La vida
frente a la doctrina.
Adelantemos algunos datos aproximados de lo que
ocurriría entre nosotros a partir de estos años de estudio de la filosofía
eclesiástica. Entre los tres cursos de filosofía estaríamos, al menos, 115
estudiantes, de los cuales seríamos sacerdotes, 45. A ellos habría que añadir
los que se hicieron sacerdotes en las diócesis de Tarazona y de Teruel a donde
irían a parar aquellos que comenzaron en el seminario de Alcorisa y que por
razones de división territorial de las diócesis se desvincularían de la
diócesis de Zaragoza. Por lo que, aproximadamente, el 40 % de aquellos
muchachos llegarían a ser sacerdotes.
De entre este
grupo, “¿rebelde?”, han salido dos obispos; algunos capellanes castrenses con
graduación de comandante y teniente coronel; varios misioneros en América del
Sur y en África. Varios profesores y catedráticos de instituto y universidad.
Uno sería profesor de la Universidad de la Sorbona, y otro es una autoridad en
arte.
Directores de corales, cuatro o cinco. Otro sería un buen periodista de investigación y sigue siendo un buen escritor. Dos, al menos que recuerde en este momento, son Abogados del Estado. Y prácticamente todos han sido y son unos buenos profesionales cada uno en su especialidad.
Directores de corales, cuatro o cinco. Otro sería un buen periodista de investigación y sigue siendo un buen escritor. Dos, al menos que recuerde en este momento, son Abogados del Estado. Y prácticamente todos han sido y son unos buenos profesionales cada uno en su especialidad.
Quiero recordar a los sacerdotes, que
llegarían a enrolarse en la guerrilla colombiana: Domingo Laín del pueblo de
Paniza, Manuel Pérez, de Alfamén, y Jose Antonio Giménez Comín, de Ariño. Los
tres ejercieron, previamente al ingreso en la guerrilla, su sacerdocio en uno
de los barrios más pobres de Bogotá. Cuando Domingo Laín fue expulsado
por el Gobierno Colombiano y repatriado a España, me decía en nuestras correrías en actividades clandestinas en Zaragoza: “cuando se lleva unos cuantos meses comiendo como los nativos una sola comida al día, y ésta de arroz, y ves que no hay manera de conseguir justicia para la gente pobre, no te queda otro remedio que enrolarte en la guerrilla de liberación nacional”.
por el Gobierno Colombiano y repatriado a España, me decía en nuestras correrías en actividades clandestinas en Zaragoza: “cuando se lleva unos cuantos meses comiendo como los nativos una sola comida al día, y ésta de arroz, y ves que no hay manera de conseguir justicia para la gente pobre, no te queda otro remedio que enrolarte en la guerrilla de liberación nacional”.
Desde
el puerto de Le Havre, Francia, y “cobijado y amparado” por “Frères du Monde”,
volvió clandestinamente a Colombia y directamente a la guerrilla. Todo lo demás
es de sobras conocido. Lo mismo que lo referente “al Cura Manolo Pérez”,
Comandante Gerrillero. José Antonio tendría un final menos llamativo,
aparentemente menos “glorioso”. Murió de una picadura de serpiente en la selva
colombiana. Y quiero afirmar que detrás de todo esto estaba el Dios que cada
vez “nos exigía más”.
Lo que iba ocurriendo poco a poco era que se
estaba dando un cambio en nuestra moral católica. Es decir, “la exigencia de
Dios”, y exigencia muy fuerte, de la lucha personal contra todo lo que era
pecaminoso, y aun siendo por otra parte
natural (lo referente al sexo era el pecado), dejaba paso poco a
poco, a la exigencia en la lucha contra lo que no era, ni es, ni puede, ni debe
ser natural, como lo es la injusticia social (“la explotación del hombre por el
hombre”). Y esto sí que es pecado. Se perfilaba un principio que poco a
poco en algunos iba calando: lo natural (lo que pertenece a la naturaleza)
no puede ser pecado; lo que perjudica a uno mismo y al prójimo, Sí que es
pecado. La obsesión por lo que se “imponía como malo” en lo referente al
cuerpo, se cambiaba por lo que realmente es malo, y no es natural, el que un
hombre “esclavice”a otro hombre. No es, no puede ser la ley de la selva: el “sálvese
el que más pueda”. Debe de ser la Ley de la Razón y la Ley de Dios que nos hizo
a todos los hombres iguales sin distinción de razas, ni de sexos. Este era el Dios
de Laín, Manuel Pérez y José Antonio Giménez Comín. Este es el Dios de
muchísimos cristianos que luchamos contra la usurpación de este “Poder” de
Dios, por parte de los que se lo apropian para sí mismos (Dictadores), o para
los grupos de dominio económico y social (Dictadura e Imperialismo del más
fuerte contra el más débil). Yo, personalmente, no os olvidaré, Domingo, Manolo
y José Antonio. A mí me faltó valor para acompañaros.
Hubo un misionero salido del grupo de estos
estudiantes de filosofía, que llegaría a ser amigo personal del General Videla,
en Argentina. Cuando se enteró este sacerdote de lo que estaba ocurriendo en el
país con los eliminados y desaparecidos, abandonó Argentina, vino a España, se
secularizó, y nunca más ha querido saber nada, hasta el momento, de todo lo que
“oliese a clero”.
En el Partido Comunista de Aragón, han estado
afiliados y han sido militantes, cuatro compañeros. Dos, han sido sacerdotes y
siguen estando en el Partido en la actualidad.
De lo que se desprende, que de aquellas
discusiones y pugnas, el compromiso personal fue muy fuerte. Y sigue siendo muy
fuerte en la actualidad
Pero continuemos con el relato de estos años
juveniles nuestros.
Un paso hacia la profundización en los temas
filosóficos y de la vida, lo daríamos con el Dominico Padre Antonio Gelabert.
Se preparaba muy bien las clases y les daba un tinte humanista, sencillo,
cercano, pero muy de reflexión constante. Cuando hace unos meses fui a
visitarle al Colegio de los Dominicos de la Plaza San Francisco de Zaragoza, el
abrazo que nos dimos fué de una gran sinceridad y alegría. Me recordó algunas
cosas que yo ya había olvidado, como por ejemplo el año que estuvo ayudándome
para la Semana Santa en las parroquias de Cinco Olivas y Alborge. “La primera
vez que me metí en la barquita a remos para pasar el Ebro, - no había entonces
puente para ir a Alborge -, temblaba como una caña”, me diría. Me recordó
también el día que Pedro Roche, de Albalate, le contradijo en una de sus
explicaciones filosóficas. “Al principio me lo tomé muy a pecho, pero después, en
casa, lo pensé más detenidamente, y al día siguiente y públicamente, le di la
razón”.
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