, patio posterior, bodega. Porque la entrada principal se hacía
por la Cuesta de las Losas. Era la casa de la tia Águeda, que vivía con sus dos
hijos Ascensión y Joaquín. Ella amiga íntima de mi hermana, y él carne y uña
conmigo.
Conviene recordar que en
Aragón, y sobre todo en los pueblos, cuando usamos la palabra tio/a
-monodiptongada, sin acento-, es sinónimo de señor/a, y cuando le ponemos
acento -tío/tía- indica parentesco.
La tia Águeda era de las
mujeres, como mi madre, que no eran viudas, pero tampoco tenían marido, al
menos, no lo tenían junto a ellas. Porque el tio Joaquín, “el Pites”,
estaba como mi padre en el exilio por causa de la guerra. Eran las mujeres que
yo llamo “las solas”. Ellas sacaron adelante a los hijos, al igual que las
viudas por causa de la guerra, o por otras causas. La tia Águeda y la tia Pilar
tenían mucho en común, por eso se ayudaban y se consolaban mutuamente. Nosotros
éramos como hermanos. Aunque mi madre tenía el amparo de mis abuelos y de mi
tío Francisco que estaba soltero. Cuando una recibía carta de su marido acudía
a la otra para hacerle partícipe de la buena nueva. Para nosotros la tia
Águeda, era además como si fuera la tía Águeda, con acento.
Nuestro amigo José Ramón
Bada Panillo suele decir que las ausencias son tan importantes como las presencias.
Efectivamente, las
ausencias aumentan el ansia de estar con el ser amado y no descansan hasta que
se produce el encuentro. El amor, la amistad, el compañerismo durante la
ausencia se purifica de las imperfecciones habidas y se tiende a idealizar al
otro. Lo que pasa también es que se adquieren costumbres, vicios, impurezas, de
los lugares por donde se pasa, o de las formas de vida que se lleva. Y a la
hora del reencuentro supone una dificultad.
La vida en el frente de
batalla en la Guerra Civil Española, la situación de “sálvese el que pueda”
durante la ocupación de Francia por parte de la Alemania Nazi, las vidas
solitarias vividas por separado, etc., como les ocurrió al tio Joaquín y al tio
Laureano, hacen que la convivencia posterior no sea tan fácil, al menos en un
primer momento.
Así le ocurrió a la tia
Águeda y al tio Joaquín; como a mi madre y a nosotros con respecto a mi
padre. A la alegría de la presencia, le siguió el sufrimiento del reajuste en
la convivencia. Conocer al padre a los diecisiete años, no es lo mismo que
haberlo conocido desde siempre. Este fue mi caso y el de mi amigo Joaquín.
Pasar de la guerra a la paz
tiene su dificultad. Y muchas veces no es tan fácil vivir en paz cuando se ha
estado viviendo en guerra.
La convivencia hay que
recomponerla como si se comenzara de nuevo. Fue un reto.
Zaragoza, Abril de 2007.
Bibliografía:
HISTORIA
DE LA ANTIQUÍSIMA VILLA DE ALBALATE DEL ARZOBISPO, del Doctor D. Vicente
Bardavíu Ponz. Zaragoza 1914.
“DE
ILUSIONES Y TRAGEDIAS. Historia dek Albalate del Arzobispo”, del Profesor D.
José Manuel Pina Piquer. Edit. Ayuntamiento de Albalte del Arzobispo. 2001.
Emilio
García Gómez, Doctor en Filología Moderna por la Universidad de Salamanca.
Etnografo.com.
José Ramón
Bada Panillo, Ex Consejero de Cultura del Gobierno de Aragón.
Recuerdos
y precisiones de mi hermana María. Sin ella no hubiera podido reconstruir estos
relatos.
NOTAS DE ACTUALIDAD:
Estamos en Mayo de 2020, La Pandemia del Coronavirus, COVID-19, nos ha recluído en nuestras casas. Los contactos vía telefónica y vía WatsApp nos han llevado a intercomunicarnos intensa y extensamente con nuestros familiares y amigos.
Ello me ha permitido conectar con nuestra amiga de la infancia PAQUITA SERÓN ADELL, viuda de MANUEL SANCHO MURGUI, valenciano de pura cepa. Del matrimonio nació una hija, AVELINA. Está licenciada en Historia del Arte y Master en Comunicación. Vive en Paris trabajando en una gran empresa con sede en la Capital de Francia. Paquita tiene su vivienda habitual en Valencia; aunque por causa del Confinamiento por la Pandemia, le ha cogido en su segunda residencia en una urbanización de la playa mediterránea.
Los comunicados entre nosotros están siendo continuos. Paquita hizo Secretariado y entre sus habilidades está la de la pintura.
He aquí algunos ejemplos:
NOTAS DE ACTUALIDAD:
Estamos en Mayo de 2020, La Pandemia del Coronavirus, COVID-19, nos ha recluído en nuestras casas. Los contactos vía telefónica y vía WatsApp nos han llevado a intercomunicarnos intensa y extensamente con nuestros familiares y amigos.
Ello me ha permitido conectar con nuestra amiga de la infancia PAQUITA SERÓN ADELL, viuda de MANUEL SANCHO MURGUI, valenciano de pura cepa. Del matrimonio nació una hija, AVELINA. Está licenciada en Historia del Arte y Master en Comunicación. Vive en Paris trabajando en una gran empresa con sede en la Capital de Francia. Paquita tiene su vivienda habitual en Valencia; aunque por causa del Confinamiento por la Pandemia, le ha cogido en su segunda residencia en una urbanización de la playa mediterránea.
Los comunicados entre nosotros están siendo continuos. Paquita hizo Secretariado y entre sus habilidades está la de la pintura.
He aquí algunos ejemplos:
Pinturas de Paquita en su última exposición en Valencia.
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