El Dios
de la catequesis.
Dos catequistas
recuerdo especialmente. La primera, la recuerdo porque nos traía figuritas de
mazapán y barritas de guirlache de la fábrica que había en Hijar, que era de su
familia, los Sorribas. Pero el cariño que nos mostraba era más dulce que el
turrón que nos daba. Ella nos contaba los primeros relatos de la Historia
Sagrada. En su instrucción religiosa había dos momentos especiales: la Navidad
y la Semana Santa. La Navidad era de reflexiones infantiles, de amistades, de
buenos sentimientos hacia los demás niños, y sobre todo eran sentimientos
maternales por una parte y filiales por otra. Las palabras Belén, turrón,
villancicos, las "estrenas", el "cabu-d´año", constituían
el eje principal de nuestras motivaciones infantiles. En aquellos tiempos de
"racionamiento"(años 40), todo era muy sencillo, muy simple, muy
pobre. Solo había tres turrones: el mazapán, el jijona, y el duro o de Alicante.
Lo demás eran nueces, almendras, higos secos, orejones, mandarinas, manzanas y
uvas guardadas bajo tierra y depositadas entre paja, y algunas castañas. La
familia, los amigos, las escuela, era lo principal. En eso se basaba, para
nosotros, el universo entero.
La otra catequista
era la Señora Josefa ("La Guarda"). Esta constituyó para mí como una
segunda madre, amiga, consejera, y duró mucho más tiempo. Además de la
catequesis iniciamos con ella nuestro debut en el teatro. Cuantas obritas
hicimos para nuestra diversión, nuestra formación, y entretenimiento de los
demás. Se hacía mucho teatro por aquel entonces, tanto los mayores como los
chicos. No exigía ningún coste económico. Solamente requería nuestro esfuerzo y
nuestro trabajo en grupo. Creo que la diversión era plenamente interactiva. Parece
ser que ahora se vuelve hacia aquello, aunque con medios y escenarios más
ampliados: dances, mercados medievales, los amantes de Teruel, los caballeros
del Cid, etc.... Todo el pueblo participaba en la confección de los escenarios,
en la prestación de ropajes antiguos sacados de los viejos baúles, y en todo
caso con su asistencia a las distintas representaciones teatrales. Era el
pueblo construyendo y creando, re-creando, su ocio.
El Dios era el que
se estudiaba también en la escuela. Nuestra formación académica en los años
cuarenta giraba entorno a la Enciclopedia cíclico-pedagógica
de los Editores Dalmau Carles, Pla, S.A.(1945). Allí estaba todo lo que podía
estar, todo lo que podía o debía estar: matemáticas, lengua, geografía,
geometría, historia, física y química, y ciencias naturales, que juntamente con
la higiene personal y colectiva, la agricultura, la industria y el comercio,
constituían toda nuestro universo intelectual.
Pero la Historia
Sagrada era lo que envolvía y alimentaba nuestras conciencias. El Antiguo y el
Nuevo Testamento constituían nuestras "Tablas de la Ley" que regían
nuestras vidas individuales y colectivas. Todo era muy simple: Dios-mundo;
Paraíso-pecado; árbol de la vida y de la ciencia del bien y del mal; buenos y
malos; Caín y Abel; Noé y el diluvio universal; el pueblo escogido y el pueblo
disperso, réprobo; familia, hijos. Abraham: Sara-Agar, Isaac-Ismael; Sodoma y
Gomorra; tierra prometida-desierto; Esaú-Jacob; hermanos envidiosos-José; la
paciencia y resignación de Job; esclavitud en Egipto-libertad en el desierto;
el Decálogo; David y Goliat; Reyes y pueblo; profetas, etc. En el fondo era
blanco o negro, bueno o malo, conmigo o contra mí. En política era "por el
imperio hacia Dios"..., Franco sí, comunismo, no.
El Nuevo
Testamento se resumía en la Navidad y en la Semana Santa: belén, familia,
autoridades, tambores, vía crucis, calvario, "Septenario" en semana
de "Dolores", previa al Domingo de Ramos. La Pascua, meriendas.
Confesiones y comuniones. La virgen de Arcos, romerías. Las fiestas, y el
trabajo en el campo.
Naturalmente había
mucha gente que profundizaba mucho más. Por ejemplo mi abuelo Remigio y mi tío
Francisco. El Dios de ellos era el del universo, las estrellas, las montañas,
valles y ríos, la grandiosidad de la naturaleza. El Dios que hacía llover para
los justos pero también para los injustos. El Dios de la vida y de la muerte;
de la razón o el desenfreno: del derroche o de la austeridad. Pienso que la
mejor herencia, la mejor educación que se puede recibir es la de saber vivir
con austeridad pero con dignidad. Y especialmente en el mundo actual. No tener
claro esto es caer en las garras del consumismo y de las que lo controlan. Es
perder el Norte en la vida. Mi abuelo era analfabeto, pero un buen pensador, un
buen reflexionador. Toda su vida era experiencia pura, en el sentido de que
conjugaba la acción y la reflexión. Tenía una gran memoria en la que almacenaba
todo lo que oía en los sermones, charlas, semanas religiosas de misiones. Todo
lo que veía y oía nunca caía en saco roto. El lo transformaba en filosofía
existencial. Recuerdo sus instrucciones en el "solanar", casi ciego,
que su único gozo era aquel rato de sol de la tarde y sus propios pensamientos.
Cuando yo volvía de la escuela, me subía con "mi pan y olivas" a
merendar y hacerle un rato de compañía. Para mí era la "clase de
repaso" que me daba mi abuelo. El me enseñaba todo lo práctico, todo lo
ético, todo lo moral. Era el padre que me faltaba por los avatares de la guerra
civil. Recuerdo, también, aquellas noches durmiendo en la era hasta las tres de
la madrugada, cuando ya empezaba a refrescar y es entonces cuando nos metíamos
en la estancia para dormir.
La Vía Láctea.
Me hacía observar
las estrellas, reflexionar sobre el universo, la naturaleza, las gentes y los
pueblos; él despertó en mí el afán de saber, de escudriñar, de
"escarbar", de "enzurizar", de no conformarme solo con lo
conseguido hasta el momento, sino de ir siempre más allá de la simple
apariencia. Pero también me enseñó que no podía hacer mitos de nadie. Todo era
perecedero, cambiante, transformable. Solo Dios era eterno. Me inculcó aquello
de "nunca más servir a señor que se me pueda morir", del Duque de
Gandía, San Francisco de Borja.
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