BAJAR DE LA CRUZ A LOS POBRES:
Cristología de la Liberación.
ComisiónTeológica Internacional de la ASOCIACIÓN ECUMÉNICA DE TEÓLOGOS/AS DEL TERCER MUNDO.
El Señor de los Milagros
En el Perú se celebra con mucha devoción el Señor de los Milagros, sobre todo en el «mes morado» (Octubre). Se trata de una imagen de
Jesús crucificado pintada en el siglo XVIII, según dicen, por un esclavo negro de Lima. Cuando la imagen sale a la calle cada año, más de un millón de creyentes acompañan el anda en su recorrido.
Hace años que la ciudad de Chimbote, en la costa norte del Perú, también celebra el mes morado de Señor de los Milagros. Entre los
lugares que visita la imagen está la cárcel de la ciudad. La primera vez que entró en esa cárcel, hacia 1983, uno de los presos tomó la palabra
en nombre de todos y dijo:
Señor de los Milagros, tú que también conociste el látigo, tú que fuiste enjuiciado y
sentenciado, debes entender lo que experimentamos, y debes compadecerte de nuestra suerte.Te suplicamos que te acuerdes de nuestra miseria y nos orientes a superar el peso de nuestro pasado para lograr construir una nueva vida... También nosotros somos tu Iglesia; somos un pueblo que cree, que espera, que busca la vida. Somos trabajadores privados de toda oportunidad de dar un aporte positivo a nuestra patria, somos privados de ver el fruto de nuestro trabajo y de compartir el sudor de nuestra frente con los demás. Bueno es Señor sufrir en silencio, pero no podemos silenciar el hambre que sufrimos.
Quisiera ofrecer algunos comentarios sobre este texto tan conmovedor.
En primer lugar, es importante reconocer que el preso habla en
cuanto porta la voz de los que sufren. Habla con sencillez de su vida, de
sus anhelos, de sus padecimientos. Habla también con mucha confianza
como a alguien a quien conoce muy bien, que es amigo y compañero. Su
hablar tiene el tono de una conversación y la forma de una oración. Él·
es capaz de asumir ese tono porque ya conoce de quién se trata. Es una
conversación en el sentido literal: con-versar, «tornar hacia…». El preso
torna hacia Jesús y encuentra, de inmediato, una comunión de espíritu:
«Tú también conociste...». Esa comunión de espíritu se fundamenta en
el compartir de la misma experiencia humana. Delante Jesús, el detenido
revela toda su búsqueda de sentido en la vida: «somos un pueblo que
cree, que espera, que busca la vida». No hay nada en él que queda fuera
de la conversación, ni lo más vergonzoso: «que te acuerdes de nuestra
miseria y nos orientes a superar el peso de nuestro pasado». Se presenta
tal como es, nada más y nada menos. No tiene formación teológica. Sin
embargo, lo que dice sale de lo más íntimo de su ser y llega conectarse
con los más profundo del ser de Jesús. Hablando con Jesús, él se revela
también en su ser más íntimo de hijo de Dios: «Nosotros también
somos Iglesia».
En segundo lugar, si el preso habla con Jesús, es importante notar
que Jesús también habla al preso y esto le toca muy profundamente.
Jesús no murió como sacrificio voluntario acontecido en un contexto
religioso. No fue ejecutado por ser hijo de Dios que ofrece su vida
para redimir al pueblo. Más bien fue detenido por las autoridades de
su tiempo, interrogado con torturas según las normas para prisioneros
peligrosos de esa época, juzgado por la autoridad civil y condenado a
muerte por haberse enfrentado a la orden pública. Aunque aceptó su
suerte con una voluntad extraordinaria, Jesús sufrió la pena de muerte,
no por alguna disposición personal, sino por orden de la autoridad
romana, y su muerte tuvo todas las condiciones atroces de una pena
capital implacable por delito de traición del imperio.
Por haber vivido el juicio, la sentencia, el látigo, Jesús es capaz de
comprender la experiencia de un preso en la cárcel de Chimbote («debes
entender»). ¡Sólo por eso! Ésta es la condición básica de la conversación
y todo lo conmovedor que contiene. Por haber compartido la experiencia
humana se puede tener confianza en el poder de Jesús de ofrecer la
plenitud de vida que corresponde a sus anhelos más profundos. Si Jesús
de Nazaret no fuera el crucificado, sería imposible esta conversación.
Lo que más le habla al preso en la experiencia humana de Jesús es lo
que corresponde a lo más difícil de su propia vida: el sufrimiento (el látigo,
el juicio) y la marginación («somos privados»). Ese sufrimiento del
crucificado es lo que le da fuerza y confianza para hablar («no podemos
silenciar el hambre»). No es sino el crucificado quien se hace presente;
ningún otro puede inspirar esa confianza ni dar esa fuerza. Todo lo que
Richard Renshaw él reconoce de Jesús viene de su pasión, tal como se relata en los evangelios.
Y eso le es suficiente. No busca más. El joven preso, padre de familia, habla porque Jesús ya le ha hablado por medio de toda su vida,
pasión y muerte en Palestina. Ese hablar le ha tocado al fondo.
Los pueblos de América Latina se identifican mucho con Jesús
de Nazaret. Él vivió en un mundo muy parecido al suyo. Creció en una
región marginal de un pueblo marginal, en una parte marginal de un
planeta dominado por grandes poderes que ocupaban sus tierras por
la violencia. Esos poderes exigían una obediencia absoluta. La religión
misma servía para asegurar la obediencia a esos poderes. La patria de
Jesús es parecida en muchos aspectos a las tierras que conocen los
pueblos de los Andes y de la costa pacífica de América Latina: muchas
veces árida, con montañas y valles, una vida agrícola con pueblitos
remotos colgados junto a los precipicios o escondidos en la sombra
de valles profundos. Allí cultivan hasta algunas de las mismas cosechas
(el trigo, el higo, la uva) y conocen algunos de los mismos animales (el
asno, el cordero, el chivo). En los evangelios, Jesús se encuentra con
un pueblo muy parecido al pueblo pobre de América Latina, que sufre
de los mismos problemas, enfermedades y exclusiones. La vida de un
campesino o de un pescador artesanal de hoy no es tan diferente de la
de hace dos mil años. La compasión de Jesús por el sufrimiento de los
pobres toca profundamente al los pobres de América Latina. En él ven
la misericordia de Dios. La conversación con Jesús vuelve a ser comunión
con el misterio de Dios...
El pueblo marginal de América Latina, por las mismas condiciones
de su vida, no puede siempre estar conforme con todo lo que
exigen los grandes centros de poder o de la ley canónica. Jesús, tal que
es conocido por ellos, no obliga uniformidad de pensamiento o de ser.
Se interesa por los que están fuera de las estructuras, fuera de lo normativo,
los que son marginales: el leproso, la samaritana, el centurión,
el ciego, el paralítico, la adúltera. Hay aquí alguien que libera de los
moldes y estructuras rígidas. Jesús toca al leproso, habla con la samaritana,
ofrece visitar la casa del centurión, perdona a la adúltera, sana en
sábado... Jesús, tal como es visto por los que se encuentran en la cárcel
de Chimbote, no insiste mucho en rituales pero constantemente está
ofreciendo gestos que los colocan ante el misterio último de Dios: sana
a la mujer doblada, invita al paralítico a estirar la mano en la sinagoga,
envía al leproso a mostrarse a los sacerdotes para que constaten su
estado de salud. Es un Jesús que cuenta historias sencillas de la vida
cotidiana que conmuevan el corazón porque tocan el sentido profundo.
El Señor de los Milagros de la vida. Lo que busca Jesús no es tanto la conformidad a las normas ni al pensamiento correcto sino la integridad del corazón.
El Jesús que les habla es obviamente alguien que vive y que es
muy presente. Sin embargo, no es el Pancrator omnipotente de las basílicas
de Roma. Lo que viene a su encuentro es más bien el Jesús de
Nazaret, el crucificado. Él que les habla es el mismo que fue quebrado
en la cruz. En el contexto de América Latina, de su miseria y violencia,
los pobres viven la crucifixión y, por el momento, allí quedan dentro de
esos límites de su realidad. No obstante, cuando dan testimonio ante
Jesús de su propia vida y de sus anhelos, se siente un olor de resurrección,
de vida que triunfa sobre la muerte.
Por eso es que pueden hablarle a Jesús tan sencillamente y con
tanta apertura. Su conversación es una comunión que da fuerza, que
sana a las heridas y que promueve la vida.
En tercer lugar, el pobre representado por el preso de la cárcel de
Chimbote nos habla también a nosotros. Rompe con el silencio. No deja
que el hambre siga siendo silenciado. Nuestro caminar es cuestionado
como también nuestra experiencia, nuestra fe, nuestro conocimiento y
reconocimiento de Jesús.
El pobre nos interpela a encontrar la nueva palabra de Vida en
el evangelio. Cada vez que nuestro camino cruza con el de un pobre,
su experiencia nos abre camino hacia un nuevo encuentro con el evangelio,
con la compasión de Jesús, con la misericordia salvífica de Dios.
Si somos sensibles a lo que representa la vida de Jesús de Nazaret, así
como también su palabra, pasión y muerte, no podemos simplemente
pasar al otro lado como los religiosos que iban de camino a Jericó. El
hombre que cayó a manos de ladrones en la parábola no es otro que
Jesús mismo.
Y esta historia se repite, de alguna manera, en la vida de cada marginado
porque, de la misma manera, nos obliga a reconocer la presencia
de la misericordia padeciente (la con-pasión) de Dios que nos interpela
a comprometernos con el «otro».
El pobre nos evangeliza. Puede abrirnos el sentido del evangelio,
no es porque es un santo. El detenido que habla al Señor de los
Milagros está en la cárcel por algo, y lo sabe. Habla del «peso de nuestro
pasado». No es un inocente. Sin embargo, destaca lo que sufre. Merece
nuestra atención no porque es bueno o inocente, sino simplemente
porque es pobre, «privado», enjuiciado por los poderes de este mundo y
Richard Renshaw sentenciado a la miseria. Como tal, termina hablando a lo más profundo de nuestro ser.
Además, pide algo: «Te suplicamos que te acuerdes de nuestra
miseria». Primero pide «que te acuerdes», es decir que tomemos conciencia,
que nos despertemos para mirar de frente a la realidad dura
de los pobres. Y, segundo, pide que «nos orientes a superar el peso de
nuestro pasado para lograr construir una nueva vida». Lo pide de Jesús,
pero nosotros escuchamos también esas palabras. Somos los discípulos
de Jesús, así que el pedido no puede dejarnos indiferentes. Estamos llamados
a ser las manos y los pies de Jesús para nuestro mundo de hoy.
Estamos llamados, nosotros mismos, a tomar conciencia de la realidad
del pobre y a orientar nuestro actuar. Notemos que no pide, ni siquiera
a Jesús, que lo saque milagrosamente de su situación, sino que le oriente
para que puedan ellos mismos avanzar. No pide un paternalismo sino
un compañerismo.
En cuarto lugar. A partir del discurso en la cárcel de Chimbote,
me parece evidente que los pobres de este mundo piden que los sabios
y las sabias de la Iglesia, es decir sus teólogos et teólogas, sus obispos
y sacerdotes, los religiosos y religiosas les acompañen para encontrar
el camino hacia este hombre de compasión. De allí sabrán qué hacer,
cómo relacionarse, cómo comprometerse.
En el discurso de Pedro en la casa de Cornelio (Hechos 10, 34ss)
Pedro cuenta lo que hizo Jesús en Judea y Galilea y cómo fue capturado
y matado por las autoridades. Insiste en cómo los discípulos comieron y
bebieron con él después de su muerte (ibíd., 41). Es una pedagogía muy
sencilla en la que Pedro muestra cómo Jesús fue movido por el Espíritu
de Dios en todo lo bueno que hizo (ibíd., 38).
Así, ¿estarán muy equivocados los que ayuden al pueblo encontrar
a este Jesús de Nazaret? ¿No sería muy bueno que presenten esta
humanidad de Jesús al pueblo pobre? Así, los pobres, acercándose al
Siervo Sufriente, descubren ellos mismos y por su propia cuenta el misterio
de Dios en Jesús de Nazaret.
La pedagogía pastoral para con los pobres no requiere discursos muy matizados sobre la doble naturaleza de Jesús, su divinidad, su igualdad con el Padre y el Espíritu Santo, las relaciones de las tres personas de la Santísima Trinidad. Lo que piden los pobres, y lo que les sirve, es que se les muestre el Jesús de Nazaret que murió en la cruz, que habló
de su Padre, y que nos mostró cómo relacionarnos entre nosotros.
El Señor de los Milagros
Respecto a las últimas palabras del evangelio de Marcos. Muchos
estudiosos de la Biblia consideran que Marcos habría terminado su
evangelio con 16:1-8. Allí no hay aparición alguna de Jesús después de
su resurrección. Las mujeres visitan la tumba y la encuentran vacía. Un
ángel les dice que no está allí, que deben volver a Galilea para encontrarlo.
El evangelio termina con estas palabras asombrosas: «no dijeron
nada a nadie, de tanto miedo que tenían». Ésta no es la imagen que
solemos tener del día de la resurrección. Las mujeres pues terminan
con nada más que un Jesús desaparecido y un aviso de que deben «volver
a Galilea», es decir, volver a donde todo empezó. Parece decir que
tienen que seguir el mismo caminar de Jesús si esperan un día volver a
encontrarlo. Tienen que quedarse con la memoria del crucificado para
que puedan reconocer el resucitado.
Vamos a conocer el misterio de Dios en Jesús cuando nos comprometemos
con él en el caminar hacia el calvario. Lo importante para
el cristiano como también para la Iglesia no es tanto el poder hacer distinciones
conceptuales sutiles sobre las naturalezas de Cristo, sino más
bien comprometerse en el mismo camino de Jesús. Esto, me parece, es
primordial para que el pueblo pobre y sufriente de hoy, al igual que las
mujeres del evangelio de Marcos, haga todo el gran recorrido de la fe,
y vuelva hacia nosotros, siendo ya Iglesia, con una palabra asombrosa
que termina evangelizando nuestra fe tan pálida.
Ricardo RENSHAW
Montréal, Canadá
Notas
1 Ricardo Renshaw, La Tortura en Chimbote: Un Caso en el Perú, Chimbote, IPEP, 1985, pág. 68
Coordinador: José María VIGIL.
Intervienen 39 teólogos/as de 17 países:
PANAMÁ – El SALVADOR – VENEZUELA – BRASIL – ESPAÑA – ARGENTIMNA – BOLIVIA – MÉXICO – ESTADOS UNIDOS – COSTA RICA – COLOMBIA – CHILE – CANADÁ – NICARAGUA – GUATEMALA – SRI LANKA – PERÚ.
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