Nuestra espiritualidad
Intentábamos
ser fieles a los principios de la HOAC nacidos del ejemplo de Jesús de Nazaret,
de la comunidad que él creó con sus discípulos. (2)
Una
comunión perfecta de vida: “Jesús,
conoce a sus discípulos y se da a conocer; los acepta como son, con sus
defectos, fallos, carácter, temperamento, y les ofrece su amistad”.
“Comparte sus sufrimientos y sus alegrías
en el cumplimiento de la misión confiada por el Padre”.
“Recibe de ellos la confesión de sus
vidas”.
“En diálogo permanente les explica el
misterio del Reino de Dios y su misterio personal, y provoca en ellos una
adhesión firme a su persona y a su mensaje. Así, en la comunión de vida, crea
la fe en la comunidad naciente”.
“La fe es alianza con Cristo, que incluye
la entrega sacrificada y desinteresada a Cristo y a los hermanos. Fe señalada
por el bautismo, que se expresará en la vivencia del Cuerpo Místico, en la
realización de la humildad-servicio”.
“Comunidad
perfecta de bienes: Jesús pone en
común con ellos todo lo que tiene hasta el poder de hacer milagros. Les
introduce en la práctica de la pobreza-comunión de bienes y les lleva a la
vivencia del Mandamiento Nuevo, del amor cristiano, que en frases de Pablo es:
actuación de la fe-entrega-servicio. Amaos los unos a los otros… En esto
conocerán que sois mis discípulos”. (Gl, 5,6 y Jo. 13, 34-35; 15, 12-17; 1ª Jo,
1, 4 y 2,8).
“Comunidad
de acción: experiencia que proporciona
a sus discípulos en el anuncio y en la realización del Reino de Dios. Les hace
crecer en la capacidad de sacrificio que hace falta para ello. Les prepara para
que sean capaces de aceptar las humillaciones, persecuciones, sufrimientos,
incomprensiones, incomodidades, y la muerte por el Reino de Dios y su
Justicia”.
“Les enseña a negarse a sí mismos, a
renunciar a sus intereses personales y a sus caprichos, a su situación humana,
y a los gustos personales”.
“Para templarlos en el sacrificio por el Reino de Dios les muestra la
gran esperanza que les aguarda: la vida, el Reino definitivo”.
A través de
todo el Evangelio se ve que Cristo quiere que su iglesia y dentro de ella cada
comunidad particular y cada grupo sea una comunidad de pobres de Javhe.
Su “programa”
quedará establecido especialmente en los ocho principios fundamentales
evangélicos. Escalones que hay que subir uno tras otro en orden a conseguir el
objetivo final: “ser fiel a la construcción del Reino de Dios y su Justicia”.
Programa que
no es otro que las ocho Bienaventuranzas que se relatan en el Evangelio de
Jesús.
Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos
es el Reino de los Cielos. (1ª)
La pobreza: pobre es el
que está dispuesto a perder lo que tiene y lo que no tiene. Desprendido y libre
de todo ha de estar el militante. El desprendimiento se pone de manifiesto por
la capacidad de comunión, en la facilidad para la pobreza actual. Pobreza
espiritual sin comunión, no existe. Si hay pobreza espiritual, al ver a Cristo
en los demás, ¿cómo no comunicar lo que se tiene? Cuando no hay comunión, no
hay desprendimiento. Por eso, la comunión lleva necesariamente a la pobreza.
Pobres de espíritu son
los pobres reales, conscientes, libres y voluntarios, que por amor a Dios,
confianza en Él, por amor a los hombres especialmente a los pobres
sociológicos, y por imitación a Cristo, eligen vivir en la pobreza, como
encarnación y testimonio. El valor de esta pobreza no está en la privación sino
en el amor, que lleva a través de la comunicación constante de bienes a la
plena comunión.
Para ser pobre de
espíritu se puede partir de la situación de riqueza o de la situación de
pobreza sociológica. Lo importante es la comunión, y a ser posible la comunión
total de bienes como expresión de amor. Los pobres sociológicos, en general,
pueden estar sicológicamente mejor preparados para entender y realizar la
comunión que los ricos. Lo que no es compatible con la pobreza evangélica es un
desprendimiento exclusivamente interior que no se manifiesta en la comunión.
Estoy transcribiendo al pie de la letra unos apuntes
cogidos a mano de lo que Tomás Malagón entendía como genuino el sentido de las
bienaventuranzas.
Era el sentido de las bienaventuranzas
que en la doctrina de la HOAC se tenía
muy presente. Por eso quiero conservar tal cual lo que entonces aprecié y
sentí. Cada uno que lea entre líneas y saque las conclusiones que estime
oportuno.
Bienaventurados
los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra. (2ª)
La mansedumbre: parece que el diablo se
empeña en rodear de palabras feas las realidades más hermosas. “Manso” en
castellano suena un poco a tonto. En latín suena peor: “mitis” (blando). El
francés lo acaba de arreglar: “douce”. No digamos de los misales que nos
traducen: “bienaventurados los dulces”… Sin embargo la mansedumbre es una
virtud de fuertes: es la no-violencia activa acompañada de espíritu de amor. Es
no contestar a la violencia con violencia, y hacer esto por amor. Es renunciar
al mismo derecho que en ocasiones podemos tener como cualquier otro. Es
renunciar a la violencia pero caminando firmes a donde tengamos que ir, lo cual
no es ceder. Es estar dispuesto a hacer todo lo que haga falta hacer. No quiero
decir que la violencia sea injusta, sino que el cristiano no debe tomarla como
sistema. Defender siempre al “apaleado”. Huir de la fuerza bruta.
Esto supone mucho dominio de sí mismo y
de las circunstancias. Hace falta mucha fuerza para practicarlo. Tenemos un
ejemplo maravilloso en Gandhi con el empleo de la mansedumbre, que llegando a
veces a ofrecer los indios sus cuerpos limpios a los disparos de los ingleses,
fue la India la primera nación que obtuvo la independencia de Inglaterra.
Gandhi decía que esto lo aprendió del Evangelio.
Ortega y Gasset manifestaba: Cristo al
decir que “a quien te hiere en una mejilla, ofrécele la otra” instauraba una
forma superior de cultura. Ortega distinguía tres períodos en la historia del
mundo: a) Exaltación de la fuerza
bruta, era un período de glorificación de la violencia (recordemos la
prehistoria, las epopeyas…, así es como nacieron muchos títulos nobiliarios
conquistando territorios de otros). b) En
un segundo período se justifica la violencia sólo como defensa. En este caso,
si hay que hacer violencia, se tratará siempre de justificarla (por ejemplo,
teólogos justificando las guerras de Indias; Hitler y las teorías del espacio
vital de los alemanes). c) Después
aparecería una forma superior de cultura, la que se caracteriza por la no
violencia. Es precisamente lo que hizo Gandhi. Y si lo hubiera conocido habría
dicho otro tanto de Luther King, que sigue con valentía este método en la
defensa de los derechos de los negros.
La mansedumbre es esta no violencia
cuando va acompañada del amor y con el fin de defender la justicia.
Los “mansos” pues, no son los bonachones,
ni los resignados. Cristo es el modelo supremo de mansedumbre, sobre todo en su
pasión y muerte. La mansedumbre evangélica es aquella actitud que implica más
respeto hacia los demás, y más fortaleza. Es la actitud de fortaleza de los
mártires y santos cristianos. Esta fortaleza está muy cercana a la humildad
como servicio responsable a los demás. Se opone a la soberbia, al orgullo, a la
altivez, a la cobardía, a la insolencia.
Los grupos y comunidades de pobres
evangélicos deben caracterizarse también por esta mansedumbre-fortaleza como
actitud colectiva. En una sociedad de personas responsables, es una actitud
básica.
Esta será una de las virtudes más
sobresalientes de la cultura humano-comunitaria que pretenden construir los
hombres de hoy.
A una sociedad de “vicentes” y
“borregos”, le prestarán un gran servicio estos grupos de “pobres-mansos”,
sobre todo, si reúnen las condiciones exigidas por las bienaventuranzas para
ser pobres evangélicos.
Se agolpan en mi recuerdo
innumerables hechos que después de haber sido trabajados por cristianos de JOC
y de HOAC, instruyendo, preparando y movilizando a las gentes, llegaba algún
partido político, todo ello en la clandestinidad, y “capitalizaba” en su
provecho las acciones emprendidas por otros. Naturalmente nos sabía “a cuerno
quemado”. Pero los cristianos no nos rendíamos nunca, callábamos, pero
seguíamos avanzando. Otro tanto ocurría en las asambleas de barrios:
preparábamos con todo detalle las reuniones, y llegaban “los de siempre”, y
desde distintos rincones de la reunión, llevaban “el agua a su molino”. Esto
era tan corriente que en la ZYX se organizó un cursillo de estrategias y
tácticas en el “tratamiento” de multitudes. Evidentemente teníamos muy presente
aquello que decía Jesús “Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los
hijos de la luz”. (Luc., 16, 8). Y añadía: “Sed cándidos como las palomas y
astutos como las serpientes”.
En teoría copiábamos la estrategia del Partido Comunista: “unos
mantenían una afirmación, otros (pero del mismo grupo camuflado) sostenían lo
contrario, al final aparecían los que expresaban una síntesis de ambas posturas
dejando a todos contentos”. Era lo que se pretendía.
El partido Comunista decía: “Esto es así. Pero esto podría ser de otra
manera, debería ser de otra manera. Luego esto será de otra manera”.
Los de la JOC y los de la HOAC decíamos “la realidad es así. Pero a la
luz del Evangelio debería ser de otra manera. Luego la realidad será de otra
manera”. En el fondo esto era la revisión de vida. Cada uno y en grupo hacíamos
nuestros compromisos en nuestras reuniones, y salíamos a la calle a ponerlo en
práctica, fortalecidos además por nuestras Eucaristías fraternales y
comunitarias.
Y en el sentido de la mansedumbre insinuada anteriormente recuerdo en
especial a dos militantes de la HOAC, (en realidad había muchos), Enrique
Subiza y el compañero Aquilino. Enrique, casado con María, con dos hijas y un
hijo, era el prototipo de lo que se dice en esta bienaventuranza. Era un hombre
discreto, callado, observador, eficaz y responsable en todos los compromisos
que asumía aunque fueran de lo más insignificantes; sonreía siempre, no se
enfadaba nunca, pero aquello a lo que se comprometía lo cumplía. El amigo
Damián V. V., delegado de la ZYX en Aragón, no encontró mejor casa para
hospedarse que la casa de María y de Enrique. Aquilino, (no recuerdo su
situación familiar), parecía un hombre “insignificante”, que pertenecía a los
“Equipos del Dolor” de la HOAC. Siempre calladamente, discretamente,
pacientemente (a pesar de su propia enfermedad), visitaba asiduamente a los
compañeros enfermos, a vecinos del barrio de Torrero, a todos los que podía
acompañar, animar, asistir, y con los que siempre se solidarizaba, y estaba
siempre a lado para lo que hiciera falta. Sus vidas, la de estos militantes,
eran siempre servicio incondicional a su prójimo.
Bienaventurados
los que lloran, porque serán consolados. (3ª)
Los que lloran: los que resultan ser
víctimas de la injusticia. Entre ellos principalmente se encontrarán los
dispuestos a luchar por la justicia: las víctimas del mal son las mejor
preparadas para combatirlo.
El sufrir y el llorar, al menos
interiormente, es otra nota característica de los pobres. Cuando no hay llanto,
dolor, sufrimiento, persecución, incomprensión es porque no se han tomado en
serio las exigencias de la pobreza evangélica. Siempre que se tomen en serio estas
exigencias, necesariamente se choca con los ambientes, instituciones, y
estructuras, y en seguida aparecen la cruz y el sufrimiento. “Todos los que
quieren vivir religiosamente con Cristo Jesús, padecerán persecución”, dice San
Pablo (2Tim. 3, 13).
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. (4ª)
La justicia, bíblicamente, es el
ajustamiento de todas las cosas, personas e instituciones, es el plan de Dios.
Abarca desde la justicia que se refiere a los bienes económicos y culturales,
hasta la justicia que consiste en la vida de Gracia, en la Santidad y en la
Alianza con Dios. Todo lo que los hombres designan con la palabra justicia cabe
dentro de la justicia bíblica.
Según esto, la tercera característica de
los grupos y comunidades cristianas es experimentar el deseo de que se realice
la justicia, con la misma ansiedad y angustia con que el hambriento y el
sediento desean comer y beber. Esto supone que estén siempre dispuestos a
realizar el Plan de Dios, de manera que también ellos puedan decir con Cristo:
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió”. (Jo. 4, 34).
Se exige pues, el espíritu de lucha en un
cristiano cuando se trata de defender el Plan de Dios. Es la construcción del
Reino de Dios y de su Justicia que comienza ya aquí en la tierra.
Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. (5ª)
Los misericordiosos, es decir, los que
tienen entrañas de misericordia.
Hemos de ser, o de los que lloran, o de
los que se con-padecen con los que sufren. Los que padecen con los que lloran,
es otra forma de llorar.
Según la Biblia, es misericordioso aquel
que sin ser víctima de una situación, comparte la suerte de las víctimas. El
ejemplo de la misericordia es Dios, que sin ser víctima del pecado y sus
consecuencias, ha querido que su Hijo comparta con nosotros el ser víctima.
La exigencia de esta bienaventuranza es
muy seria en un mundo de hambrientos y de analfabetos, en el que la mayor parte
de los hombres están excluidos de una participación humana en los bienes del
progreso y de la cultura, sin
posibilidad real de hacer oír sus voces en el ordenamiento cívico y económico.
Ser misericordioso en las grandes
ciudades debería llevar a los cristianos a compartir la suerte de los que viven
en los suburbios, y de todos los marginados de la sociedad. Ser misericordioso
nos debería llevar a compartir las situaciones infrahumanas de los campesinos.
Ser misericordiosos supone tener una
conciencia aguda de los problemas de los demás, y luchar con todas las fuerzas
por resolverlas.
Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (6ª)
Limpios de corazón son los que no buscan
“su medro”, no se buscan a sí mismos, ni su interés, sino que buscan la
voluntad de Dios.
Limpios de corazón que se podría traducir
por “honrados”. Son aquellos que teniendo siempre buena fe o buena disposición
hacia todos los hombres, piensan, hablan, y actúan en consecuencia. La limpieza
de corazón es lo contrario de la hipocresía y del fariseísmo. La limpieza de
corazón, cuando Cristo habla de ella en el Evangelio, siempre es a propósito de
los fariseos que no limpian su corazón. (Mt. 23, 25-28; 15, 10-20. Mc. 7,
14-23).
Cuando se procede con limpieza de
corazón, entonces se experimenta a Dios de manera privilegiada en el prójimo.
Esta bienaventuranza exige que las
comunidades y grupos cristianos, y por tanto, las personas que las integran,
estén siempre atentas al amor y al respeto de las personas con una gran
sinceridad y autenticidad.
Lo que nos dice el Señor en Mt. 5, 21 y
ss; 7, 1-5. Lc. 6, 39-45, puede ser un comentario de la limpieza de corazón.
Igualmente muchas de las
exhortaciones de San Pablo al huir de
las obras de la carne y realizar las obras del Espíritu. (Ef. 4, 17; Gal. 5,
13: 6, 10; Col. 3, 5-15).
La limpieza de corazón incluye la
castidad, pero va mucho más allá de la castidad.
Bienaventurados
los que hacen la paz. Porque ellos serán llamados hijos de Dios. (7ª)
La Paz, que es el resultado de la
Justicia y no de la tranquilidad que viene de tranca. Esforzarse por la paz es
implantar la justicia. Así es el militante: enamorado de la paz y se esfuerza
por ella.
Los pacíficos, es decir los que hacen
obra de paz basada en la justicia. “Opus iusticiae pax”. Cuando hay justicia,
brota la paz.
Los constructores de la paz son aquellos,
que por todos los caminos, buscan la auténtica paz con Dios y con los hombres.
La paz es la expresión de la vida en la
alianza-comunión. La paz bíblica es el fruto de la promoción de la
verdad-fidelidad contra la mentira-traición; de la promoción de la justicia
integral y colectiva; de la promoción de la libertad personal y comunitaria de
familias, grupos humanos, países, etc.; de la promoción del amor sacrificado y
desinteresado de los hombres. Construir la paz, en definitiva, es luchar
constantemente por la promoción integral y colectiva de todos los hombres,
haciendo que las estructuras e instituciones hagan posibles el que todos los
hombres que la integran estén al servicio de sus hermanos en el orden
económico, cultural, político, social y religioso.
Solo los que construyen la paz de esta
manera serán hijos de Dios y reconocidos por tales por Dios y por los hombres.
Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. (8ª)
Esta es la bienaventuranza de aquellos
que desarrollan una acción de defensa de la justicia porque no se avienen con
la injusticia. Las “condecoraciones son crucifixiones por delante”. Pero hay
también condecoraciones por detrás. Para obtenerlas hay que hacer méritos, y
estos méritos son la acción por la implantación de la justicia.
¿Qué se entiende por justicia?
La justicia en la Biblia es un concepto
muy complejo. Aplicada a Dios en el Antiguo Testamento, viene a significar
justicia y fidelidad, una justicia que era su fidelidad. Entre los judíos,
decir que Dios es justo, era también decir que era fiel. No sin razón Dios no
puede ser justo con justicia conmutativa. La justicia conmutativa es la que da
a cada uno lo suyo; supone un derecho, tener algo propio. Pero ante Dios ¿qué
es la justicia?
Pero además, la justicia conmutativa
supone acomodarse a una norma externa. Pero acomodarse a una norma externa
tampoco es posible a Dios. Por eso solo hay una manera de que Dios sea justo:
ajustándose a sus promesas, siendo fiel.
De esta justicia participa el hombre
cuando se acomoda y ajusta a las promesas, a los planes de Dios, cuando es
según el corazón de Dios. Esta justicia incluye, claro está, el realizar la
justicia conmutativa, pero la rebasa y desborda. Se trata de acomodarse a los
planes de dios y realizarlos, sobre la vida personal y social del hombre,
buscando la justicia en sí misma y en el entorno.
Buscar esta justicia es la octava
bienaventuranza, que es la decisiva, la síntesis. Pero para llegar a realizar
esto hay que recorrer las otras siete, que son como el bagaje del militante.
El Señor preparó psicológicamente a sus
discípulos para aceptar la persecución. Al intentar impregnar el mundo
empecatado con los criterios de la justicia bíblica, necesariamente se produce
persecución.
En este sentido es aleccionador la mala
“aventuranza” de San Lucas, (1, 6-26), que dice: “¡Ay de vosotros cuando todos
los hombres hablen bien de vosotros, porque de este modo trataron sus padres a
los falsos profetas!”.
Ezequiel califica de falsos profetas a
los que engañan al pueblo con mentiras (Ez. 13, 1-23) y especialmente a los que
extravían al pueblo diciendo: “Paz, cuando no hay paz” (Ez. 13, 10).
Construir la paz cristiana trae la
persecución y las tensiones (Mt. 10, 34-36). Luchar contra el mundo en el
sentido ético-peyorativo que tiene con frecuencia en San Juan como conjunto de
hombres, que no viven las consecuencias del pecado, sino que lo legalizan en
sus instituciones código-sociales y religiosas, necesariamente producen el odio
y la persecución (Jo. 15, 18-27
a 16, 1-4).
La suerte de los discípulos será como la
de Cristo: la persecución (Mt. 10, 16-32).
Las bienaventuranzas nos deben excitar a
poner en marcha pequeñas comunidades de testimonio y de compromiso, que cumplan
dentro de las comunidades más amplias y dentro de la masa cristiana, y del
conjunto de todos los ciudadanos, la función de fermento, para que la iglesia
se acerque cada día más al ideal de la Iglesia de los Pobres, es decir, al
ideal de la Iglesia constituida por los Pobres según el Evangelio expresado en
las bienaventuranzas.
Las ocho bienaventuranzas no se refieren a distintas personas. Ni son
un catálogo de virtudes. “Lo que pretenden es enseñar cómo deben ser las
comunidades y grupos cristianos, destacando de forma esquemática los
principales rasgos de su vida comunitaria”.
Todo esto era lo que sostenía y vivía Tomás Malagón con “su alma gemela
y complementaria, Guillermo Rovirosa”. Así se compenetraban y así actuaban los
dos, y con ellos los hombres fundadores de la HOAC, y todos los que siguieron
en aquella dinámica espiritual y social de compromiso. Los demás intentábamos
ser imitadores del ejemplo que nos daban.
Tomás Malagón venía a decir, el problema es este:
Nuestro mundo es injusto, profundamente, sustancialmente injusto, y no
solo los individuos, sino especialmente las estructuras.
Ahora bien, los cristianos estamos metidos y complicados en estas
estructuras. Luego algo hay que hacer. Y recordaba a José María Díez-Alegría
cuando decía: “No todos podemos hacerlo todo. Pero todos tendríamos que hacer
algo. Y me parece que casi todos tendríamos que hacer algo que no hacemos”. (Díez Alegría: conferencia titulada “Cristianismo y
Revolución”. Asís (Italia). 1.967). (2)
Las
Esclusas del Canal de Aragón en Casablanca y central eléctrica en paralelo y en
el mismo lugar.
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