II.- DIOS,
EN EL SEMINARIO.
Ambiente,
profesores, alumnos.
Alcorisa era un pueblo tranquilo, apacible, pero inquieto. Se sentía
protector del seminario. A las afueras, en la margen izquierda del río
Guadalupillo, en dirección hacia Andorra, estaba construido un viejo casarón,
antiguo colegio de los Paúles. Una plazoleta con grandes árboles daba acceso a
la iglesia, "Esta casa, es casa de oración", dice un letrero sobre la
puerta. A la derecha se abría la puerta para recibir a los
"veteranos" seminaristas, y a los nuevos "picholos" que por
primera vez pisábamos aquel lugar.
La foto
superior corresponde al 50 Aniversario del ingreso en el Seminario de Alcorisa
celebrado por los supervivientes tanto sacerdotes como seglares.
A la izquierda, la
escalera principal por la que se accedía a las dos plantas que constituían,
constituyen, principalmente el edificio. Justo, en frente, en la primera
planta, se encontraba el despacho del Rector.
El dormitorio de
los picholos, en la segunda planta, era el más amplio. Había que acoger el
mayor número de alumnos.
Ese curso
ingresábamos 74 chavales, dispuestos a adentrarnos en un mundo nuevo para
nosotros. A medida que se avanzaba en cursos, disminuía el número de alumnos.
La gente se iba quedando en la cuneta del camino. Media docena de compañeros se
agregarían posteriormente a este curso que comenzaba, por repetir curso o por
venir como vocaciones tardías.
Los más mayores
dormían en el dormitorio llamado "La Siberia". Era la tercera planta
en un extremo del edificio. Su nombre indica el frío que hacía en invierno.
Recuerdo que en el cincuenta y cuatro llegamos a estar a 12 º bajo cero. El
agua en las palanganas que recogíamos y guardábamos debajo de la cama para asearnos
a la mañana siguiente algunas veces llegó a helarse.
Desde mi visión
personal del seminario, o desde mi deseo personal sobre cómo debería ser el
seminario en aquel entonces, llegaba a concebir a los demás, tanto compañeros
como profesores, poco menos que ángeles constituyendo una gran fraternidad.
Lógicamente me llevé un gran chasco. Observé la miseria humana, producto de los tiempos de escasez y de
rencores contenidos.
En el centro del
patio que formaba el pequeño claustro había, todavía está, un pozo de agua con
su cubo y su cuerda para sacarla. Aunque no era necesario, porque en los
dormitorios había agua corriente, y en los lavabos que cada dormitorio tenía
anejos. Y a lo largo del comedor y cocinas, se extendía un patio-recreo,
vallado, que lo disfrutaban los de los cursos 3º y 4º. Nosotros estábamos con
los de 2º en el patio de entrada al edificio, recordándonos el letrero de la
puerta de la capilla, que aquello era "casa de oración". A nuestras
misas venían las personas piadosas que vivían más próximas a nosotros. Un
huerto nos permitía recolectar algo de hortalizas. Y en el sótano, antiguas
bodegas, antigua cárcel, se había habilitado un escenario y unas sillas para teatro
y para charlas dominicales para toda la comunidad.
Especialmente las
charlas del Rector se basaban en la Urbanidad y Reglamento para seminaristas de la Archidiócesis de
Zaragoza. Años 1930 - 1945. Los
compañeros de curso que nos solemos reunir en la actualidad la hemos reeditado
en el año 2002, para recuerdo y solaz nuestro. Era una urbanidad, por supuesto
para eclesiásticos, pero que coincidía, en lo sustancial en cuanto a los
protocolos de actuación para con los demás, con lo que hace unos años recordaba
el Marqués de Santo Floro, el Sr Figueroa.
En alguna ocasión
se nos llegó a decir, y ante la proximidad de las vacaciones de verano, no
había otras, que tuviéramos muchísimo cuidado en el trato con las chicas,
porque "tened en cuenta que una prima nos es igual que una silla".
"Si alguna mujer intenta daros la mano, procurad llevar siempre un
periódico o un libro, y responderle: ¡qué!, lo quieres?, y así os evitareis
tocarle la mano". ¡Qué tiempos!
No es de extrañar
que mi querida Mari Luz de Albalate preguntase a mis primas que si no me
dejaban hablar con las chicas. Mari Luz, nunca te he olvidado y siempre te he
llevado en mi corazón. Perdóname por lo que te hice sufrir sin darme cuenta.
Recuerda que cuando te volví a ver, siendo los dos, personas adultas de unos
cincuenta años, y en medio del fragor de los tambores de Semana Santa, el
abrazo que nos dimos resumió en una, las dos largas vidas, recorridas por
separado.
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