Iglesia,
más allá de los clérigos
Alberto Parra nace en Bogotá (Colombia)
en 1.935. Licenciado en Filosofía y Teología por la Universidad Javeriana (Bogotá)
y doctor en Teología por la Universidad de Estrasburgo (Francia). Profesor de
Teología Fundamental y Eclesiología en la Facultad de Teología de la
Universidad Javeriana. Acompañante de comunidades cristianas populares en la
zona de Bogotá. Miembro de la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo
y de la Asociación Colombiana de Teólogos “Koinonía”. Alberto escribió “Ministerios
en la Iglesia de los pobres”. Él mismo hace un resumen en el Compendio
de “Mysterium
liberationis”, T. II., de Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino. Trotta. 1.990. (5)
De él saco
algunas reflexiones.
Las comunidades cristianas populares serán
una nueva manera de ejercer el ministerio (servicio) en la Iglesia, en y desde
el mundo pobre, por sujetos materiales que son los pobres de Jesucristo.
Ello no tiene por qué suponer una ruptura
ni con la práctica ni con la teología de los ministerios tradicionales. Pero
tampoco está en continuidad cualitativa con ellos; es una forma
cualitativamente diversa.
Son ministros y ministerios “de base”,
que hay que diferenciarlos de ciertos ministerios que han surgido “de arriba”.
Estos ministerios de “la base” nos llevan
a señalar su origen y su relación múltiple con el drama económico,
socio-político, cultural y eclesial del mundo pobre. Nos llevan a un nuevo
modelo de Iglesia y de sociedad, cuyos sujetos ministeriales, son los
empobrecidos de la tierra.
El Concilio Vaticano II y el papa Pablo
VI nos incitan a transformar esas “órdenes” decorativas (ostiariado, lectorado,
exorcitado, acolitado y subdiaconado), en servicios reales y laicos. Es volver
al realismo primitivo de las primeras comunidades cristianas. Puesto que el
bautismo era una entrada en la Iglesia y un compromiso personal, real y
efectivo al servicio de los demás.
Pero no se trata solo de ministerios
litúrgicos, sino que se trata principalmente de ministerios de misión y envío,
de presencia y testimonio, de acción transformadora en la realidad misma de la
sociedad y de la Iglesia.
Por lo que el diaconado, “servicio a las
mesas de los huérfanos y viudas” (Heb. 6, 1-7), debería ser un diaconado para
hoy, que oficie en medio del agudo conflicto social, de las ideologías
opresoras, del reparto injusto, de las tenencias desaforadas de bienes, del
mercantilismo y consumismo, de la marginalidad y del subdesarrollo, del
desempleo y subempleo, del hambre cruel de las dos terceras partes de la
humanidad. (Sería una Iglesia para los
hombres y no viceversa).
Hoy, cualquier teología progresista se
etiqueta de “liberadora”. Los grupos más recalcitrantes en la Iglesia se
autodenominan de “comunión y liberación”.
La familia ha reconquistado un lugar
sobresaliente en el horizonte ministerial de la iglesia, puesto que la familia
constituye la primera célula de la sociedad y de la iglesia, la “Iglesia
doméstica”. Y ciertamente la familia ejerce
un ministerio educativo, evangelizador y transmisor de valores y de
hábitos, “nuevo” y desde “abajo”, pero en unión y continuidad, con lo que está
siendo opresor, explotador y dominador, negante por sí mismo de lo
fundamentalmente evangélico y liberador.
La responsabilidad ministerial de la
“Iglesia doméstica” no puede estar desarticulada de su responsabilidad ética,
política, social y cultural. Y lo mismo podríamos decir de los grupos y
movimientos, y de las parroquias.
Por ejemplo vemos que mientras la
parroquia se renueva hacia adentro, el gran monstruo social permanece intocado
e inalterado por esa parroquia renovada y por esos “nuevos” ministerios que
esta vez desde “abajo” reeditan las mismas fallas de los modelos eclesiales
clásicos y de los ministerios de siempre.
Y es que la Iglesia tiene que pasar
ineludiblemente por la realidad de la pobreza, sin que dé un rodeo a la hora de
socorrer al apaleado por los ladrones, ejemplos de los que Jesús nos habla en
la parábola del buen samaritano, en la que tanto el judío como el sacerdote
pasan de largo ante la situación pavorosa creada por ladrones y salteadores:…
(Luc. 10, 25-37).
La iglesia debe ser liberadora de la
miseria y de las condiciones inhumanas o infrahumanas de vida; puesto que
miseria y pobreza son condiciones incompatibles con la pobreza evangélica.
Tampoco puede significar una
melodramática opción sentimental y efímera, que se compadece del infortunio
general de los pobres de Jesucristo, pero que no lleva a tomar opciones
políticas y revolucionarias que subviertan las causas reales de la miseria.
No son cualitativamente de “base” quienes
en la comunidad civil o en la eclesial detentan el poder, el saber, los medios
de producción, los resortes de las ideologías, los caudales de la información,
el aparato burocrático y administrativo, las instancias de decisión.
En el plano teológico son inequívocamente
grupos y comunidades de “base” los que están conformados por esos hombres y
mujeres, pobres y creyentes, del Tercer Mundo, que ejercen su sacerdocio y
ministerio, es decir, su servicio evangélico y fraterno, en el altar de la
cruda y amarga realidad social, económica y política.
El reino de Dios es más amplio que la
Iglesia visible, y su contenido primero es todo lo que es fruto de la verdad,
justicia y amor, donde quiera que eso acontezca. Ese reino de Dios es obra del
Espíritu a través de los cristianos, pero también a través de todo hombre de
buena voluntad.
En resumen, las comunidades cristianas
populares de base son:
-
Una alternativa
ministerial eclesiástica orgánica, frente al ministerio exclusivo clerical y
monopolista. “Una Iglesia más allá de los clérigos”.
-
Una alternativa
que enlaza con la vida humana, que va más allá de lo litúrgico.
-
Una alternativa
que no se “entretiene” con lo cultual y administrativo. Sino que en todo caso
es un culto para los hombres, y no unos hombres para el culto.
-
Una alternativa
que estructura los ministerios desde lo comunitario e interpersonal. Desde la
sencillez frente al boato de lo burocrático y administrativo.
-
Una alternativa a
la práctica ministerial tradicionalista que no tocan la vida y los polos del
real interés de los hombres.
-
Una alternativa
para la real participación de la autoridad, y un ministerio de plena
corresponsabilidad de todos para la construcción del cuerpo total de Cristo.
-
Una alternativa
para el ejercicio de autoridad como servicio a los hermanos. Sin títulos, sin grandezas,
sin dignidades, Es un servicio a ejemplo de Cristo que no vino a ser servido,
sino a servir y dar la vida por todos.
-
Una alternativa
para articular en el ministerio el servicio de la fe con la práctica política
hacia la transformación y el cambio de un mundo radicalmente injusto.
-
Una alternativa
para que los pobres de Jesucristo tomen en sus manos el propio destino personal
y comunitario, presente y trascendente, liberador y salvador por la acción de
la gracia misericordiosa del Señor. Y ello frente al vanguardismo paternal en
la Iglesia y en la sociedad.
Paseo de Mauricio Aznar en Casablanca paralelo al
canal.
He aquí lo que
Ignacio escribía el 3 de Marzo de 2.009 con la perspectiva de 25 años
transcurridos desde la muerte de Malagón, y que copiamos como complemento a lo
que queremos decir sobre el espíritu de los fundadores de la HOAC, que nosotros
intentábamos reproducir en nuestras vidas personales y comunitarias. (6)
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