jueves, 7 de septiembre de 2023

 EL EVANGELIO SEGÚN JESUCRISTO

RESUMEN

PriEl evangelio según Jesucristo, que tanto sorprendió al mundo católico, presenta una visión mundana de los hechos relativos a Jesús: las circunstancias de su nacimiento, el descubrimiento del amor junto a María Magdalena, la angustia por saber cuál es el verdadero sentido de su existencia ante los ojos de Dios...

Puesto que ya muchos han intentado escribir la historia de lo sucedido entre nosotros, según que nos ha sido transmitido por los que, desde el principio, fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de informarme exactamente de todo desde los orígenes, escribirte ordenadamente, óptimo Teófilo, para que conozcas la firmeza de la doctrina que has recibido.
Lucas, 1, 1-4 «El evangelio según Jesucristo responde al deseo de un hombre y de un escritor de excavar hasta las raíces de la propia civilización, en el misterio de su tradición, para extraer las preguntas esenciales. ¿Quién es este nuestro Dios, primero hebraico y ahora cristiano, que quiere la sangre, la muerte, para que sea restablecido el equilibrio de un mundo que solo de sus leyes se nutre? ¿Cómo puede la nueva ley ser ley de Amor si aún pesa sobre el hombre la hipoteca de la condenación eterna? ¿Cómo puede pensarse criatura divina digna de la inmortalidad, el hombre, si durante toda su existencia debe someterse a una ley de terror que preexiste y es exterior a él? ¿Por qué debemos temer el castigo eterno cuando el castigo, para el justo, debería ser en esta nuestra vida, en el remordimiento y en la conciencia de nuestra indignidad? El evangelio de José Saramago es todo así, trágicamente problemático, y sería absurdo condenarlo con leyes, que no sean sus propias leyes, literarias, poéticas y filosóficas. Aquí no se niega lo divino, la religiosidad latente en el corazón de cada hombre: lo que se hace es interrogarlo, cuestionarlo, acusarlo. Apasionadamente, religiosamente. Como Milton, situado en el lado del perdedor, que es siempre, no lo olvidemos, un ángel caído.»

COMENTARIOS:

Gonzalo Hayas, teólogo escribió en los años 90 cuando salio el libro de Saramago y reproducido actualmente por Atrio.org.

 

El Evangelio según Saramago

Gonzalo Haya, 11-agosto-2023

La referencia hecha por el papa al escritor Saramago hace oportuna la publicación de este artículo de Gonzalo, cuando salió el famoso libro El Evangelio según Jesucristo. Escrito en los años 90, este artículo había quedado inédito. AD.

Advertencia

        Algunos pasajes de “El Evangelio según Jesucristo”, de José Saramago, pueden herir nuestra sensibilidad cristiana.

        Sin embargo la perspectiva que un autor no creyente proyecta sobre Jesús de Nazareth puede ayudar a los cristianos adultos a depurar su fe de los excesos pedagógicos o teológicos de la cultura judeocristiana.

¿Por qué “según Jesucristo”?

          Durante toda la lectura de la obra me hice esta pregunta. Lo de evangelio se entiende porque pretende narrar la vida de Jesús; también porque quiere ser una buena nueva de solidaridad. Pero ¿por qué lo denomina “según Jesucristo”?  Las alteraciones de los datos biográficos, respecto a los otros evangelios, parecen indicar que se trata de un evangelio según Saramago.

        Los últimos capítulos – la conversación con Dios en medio del mar, y la pasión – me sugieren la siguiente interpretación.

        Saramago quiere interpretar la visión que tendría Jesucristo sobre su propia vida; es decir, cómo hubiera escrito Jesucristo su evangelio, si hubiera podido hacerlo después de su muerte.

        Naturalmente sigue siendo la interpretación de Saramago, y por tanto sigue siendo un evangelio – o, si queremos desacralizarlo, una biografía – “según Saramago”.

        Pero el título de “El Evangelio según Saramago” perdería fuerza literaria y, sobre todo, desvirtuaría la convicción del autor de interpretar los sentimientos de Jesús de Nazareth.

        ¿En que me baso para interpretar así el título de la obra?

La clave del evangelio según Saramago

        El sentimiento clave en la visión de Saramago, “según mi interpretación”, es el rechazo ético del sufrimiento. Este es su valor supremo.

        El hilo conductor de la primera parte de la obra se basa en los remordimientos de san José, y de Jesús, por no haber tratado de impedir la matanza de los niños inocentes de Belén.

        En la segunda parte, el autor parece olvidar la soltura de su estilo narrativo para dejar constancia, en 10 recargadas páginas, de los sufrimientos que habrían de sobrevenir a mártires y ascetas, presentados por orden alfabético, como consecuencia de la misión asignada a Jesús de Nazareth.

        Ni la matanza de los inocentes ni el sufrimiento de los mártires son culpa de Jesús, pero se produjeron por su causa. Ahora bien, como Saramago ha simpatizado con Jesús, quiere justificarlo interpretando que Jesús se rebeló contra un destino que habría de causar tanto sufrimiento.

        Según Saramago Jesús no quiso morir como Hijo de Dios, sino como rey de los judíos.

        La conclusión de este peculiar evangelio deja entrever a un Saramago que suplanta a su héroe agonizante en la cruz para corregir sus últimas palabras: “Hombres, perdonandle, porque él (Dios) no sabe lo que hizo”.

El Dios de Saramago

        Creo que aquí se encuentra el problema conceptual de este evangelio.

        El sentimiento ético de rechazo del sufrimiento de los inocentes se rebela ante un Dios que permite el mal, e incluso se satisface con el sufrimiento de los inocentes: la sangre y el humo de los sacrificios del templo de Jerusalén, la matanza de los inocentes, la crucifixión de Jesús, los mártires cristianos, las penitencias de los ascetas.

        Saramago comprende que “si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos, así habría un dios para el lobo y otro para la oveja…”

        Ya que no pueden existir dos dioses, toda la culpa del sufrimiento recae sobre el dios único. Jesús, según Saramago, quiere que todos vean “lo bien que se entienden (Dios y el Diablo), y lo parecidos que son”.

        Sin embargo, como para Saramago no está nada claro que exista un Dios, no le importa aventurar la posibilidad de que cada religión tenga sus dioses, y que exista un pacto entre ellos de no invadir los dominios terrestres de cada uno. Quizás algo así como la mitología griega.

        Pero Saramago parece sentir la necesidad de un cierto orden, y busca alguien superior a ese dualismo o multiplicidad de dioses, que explicaría de alguna manera el problema del mal.

        En un punto muerto del diálogo entre Dios, el Diablo, y Jesús, sobre la culpabilidad respecto al origen del mal “de la niebla bajó una voz que dijo: tal vez este Dios, y el que ha de venir, no sean más que heterónimos. De quién, de qué…. de la Persona”. Ni el Diablo, ni Jesús, ni Dios, entendieron el significado de esta voz. Por supuesto, ni  Saramago, que la hizo aparecer.

        Dios muestra ambición de poder; no le importa planificar la muerte de su Hijo para aumentar sus dominios sobre la tierra. Parece ser  peor éticamente que el diablo. Cuando éste, conmovido por los sufrimientos que han de acontecer,  le pide perdón y desea volver al último rincón del cielo, Dios lo rechaza con el sofisma de que “si no existiera el mal tampoco existiría el bien”.

        Pero toda esta “teología” parece ser solamente un desahogo de Saramago contra el único culpable que encuentra  del sufrimiento humano. “Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre”.

¿Quién es el diablo?

        Desde luego no es precisamente “el maligno”.  Tal vez sea solamente la naturaleza, la libertad rebelde, una especie de  Prometeo encadenado.  Fuerza menos poderosa que Dios y en cierto modo subordinada a él, pero con mayor altura moral.

        En este contexto no es de extrañar que Saramago nos induzca a sospechar que Jesús quizás fuera más hijo del diablo que de Dios. “En cuestiones de paternidad nunca se sabe”.

       

Conclusión

          Esta obra es un alegato contra explicaciones que, en vez de combatir el sufrimiento, parecen justificarlo y alentarlo con doctrinas de expiación dolorosa y  de resignación ante la voluntad de Dios.

        En ella  ha proyectado Saramago  su admiración, y sus propias dudas,  sobre el personaje histórico.

        Saramago no ha escrito un evangelio ni una biografía. Ha imaginado su  propia epopeya sobre Jesús de Nazareth.

        Una idea más próxima, también en clave épica, encontramos en otra exhalación  de Saramago: “Dios es el silencio del universo, y el ser humano es el grito que da sentido a ese silencio”

        La teología, por su parte, ha desarrollado un concepto muy antropomórfico de Dios. Ha racionalizado demasiado el misterio, y esto puede  chocar con un sentimiento ético de rechazo del sufrimiento ajeno.

        De Jesús de Nazareth tenemos una imagen clara: su vida. Ésa es también para nosotros la imagen válida de Dios. Aferrarse dogmáticamente a otras explicaciones puede alejarnos más que acercarnos a él.

        Lo malo no es que Saramago no haya comprendido a Dios, porque nadie puede comprenderlo. Lo malo es que lo haya interpretado mal. Pero lo peor es que lo haya interpretado mal por nuestra culpa.

 

Juan José Tamayo, teólogo, ha hecho el comentario siguiente

el 10-agosto-2023 con ocasión del viaje a Portugal del Papa Francisco. Comentario en Atrio.org.

 

Y Dios, el gran silencio del universo

Juan José Tamayo 10-agosto-2023

Mis encuentros con José Saramago

       En los discursos durante su viaje a Portugal, el papa Francisco citó a varios escritores portugueses, entre ellos a José Saramago. La referencia fue un texto breve de su novela Todos los nombres: “Lo que da verdadero sentido al encuentro es la búsqueda, y es preciso caminar mucho para alcanzar lo que está cerca”. Me ha sorprendido gratamente la cita porque no es frecuente que un papa cite en un discurso el texto de una persona atea como era y se confesaba Saramago. Tras la cita percibo una profunda sintonía entre ambos en la crítica de la religión sacrificial y ajena a la justicia, en el proyecto de un mundo más justo, solidario y sin fronteras y en la práctica de la compasión samaritana.

        Durante los últimos cinco años de la vida de Saramago tuve el privilegio de disfrutar de su amistad y compartir experiencias de fe e increencia, de solidaridad y trabajo intelectual, en total sintonía. A continuación, voy a rememorar dos encuentros de especial significación para mí y un tercero que no pudo celebrarse.

“Dios es el gran silencio del universo”  

        El primero tuvo lugar en Sevilla en enero de 2006. Caminábamos por las calles sevillanas José Saramago, su esposa la periodista y traductora de sus obras al castellano Pilar del Río, la pintora Sofía Gandarias y yo en dirección al Paraninfo de la Universidad Hispalense para participar en un Simposio sobre Diálogo de Civilizaciones y Modernidad. A las 9 de la mañana, al pasar por la plaza de la Giralda, comenzaron a repicar alocadamente las campanas de la catedral –antes mezquita, mandada construir por el califa almohade Abu Yacub Yusuf–.

        – “Tocan las campanas porque pasa un teólogo”, dijo Saramago con su habitual sentido del humor.

        – “No –le contesté en el mismo tono– repican las campanas porque un ateo está a punto de convertirse al cristianismo”.

        En ese diálogo fugaz, la respuesta de Saramago no se hizo esperar:

        – “Eso nunca. Ateo he sido toda mi vida y lo seguiré siendo en el futuro”.

        De inmediato me vino a la mente una poética definición de Dios que le recité sin vacilar:

        – “Dios es el gran silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio”.

        – “Esa definición es mía”, reaccionó sin dilación.

        – “Efectivamente, por eso la he citado –le contesté–. Y esa definición está más cerca de un místico que de un ateo”.

            Mi observación le impresionó. Nadie le habían dicho nunca nada parecido y le dio que pensar, sin por ello dejarse embaucar por mi ocurrencia. Efectivamente, la vida y la obra de Saramago fueron una permanente lucha titánica con-contra Dios. Como lo fuera la del Job bíblico –al que Bloch llama “el Prometeo hebreo”, quien maldice el día que nació, siente asco de su vida y osa preguntar a Dios, en tono desafiante, por qué le ataca tan violentamente, por qué le oprime de manera tan inhumana y por qué le destruye sin piedad (Job, 10). O como el patriarca Jacob, quien pasó toda una noche peleando a brazo partido con Dios y terminó con el nervio ciático herido (Génesis 32,23–33). No es el caso de Saramago, que salió indemne de las peleas con Dios y nunca se dio por vencido.

        Muchas son las definiciones de Dios con las que me he topado a lo largo de mis cincuenta años dedicado a la teología, precedidos de la formación católica catequética de la escuela y la parroquia de mi pueblo. Fue allí donde aprendí la primera definición de Dios en el catecismo del padre Gaspar Astete, la repetí de carrerilla muchas veces y todavía soy capaz de hacerlo hoy:

        “Dios es una cosa lo más excelente y admirable que se puede decir y pensar, infinitamente Bueno, Poderoso, Sabio, Justo, Principio y Fin de todas las cosas, [premiador de buenos y castigador de malos]”.

        Durante mis estudios de teología tuve que dar cuenta de la demostración de la existencia de Dios conocida como el “argumento ontológico”, de Anselmo de Canterbury, del que Albert Camus decía con razón que no conocía a ninguna persona que hubiera dado su vida por defenderlo.

        Pero, sin duda, una de las más bellas definiciones de Dios es la de Saramago que acabo de citar. La leí en sus Cuadernos de Lanzarote, de 1993, y la he dado a conocer doquiera he hablado del premio Nóbel portugués. Lo recuerda el propio Saramago en O Caderno. Textos escritos para o blog. setembro de 2008-março de 2009 de esta guisa:

        “Hace muchos años, nada menos que en 1993, escribí en los Cuadernos de Lanzarote unas palabras que hicieron las delicias de algunos teólogos de esta parte de Iberia, especialmente Juan José Tamayo que, desde entonces, generosamente me ofreció su amistad. Fueron estas: ‘Dios es el gran silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese silencio’. Reconózcase que la idea no está mal formulada, con su quantum satis de poesía y su intención levemente provocadora bajo el sobreentendido de que los ateos son muy capaces de aventurarse por los escabrosos caminos de la teología, aunque la más elemental” (Companhia Das Letras, Sâo Paulo, 2009, p. 144).

        Esta definición merecería aparecer entre las veinticuatro definiciones –con ella, veinticinco– de otros tantos sabios reunidos en un Simposio que recoge el Libro de los 24 filósofos (Siruela, Madrid, 2000), cuyo contenido fue objeto de un amplio debate entre filósofos y teólogos durante la Edad Media. Para un teólogo dogmático, definir a Dios como silencio del universo quizá sea decir poco.

        Para un teólogo heterodoxo como yo, seguidor de las místicas y los místicos judíos, cristianos y musulmanes como Jesús de Nazaret, el Pseudo–Dionisio, Rabia de Bagdad, Abraham Abufalia, Algazel, Ibn Arabi, Rumi, Ibn Masarra, Hadewich de Amberes, Margarita Porete, Hildegarda de Bingen, Maestro Eckhardt, Juliana de Norwich, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, Baal Shem Tov, cristianos laicos como Dag Hammarksjlöd, indúes como Tukaram y Mohandas K. Gandhi, y la mística laica Simone Weil, es más que suficiente. Decir más sería una falta de respeto para con Dios, se crea o no en su existencia. “Si comprendes –decía Agustín de Hipona– no es Dios”.

Saramago en la presentación del Nuevo diccionario de Teología       

        El segundo encuentro tuvo lugar cuando le invité a presentar mi Nuevo Diccionario de Teología, publicado por la editorial Trotta a finales de 2005. Inicialmente su respuesta a mi invitación fue negativa. Yo atribuí su negativa a lo voluminoso del libro: 992 páginas a dos columnas, equivalentes a cerca de dos mil páginas. Pero no, esa no fue la razón para rechazar mi invitación. El verdadero motivo era que a lo largo de tantas páginas no aparecieran las palabras “ateo” y “ateísmo”.

        Efectivamente, no aparecían como entrada, pero sí al final, en la entrada TEISMO/ATEISMO redactada por Juan Antonio Estrada. Cuando le advertí de ello, leyó con mucho interés los conceptos que más le interesaban y, por supuesto TEISMO/ATEÍSMO y aceptó participar en la presentación del libro junto con la filósofa Victoria Camps, celebrada en el Ateneo de Madrid. Hizo un elogio del Diccionario diciendo que era un libro fundamental tanto para personas ateas como para creyentes. Sus palabras confirmaron la orientación cultural y ética que quise dar a la obra desde el principio, muy alejada del carácter confesional y apologético que tienen no pocos diccionarios de teología.       

Ateísmo y el “factor Dios”       

        Hubo un tercer encuentro programado que tristemente no pudo celebrarse por el fallecimiento de Saramago. Se trataba de un diálogo entre los dos. abierto al público en la biblioteca de su domicilio de Tías (Lanzarote) en torno a un tema que a ambos nos apasionaba “Ateísmo y el factor Dios”.

        Saramago siempre se declaró ateo, y desde su ateísmo fue un crítico impenitente de las religiones, de sus atropellos y engaños, sobre todo de las guerras y cruzadas convocadas, legitimadas y santificadas por ellas en nombre de Dios: “Una de ellas –afirma–, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones manda matar en nombre de Dios… Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepción… han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana”. Con la historia en la mano, ¿quién va a negar tamaña verdad?

            Pero la crítica de Saramago va más allá, y llega al corazón de las religiones, a Dios mismo, en cuyo nombre, afirma, “se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, lo más horrendo y cruel”. Y pone como ejemplo la Inquisición, a la que compara con los talibanes de hoy, califica de “organización terrorista” y acusa de interpretar perversamente sus propios textos sagrados en los que decía creer, hasta hacer un monstruoso matrimonio entre la Religión y el Estado “contra la libertad de conciencia y el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa”.

        Esta denuncia de Dios se sitúa dentro de las más importantes e incisivas críticas de la religión, como las de Epicuro, Demócrito y Lucrecio, las de los profetas de Israel, de Jesús de Nazaret y del cristianismo primitivo, las de los maestros de la sospecha Marx, Nietzsche y Freud, y las de ateísmo moral que niega a Dios por su responsabilidad en el sufrimiento de las víctimas.

            Aun cuando Saramago pensaba que los dioses son creación de la mente humana, le preocupaban los efectos del “factor Dios” –título de uno de sus más célebres y celebrados artículos, que está presente en la vida de los seres humanos, creyentes o no, como si fuese dueño y señor de ella, se exhibe en los billetes del dólar, ha intoxicado el pensamiento y ha abierto las puertas a las más sórdidas intolerancias.

            Agradezco al papa Francisco la cita de José Saramago. Me imagino que, de haber vivido Saramago, se hubieran encontrado y fundido en un profundo y sincero abrazo.

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