sábado, 13 de febrero de 2016

Y EN MI RECIERDO, EL TAMBOR



Y EN MI RECUERDO, EL TAMBOR.



Cuando bajé al patio para ir a jugar a la calle, me encontré el bombo de mi padre roto por el lado de percusión. Me dio mucha pena y no se me ocurrió otra cosa que meterme dentro de él y esconderme. Mi madre se dio cuenta porque se movía hacia adelante y hacia atrás.
El pasado día de jueves Santo, mi padre volvió a recordar que quien le enseñó a tocar los ritmos tradicionales del bombo fue Alfonso Zapater, gran bailador de la Jota Aragonesa con su compañera Pascuala Sancho. Siendo molinero en Urrea de Gaén, subía a Albalate, y en el Calvario ensayaban los ritmos de percusión para la Semana Santa. “Cuando yo baje el pié, dale con la maza al bombo”, le decía Alfonso. Él tocaba el tambor.
Y así poco a poco los ritmos de tambor y de bombo se iban acoplando. Era el año 1.932.

Y es que mi madre había “alquilado” el bombo a un joven del pueblo.
Mi padre no podía usarlo porque estaba en el exilio en Francia por causa de la Guerra Civil Española.
Yo era más pequeño que el bombo y quedaban años todavía para que pudiera tocarlo.
Al final, la necesidad hizo que mi madre vendiera al mismo joven, el instrumento fundamental de ruido y de ritmo que junto con los tambores  se tocan el Viernes Santo en Albalate del Arzobispo y en toda la Ruta del Tambor y el Bombo del Bajo Aragón.

Ese mismo joven, “El Churres”, un Primero de Abril, junto con los vencedores de la guerra celebraban en el salón de baile del pueblo la conmemoración del “Día de la Victoria”. La victoria del General Franco sobre la 2ª República Española. El joven y sus compañeros “alegres” en grupo hacían la “replegadora” corriendo y cantando por todo el salón. Un empujón incontrolado de la cuadrilla, me arrojó contra la puerta de entrada, clavándome el pestillo de la misma en mi cabeza de niño curioso.
Todavía conservo la señal. “A mi madre casi le da algo”.
Me vio el médico, y me fue curando el Señor Miguel el Practicante. Pasó mucho tiempo hasta que me recuperé totalmente.

Con la cabeza todavía vendada, y en la Fábrica de Aceite de la Viuda de Manuel Villanova, el hijo y yo estábamos viendo como hacían la limpieza y mantenimiento de la maquinaria. Había que dejarla preparada para la campaña siguiente.
Sentados sobre una pilada de capazas, las que se empleaban para prensar las olivas y extraer el aceite, medio escondidos, estábamos “dando cuenta” al anís de una botella dentro de la cual había un gran pepino.
Decían que el anís con el pepino tenía propiedades curativas.

Era costumbre poner en el mismo pepinar botellas, dentro de la cuales se metía un diminuto pepino sin separarlo de la mata hasta que se hacía grande dentro de ella.
Posteriormente se llenaba de anís y se dejaba que el tiempo fuera haciendo su efecto. Pepino y anís iban adquiriendo un color de oro.
De allí se bebía según la necesidad en pequeños sorbos. Se bebía y se rellenaba continuamente siempre en menor cantidad de la que quedaba en la botella.
Manolo y yo aquel día nos bebimos toda la botella de anís.
Nunca más me he vuelto a emborrachar.


Comienzo del Santo Entierro, bajando la Cuesta de las Losas de Albalate


 En cuanto me fue posible y con un tambor prestado por la Señora Carmen la “Jabonera”, comencé a tocarlo en la Semana Santa. Era un tambor viejo, de piel, y con cuerdas para tensarlo, con los colores de la bandera de España pintados en la caja del mismo.

Por cierto que la señora Carmen y su marido -creo que se llamaba José o quizás Mateo, no recuerdo bien-, vendía leche de cabra y de oveja que su marido bajaba todos los días desde el monte donde tenía el rebaño que él cuidaba y del cual era propietario. Mateo, Josefa y José eran sus hijos.
José vino a ser el gaitero del pueblo tocando la flauta extraordinariamente bien. Debe de existir varias cintas de casete grabadas con su música una vez ya jubilado en Zaragoza. Siento no tener copia alguna. Porque durante las fiestas todas las mañanas tocaba diana juntamente con el tamborilero, delante de los cuales nos encantaba bailar a los chicos. El nieto de la señora Carmen, Silverio, era compañero de correrías cuando desde Zaragoza bajaba de vacaciones al pueblo.

La lluvia era temida porque humedecía la piel del tambor y del bombo y hacía que el sonido fuera desagradable. Cuando comenzamos a estudiar música con el Maestro Gazulla, nuestra cuadrilla de amigos no faltábamos nunca en “la Rompida de la Hora” de todos los años.

El primer año que toqué el tambor mi madre me permitió quedarme toda la noche. Hacia las cinco de la madrugada del Viernes Santo, me senté en una puerta a descansar un poco. Allí me quedé dormido. Alguien avisó a mi madre que me vino a buscar y acostarme en mi cama. El dormir era todo un sobresalto. Se dormía en los inérvalos que se daban entre el paso de una cuadrilla y otra  con el consiguiente estruendo que armaban. Y a las once horas ya estaba preparado para subir otra vez tocando el tambor al Monte Calvario delante de los que hacían el Vía crucis. No había tregua.



Bajando del Calvario


Y en mi recuerdo: el tambor.

“Cuando se acerca la hora, las 24h del Jueves Santo, cada cual se viste su túnica, coge el tambor o el bombo y se dirige hacia el lugar de encuentro, donde la gente se va concentrando con el nerviosismo habitual de todos los años. En el balcón del Ayuntamiento se encuentra su Alcalde con todo el acompañamiento en espera de dar la señal convenida con la que comenzará la gran “Rompida” de tambores y bombos.
Túnicas negras, moradas, y azules, acompañadas de pañuelo blanco al cuello, banda roja en la cintura, o tercerol del color de la túnica que cubre la cabeza y se deja caer por la espalda para ser recogida, cual “toga romana”, en el costado izquierdo.
 

Todos tocan su tambor o su bombo al ritmo habitual de años que se pierden en el recuerdo de sus historias. Son los sonidos inconfundibles y característicos de los pueblos de la Ruta del Tambor y el Bombo. Tocarán un buen rato todos juntos mirándose unos a otros con la satisfacción de poder volverse a ver un año más. Aunque el estruendo no puede ahogar el recuerdo de los que ya nunca podrán estar presentes por haber fallecido. Es una “borrachera” de ruido y de ritmos. Personalmente le llamo “el tambor-shock”. Quien se mete en esa barahúnda olvida por un rato todos sus problemas. A partir de este momento se empezará en cuadrillas a recorrer las calles del municipio, aunque cada pueblo acota las calles por donde se podrá desfilar.
Al principio se toca a buen ritmo, pero la noche se va haciendo larga a medida que avanzan las horas. Es por ello que se hace imprescindible reponer fuerzas. Los miembros de la cuadrilla llevan hacia sus casas, o la de sus novias, - hace ya bastantes años que la mujer se ha incorporado al toque del tambor o bombo, pero antes no era así, solo tocaban los hombres -, llevan pues al grupo donde serán agasajados con tortas, magdalenas, etc., acompañadas de aguardiente o mosto hecho en casa. Aunque también se llega - o se llegaba, puesto que estoy mezclando recuerdos con actualidad - a tirar de embutidos, jamón, etc., y vino tinto en porrón, en bota, o en tonelete. En mis recuerdos está el vino tinto de “La Espartosa”, “El Sasillo” o “El Plano”, éste en los límites de Albalate y de Lécera. Vino recio, fuerte, que casi se mastica, que “rade las entrañas” con sus 18º de alcohol, digestivo y nada traidor, porque “cuando lo bebes te avisa”. Se reponen fuerzas, y se rompían ayunos obligados. Era como la “auto-dispensa”, de lo que la “Bula Papal” permitía en algunas ocasiones, previo pago de las tasas establecidas. El “pueblo”, en aquel momento, juzgaba lo que era conveniente. “Aquel pecado no era pecado”, porque tocar el tambor y el bombo “era una obligación”, “una necesidad”. Suficiente razón para no tener que guardar el ayuno.
Era como una liturgia no eclesiástica, era la liturgia del “pueblo llano” que protestaba, y sigue protestando, por la muerte de un inocente, la de Jesús hijo de José y de María, de Nazaret, en Palestina”.

“Inocentes como Jesús siguen muriendo continuamente sean palestinos o de otros pueblos y razas”.

Y en nuestra tradición están grabados los sonidos y ritmos que año tras año se van transmitiendo heredados de padres a hijos en un hilo histórico que se pierde en nuestros recuerdos.

Zaragoza, Junio de 2007.


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NOTAS:
Ver “TAMBORES Y BOMBOS” en VALDORIA, Revista editada por el Ayuntamiento de Albalate del Arzobispo. Agosto  de  2006.




Cuadrilla de tambores y bombos ante “San Cristóbal.

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