martes, 19 de octubre de 2021




UN DIOS QUE NOS “HABLA”

 BUSCANDO A DIOS QUE YA NOS HA ENCONTRADO

11. UN DIOS QUE NOS “HABLA”

La Carta a los Hebreos empieza con estas palabras:
En otros tiempos habló Dios a nuestros antepasados, muchas veces y de
muchas maneras, por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos
últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y
al cual ha hecho heredero de todas las cosas. Él es el resplandor glorioso
de Dios, la imagen misma del ser de Dios, y es Él quien sostiene todas
las cosas con su palabra poderosa (Hbr 1,1-3ª).
Dios nos “habla”
Este texto de la Carta a los Hebreos nos dice algo muy importante sobre
quién es Dios: Dios es alguien que, desde siempre y permanentemente,
está intentando “hablar. Es decir: está intentando darse a conocer. Está
intentando que nosotros “caigamos en la cuenta” de que Él está intentando
establecer relaciones personales con nosotros. Eso es lo que queremos decir
cuando decimos que Dios habla. Dios no tiene boca, ni tiene lengua, así que
no puede hablar en sentido estricto. Como ya he comentado, nuestro
lenguaje sobre Dios es metafórico, a partir de nuestras realidades humanas.
Dios está intentado hablar, darse a conocer, entrar en contacto con todos
y con cada uno de los seres humanos. Y Dios nos está hablando
fundamentalmente para ofrecernos su amor y, en paralelo con eso, para
invitarnos a amar como Él. Este es un punto muy importante: el Dios en
quien yo creo no es alguien que esté tranquilamente encerrado “allá arriba”
en su mundo o en su cielo. Sino Alguien que está constante y
permanentemente intentando entrar en relaciones conmigo, contigo, con
cada uno de nosotros, con todos los seres humanos.
Bien es verdad que hay muchas personas (y quizás cada vez más, al
menos en nuestro mundo occidental), para quienes el tema “Dios” les es
indiferente: ni sí, ni no, ni quizás. ¡Pasan del tema! En muchas ocasiones
por pura superficialidad: “¡A vivir, que son dos días!”, y no se hacen más
preguntas. Pero también hay muchos que encuentran un sentido a su vida
y que se la toman muy en serio, que la viven con honestidad y
responsabilidad, que tienen valores reales y serios que orientan su vivir,
pero que dicen no necesitar a Dios. Dios no es evidente, ni se impone. Ya
hemos dicho antes que es posible, razonablemente, tanto creer en su
existencia como en su no existencia. Dios respeta y respetará siempre al
ser humano y su libertad.
Pero Dios ha estado, está y estará siempre ofreciéndose como regalo al
ser humano. Dios nos está “hablando”, está intentando entrar en contacto
con nosotros: Nos está hablando desde el interior de nosotros mismos, y a
través de nuestra conciencia profunda. Nos está hablando desde el interior
y a través de toda la realidad que nos rodea. Nos está hablando desde
dentro y a través de los acontecimientos. Nos está hablando a través de
tantas personas, que son o han sido para nosotros “palabra de Dios”.
Nos está hablando desde el interior de nosotros mismos
Podemos encontrarnos con Dios, si tenemos la valentía de entrar en
nosotros mismos, y escuchar lo más profundo de nosotros mismos. La
valentía de ir más allá de la superficialidad en la que tantas veces vivimos,
la valentía de regalarnos buenos ratos para ir al fondo de nosotros mismos.
“Si tú no te pones nunca en contacto profundo contigo mismo, si no bajas
nunca al fondo de tu ser, si no te paras a escuchar las preguntas que hay
dentro de ti, si no quieres ahondar honestamente en el misterio de la vida
hasta el final, ¿cómo te vas a encontrar con Dios?” (Pagola). Sólo el que
tiene sed busca el agua. Entra en ti mismo, y descubre la sed más profunda
que llevas dentro. Sólo así te podrás poner en camino para encontrarte con
Dios. Quizás descubras la verdad de esta frase de San Agustín: “Nos hiciste
Señor para ti, y nuestro corazón estará inquiero hasta que descanse en Ti”
(San Agustín Conf. 1, 1).
Ya lo dijo Jesús: “Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre en
secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio” (Mt
6,6). San Anselmo de Canterbury nos aconseja: “Deja un momento tus
ocupaciones habituales, entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de
tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes, aparta
de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate un rato a Dios y descansa siquiera
un momento en su presencia”. Todos conocéis el famoso poema de Antonio
Machado:
Anoche, cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que un ardiente sol lucía
dentro de mi corazón.
Era ardiente porque daba
calores de rojo hogar,
y era sol porque alumbraba
y porque hacía llorar.
Anoche, cuando dormía,
soñé, ¡bendita ilusión!,
que era Dios lo que tenía
dentro de mi corazón.
Nos está hablando desde el interior y a través de toda la realidad
Podemos encontrarnos con Dios si somos capaces de limpiar las legañas
de nuestros ojos, y mirar con ojos admirativos la realidad que nos rodea.
Dios, Amor Creador, está ahí, sustentando el ser de cada creatura, de esa
flor, de ese bonito paisaje, de ese mar inmenso, de esa persona que es el
más perfecto reflejo de Dios. Necesitamos recuperar una mirada
contemplativa, extasiada, para ver en todo la mano de Dios. Un proverbio
oriental dice: “Si miras un árbol y sólo ves un árbol, no sabes observar. Si
miras un árbol y ves un misterio, eres buen observador”. En palabras de
Tony de Mello: “Yo no sabía que el sol, la luna y las estrellas eran las
palabras con que Dios me hablaba. Por eso, nunca había oído su canto”.
Muchos de los salmistas tuvieron esos ojos penetrantes y claros, por
ejemplo, el Salmo 18:
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Dios es la Belleza que se refleja en toda belleza, Dios es la Bondad que
se trasluce en toda bondad, Dios es la Verdad que resplandece en toda
verdad, Dios es la Inteligencia que ilumina toda inteligencia, Dios que el
Amor que se encarna en todo acto de amor. Recuerdo que una mujer que
acababa de tener un hijo, me comentó: “Al parir a este hijo, he empezado
a creer de verdad en Dios. Si yo he sido capaz de gestar y dar a luz a esta
maravilla, ¡qué no será Dios, que nos está gestando y dando a luz a nosotros
y a todo el universo!”.

Nos está hablando a través de los acontecimientos
Podemos encontrarnos con Dios si sabemos leer el fondo de los
acontecimientos de nuestra vida. Posiblemente la mayoría de nosotros
recurrimos a Dios en los momentos de dificultad, cuando nos sentimos
débiles le pedimos ayuda a Dios, porque consideramos que Dios es “un
suplemento de fuerza” para nuestra debilidad. Quizás estemos menos
acostumbrados a ver a Dios como la Fuerza que sustenta nuestro ser,
nuestra propia fuerza y nuestros propios esfuerzos para afrontar los
acontecimientos de la vida de cada día. Abrir los ojos y aprender a descubrir
y reconocer a Dios cada vez que con nuestros esfuerzos humanos
solucionamos una situación, cada vez que contemplamos la belleza del ser
humano y del arte creado por él, cuando admiramos un gesto de bondad
sencillo y cotidiano o heroico en ocasiones, cuando la inteligencia humana
da un paso adelante para vislumbrar un poco más la verdad, o cuando con
esa inteligencia el ser humano va inventando algo para mejorar la vida y el
mundo, y, sobre todo, en cada acto de amor verdadero grande o pequeño,
porque ¡ahí está Dios!.
Más aún:
Si sabemos “leer” en profundidad la vida, no sólo descubriremos
a Dios en los acontecimientos felices, sino también en los difíciles. Las
desgracias nunca son “voluntad de Dios”, como a veces se dice, la “Voluntad
de Dios” es estar con nosotros apoyándonos, más que nunca en esas
circunstancias, no queridas por Él. Dios está con nosotros, intentando que
esas situaciones de sufrimiento (que Él no ha querido) sean para nosotros
oportunidades de profundización personal. Oportunidad de caer en la cuenta
de lo frágiles que somos (muñecos de barro), y de redescubrir, en nuestra
misma fragilidad, que estamos habitados por un Aliento Divino ( ver Gn
2,7). Oportunidad de descubrir y sacar a la luz, en esos momentos de
dificultad, lo mejor de nosotros mismos. Oportunidad de verificar que “no
sólo de pan vive el hombre”: Hay valores más importantes que los valores
que a veces dirigen gran parte de nuestra vida: más importantes que la
comodidad, el tener, el disfrute, las apariencias, el prestigio, el poder.
Oportunidad de plantearse las verdaderas preguntas: ¿Quién soy
realmente? ¿Qué sentido tiene mi vida? etc. Esas situaciones de sufrimiento
nos pueden ayudar a madurar como personas, y pueden ser ocasiones de
un descubrimiento de Dios más profundo y menos romántico.
Nos está hablando a través de las personas
Podemos encontrarnos con Dios si sabemos encontrarnos los unos con
los otros, atentos al misterio que cada persona encierra en sí. Estoy seguro
que, a lo largo de nuestra vida, todos nos hemos encontrado con personas
que ha sido para nosotros “palabra de Dios”. Personas que, por su vida, sus
actitudes, sus palabras nos despiertan a nosotros mismos y despiertan lo
mejor de nosotros mismos. Sin olvidar que, también nosotros, estamos
llamados a ser “palabra de Dios” para los demás. No tanto por nuestra
“palabrería”, como por nuestra vida misma.
“El amor viene de Dios” dice la I Carta de Juan. Más aún: “Dios ES amor”.
¡Donde hay amor, ahí está Dios! Esa Carta de Juan llega a decir: “Nadie ha
visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios
permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado
plenamente” (I Juan 4,12). De tal manera que “el que ama conoce a Dios”,
mientras que “el que no ama no conoce a Dios”, por muchas teorías que
tenga o por muchas palabras que diga (incluso piadosas) sobre Él. Gracias
a Dios, son muchos los que lo encuentran y están en comunión con Dios
(aunque no lo nombren) cuando aman de verdad. Son muchos los que “lo
oyen y escuchan”, cuando escuchan las necesidades de las personas que
les rodean. Recordad al cuarto Rey Mago del que ya hemos hablado, el que
llegó tarde a Belén. Os copio aquí otro cuento simpático, y profundamente
verdadero.
Se llama “Merendando con Dios”:
Un niño quería conocer a Dios. Sabía que tendría que hacer un largo viaje
para llegar hasta donde Dios vive, así que preparó su mochila con
pastelitos de chocolate, refrescos y emprendió el viaje.
Cuando había caminado unos minutos, se encontró con una mujer
anciana que estaba sentada en el parque, contemplando en silencio
algunas palomas que picoteaban las migajas de pan que ella les traía
todas las tardes.
El niño se sentó junto a ella y abrió su mochila. Estaba a punto de beber
uno de sus refrescos cuando notó que la anciana parecía algo hambrienta,
así que le ofreció uno de sus pastelitos.
Ella agradecida aceptó con una dulce sonrisa, el niño le ofreció también
uno de sus refrescos. De nuevo ella le sonrió. ¡El niño estaba encantado
y feliz con su nueva compañera! Tanto, que se quedó toda la tarde junto
a ella comiendo y sonriendo, aunque ninguno de los dos dijo palabra
alguna.
Mientras oscurecía, el niño se sintió cansado y decidió regresar a su casa,
después de haber dado algunos pasos, se detuvo, se dio la vuelta y corrió
hacia la anciana, dándole un beso y un fuerte abrazo. Ella a cambió le
regalo la más grande y hermosa sonrisa.
Cuando el niño llegó a su casa, su madre se quedó sorprendida al ver la
cara de felicidad del niño y le preguntó: Hijo ¿qué ha pasado hoy que
estás tan feliz?
El niño con toda naturalidad le contestó: Es que hoy merendé con Dios.
Y antes de que su madre contestara, añadió: Y ¿sabes qué? ¡Dios tiene
la sonrisa más hermosa que he visto en mi vida!
Mientras tanto, la anciana, también radiante de felicidad, regresó a su
casa. Su hijo, también vio una gran felicidad y paz en su rostro y le
preguntó: Mamá ¿qué ha pasado hoy que estás tan feliz? La anciana
reposadamente le contestó: Estuve en el parque, merendando con Dios.
Y antes de que su hijo respondiera, añadió: Y ¿sabes? ¡Es más joven
de lo que pensaba!
Dios está siempre conmigo (con nosotros), y me (nos) está diciendo, con
la sonrisa más hermosa: “te quiero”. A todos y siempre: “Te quiero: Os
quiero”. Esa es la única y eterna “Palabra” de Dios. Así que “amémonos
unos a otros como Dios nos ama”. Y amar, a veces es tan sencillo como
compartir unos pastelitos y una sonrisa. “El que ama conoce a Dios”,
mientras que “el que no ama no conoce a Dios”. ¡Ojalá tengamos oídos
atentos para escucharlo, y ojos limpios para verlo!

12. “¿NO OÍSTE SUS PASOS SILENCIOSOS?”
Nuestra búsqueda de Dios, de hecho, es una respuesta a esa palabra inefable que Él, previamente, nos está dirigiendo ya. A lo largo de toda la historia, los hombres han buscado a Dios, como podemos ver a través del estudio de la historia de las culturas y de las religiones. Pero lo que el texto
ya citado de la carta a los Hebreos (Hbr 1, 1 s.) nos dice es que, en realidad,
es Dios quien está buscando al ser humano, es Dios quien está intentando
que caigamos en la cuenta de lo que nos está diciendo, es Él quien nos está
llamando, quien está intentando hablarnos, a todos y a cada uno. Es Dios
quien está tomando la iniciativa y está intentando entrar en relaciones con nosotros. Con todos, con cada uno, desde siempre, permanente y constantemente. Y nuestra búsqueda de Dios (la búsqueda de la humanidad, y la búsqueda de cada uno de nosotros) no sería posible si Él no nos estuviera ya buscando y hablando. Es Dios quien está intentando decirnos su amor, para llevarnos a nuestra propia plenitud y hacernos felices en Él, y para invitarnos a amar como Él, a fin de hacer un mundo mejor, un mundo de hermanos.
¿No oíste sus pasos silenciosos?
Él viene, viene, viene siempre,
en cada instante y en cada edad,
todos los días y todas las noches.
Él viene, viene, viene siempre,
en los días fragantes del soleado abril,
en la oscura angustia lluviosa de las noches de julio.
Él viene, viene, viene siempre.
(Rabindranath Tagore)

Si puedo escuchar sus pasos es porque Él ya está viniendo
Si yo puedo oír “sus pasos silenciosos” (¡qué bonito lo dice Tagore!) es
porque El está ya viniendo. Yo puedo no escuchar porque tengo mis oidos centrados en otra cosa. Pero El está viniendo hacia mí. me esta hablamndo a través de... (todo lo que decíamos en el capítolo primero).
En relación con esto quisiera decir una palabra sobre “la fe como don de
Dios”. Cuando decimos que la fe es un don de Dios, no debemos entender
eso como si, caprichosamente, Dios les diera la fe a unos y se la negara a
otros. Puede haber personas que se escudan precisamente en esta
afirmación para sentirse dispensados: “Afortunado tú que tienes fe: el
Señor a mí no me la ha dado”. Pensar eso sería una verdadera barbaridad;
sería pensar en una divinidad caprichosa que a algunos concede fe
abundante, a otros, un poco y por último, a muchos, nada. Dios no es ni
caprichoso, ni selectivo, ni cicatero, que se da a unos y se niega o deja de
lado a otros. ¡Dios se está regalando a todos y a cada uno! ¡Dios nos está
“hablando” a todos! ¡Dios está intentando darse a conocer y entrar en
relaciones con todos! ¡Sin excepción ninguna! Porque a todos nos ama, y
nos ama locamente. ¡A todos! También a mí, también a ti. Y si en un
momento dado yo puedo acogerlo en la fe, es porque Él ya se nos está
dando, a todos; si yo puedo acogerlo en la fe es gracias a que Él ya
se nos está regalando a todos. Por eso Dios es una gracia, un regalo, que yo (por
diferentes motivos) puedo libremente acoger o no, pero que se me está
regalando constante y gratuitamente. La fe es la respuesta que acoge el
don de amor que Dios hace a todos.
Cuando yo “caigo en la cuenta” y acojo en la fe a ese Dios, cuando yo
empiezo a descubrirlo y a abrirme a Él de verdad, me voy a dar también
cuenta que, si yo tengo la suerte de haberlo encontrado, es porque Él
cada uno de nosotros; Él ya se nos (se me) estaba dando. Si un día yo he
podido “escucharlo”, es porque Él ya nos (me) estaba “hablando”. Eso es lo
que queremos decir cuando decimos que “la fe es un don de Dios”. Por eso
podemos decir que nuestro encuentro con Dios, nuestra fe en Dios, es un
regalo, es una gracia, es un don que Él nos hace. Porque yo no podría
descubrirlo ni encontrarlo, yo no podría acogerlo, yo no podría creer en Él,
si Él no me estuviera ya buscando, si no estuviera ya buscándonos a todos
y siempre, si Él no estuviera ya regalándose gratuitamente a mí, a todos, a
cada uno. Si nosotros podemos tener la suerte de encontrarlo es porque
Pero hay que añadir también que para poder acoger a ese Dios que ya
me está buscando, yo tengo que “dejarme encontrar”. ¡A nosotros (a mí)
nos toca ir aprendiendo a prestarle oído!
Ir “prestando oído”
Nosotros tendremos que ir prestando oído, ir escuchando, ir cayendo en
le cuenta de que Él ya está ahí buscándome y hablándome, ir acogiendo su
palabra de amor. Es verdad que puede haber y hay algunas personas que,
por motivos y circunstancias diversas, son más sensibles y están más
abiertas a esa dimensión transcendente de la realidad; y pude haber y hay
otras personas que, (de nuevo, por motivos y circunstancias diversas), son
menos sensibles a esta dimensión transcendente, o que están más
centradas en lo inmediato y en lo palpable. Pero todavía es más verdad que
Dios nos está hablando, a todos y desde siempre; Dios nos está buscando,
Dios está intentando entrar en relación con nosotros, con todos. Siempre y
sin cansarse, ¡perseverantemente!

A nosotros los seres humanos nos toca ir aprendiendo a prestarle oído, ir
cayendo en la cuenta progresiva y parcialmente de esa Presencia Amorosa.
Digo bien: “progresiva y parcialmente”. Y esto, no porque Dios lo haya
querido cicateramente así, por reserva o tacañería, sino porque no es
posible de otra manera, dado que nosotros somos seres en crecimiento,
seres temporales, que se van descubriendo y se van construyendo a sí
mismos progresiva y parcialmente, y eso en todos los campos de nuestro
ser y de nuestra vida, y por consiguiente también en nuestra relación con
Dios. Cuando un niño nace, ya tiene oídos, pero tendrá que ir aprendiendo
a oír y escuchar. Nosotros tendremos que ir aprendiendo a “oír” y
“escuchar” a ese Dios que ya nos está hablando a todos. Pero, de todos
modos, nuestra escucha y comprensión de esa Presencia y esa Palabra de
Dios, siempre será progresiva, parcial y limitada, sobre todo, dada nuestra
incapacidad ante ese Misterio que nos sobrepasa en todos los sentidos,
como ya hemos explicado anteriormente. Por eso puede haber, hay, y
seguirá habiendo personas que se llaman ateos, personas que no creen. Por
eso también nuestra fe siempre es y será parcial e imperfecta (leer I Cor
13-11-2).
Pero Él seguirá estando ahí. Y porque Él ya está ahí, por eso yo voy a ir
pudiendo caer en la cuenta, progresiva y parcialmente, voy a ir pudiendo
abrirme, y voy a ir pudiendo acoger esa Presencia y esa Palabra amorosa
que es Dios. Presencia y Palabra amorosa de Dios, que es previa a mi propia
búsqueda; Palabra de Dios que es previa a mi oírla y escucharla (es decir,
que es “gracia” y es “don”). Dios, que es eterno, se tomará todo el tiempo
que yo, que nosotros, cada uno de nosotros, cada ser humano, (no Él),
necesitemos para oírlo, escucharlo y dejarnos encontrar. Él, que es eterno,
no necesita tiempo, pero nosotros sí. Y Él se tomará el tiempo que nosotros
necesitemos.
Esa acogida por parte nuestra del don de sí que Dios ya nos está
haciendo, depende de nosotros, y de nuestras circunstancias. Está
condicionada por nuestra propia finitud, incapaz de omprender y contener
la inmensidad del don que es Dios mismo. Está condicionada por nuestras
circunstancias, que pueden favorecer más o menos ese caer en la cuenta y
ese abrirnos al don que es Dios. Está también condicionada por nuestra
propia libertad, que decide abrirse o cerrarse a ese don. Así que nosotros
podemos ignorar y podemos rechazar a ese Dios que se nos ofrece y se nos
da. Podemos ignorarlo, por ejemplo, porque estamos “distraídos” (más o
menos culpablemente) por mil cosas, que acaparan y desvían nuestra
atención y nuestro interés (ver la Parábola del Sembrador y los diferentes
terrenos en que cae la semilla, en Mateo 13). En este sentido se puede
entender también por ejemplo esta frase de Jesús: “No podéis servir a Dios
y al dinero” (ver Lucas 16,13).
Difícilmente podré yo “oír” a ese Dios que me habla, por ejemplo, si vivo
superficialmente: a la superficie de mí mismo, y a la superficie de la vida.
“Entra en tu cuarto -nos decía Jesús- cierra la puerta, y abre todo tu ser a
ese Padre que está en lo más profundo de ti mismo” (ver Mt 6, 6). O si mi
interés se centra sólo en lo inmediato, en lo puramente material, en el
dinero, en lo tangible, etc. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el
firmamento proclama la obra de sus manos”, dice el Salmo 19,1. ¡Sí! ¡Pero
para oírlo, yo voy a necesitar ponerme a la escucha!
Podemos también renegar de ese Dios. Y, de hecho, hay personas que
reniegan y que rechazan a Dios. Y eso sucede, muchas veces porque nos
han presentado un “dios negativo” (opresor, impositivo, negador de nuestra
felicidad, intervencionista, caprichoso). Quien rechace a ese pretendido
dios, tiene razón en rechazarlo. Hay que reconocer que, a veces, es ese
“falso dios” el que se nos ha presentado, y eso nos ha hecho rechazarlo.
Uno de los grandes escritores cristianos de los primeros siglos decía que los
cristianos somos ateos, debemos ser ateos de todos los falsos dioses. No
siempre lo somos, y nos creamos numerosos y diversos ídolos que ocultan
o disfrazan su verdadero rostro.

De ahí la gran responsabilidad que tenemos los que nos llamamos
creyentes. Para empezar: ¿En qué “Dios” creo? ¿Me voy esforzando en
descubrir cada vez con mayor profundidad el verdadero rostro de Dios? ¿Me
regalo el tiempo necesario para escuchar de verdad a Dios? o ¡vivo de
cuatro tópicos aprendidos cuando era un niño! Más aún: ¿Cuál es el rostro
de Dios que reflejan mis actitudes y mis comportamientos? Alguien ha dicho
con razón que nosotros, nuestra manera de vivir es el único evangelio que
mucha gente va a leer.
Podemos rechazar a Dios, libremente, ya que Dios, ni se impone ni quiere
imponerse. Lo que quiere es establecer una relación de amor, que no es
posible más que desde la libertad. Dios me ama tanto, que siempre
respetará mi libertad, incluso si yo decido irme de casa. Lo que Él espera
es que un día me deje abrazar por Él, y que entonces lo descubra, no como
un freno a mi libertad o como un patrono impositivo del que he huido con
razón, sino como un Padre que lo único que desea es mi plena realización
y mi felicidad (Ver la parábola mal llamada del hijo pródigo Lc 15).
“Sus pasos silenciosos”
Dicho esto, podemos preguntarnos: ¿Es del todo exacto hablar del
“silencio de Dios”? Por mi parte creo que sería más exacto habla de nuestra
dificultad para oír y escuchar. Tagore hablaba de “sus pasos silenciosos”.
Dios es discreto y humilde; respetuoso, que no se impone ni nos ciega con
su gloria; es amor que se ofrece, amistad que invita, que va al encuentro
de todos y cada uno, sea cual sea su situación; gracia que se nos ofrece por
todos los caminos de nuestra existencia. Es un Dios que no invade nuestra
libertad, precisamente porque es amor, sólo amor. “Es el Dios oculto en la
historia, que se ofrece como fuente de vida y de sentido a todo el que se
abre a su gracia. El «tesoro escondido» que llena de alegría a quien lo
descubre (Mt 13,44), «la levadura» que hace fermentar la vida entera (Mt
13,33), «el grano de mostaza» cargado de futuro (Mt 13,31-32). A este
Dios cercano lo podemos escuchar en las experiencias más normales de
nuestra vida. Sólo necesitamos unos ojos más limpios y sencillos, una
atención más honda y despierta hacia el misterio de la vida, una escucha
más fiel de los innumerables mensajes y llamadas que irradia la misma
vida. Esa vida que tiene su origen en Dios” (ver “Creer hoy en el Dios de
Jesucristo”, nº 34 y 35, Editorial PPC 2006).
A veces decimos y tenemos la impresión de que somos nosotros, de que
es la humanidad quienes buscamos a Dios, pero que, inexplicablemente,
¡Dios se calla y se oculta! Eso es una manera de hablar que, en realidad,
en el fondo, es totalmente inexacta. La verdad es que Dios nos está
buscando ya, se nos está regalando ya, está intentando hablarnos, nos está
efectivamente hablando ya desde siempre y a todos. Nosotros podemos
tener a veces la impresión de que Él se calla, se nos oculta, nos olvida. Esa
experiencia puede ser muy dolorosa para nosotros. La realidad es que Él
está siempre ahí, regalándose a nosotros y a todos, aunque nosotros no
seamos siempre capaces, o no estemos en condiciones de caer en la cuenta.
Pero Él sigue estando ahí, diciéndonos: “te quiero”. ¡Así de maravilloso y
espléndido es el Dios en quien yo creo!
Así que, como veis, si no conocemos más plenamente a Dios, no es
porque Dios sea cicatero, se oculte, se calle y no quiera manifestarse y
darse a conocer a nosotros. Al contrario: Él lo está intentándolo siempre y
con todos. Si a Dios no lo vamos descubriendo más que poco a poco, no es
porque Dios no quiera darse a nosotros completa, total y plenamente, sino
porque nosotros necesitamos tiempo para ir entrando poco a poco en su
Misterio que, de todos modos, nos sobrepasa y nos desborda.

13. A TRAVÉS DE LAS DIFERENTES CULTURAS, SABIDURÍAS Y
RELIGIONES

El texto de la carta a los Hebreos 1,1 nos dice que Dios habló (y sigue
hablando) “muchas veces y de muchas maneras”. Veamos algo con
respecto a las otras religiones, filosofías y sabidurías. Especialmente en este
capítulo le debo mucho al teólogo Andrés Torres Queiruga, que ha tratado
el tema en varias de sus publicaciones.
Las diferentes religiones y las diferentes sabidurías que han existido o
que existen, concretizan y expresan los diferentes modos y maneras en que
los hombres, a lo largo de la historia y en las diferentes culturas, han ido
percibiendo, cayendo en la cuenta, e interpretando esa “palabra” que Dios
está intentando dirigir a los hombres. Las religiones son los modos y
maneras como los seres humanos han intentado relacionarse con ese
Misterio Insondable al que llamamos Dios, según sus diferentes culturas y
en las diferentes épocas. En todas esas religiones, filosofías y sabidurías
hay algo (a veces, mucho) de esa “palabra” de ese Dios que “habla de
muchas maneras” para ofrecer su amor y para invitarnos a amar como Él,
ese Dios que está intentando darse a conocer y entrar en relación con cada
persona, en todas las culturas.
Sería muy fructuoso hacer un recorrido por la historia y por esas
diferentes religiones y sabidurías, y descubrir lo que hay de palabra de Dios
en ellas. Sería particularmente importante hacer ese recorrido, a lo largo
de la Historia de Israel y a través de los diferentes libros de la Biblia: ver
cómo el pueblo de Israel ha ido cayendo en la cuenta, y cómo ha ido
expresando en lenguaje humano, según su tiempo y su cultura, lo que iba
captando de la palabra de Dios. No es el momento de hacerlo, pero me
gustaría dar algunas pautas sobre lo que creo que debería ser nuestra
aproximación a otras religiones, sabidurías y filosofías no cristianas. Lo voy
a hacer subrayando brevemente tres puntos especialmente importantes a
mi entender.
En todas las culturas, sabidurías y religiones hay “palabra de Dios”
Los cristianos reconocemos, aunque no siempre lo hemos hecho, ni
siempre lo sabemos hacer (hay que aceptarlo con lucidez y con humildad)
que, también ellos, los seguidores de otras religiones, otras sabidurías,
otras filosofías, han captado algo e incluso mucho de la palabra de Dios. A
veces y en algunos aspectos, hasta mejor que nosotros. Y, por consiguiente,
también nosotros tenemos algo y mucho que aprender de ellos. Porque
también en ellos hay palabra de Dios. He aquí lo que dice el Concilio
Vaticano II:
La iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones [no
cristianas] hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los
modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas, que, aunque
discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas
veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los
hombres (...) Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia
y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos de otras
religiones, dando testimonio de la fe y la vida cristiana, reconozcan,
guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como
los valores socioculturales, que en ellos existen" (Concilio Vaticano II
Declaración "Nostra aetate", n. 2).
Tenemos mucho que aprender de los otros y no creernos poseedores
exclusivos de la Verdad, de Dios, de Jesucristo.

Los cristianos tenemos mucho que ofrecerles
Tenemos mucho que aprender de las otras religiones, filosofías,
sabidurías. Pero también tenemos mucho que aportarles y ofrecerles, en el
diálogo y en el respeto mutuo. Sobre este punto, Torres Queiruga escribe
lo siguiente:
Desde esta actitud de respeto, en oferta y acogida, queremos mostrar
con corazón abierto y mano tendida, aquello que consideramos nuestro
más preciado tesoro, esperando que pueda ayudar también a los demás.
Nos referirnos a ese rostro entrañable del Misterio Divino que se nos ha
revelado con especial intensidad en Jesús de Nazaret cuando habla de
Dios como Abbá. Es decir, de Dios como presencia personal, volcado con
ternura irrestricta sobre cada hombre y mujer, sin discriminación de
raza, género o condición social, que ama a todos, buenos y malos, justos e
injustos, porque sólo le interesa nuestro bien y está siempre dispuesto al
perdón. Como Abbá, sólo espera de nosotros amor hacia Él, hacia los
demás, hacia nosotros mismos. Él infunde confianza en nuestros
corazones y, dentro del más exquisito respeto a la libertad creada,
acompaña el destino humano, en la alegría y en el dolor, en la vida y en
la muerte.
Eso es lo nuclear que nosotros podemos y tenemos que aportar a las
otras religiones, a las otras sabidurías, al mundo de hoy. Hemos tenido la
suerte de descubrirlo en Jesús, pero no nos pertenece: tenemos que
aportarlo y compartirlo con los demás.
Es urgente que trabajemos juntos para hacer un mundo mejor
Las diferentes religiones y sabidurías que coexistimos en el mundo de
hoy, tenemos mucho que aprender los unos de los otros, y mucho que
aportarnos los unos a los otros. Pero es sobre todo urgente que trabajemos
juntos para hacer un mundo mejor. Cito este otro párrafo de Torres Queiruga:
Ninguna religión es fin en sí misma (tampoco la cristiana). El centro
dinámico de toda religión está en Dios, y su finalidad es colaborar con Él
en el servicio de la humanidad.
Creo que esta frase tendría que ser meditada muy a fondo. Lo central no
es la religión, lo central es DIOS. Ahora bien, Dios no es alguien que exige
cultos dirigidos a Él, sino alguien que nos suplica que nos dejemos
impregnar de su dinamismo divino de amor, para hacer con Él un mundo
de hermanos, una humanidad en la que cada uno pueda realizarse como
persona, ser sí mismo, y ser feliz. A este mundo transformado por el amor,
a eso es a lo que Jesús llama el Reino de Dios, que es tema de su predicación
y de su acción.
Por eso el diálogo -sigue Torres Queiruga- entre las religiones tiene que
transformarse también en colaboración mutua y desinteresada a favor de
los problemas humanos.
Las religiones sólo se vuelven de verdad a Dios pasando por el servicio a
los hermanos y hermanas. Sobre todo, de los más pobres, sufrientes o
maltratados: tal ha sido de algún modo la preocupación de los grandes
profetas en todas las tradiciones y desde luego ha sido con toda evidencia
la de Jesús de Nazaret. En Jesús está clarísimo que Dios no está para que
le sirvamos, sino para que nos pongamos, con él, al servicio de los demás.
Marca así la dirección de nuestro camino y la meta de nuestra colaboración:
el trabajo por una humanidad sin discriminaciones, sin injusticias, sin
desigualdades, sin opresiones.
La verdad de la religión no está en venerar a Dios; sino, con Dios, en
servir el bien de los seres humanos: dejarse empapar por ese Amor que es
Dios, de tal manera que ese Amor rezume a través de nuestro amor
humano, afín de hacer un mundo mejor, más humano, más feliz para todos.
A eso tendrían que servir las diferentes religiones. Este es un punto esencial
en el mensaje de Jesús.

14. VOLVER AL DIOS DE JESÚS
“Ahora, en estos tiempos últimos, ese mismo Dios nos ha hablado por
su Hijo”

Os recuerdo de nuevo aquí el texto de la Carta a los Hebreos que me ha
servido de trasfondo en estos últimos capítulos:
En otros tiempos habló Dios a nuestros antepasados, muchas veces y
de muchas maneras, por medio de los profetas. Ahora, en estos tiempos
últimos, nos ha hablado por su Hijo, mediante el cual creó los mundos y
al cual ha hecho heredero de todas las cosas. Él es el resplandor glorioso
de Dios, la imagen misma del ser de Dios, y es él quien sostiene todas
las cosas con su palabra poderosa (Hbr 1, 1-3ª).
“Ahora, en estos tiempos últimos, ese mismo Dios nos ha hablado por su
Hijo”. Los cristianos creemos que Jesús es quien con mayor profundidad ha
captado y se ha abierto a esa “palabra” que Dios ha estado y está intentando
dirigir a todos y desde siempre. Jesús es la mejor traducción humana de
esa Palabra de Dios, que Dios está diciendo a todos y desde siempre. Más
aún: en el mismo ser, y en el vivir-morir-resucitar de Jesús (el Hijo de Dios
encarnado) se nos hace presente el Misterio de Dios, y por eso decimos,
con el evangelista Juan, que “la Palabra de Dios se hizo carne” (El Eterno
“Te-Quiero” que el Padre Dios está diciendo y que es el Hijo, se encarna,
vive en el ser humano que es Jesús). Y nosotros “hemos contemplado su
gloria” (ver Jn 1, 14). En Jesús se abre, para nosotros y para todos, porque
Jesús no es propiedad exclusiva de los cristianos, de un modo culminante y
definitivo, el mejor acceso al Misterio de Dios.

Necesitamos volver al Dios de Jesús.

Muchos autores como José Antonio Pagola insisten sobre esta necesidad
de volver al Dios de Jesús. Los cristianos, sólo podremos comunicar al
mundo la Buena Noticia del Dios en quien creemos, si somos capaces de
reencontrarnos con Jesús de verdad y hacer nuestra su propia experiencia
de Dios, yendo más allá y más en profundidad del corsé de los tópicos
rutinarios en que a veces hemos degradado los seres humanos (incluidos
más de una vez los que nos llamamos cristianos) la experiencia de Dios. A
Dios, muchas veces, los seres humanos lo hemos encorsetado en fórmulas,
ritos, normas, dogmas, verdades abstractas. Lo que tendría que ser
experiencia viva que hace vivir, lo hemos reducido a dogmas que hay que
profesar, a mandamientos que hay que cumplir, rituales que hay que
observar. Los corsés pueden ser útiles y necesarios, pero también pueden
convertirse en obstáculos que nos ahogan y nos impiden vivir. Necesitamos
corsés: verdades, normas, ritos, etc. Pero lo nuclear es hacer nuestra la
experiencia de Dios de Jesús. Si nos encerramos en esos corsés, y no
refrescamos constantemente la experiencia de Dios de Jesús, esos corsés,
por muy religiosos que sean, por útiles y necesarios que puedan ser, se
pueden convertir también en los mayores obstáculos para vivir a Dios.
¡Necesitamos volver al Dios de Jesús! Los cristianos necesitamos
reencontrarnos vitalmente con Jesús, sintonizar con él. No al Jesús de
nuestros altares y de nuestras imágenes, sino al Jesús del Evangelio. Hacer
nuestra su misma experiencia de Dios, retomar contacto con su frescura y
su novedad.
El Dios que se nos revela en Jesús ES AMOR

La primera Carta de Juan resume la experiencia de Dios de Jesús en una
frase lapidaria: “Dios es Amor” (I Jn 4, 8 y 16). Dios no es una especie de
“Ser Supremo” al que hay que venerar y obedecer, sino que Dios es Océano
de Amor, por el que hay que dejarse empapar, y en cuya corriente de amor
hay que entrar. Spicq, que ha consagrado un libro de más
de mil páginas a estudiar todos y cada uno de los textos de Nuevo Testamento que hablan
del amor, escribe: “El amor es más que un atributo divino, (…) es el nombre
mismo de Dios, en que se expresa su naturaleza (…) Antes que nada, Dios
es caridad, el “ágape” no es algo de Dios, es Dios mismo, su substancia, de
tal modo que es imposible que Dios no ame (…) Al afirmar que “Dios es
caridad”, se nos recuerda lo que hay en Dios de más propio y lo que quiere
que sepamos de Él” (Spicq, C., 1977). El teólogo Torres Queiruga repite
constantemente en sus artículos y sus libros: Dios sólo sabe, sólo quiere y
sólo puede amar. “La afirmación joánica “Dios es amor” constituye el punto
de partida y la matriz permanente de todo discurso cristiano. En ella se está
tocando el corazón mismo del cristianismo. Es una frase nuclear e
irradiante. Todo lo demás es consecuencia. Si Dios es amor y si Dios es el
origen, intuimos que el amor constituye, entonces, la esencia de la realidad,
la última palabra de la comprensión, criterio definitivo del juicio. En
realidad, si se admite esa afirmación, la teología no debiera ser otra cosa
que el intento de desentrañarla” (Torres Queiruga, A., 2000). Otro gran
teólogo, Segundo Galilea, escribe: “La novedad cristiana es una nueva y
liberadora relación con Dios y con los demás. La experiencia cristiana no es
creer en Dios, sino relacionarnos con Dios como amigo. Dios ya no es una
idea, o un ser distante, o un creador y juez, sino que es un amigo que nos
llama a la amistad sin límites. Jesús nos reveló que Dios es padre y amigo,
y ambos símbolos se completan, pues el padre es significativo si es amigo,
y el mejor amigo de un hijo debería ser el padre. La experiencia cristiana
de Dios es la experiencia del amor de amistad, en el sentido más fuerte de
la palabra” (Galilea, S., 1987).

Necesitamos volver a esa matriz del mensaje cristiano
Es evidente que no todos los que dicen creer en Dios han percibido que
Dios es Amor; y lo mismo cabría decir de muchos de los que dicen no creer
en Dios. Tampoco los que nos llamamos cristianos hemos anunciado y
vivido siempre y con suficiente contundencia y centralidad esa Buena
Noticia, ni le hemos sacado todas las consecuencias. Dos grandes exégetas
como son Juan Mateos y Fernando Camacho escriben: “El ateísmo y el
agnosticismo modernos podrían ser una etapa dolorosa, pero inevitable, de
liberación respecto a todos los conceptos de
Dios que devalúan y disminuyen al hombre (Mateos, J. y Camacho, F., 1995). Por eso insisto en
la necesidad que tenemos de volver a Jesús, para superar muchas falsas
ideas sobre Dios que se nos han ido colando a lo largo de los siglos.
Pagola, del que me inspiro mucho en lo que estoy diciendo, nos recuerda
que en la conciencia humana brota de manera bastante espontánea una
imagen de Dios. Pero esa imagen humana está contaminada, la mayoría de
las veces, por la proyección de nuestros deseos y miedos, nuestras ansias
y decepciones. Y así nos hemos creado un Dios gran señor patriarcal, un
Dios ser supremo omnipotente, un Dios preocupado permanentemente por
su honor, un Dios dispuesto siempre a castigar, un Dios legislador
impositivo, que sólo busca de los hombres reconocimiento y sumisión, etc.
También los cristianos hemos manchado y desfigurado muchas veces el
rostro de Dios. Y algunos de los ataques que hoy sufrimos pueden ser
consecuencia, en parte, de la imagen deformada de Dios que nosotros
hemos reflejado. Que nadie se escandalice de lo que estoy diciendo, porque
eso exactamente es lo que dice el Concilio Vaticano II, al afirmar que, en el
nacimiento del ateísmo moderno “pueden tener parte no pequeña los
propios creyentes”, por su presentación obsoleta e inadecuada de la fe
(podéis leer el texto en el documento del Concilio Vaticano II “Gaudium et
Spes” nº 19).

Afirma también Pagola con mucha razón que Dios no ha sido Buena
Noticia para muchas personas, incluso para muchos cristianos que hoy se
alejan de Él. La religión que han conocido, y que les hemos presentado en
muchas de nuestras catequesis y predicaciones, no ha sido para ellos
gracia, liberación, fuerza salvadora, alegría para vivir. Su relación con Dios
ha estado impregnada por un temor oscuro al Juez que juzga y que
condena, y no por una confianza filial en el Padre cercano, amigo de la
felicidad y del bien del ser humano. Para muchos Dios ha sido el que aliena
a los hombres, el que coarta su libertad, el que los aleja de los problemas
del mundo y de los hombres.
Creo que los que nos llamamos cristianos necesitamos quitarle mucho
polvo a nuestra fe, (y alguna de estas sacudidas que sufrimos hoy de
parte de algunos, nos podrían ayudar a quitarle ese polvo. ¡Sería una pena no
aprovechar esta “gracia de Dios”!). Necesitamos refrescar, desempolvar,
purificar, profundizar, y comunicar la auténtica experiencia del Dios de
Jesús, cuyo único interés y preocupación es “que tengamos vida y la
tengamos en abundancia” (Jn 10,10), porque es Amor y nos ama.
Pagola cita a una teóloga y psicoterapeuta alemana (Hanna Wolf), que
afirma en uno de sus trabajos sobre Jesús que Él ha sido la primera persona
en la historia que ha vivido y comunicado una experiencia sana de Dios, sin
proyectar sobre la divinidad los miedos, fantasmas y ambiciones de los
seres humanos. Jesús representa, para muchos investigadores, la primera
imagen verdaderamente sana de Dios en la historia universal. Su idea de
un Dios Padre y su modo de relacionarse con Él, están libres de falsos
miedos y proyecciones. La actitud religiosa hacia un Dios patriarcal, “Jefe
Supremo”, que es la idea de Dios que está en muchas mentes humanas, se
funda en la convicción de que el hombre existe para Dios, para venerarlo,
para servirle, darle culto, obedecerle. La actitud de Jesús hacia su Padre,
por el contrario, se funda en la seguridad de que es Dios, (Padre, amoroso
como una madre), es quien se da al ser humano; es Dios quien quiere la
plena realización del ser humano. Lo que Dios busca no es ser servido, sino
el bien y la felicidad del hombre. Lo más importante no es “servir” a Dios,
como si Él fuera “el Gran Jefe”, sino acogerlo, acogerlo como el Amor que
es y que se regala.
De la religión hacia la fe
Algunos autores dicen que Jesús nos hace pasar de la religión a la fe,
entendiendo por religión “el conjunto de conductas, actitudes y aspiraciones
con que el hombre se dirige hacia la divinidad a fin de obtener protección y
un trato benevolente por parte de la misma”. Jesús “marca el paso desde
la religión, concebida como servicio a la divinidad, hacia la fe, entendida
como respuesta de los hombres al amor de Dios” (Alberto Maggi). De modo
menos radical pero, a mi parecer, con mucha razón escribe Louis Evely:
Existe una falsa religión (¿la de cuántos de nosotros?) la religión de las
cosas que hago por Dios (…) Es la religión de lo que los hombres son
capaces de imaginar para tratar de alcanzar a un Dios inaccesible, de
conquistar a un Dios recalcitrante.
La otra religión, la verdadera, es la religión de las grandes cosas que Dios
hace por nosotros: y esa otra religión no somos nosotros quienes
debemos inventarla, sino que es el mismo Dios quien nos la ha enseñado;
esa religión nos dice que es Dios quien incesantemente teje y anuda el
vínculo existente entre Dios y el hombre (…) "Si conocieras el don
de Dios" (Jn 4,10) (...) En lugar de ser una retahíla de obligaciones, la
religión se convierte en una cascada de liberaciones: ¡Ya no me siento
aplastado por mi impotencia y mi culpabilidad! ¡Es el mismo Dios quien
me toma a su cargo y acude en mi socorro! ¡Es Dios quien ama al hombre!
¡Qué confianza, qué alivio experimentaremos cuando por fin lleguemos a
creer que nuestra salvación está ante todo entre Sus manos! (…) "Paz en
la tierra a los hombres, porque Dios los ama” (Lc 2,14) (Evely, L., 1966).

Ya no se trata de “ganarnos” a Dios y hacer que nos sea favorable. Se
trata de abrirnos a Él y de acoger su amor primero y gratuito. Y esto supone
un cambio tal en todas las concepciones de la religión que han ido surgiendo
a lo largo de la historia, que veinte siglos después de que esta frase haya
sido escrita, esto sigue siendo una “revolución pendiente”. En esto consiste
el amor: no en que nosotros amemos a Dios; sino en que Él nos está
amando siempre el primero. En esto consiste la religión: no en que nosotros
tengamos que hacer cosas para ganarnos la benevolencia de Dios; sino en
que nos dejemos amar, que acojamos y nos dejemos vivificar por ese Amor
que Dios nos tiene ya, y que nos hace ser amor como Él.
En sentido estrictamente histórico, Jesús no fundó ninguna nueva
“religión” con una serie de dogmas, un código de leyes y mandamientos,
unos rituales precisos y unas estructuras organizativas. Nada de eso
encontramos en Jesús. Jesús nos invita a todos a abrirnos y a acoger
gozosamente ese amor con que el Padre Dios nos ama. Y, desde esa alegría
de saberse amado, intentar reproducir ese amor en nuestro amor a todos.
El tema de la relación entre “religión” y “fe” merecería un desarrollo más
amplio del que yo puedo hacer aquí. Sobre las diferencias entre una actitud
religiosa, una actitud atea y una actitud creyente, os recomiendo un muy
buen libro (Varone, F., 1987).


No hay comentarios:

Publicar un comentario