El Dios
que se estudiaba, y el que se vivía.
Había que estudiar
y estudiar mucho y en condiciones, para el modo de vivir de hoy, muy penosas.
No había calefacción. Los inviernos en Alcorisa eran muy crudos. No recuerdo
haber visto durante los cuatro años que duró mi estancia en Alcorisa ni una
sola estufa. El fuego lo veíamos cuando íbamos de excursión y encendíamos
alguna hoguera. Únicamente percibíamos calor cuando pasábamos delante de la
cocina. El único calor que se experimentaba, era el calor de la amistad y el
que emergía de nuestro propio movimiento. Posiblemente supuso aquello un hábito
para reaccionar activamente ante las dificultades. Fue una educación opuesta a
rendirse ante el fracaso. Claro, esto se daba en los que sobrevivían. Los que
no podían más fingían alguna enfermedad para ser instalados en la enfermería.
Casos hubo que al salir de la enfermería abandonaban y se iban a casa
"arrojando la toalla". Aunque siempre eran excepciones. La comida era
escasa y pobre. Las postguerras, civil y mundial, juntamente con el bloqueo que
se hizo a España, no permitían mayor "alegría" en el abastecimiento.
Se decidió salir a
pedir aceite, patatas, legumbres, etc., por los pueblos cercanos. "Los
pobres se compadecían de los pobres". Siempre la solidaridad se da
especialmente en los de abajo. En los de arriba lo que se da es la competencia,
el progreso individual o de grupos concretos, el ¡"sobreviva el
mejor"!. Si trasladamos estas ideas al momento actual podremos sacar
algunas conclusiones provechosas. No se trata, por ejemplo, de que a alguien le
toque la lotería, se trata de que la lotería de la justicia social toque a todos
los habitantes del planeta.
En esas
condiciones íbamos ampliando nuestros conocimientos. Naturalmente eran
conocimientos dosificados y muy bien orientados según las consignas políticas
del ambiente dominante de España.
Los textos, las
charlas, la orientación espiritual, todo era encaminado en el mismo sentido.
Nada de mentalidad crítica, sí de aceptación doctrinal, y sobre todo de la
razón y razones de los que habían ganado la guerra en España. ¡Qué barbaridades
habían cometido los rojos!... Es lo que se nos decía en las intervenciones de
algún cura de los pueblos de los alrededores. Yo escuchaba, tragaba y sufría.
"Yo era el hijo del exiliado de guerra". Exiliado, que no prófugo,
como se calificó en las listas oficiales a los que "emigraron" hacia
Francia y desde allí hacia otros países. Esto era parte de la educación que
recibíamos, y que en el reencuentro con mi padre en agosto del 54, me pasaría,
nos pasaría factura, a mi padre y a mí.
Pero también había
muchas cosas buenas e importantes, como es por ejemplo la educación musical.
Nuestro curso llegaría a ser uno de los más promocionados en este sentido de la
música y del canto.
¡Cuantos buenos
ratos nos proporcionaba el desahogo del cantar en grupo. Bastaba con que uno
comenzase una canción para que todos los demás le siguiéramos formando un coro
improvisado y polifónico. Para mí esto era un gran alivio.
Entre las cosas
que tuve que dejar en el pueblo al ingresar en el seminario fue a mis compañeros
de orquesta. D. Manuel Gazulla, profesor de música, estaba preparando a un
grupo de compañeros de Albalate para constituir la nueva orquesta del pueblo.
Albalate del Arzobispo.
El primer fin de
semana que yo pasé en el seminario, mis compañeros de música debutaban
públicamente ante las gentes de Albalate. El amigo íntimo del alma, Miguel
Alcaine Soro, tuvo la delicadeza y el gesto solidario de enviarme sus DIEZ
pesetas de jornal que recibió ese día. Miguel, ¡que gran trompetista podrías
haber llegado a ser, si hubieras tenido ocasión de que alguien te hubiera
promocionado! Tenías potencia y gusto. La vibración que tu cuerpo transmitía, a
través de tus manos y de tu boca, al sonido de tu trompeta daba la
interpretación en "trémolo" a las piezas que tocabas. "Te removía
por dentro". Y eso que tu primera trompeta fué de segunda mano, porque no
había para más. Creo que después, y por exigencias de la orquesta te pasaste al
trombón de pistones. Me acordaba en el seminario de todos vosotros: el Serón,
el "Bochiga", Nicolás, Enrique, Emilio, Salvador, etc.
La educación
espiritual en esta época tenía "un tinte" muy marcado de miedo al
pecado, al infierno, de negación de lo natural en beneficio de lo sobrenatural,
y de todo aquello que no estuviera en las coordenadas: Dios y yo; yo y la
Iglesia.
Iglesia como
Jerarquía a la que se le debía plena pleitesía, dedicación y obediencia.
Obediencia,
castidad y pobreza al servicio de la Iglesia. Tendrían que pasar veinte años
para comprender que es más importante obedecer al mensaje del Jesús de Nazaret
(la construcción del Reino de Dios y de su Justicia), que a la "iglesia"
y a las personas constituidas como poder. Obediencia, castidad, y pobreza, en
función de la libertad personal para la construcción de ese Reino de Dios y de
su Justicia. Ello significa que no puede haber ninguna cortapisa en la
dedicación y en el desprendimiento absoluto, de nada, ni de nadie, para
dedicarse a esa tarea.
En Alcorisa hubo
dos profesores a los que creo que se les debe de hacer un reconocimiento
especial. Fueron Jesús Imaz, fogoso todo él y sincero, y José Mª Díaz,
humanista, literato y especialmente poeta. Fue nuestro inicio de lo que después
vendría a ser nuestro entusiasmo por la literatura del siglo XX.
Cuando en el
pantano de Gallipuén, entre Alcorisa y Molinos, descendían las aguas, se
producía en la cola izquierda del pantano, según se mira a la presa, una gran
explanada llana de arena, y nunca mejor dicho pantanosa, que nos permitía organizar
unos buenos partidos de fútbol. Era un placer jugar en aquel suelo fuerte pero
suave, comparado con el mallacán de la "Era de Andorra", el campo de
fútbol del pueblo. Era como jugar en un buen césped de hierba.
La consigna había
corrido de boca en boca, "después de comer nos juntaríamos allí para el
partido sin que los profesores se enterasen". Era un día de excursión y
ellos estarían charlando haciendo su digestión. El secretismo respondía al
hecho de que íbamos a estrenar nuestros pantalones cortos (azules) y la
camiseta del equipo (blanca), que clandestinamente habíamos traído de Zaragoza.
Estaba prohibido jugar con pantalón corto. Nosotros estábamos hartos de jugar
con la misma ropa de calle. No nos parecía higiénico, ni encontrábamos razones
suficientes para tal prohibición. ¡Fue una rebelión en toda regla!
Naturalmente el
hecho llegó a los Superiores, y creo que constituyó una gran discusión ante
nuestras Autoridades Religiosas en la capital aragonesa. Inaugurar el nuevo Seminario de Casablanca en Zaragoza, al cual nos
incorporaríamos al año siguiente, supondría que definitivamente se permitiera
realizar el deporte y la gimnasia con la ropa adecuada: "pantalón corto
azul y camisa blanca con puños y cuello azul, con medias (calcetines) hasta la
rodilla". Creo que aquí empezó en el seminario "la modernidad",
a la que después seguiría lo que vinimos en llamar "la Edad de Oro del Seminario
de Zaragoza".
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