martes, 8 de marzo de 2016

EL DIOS DE LA CATEQUESIS



El Dios de la catequesis.
Dos catequistas recuerdo especialmente. La primera, la recuerdo porque nos traía figuritas de mazapán y barritas de guirlache de la fábrica que había en Hijar, que era de su familia, los Sorribas. Pero el cariño que nos mostraba era más dulce que el turrón que nos daba. Ella nos contaba los primeros relatos de la Historia Sagrada. En su instrucción religiosa había dos momentos especiales: la Navidad y la Semana Santa. La Navidad era de reflexiones infantiles, de amistades, de buenos sentimientos hacia los demás niños, y sobre todo eran sentimientos maternales por una parte y filiales por otra. Las palabras Belén, turrón, villancicos, las "estrenas", el "cabu-d´año", constituían el eje principal de nuestras motivaciones infantiles. En aquellos tiempos de "racionamiento"(años 40), todo era muy sencillo, muy simple, muy pobre. Solo había tres turrones: el mazapán, el jijona, y el duro o de Alicante. Lo demás eran nueces, almendras, higos secos, orejones, mandarinas, manzanas y uvas guardadas bajo tierra y depositadas entre paja, y algunas castañas. La familia, los amigos, las escuela, era lo principal. En eso se basaba, para nosotros, el universo entero.
La otra catequista era la Señora Josefa ("La Guarda"). Esta constituyó para mí como una segunda madre, amiga, consejera, y duró mucho más tiempo. Además de la catequesis iniciamos con ella nuestro debut en el teatro. Cuantas obritas hicimos para nuestra diversión, nuestra formación, y entretenimiento de los demás. Se hacía mucho teatro por aquel entonces, tanto los mayores como los chicos. No exigía ningún coste económico. Solamente requería nuestro esfuerzo y nuestro trabajo en grupo. Creo que la diversión era plenamente interactiva. Parece ser que ahora se vuelve hacia aquello, aunque con medios y escenarios más ampliados: dances, mercados medievales, los amantes de Teruel, los caballeros del Cid, etc.... Todo el pueblo participaba en la confección de los escenarios, en la prestación de ropajes antiguos sacados de los viejos baúles, y en todo caso con su asistencia a las distintas representaciones teatrales. Era el pueblo construyendo y creando, re-creando, su ocio.
El Dios era el que se estudiaba también en la escuela. Nuestra formación académica en los años cuarenta giraba entorno a la Enciclopedia cíclico-pedagógica de los Editores Dalmau Carles, Pla, S.A.(1945). Allí estaba todo lo que podía estar, todo lo que podía o debía estar: matemáticas, lengua, geografía, geometría, historia, física y química, y ciencias naturales, que juntamente con la higiene personal y colectiva, la agricultura, la industria y el comercio, constituían toda nuestro universo intelectual.
Pero la Historia Sagrada era lo que envolvía y alimentaba nuestras conciencias. El Antiguo y el Nuevo Testamento constituían nuestras "Tablas de la Ley" que regían nuestras vidas individuales y colectivas. Todo era muy simple: Dios-mundo; Paraíso-pecado; árbol de la vida y de la ciencia del bien y del mal; buenos y malos; Caín y Abel; Noé y el diluvio universal; el pueblo escogido y el pueblo disperso, réprobo; familia, hijos. Abraham: Sara-Agar, Isaac-Ismael; Sodoma y Gomorra; tierra prometida-desierto; Esaú-Jacob; hermanos envidiosos-José; la paciencia y resignación de Job; esclavitud en Egipto-libertad en el desierto; el Decálogo; David y Goliat; Reyes y pueblo; profetas, etc. En el fondo era blanco o negro, bueno o malo, conmigo o contra mí. En política era "por el imperio hacia Dios"..., Franco sí, comunismo, no.
El Nuevo Testamento se resumía en la Navidad y en la Semana Santa: belén, familia, autoridades, tambores, vía crucis, calvario, "Septenario" en semana de "Dolores", previa al Domingo de Ramos. La Pascua, meriendas. Confesiones y comuniones. La virgen de Arcos, romerías. Las fiestas, y el trabajo en el campo.
Naturalmente había mucha gente que profundizaba mucho más. Por ejemplo mi abuelo Remigio y mi tío Francisco. El Dios de ellos era el del universo, las estrellas, las montañas, valles y ríos, la grandiosidad de la naturaleza. El Dios que hacía llover para los justos pero también para los injustos. El Dios de la vida y de la muerte; de la razón o el desenfreno: del derroche o de la austeridad. Pienso que la mejor herencia, la mejor educación que se puede recibir es la de saber vivir con austeridad pero con dignidad. Y especialmente en el mundo actual. No tener claro esto es caer en las garras del consumismo y de las que lo controlan. Es perder el Norte en la vida. Mi abuelo era analfabeto, pero un buen pensador, un buen reflexionador. Toda su vida era experiencia pura, en el sentido de que conjugaba la acción y la reflexión. Tenía una gran memoria en la que almacenaba todo lo que oía en los sermones, charlas, semanas religiosas de misiones. Todo lo que veía y oía nunca caía en saco roto. El lo transformaba en filosofía existencial. Recuerdo sus instrucciones en el "solanar", casi ciego, que su único gozo era aquel rato de sol de la tarde y sus propios pensamientos. Cuando yo volvía de la escuela, me subía con "mi pan y olivas" a merendar y hacerle un rato de compañía. Para mí era la "clase de repaso" que me daba mi abuelo. El me enseñaba todo lo práctico, todo lo ético, todo lo moral. Era el padre que me faltaba por los avatares de la guerra civil. Recuerdo, también, aquellas noches durmiendo en la era hasta las tres de la madrugada, cuando ya empezaba a refrescar y es entonces cuando nos metíamos en la estancia para dormir. 

La Vía Láctea.
Me hacía observar las estrellas, reflexionar sobre el universo, la naturaleza, las gentes y los pueblos; él despertó en mí el afán de saber, de escudriñar, de "escarbar", de "enzurizar", de no conformarme solo con lo conseguido hasta el momento, sino de ir siempre más allá de la simple apariencia. Pero también me enseñó que no podía hacer mitos de nadie. Todo era perecedero, cambiante, transformable. Solo Dios era eterno. Me inculcó aquello de "nunca más servir a señor que se me pueda morir", del Duque de Gandía, San Francisco de Borja.

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