EXILIADO.
Aquella noche no pudo
dormir. La anciana costurera le había preparado una cama en un cuarto solo para
él. Hacía días, meses, que no dormía en una cama. Había adquirido el hábito de
dormir en malas condiciones. ¡Tanto tiempo durmiendo con un ojo cerrado y el
otro abierto! Siempre en continuo sobresalto. Semidormido y medio despierto. En
constante actitud de vigilancia preventiva. Vigilando para seguridad de los
demás y vigilando como mecanismo de autodefensa. Toda la noche se convirtió en
un “sueño despierto”. Se tentaba así mismo y no sabía bien cual era su
situación.
Imágenes, ruidos, explosiones,
huída repentina, retiradas, hechos horribles, gritos de dolor se agolpaban en
su cabeza, y su corazón latía de tal manera que era imposible concebir el
sueño.
Tenía treinta y un años, y
aunque era joven, su cuerpo no aguantaba más. ¿Qué hacía aquella tarde
lluviosa, con frío, en una ciudad que no conocía, y entre gentes que hablaban
de tal manera que él no entendía nada?
Sandríne, la
costurera-modistilla, lo vio tan joven, desaliñado y tan abatido, que
cogiéndole del brazo lo llevó hasta su casa. Una casa pobre, pero digna morada
de aquella mujer que había estado trabajando toda su vida y que vivía sola.
“Espagnol, guerre, exilé, réfugié, venez avec moi”, fueron las palabras de la
señora.
Laureano, que así se
llamaba el exiliado o refugiado, la siguió como un cordero. Ella le preparó la
habitación y después de tomar la sopa, se acostó; más bien la anciana le obligó
a que se acostara. Ella encontró “un hijo” y él la miró como a su madre.
¿Qué tendrá Orleáns que sus
mujeres son valientes, decidas y generosas?
Porque era en la ciudad de
Orleáns donde el exiliado se encontraba. Capital del Departamento del Loiret a
orillas del Río Loire, con 75.489 h. en los años cincuenta. Orleáns era la
ciudad de Santa Juana de Arco.
Había decidido subir hasta
el centro de Francia, hasta el corazón de “La France”. Al salir de Argelès Sur
Mere con el “pase” que les proporcionó la Administración Francesa, cogió el
tren y de un tirón dejó atrás Perpignan, Carcassonne, Toulous, Montauban hasta
llegar a Orleáns.
Catedral
de Orleáns y el Río Loire a su paso por la ciudad.
La mayoría de sus
compañeros habían preferido quedarse por el sur, cerca del Pirineo, cerca de
España. En grupos, casi “en manada”. Se dejaban ver. Había quienes seguían
pensando que la reconquista de España para la República, era posible. Mi padre,
Laureano, pensó todo lo contrario: habían perdido la guerra y no había vuelta
atrás. Por eso decidió ir hacia el interior de la Francia. Él, sólo, se fue
“camuflando” mucho mejor entre los franceses. Molina se fue dándose vida por su
cuenta. No estaba “controlado”. No se sentía controlado. Para él era como coger
“el toro por los cuernos” del exilio de su España querida. Comenzaba una nueva
etapa en su vida y había que aprovecharla.
Quedarse en grupo, en el
sur de Francia, cerca de los Pirineos, sería la “perdición” de muchos al ser
ocupada Francia por los Alemanes Nazis. A éstos les sería más fácil cogerlos y
llevarlos hacia los Campos de Concentración y de Exterminio. Sería la perdición
de muchos.
Atrás quedaba el Campo de
Concentración y de Acogida de Argelès sur Mere en la costa mediterránea
francesa. – Todavía recuerda mi padre el estribillo de la canción que cantaban
al tiempo de salir de Argelès:
Somos los rojos refugiados,
que el mundo pensamos recorrer
recogiendo el arte y el comercio
que nos dio tanto provecho
en la Playa de Argelès Sur Mere.
Algunos, como mi padre,
terminarían de aprender a leer y escribir, y las cuatro reglas de aritmética.
Otros, plasmaban su imaginación artística en pobres lienzos. Y todos, de una
manera o de otra, comenzaron a comerciar con todo lo que era útil en aquellas
circunstancias. Había quienes redactaban elementales periódicos informativos.
Otros constituían Comités de Apoyo Mutuo para sobre vivir y ayudar a los más
débiles. Cada uno se auto protegía, pero sin olvidar la solidaridad hacia los
demás. Porque en aquellas circunstancias ayudar a los demás, era ayudarse a sí
mismo. “Hoy por mí, mañana por ti”. Tener un primo en Francia, o un antiguo
amigo, era como tener un salvo conducto para salir del Campo de Concentración.
“El que salía quedaba obligado a reclamar, una vez encontrado trabajo, al que
había quedado dentro”. La agricultura francesa acogería a muchos españoles
exiliados. Era mano de obra barata, generosa, y agradecida.
Los últimos coletazos de la
Guerra Civil Española en Barcelona habían terminado para siempre. La Batalla
del Ebro. El Frente de Huesca intentando tomar Sierra de Alcubierre para desde
allí avanzar hacia la Zaragoza de Franco. La toma de Belchite por parte
republicana. Trincheras llenas de cadáveres. “Huyendo de los cañonazos que
silbaban por todos lados, se arrojó a una trinchera “ocupada” por muertos de
reciente metralla”. “Aquellos cuerpos le “arroparon” y le salvaron una vez más”.
Pero lo que más quedaba
grabado en su mente era ver, desde el tren, a su mujer y sus dos hijos en el
andén de la Estación de Ferrocarril de Caspe, última visión que tenía de ellos
cuando se incorporaba al Frente Republicano. Era el mes de Febrero de 1938. Y
el esfuerzo que había hecho en roturar tierra para el cultivo en el paraje de
La Silleta en la Sierra de Arcos de Albalate del Arzobispo, quedaba todo
inútil. Su familia estaba “abandonada”. Aunque es verdad que confiaba en sus
suegros y sabía que éstos no les abandonarían. Porque la vida en el pueblo era
dura, muy dura, sigue recordando el ahora abuelo Laureano camino de los noventa
y nueve años.
Segadora, segadora,
qué aborrecida te ves;
todo el día trabajando,
y aun agua puedes beber.
No se le ha ido de la
cabeza lo que le ocurrió un día en la casa “del amo” en Albalate. Para cenar
tenían acelgas. Mi padre como pastor rabadán (niño todavía) comía y dormía en
casa del amo. Pero esa noche llegó un amigo del señor de la casa y no teniendo
qué darle para cenar, le quitaron el plato a mi padre para dárselo al recién
llegado. Él se fue a dormir habiendo comido únicamente pan y olivas. De
madrugada se iría con el pastor a cuidar de las ovejas del amo hasta que el sol
se escondiera.
La llegada de la 2ª
República Española suponía para él la Utopía que comenzaba a ser realidad. Por
eso defendió la República.
Al abuelo Remigio, que
había sido para él muy exigente, sin embargo le veía como un hombre justo y
honrado. -“No quiero rojos en mi casa”,- le había dicho en alguna ocasión. Pero
mi padre quería a mi madre, y mi madre le quería a él con locura. Para los
abuelos esto era más importante que todo lo demás. Por eso, Laureano, al
recordarlo suspiró, y por un instante cerró los ojos.
Para no perder la cabeza,
comenzó a vivir intensamente el presente de
su “nueva vida”. En Orleáns buscó trabajo, hizo encargos, trabajó en el
campo como jornalero eventual, hizo cualquier cosa que saliera al paso con el
fin de sobrevivir. A Sandríne le llevaba todo lo que le fuera útil: productos
del campo, leña, carbón, etc., todo lo que les hiciera la vida un poco más
llevadera. Porque para Francia comenzaban también tiempos difíciles.
La viejecita costurera
quería a mi padre, y mi padre la respetaba y cuidaba con cariño. Según mi
padre, llegó a trabajar en el Campo de Aviación de Orleáns. Cualquier trabajo
le proporcionaba, además del sustento, “resguardo documental” para el futuro.
Poco a poco se fue aclimatando a la nueva vida, a las nuevas costumbres. Molina
tuvo siempre muy presente aquella “Regla de Oro” del sabio Refranero Español: “Donde
estuvieres, haz lo que vieres”. Llegó a amar a Francia, tanto como a
España.
El 10 de Mayo de 1940,
Alemania invade los Países Bajos y seguidamente pasan a Francia. El 14 de Junio
del mismo año, París es ocupado por los alemanes. Monsieur Reynand dimite el
día 16, y el mariscal Petain forma un nuevo gobierno, al frente del cual
firmaría el armisticio por el que Francia quedaba en manos de la Alemania de
Hitler. Las tropas alemanas comenzarían a extenderse hacia el sur.
Arco de
Victor Hugo en Burdeos y Puente de Piedra (486 m. de longitud).
En aquellas circunstancias
una noche mi padre comunica a Sandrine que debe marcharse hacia el sur. “No
solo corre peligro él como anarquista español, sino que le pone en peligro a
ella”. La despedida es desoladora. Sandríne abraza a mi padre, y mi padre
dándole un beso en la frente desaparece de inmediato.
Trabaja algún tiempo en
Poitiers en la agricultura; y definitivamente se pierde en la gran Ciudad de
Burdeos. Alquila una habitación “con derecho a cocina” en la pequeña y céntrica
Plaza de Camille Pelletan.
Burdeos es Capital de la
Región de Aquitania y del Departamento de la Gironde con 253.751 habitantes por
aquellas fechas. La ciudad se encuentra a orillas del Río Garonne, donde se
ubica un importante Puerto Fluvial.
Los alemanes ocupan
totalmente Francia, y en Burdeos los españoles exiliados comienzan una vida de
trabajos precarios, de ocultación, y de ansiedad. Los alemanes “los llevaban a
raya”. Molina trabaja en la Estación de Ferrocarril de Mercancías descargando
vagones de patatas. “Los alimentos escaseaban y las gentes sobrevivían como
podían”. Las patatas desechadas, porque comenzaban a podrirse, eran
inmediatamente recogidas por las gentes hambrientas para cocinarlas y comerlas.
“Una viejecita que recogía
esas patatas tropezó sin querer con un soldado alemán, y éste de una patada la
arrojó al medio de la calle. Los que presenciaron la escena recogieron a la
anciana con los puños y dientes apretados”.
Sigue recordando mi padre:
“Para evitar esas escenas
inhumanas de los soldados alemanes de malos tratos, les decíamos a las gentes
que nos dieran sus direcciones, y ellos al repartir por la ciudad con los
camiones el racionamiento de alimentos, les dejarían en sus puertas los sacos
de patatas desechadas”. “Evitábamos así ser vistos por los soldados, pues las
represalias no se hacían esperar”.
Estas escenas,
auténticamente ciertas, indican gráficamente cómo vivía en Burdeos muchísima
gente.
“Cortar árboles en los
bosques de Las Landas fue otra de las ocupaciones de mi padre. Madera y leña
eran muy apreciadas”.
Los españoles acostumbraban
a juntarse los domingos por la mañana paseando calle arriba, calle abajo, por
la Tours de Victor Hugo, desde “le Pont de Pierre hasta la Rue Sainte
Catherine”. Intercambiaban información y se daban ánimos unos a otros.
“En un pequeño Café, que
había en la “Rue des Trois-Conils”, que confluye en la populosa y céntrica “Rue
Sainte Catherine”, estaban reunidos jugando a las cartas mi padre, un
albalatino llamado el “Taratí”, -que no he podido averiguar quien es-, el
andaluz señor Zambrana con su hijo y un cuñado, y un tal Pablo que con cuerda
de sacos hacía alpargatas para los amigos.
Al anochecer, un día,
Molina les dice: “Esta quietud y “calma chicha” que se respira hoy, no me huele
nada bien; me voy a pasar la noche al campo”.
“No fastidies, le
respondieron los compañeros. Eres un exagerado”.
Los dejó con las cartas,
cogió lo imprescindible, atravesó el Garona por el Puente de Piedra, recorrió
hasta el final la “Avenue Thiers” dirección norte, y en Cenón se perdió por los
campos. Pasó la noche en los prados con el sonido de los cencerros de las
vacas, y oculto entre la maleza.
“Aquella noche los soldados
alemanes hicieron la gran redada”. Los compañeros de juego terminaron en los
Campos de Concentración y de Exterminio Alemanes”.
La intuición de mi padre le
salvó.
Laureano
Molina López. Burdeos. 1942.
Mi familia pensaba que no habíamos
tenido noticias de mi padre hasta después del final de la Guerra Europea. Pero
no fue así. Rebuscando entre las fotos estos días encontramos una de mi padre
hecha en Burdeos, fechada el 31 de Diciembre de 1942. Por su valor sentimental
para nosotros la reproduzco con el texto que venía al dorso.
Decía:
“Querida esposa e hijos.
Siempre y con cariño de vuestro querido padre, que tanto os quiere y no os
olvida un momento. Feliz Año Nuevo 1943. Para toda mi familia besos y abrazos…,
y a todos los que por mí pregunten… Adiós foto con fortuna, con más fortuna que
yo, que vas a ver a mi familia a la que no puedo ver yo”. Firmado Laureano
Molina. A 31-12-1942.
La foto llegó a Albalate
del Arzobispo, vía Inglaterra, y con sello camuflado alemán. La Organización
Anarquista logró sacar de Francia unos paquetes de cartas y hacerlas llegar
hasta Inglaterra, y desde allí otros anarquistas las introdujeron en España.
Zaragoza, Febrero de 2008.
BIBLIOGRAFÍA:
DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO ABREVIADO, Tomo IV,
Espasa-Calpe, S.A. Madrid 1957.
NOUVEAU PETIT LAROUSSE ILLUSTÉ. Diccionaire
Encyclopédique. Librairie Larousse-Paris-
VI º. 1956.
FUENTE
PRINCIPAL DE INFORMACIÓN: el autor de los hechos, Laureano Molina López, cuyos
recuerdos han sido recogidos en breves notas
por su hija María Molina Gómez, mi hermana.
El puente
de Piedra sobre el Garona en Burdeos.
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