miércoles, 15 de marzo de 2023

 

BAJAR DE LA CRUZ A LOS POBRES:

Cristología de la Liberación.

ComisiónTeológica Internacional de la ASOCIACIÓN ECUMÉNICA DE TEÓLOGOS/AS DEL TERCER MUNDO.

El Señor de los Milagros

En el Perú se celebra con mucha devoción el Señor de los Milagros, sobre todo en el «mes morado» (Octubre). Se trata de una imagen de

Jesús crucificado pintada en el siglo XVIII, según dicen, por un esclavo negro de Lima. Cuando la imagen sale a la calle cada año, más de un millón de creyentes acompañan el anda en su recorrido.

Hace años que la ciudad de Chimbote, en la costa norte del Perú, también celebra el mes morado de Señor de los Milagros. Entre los

lugares que visita la imagen está la cárcel de la ciudad. La primera vez que entró en esa cárcel, hacia 1983, uno de los presos tomó la palabra

en nombre de todos y dijo:

Señor de los Milagros, tú que también conociste el látigo, tú que fuiste enjuiciado y

sentenciado, debes entender lo que experimentamos, y debes compadecerte de nuestra suerte.Te suplicamos que te acuerdes de nuestra miseria y nos orientes a superar el peso de nuestro pasado para lograr construir una nueva vida... También nosotros somos tu Iglesia; somos un pueblo que cree, que espera, que busca la vida. Somos trabajadores privados de toda oportunidad de dar un aporte positivo a nuestra patria, somos privados de ver el fruto de nuestro trabajo y de compartir el sudor de nuestra frente con los demás. Bueno es Señor sufrir en silencio, pero no podemos silenciar el hambre que sufrimos.

Quisiera ofrecer algunos comentarios sobre este texto tan conmovedor.

En primer lugar, es importante reconocer que el preso habla en

cuanto porta la voz de los que sufren. Habla con sencillez de su vida, de

sus anhelos, de sus padecimientos. Habla también con mucha confianza

como a alguien a quien conoce muy bien, que es amigo y compañero. Su

hablar tiene el tono de una conversación y la forma de una oración. Él·

es capaz de asumir ese tono porque ya conoce de quién se trata. Es una

conversación en el sentido literal: con-versar, «tornar hacia…». El preso

torna hacia Jesús y encuentra, de inmediato, una comunión de espíritu:

«Tú también conociste...». Esa comunión de espíritu se fundamenta en

el compartir de la misma experiencia humana. Delante Jesús, el detenido

revela toda su búsqueda de sentido en la vida: «somos un pueblo que

cree, que espera, que busca la vida». No hay nada en él que queda fuera

de la conversación, ni lo más vergonzoso: «que te acuerdes de nuestra

miseria y nos orientes a superar el peso de nuestro pasado». Se presenta

tal como es, nada más y nada menos. No tiene formación teológica. Sin

embargo, lo que dice sale de lo más íntimo de su ser y llega conectarse

con los más profundo del ser de Jesús. Hablando con Jesús, él se revela

también en su ser más íntimo de hijo de Dios: «Nosotros también

somos Iglesia».

En segundo lugar, si el preso habla con Jesús, es importante notar

que Jesús también habla al preso y esto le toca muy profundamente.

Jesús no murió como sacrificio voluntario acontecido en un contexto

religioso. No fue ejecutado por ser hijo de Dios que ofrece su vida

para redimir al pueblo. Más bien fue detenido por las autoridades de

su tiempo, interrogado con torturas según las normas para prisioneros

peligrosos de esa época, juzgado por la autoridad civil y condenado a

muerte por haberse enfrentado a la orden pública. Aunque aceptó su

suerte con una voluntad extraordinaria, Jesús sufrió la pena de muerte,

no por alguna disposición personal, sino por orden de la autoridad

romana, y su muerte tuvo todas las condiciones atroces de una pena

capital implacable por delito de traición del imperio.

Por haber vivido el juicio, la sentencia, el látigo, Jesús es capaz de

comprender la experiencia de un preso en la cárcel de Chimbote («debes

entender»). ¡Sólo por eso! Ésta es la condición básica de la conversación

y todo lo conmovedor que contiene. Por haber compartido la experiencia

humana se puede tener confianza en el poder de Jesús de ofrecer la

plenitud de vida que corresponde a sus anhelos más profundos. Si Jesús

de Nazaret no fuera el crucificado, sería imposible esta conversación.

Lo que más le habla al preso en la experiencia humana de Jesús es lo

que corresponde a lo más difícil de su propia vida: el sufrimiento (el látigo,

el juicio) y la marginación («somos privados»). Ese sufrimiento del

crucificado es lo que le da fuerza y confianza para hablar («no podemos

silenciar el hambre»). No es sino el crucificado quien se hace presente;

ningún otro puede inspirar esa confianza ni dar esa fuerza. Todo lo que

Richard Renshaw él reconoce de Jesús viene de su pasión, tal como se relata en los evangelios.

Y eso le es suficiente. No busca más. El joven preso, padre de familia, habla porque Jesús ya le ha hablado por medio de toda su vida,

pasión y muerte en Palestina. Ese hablar le ha tocado al fondo.

Los pueblos de América Latina se identifican mucho con Jesús

de Nazaret. Él vivió en un mundo muy parecido al suyo. Creció en una

región marginal de un pueblo marginal, en una parte marginal de un

planeta dominado por grandes poderes que ocupaban sus tierras por

la violencia. Esos poderes exigían una obediencia absoluta. La religión

misma servía para asegurar la obediencia a esos poderes. La patria de

Jesús es parecida en muchos aspectos a las tierras que conocen los

pueblos de los Andes y de la costa pacífica de América Latina: muchas

veces árida, con montañas y valles, una vida agrícola con pueblitos

remotos colgados junto a los precipicios o escondidos en la sombra

de valles profundos. Allí cultivan hasta algunas de las mismas cosechas

(el trigo, el higo, la uva) y conocen algunos de los mismos animales (el

asno, el cordero, el chivo). En los evangelios, Jesús se encuentra con

un pueblo muy parecido al pueblo pobre de América Latina, que sufre

de los mismos problemas, enfermedades y exclusiones. La vida de un

campesino o de un pescador artesanal de hoy no es tan diferente de la

de hace dos mil años. La compasión de Jesús por el sufrimiento de los

pobres toca profundamente al los pobres de América Latina. En él ven

la misericordia de Dios. La conversación con Jesús vuelve a ser comunión

con el misterio de Dios...

El pueblo marginal de América Latina, por las mismas condiciones

de su vida, no puede siempre estar conforme con todo lo que

exigen los grandes centros de poder o de la ley canónica. Jesús, tal que

es conocido por ellos, no obliga uniformidad de pensamiento o de ser.

Se interesa por los que están fuera de las estructuras, fuera de lo normativo,

los que son marginales: el leproso, la samaritana, el centurión,

el ciego, el paralítico, la adúltera. Hay aquí alguien que libera de los

moldes y estructuras rígidas. Jesús toca al leproso, habla con la samaritana,

ofrece visitar la casa del centurión, perdona a la adúltera, sana en

sábado... Jesús, tal como es visto por los que se encuentran en la cárcel

de Chimbote, no insiste mucho en rituales pero constantemente está

ofreciendo gestos que los colocan ante el misterio último de Dios: sana

a la mujer doblada, invita al paralítico a estirar la mano en la sinagoga,

envía al leproso a mostrarse a los sacerdotes para que constaten su

estado de salud. Es un Jesús que cuenta historias sencillas de la vida

cotidiana que conmuevan el corazón porque tocan el sentido profundo.

El Señor de los Milagros de la vida. Lo que busca Jesús no es tanto la conformidad a las normas ni al pensamiento correcto sino la integridad del corazón.

El Jesús que les habla es obviamente alguien que vive y que es

muy presente. Sin embargo, no es el Pancrator omnipotente de las basílicas

de Roma. Lo que viene a su encuentro es más bien el Jesús de

Nazaret, el crucificado. Él que les habla es el mismo que fue quebrado

en la cruz. En el contexto de América Latina, de su miseria y violencia,

los pobres viven la crucifixión y, por el momento, allí quedan dentro de

esos límites de su realidad. No obstante, cuando dan testimonio ante

Jesús de su propia vida y de sus anhelos, se siente un olor de resurrección,

de vida que triunfa sobre la muerte.

Por eso es que pueden hablarle a Jesús tan sencillamente y con

tanta apertura. Su conversación es una comunión que da fuerza, que

sana a las heridas y que promueve la vida.

En tercer lugar, el pobre representado por el preso de la cárcel de

Chimbote nos habla también a nosotros. Rompe con el silencio. No deja

que el hambre siga siendo silenciado. Nuestro caminar es cuestionado

como también nuestra experiencia, nuestra fe, nuestro conocimiento y

reconocimiento de Jesús.

El pobre nos interpela a encontrar la nueva palabra de Vida en

el evangelio. Cada vez que nuestro camino cruza con el de un pobre,

su experiencia nos abre camino hacia un nuevo encuentro con el evangelio,

con la compasión de Jesús, con la misericordia salvífica de Dios.

Si somos sensibles a lo que representa la vida de Jesús de Nazaret, así

como también su palabra, pasión y muerte, no podemos simplemente

pasar al otro lado como los religiosos que iban de camino a Jericó. El

hombre que cayó a manos de ladrones en la parábola no es otro que

Jesús mismo.

Y esta historia se repite, de alguna manera, en la vida de cada marginado

porque, de la misma manera, nos obliga a reconocer la presencia

de la misericordia padeciente (la con-pasión) de Dios que nos interpela

a comprometernos con el «otro».

El pobre nos evangeliza. Puede abrirnos el sentido del evangelio,

no es porque es un santo. El detenido que habla al Señor de los

Milagros está en la cárcel por algo, y lo sabe. Habla del «peso de nuestro

pasado». No es un inocente. Sin embargo, destaca lo que sufre. Merece

nuestra atención no porque es bueno o inocente, sino simplemente

porque es pobre, «privado», enjuiciado por los poderes de este mundo y

Richard Renshaw sentenciado a la miseria. Como tal, termina hablando a lo más profundo de nuestro ser.

Además, pide algo: «Te suplicamos que te acuerdes de nuestra

miseria». Primero pide «que te acuerdes», es decir que tomemos conciencia,

que nos despertemos para mirar de frente a la realidad dura

de los pobres. Y, segundo, pide que «nos orientes a superar el peso de

nuestro pasado para lograr construir una nueva vida». Lo pide de Jesús,

pero nosotros escuchamos también esas palabras. Somos los discípulos

de Jesús, así que el pedido no puede dejarnos indiferentes. Estamos llamados

a ser las manos y los pies de Jesús para nuestro mundo de hoy.

Estamos llamados, nosotros mismos, a tomar conciencia de la realidad

del pobre y a orientar nuestro actuar. Notemos que no pide, ni siquiera

a Jesús, que lo saque milagrosamente de su situación, sino que le oriente

para que puedan ellos mismos avanzar. No pide un paternalismo sino

un compañerismo.

En cuarto lugar. A partir del discurso en la cárcel de Chimbote,

me parece evidente que los pobres de este mundo piden que los sabios

y las sabias de la Iglesia, es decir sus teólogos et teólogas, sus obispos

y sacerdotes, los religiosos y religiosas les acompañen para encontrar

el camino hacia este hombre de compasión. De allí sabrán qué hacer,

cómo relacionarse, cómo comprometerse.

En el discurso de Pedro en la casa de Cornelio (Hechos 10, 34ss)

Pedro cuenta lo que hizo Jesús en Judea y Galilea y cómo fue capturado

y matado por las autoridades. Insiste en cómo los discípulos comieron y

bebieron con él después de su muerte (ibíd., 41). Es una pedagogía muy

sencilla en la que Pedro muestra cómo Jesús fue movido por el Espíritu

de Dios en todo lo bueno que hizo (ibíd., 38).

Así, ¿estarán muy equivocados los que ayuden al pueblo encontrar

a este Jesús de Nazaret? ¿No sería muy bueno que presenten esta

humanidad de Jesús al pueblo pobre? Así, los pobres, acercándose al

Siervo Sufriente, descubren ellos mismos y por su propia cuenta el misterio

de Dios en Jesús de Nazaret.

La pedagogía pastoral para con los pobres no requiere discursos muy matizados sobre la doble naturaleza de Jesús, su divinidad, su igualdad con el Padre y el Espíritu Santo, las relaciones de las tres personas de la Santísima Trinidad. Lo que piden los pobres, y lo que les sirve, es que se les muestre el Jesús de Nazaret que murió en la cruz, que habló

de su Padre, y que nos mostró cómo relacionarnos entre nosotros.

El Señor de los Milagros

Respecto a las últimas palabras del evangelio de Marcos. Muchos

estudiosos de la Biblia consideran que Marcos habría terminado su

evangelio con 16:1-8. Allí no hay aparición alguna de Jesús después de

su resurrección. Las mujeres visitan la tumba y la encuentran vacía. Un

ángel les dice que no está allí, que deben volver a Galilea para encontrarlo.

El evangelio termina con estas palabras asombrosas: «no dijeron

nada a nadie, de tanto miedo que tenían». Ésta no es la imagen que

solemos tener del día de la resurrección. Las mujeres pues terminan

con nada más que un Jesús desaparecido y un aviso de que deben «volver

a Galilea», es decir, volver a donde todo empezó. Parece decir que

tienen que seguir el mismo caminar de Jesús si esperan un día volver a

encontrarlo. Tienen que quedarse con la memoria del crucificado para

que puedan reconocer el resucitado.

Vamos a conocer el misterio de Dios en Jesús cuando nos comprometemos

con él en el caminar hacia el calvario. Lo importante para

el cristiano como también para la Iglesia no es tanto el poder hacer distinciones

conceptuales sutiles sobre las naturalezas de Cristo, sino más

bien comprometerse en el mismo camino de Jesús. Esto, me parece, es

primordial para que el pueblo pobre y sufriente de hoy, al igual que las

mujeres del evangelio de Marcos, haga todo el gran recorrido de la fe,

y vuelva hacia nosotros, siendo ya Iglesia, con una palabra asombrosa

que termina evangelizando nuestra fe tan pálida.

Ricardo RENSHAW

Montréal, Canadá

Notas

1 Ricardo Renshaw, La Tortura en Chimbote: Un Caso en el Perú, Chimbote, IPEP, 1985, pág. 68

Coordinador: José María VIGIL.

Intervienen 39 teólogos/as de 17 países:

PANAMÁ – El SALVADOR – VENEZUELA – BRASIL – ESPAÑA – ARGENTIMNA – BOLIVIA – MÉXICO – ESTADOS UNIDOS – COSTA RICA – COLOMBIA – CHILE – CANADÁ – NICARAGUA – GUATEMALA – SRI LANKA – PERÚ.

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