DÍAS DE FIESTA
El baturro y el Juez.
Corrían los
años cuarenta del S. XX y Albalate del Arzobispo celebraba un día de fiesta. Es
por eso que los amigos y amigas de Manuel Royo Royo, “Manolo el Lerín”,
decidieron ofrecer a la gente del pueblo la representación de una obra de
teatro. Para ello habían pasado varios días ensayando. Eran tiempos en que se
hacía mucho teatro. La vida era muy dura. Habíamos pasado nuestra Guerra Civil
con toda la penuria que ello supuso, y se había firmado el final de la II Guerra
Mundial. Los generales nazis se rindieron el 9 de mayo de 1945. Solamente
faltaba para que el mundo quedara medianamente pacificado que Japón se
rindiera. Ello fue debido al horror que causaron las dos bombas atómicas que
EEUU lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de Agosto del mismo año.
Pero si la
vida era muy dura por la escasez de alimentos, las ganas de sobrevivir eran
también muy grandes. Por eso a mal tiempo buena cara. La gente se esforzaba por
vivir lo mejor que podía.
El teatro, el
cine, el deporte y los toros fueron elementos importantes para vivir
medianamente felices. Por otra parte las romerías, procesiones, tambores y
bombos ayudaban en su labor terapéutica a los albalatinos.
El Teatro-Cine
Dorado se había levantado sobre el antiguo Granero de los Arzobispos cuyo
dominio era absoluto en sus tiempos sobre Albalate del Arzobispo. Por eso la
cuesta que baja hasta la Replaceta del Voluntario se llamaba la Cuesta del Granero.
Alguien pensó
que podría ser interesante que la Señora Josefa, la Guarda, preparase algo con
niños de la catequesis para que en el descanso intervinieran algunos chicos. Se
eligió un diálogo entre un baturro y un Juez. El tema era un litigio que había
por problemas de regadío entre vecinos de la huerta. Por ello el baturro acudía
al Juez para que le hiciera justicia.
El juez iba a
ser Manuel Bernad, “el Carranza”, que vivía enfrente del teatro. El baturro lo
interpretaba Laureano Molina, “el Chato del Cantón Curto”. La señora Josefa se
esforzó durante todos los ensayos para que se distinguiera perfectamente entre
el lenguaje, la compostura, los modales humildes, toscos pero sinceros, entre el
baturro, y la finura, el lenguaje, y la voz suave del Sr. Juez. La educación y
la cultura debía diferenciarse entre uno y otro. Pero ello costaba mucho ya que
en cuento Manuel oía expresarse a Laureano adoptaba el mismo tono de voz.
Josefa se desgañitaba para hacer comprender que la compostura del Juez tenía
que ser distinta de la del baturro.
Por ejemplo el
baturro decía:
“¿Se pué pasar
Siñor Juez?...”
El Juez debía
responder:
“¡Sí, hombre
si, pasa, pasa!...” Pero lo que decía en el mismo tono de voz que el baturro
era: “¡¡Sihombre si, pasa pasa!!”
“Que no, la
voz del Juez tiene que ser suave y acogedora”, le increpaba la señora Josefa.
El ensayo se repitió muchas veces hasta que ya parecía que estaba superado y
apto para la representación.
Llegó el
descanso de la sesión de teatro y muchos se salieron a fumar o a tomarse una
cerveza. La mayoría permaneció en su butaca. Mientras la tramoya de la función
se iba cambiando al otro lado del telón.
Delante del
telón y ante los espectadores se había colocado una mesa y una silla. En ella se
encontraba sentado el Juez todo vestido de negro, con gafas de leer, y unos
cuantos papeles sobre la mesa que estaba repasando. Los espectadores se fueron
callando hasta que entreabriendo las cortinas del telón por el centro y
apartándolas hacia ambos lados, aparecía el baturro vestido con pantalón largo
de pana, la banda, el chaleco y la gorra del tío Francisco. Un gran pañuelo de
cuadros azulados colgaba de la banda.
“¿Se pué pasar
Siñor Juez?...”
Algunos
empezaron a reír.
Pero cuando el
Juez se convirtió en un auténtico baturro imitando su tono de voz, entonces la
gente empezó a reír con más fuerza y aplaudiendo.
Los del tabaco
y las cervezas se asomaron para ver qué estaba ocurriendo.
Lo mismo
hacían los actores principales asomándose por ambos extremos del telón.
La señora
Josefa, que estaba debajo de nosotros apuntándonos el texto de lo que debíamos
decir, lloraba y reía al mismo tiempo.
El diálogo
entre el baturro y el juez continuó hasta el final.
Al día
siguiente la gente preguntaba a nuestro maestro D. Ricardo Pérez, ¿qué tal esos
chicos en la escuela?
El Teatro-cine
Dorado.
El quiosco del puente.
Por debajo de
la Plaza del Puente y de la carretera atraviesa la acequia llamada “Los
Terreros”. Antes de encañonarse en su túnel servía de abrevadero de las
caballerías. Al final del túnel se convertía en un hermoso lavadero con su
balcón colgante sobre la rivera del río Martín.
En
la foto de la derecha se muestra exactamente el lugar donde se construyó el
Quiosco, parte sobre la acequia y parte sobre la plaza. En la tercera foto a la derecha se ve el Quiosco.
El
Lavadero
Por estar a
orillas del río, y al atardecer en verano, era un lugar muy propicio para
celebrar diversas fiestas estivales. La gente tenía necesidad de solazarse para
descansar de la recogida de los cereales cuya temporada se hacía interminable
por los instrumentos que se empleaban para cosechar: las hoces, las dallas o
guadañas, trillos o elementales trilladoras y algunas aventadoras, etc. Pero
casi todo se hacía con el esfuerzo personal de las gentes. Mucho calor, mucho
polvo, mucho esfuerzo, mucha preocupación por el riesgo de las tormentas era el
común denominador de las gentes.
Por eso,
celebrar las verbenas de San Juan, San Pedro, La Virgen del Carmen, Santiago y
Santa Ana, y la Virgen de Agosto, serían momentos de descanso, disfrute, y de
reponer fuerzas. Para final de septiembre, y recogidas las cosechas, las
Fiestas Mayores en honor de la Virgen de Arcos, constituían el culmen festivo
de las gentes trabajadoras.
Amenizaban las
verbenas algunos músicos desde la terraza sobre el quiosco. Los porrones con
ponche fresco guardado en cubos de hielo fabricado en La Polar de Albalate, se
pasaban de mano en mano y de boca en boca entre los amigos, vecinos o
familiares de las distintas mesas alrededor de las cuales se sentaban. El
ponche era cerveza con gaseosa o sifón. El vino tinto con sifón era muy
apreciado por las gentes del campo acostumbrados como estaban al famoso “trago
del segador”. Tragos bien refrescantes, bien espumosos que al caer en la
garganta sus burbujas hacían reír todo el cuerpo con satisfacción. Corrían los
cestillos con cacahuetes con su cáscara salada que invitaban a la bebida. Desgranar
los cacahuetes en rolde al mismo tiempo que se charlaba o cantaba era el colmo
de felicidad para aquellas gentes trabajadoras acostumbradas a sufrir el rigor
del calor del verano.
Algunos
tomaban almejas, berberechos, escabeche, sardinillas, etc. Pero lo más común
eran los cacahuetes. No olvidemos que estamos en los años cuarenta y parte de
los cincuenta, cuando todavía la economía nacional no había levantado la
cabeza. Estábamos en una economía de subsistencia. Nuestra gaseosa “La Samba”
de los hermanos Sanz de Albalate era la que más se consumía.
Muchos
bailaban o cantaban. Otros se sentaban en la barandilla del puente percibiendo
el frescor del río y de las huertas próximas hasta que los cuerpos pedían el
descanso en sus casas para que al día siguiente se levantaran con más fuerza
para el trabajo cotidiano.
Al final y con
el sobrante de los sifones los críos hacíamos guerra unos contra otros
apretando el gatillo de aquellas botellas de cristal y de tape metálico
empapándonos con aquel líquido espumoso. A la madrugada se iba haciendo el
silencio de los trasnochadores y cada uno se dirigía a sus casas. La Verbena
había terminado. “Mañana sería otro día”.
Cine bajo las estrellas.
En la plaza de
toros en lo alto del cerro del castillo se habían colocado dos postes de los
empleados para el trasporte de la energía eléctrica de la Compañía
Rivera-Bernad que tensaban entre ambos la pantalla blanca donde se proyectaban
las películas de cine.
En los días de
verano, después de cenar, subir a ver el cine bajo las estrellas y al aire
libre era una auténtica gozada. Películas del Oeste Americano, mexicanas
(especialmente las de Jorge Negrete y las del Coyote), y las de producción española,
producían un pasatiempo y relajación extraordinaria.
Los chicos
para ir al cine antes teníamos que consultar la calificación de las películas
que se hallaba en el atrio de la iglesia. Calificación que venía de Madrid y
que el cura debía exponer todos los fines de semana en tablón de anuncios de la
parroquia.
Así se
clasificaban:
Películas Clasificadas 1: Autorizadas para todos, incluso niños.
Películas Clasificadas 2: Autorizadas para jóvenes.
Películas Clasificadas 3: Autorizadas para mayores.
Películas Clasificadas 3-R: Para mayores, con reparos.
Películas Clasificadas 4: Gravemente peligrosas.
Se encauzaba a
todos muy paternalmente hacia una seguridad máxima para que no se perturbara la paz de sus almas.
Los chicos
coleccionábamos cromos y todo aquello que podía ser patrimonio personal
nuestro. Por eso coleccionábamos los Programas de las películas que se exhibían
en el cine. El formato era el de una octavilla y a todo color.
Eran nuestros
tesoros.
Estos son algunos
ejemplos:
Después de la
proyección de la película y para los mayores que quisieran, pagando por
supuesto, pasaban a la pista de baile que estaba al lado de la plaza de toros.
La orquesta la
dirigía el Maestro Gazulla al piano. Pero como los músicos que tenía se iban
jubilando quiso formar algunos chicos para continuar la orquesta.
Un día, y de
acuerdo con nuestro maestro D. Ricardo Pérez, se presentó en nuestra clase y
nos invitó al que quisiera a estudiar solfeo para ser después músicos de su
orquesta. Estudiamos las claves de SOL, FA, y las de DO. Y pasamos a la
distribución de los instrumentos musicales, previo informe del médico D.
Gregorio Gimeno.
Así quedó el
grupo si la memoria no me falla:
Maestro Gazulla: PIANO.
José Serón (el Borrajas): TROMBÓN DE PISTONES.
Miguel Alcaine (el Zurita): TROMPETA. Después pasó al trombón de
pistones.
Salvador Clavero: SAXOFÓN.
Enrique Casalod: CLARINETE.
Emilio Velilla Sancho: TROMPETA.
Laureano Molina: BATERÍA. Abandonó el grupo al ingresar
en el Seminario de Alcorisa.
Nicolás Royo Royo, cuñado del Sr.
Gazulla, cogió la BATERÍA con mucha maestría y rapidéz.
Manuel Alcaine (el Bochiga): CONTRABAJO.
Se accidentó en la mano derecha, se le infectó, y el dedo anular se le quedó
atrofiado. Tuvo que desistir del Contrabajo.
No recuerdo si
se queda alguien en el olvido.
La música que
se tocaba eran pasodobles,
tangos, samba, rumba, cha-cha-chá, boleros, valses, algún chotis, y por
supuesto alguna jota como la de La Dolores, Etc...
Pinchar aquí para
escuchar algunas canciones de los Años 40:
https://www.youtube.com/watch?v=XQSeQOVrkK4
Conchita Piquer, Lola Flores,
Imperio Argentina, Antonio Molina.
, Juanita Reina, Juanito
Valderrama, Estrellita Castro. Miguel de Molina
Jorge Negrete, Sara
Montiel, Toña la Negra, Coplas Españolas.
Y aquí:
El primer fin
de semana que pasé en el Seminario, primer domingo de octubre de 1951, mis
compañeros de solfeo debutaron por primera vez como orquesta. Aquel día fue
gratuita la sesión de baile. Recibieron muchos merecidos aplausos.
Toros en la plaza.
El último
cohete del encierro había sonado. Todos los toros estaban ya en la plaza. La
manada daba vueltas alrededor: seis novillos más el sobrero, tres vaquillas y
dos manso o cabestros, hacían un total de doce hermosos ejemplares.
La gente se
iba fijando en cada uno de los cornúpetas. Eran analizados y finalmente
admirados.
Los mozos
comenzaban a citarlos sin alejarse mucho de los burladores. Poco a poco la cosa
se iba animando, y cada vez había más gente en el ruedo.
En el centro
de la plaza estaban todavía los dos maderos que sustentaban la pantalla donde
se proyectaban las películas de cine nocturno, aunque la pantalla estaba
recogida en esos momentos. Quedaban los troncos limpios de ramas, rectos y
finos como astas de banderas.
La gente poco
a poco iba perdiendo el respeto a los animales. Algunos se atrevían a citar a
los toros amparándose detrás los postes.
Hubo un
momento en que sin pensárselo dos veces el Narciso, cuya casa estaba debajo de
la Piedra de Roma, se encaramó al tronco quedándose abrazado a él como un
simio.
¿Madre mía qué
hace ese mozo? Exclamaba la gente.
Hubo un
momento en el que los toros se arremolinaron en el centro de la plaza y en el palo
donde estaba subido el Narciso. Al principio todos reían. Los toros permanecían
debajo del mozo. Parecía como si se dijeran unos a otros: déjalo que ya caerá
cuando esté maduro. Pasaban los minutos y los toros no se movían para nada.
Narciso no tenía donde agarrarse. Las fuerzas disminuían. Su cuerpo se
deslizaba hacia abajo. Cuando sus pies estaban a punto de tocar los cuernos,
toda la plaza exclamaba en un gran grito: ¡Cuidado Narciso! Y así varias veces.
Narciso hacía
un esfuerzo y volvía ascender unos palmos. Pero los toros seguían concentrados
y mirando hacia las gentes que gritaban. Los minutos se hacían eternos. El mozo
no podía más, y los toros no se movían de allí. Quince minutos, media hora…,
nadie midió el tiempo, pero éste se hacía inmensamente eterno.
Todos los
mozos que permanecían en el ruedo comenzaron a preocuparse seriamente.
Las fuerzas
del Narciso eran cada vez menos.
Los mozos se
pusieron de acuerdo y comenzaron a citar a los toros desde todas partes.
Por fin la
manada se movió dejando el poste libre.
Narciso se
dejó caer.
Dos amigos lo
cogieron por los brazos y lo llevaron hasta el burladero más próximo.
Sus piernas
habían quedado agarrotadas.
¡Toda la plaza
suspiró aliviada!
Las puertas de
los corrales ya habían sido abiertas.
Una vez los
toros recogidos y encerrados, mucha gente se echó al ruedo para animar a
Narciso y agradecer a todos los mozos por su solidaridad y compañerismo.
El Encierro
había terminado.
Mientras la
gente se dirigía hacia el centro del pueblo un murmullo impresionante se
escuchaba con los más dispares comentarios.
Aquellas
fiestas fueron muy recordadas.
Alabalate del Arzobispo - Calle
Roma, bajo la roca, a pie del castillo.
A la derecha la casa de
Narciso.
Zaragoza, 21 de Mayo de 2017.
Laureano Molina Gómez
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