viernes, 11 de octubre de 2024

 

Recuerdos de un albalatino exiliado en Francia.

 

Aquella noche no pude dormir. La anciana costurera me había preparado una cama en un cuarto solo para mi. Hacía días, meses, que no dormía en una cama. Había adquirido el hábito de dormir en malas condiciones. ¡Tanto tiempo durmiendo con un ojo cerrado y el otro abierto! Siempre en continuo sobresalto. Semidormido y medio despierto. En constante actitud de vigilancia preventiva. Vigilando para seguridad de los demás y vigilando como mecanismo de autodefensa. Toda la noche se convirtió en un “sueño despierto”. Me tentaba a mi  mismo, y no sabía bien cual era mi situación.

Imágenes, ruidos, explosiones, huída repentina, retiradas, hechos horribles, gritos de dolor se agolpaban en mi cabeza, y mi corazón latía de tal manera que era imposible concebir el sueño.

Tenía treinta y un años, y aunque era joven, mi cuerpo no aguantaba más. ¿Qué hacía aquella tarde lluviosa, con frío, en una ciudad que no conocía, y entre gentes que hablaban de tal manera que yo no entendía nada?

Sandríne, la costurera-modistilla, me vio tan joven, desaliñado y tan abatido, que cogiéndome del brazo me llevó hasta su casa. Una casa pobre, pero digna morada de aquella mujer que había estado trabajando toda su vida, y que vivía sola. “Espagnol, guerre, exilé, réfugié; me cogió  de la mano y le  seguí como un cordero. Me preparó la habitación, y después de tomar la sopa, me  acosté; más bien la anciana me obligó a que me acostara. Ella encontró “un hijo” y yo la miróé como a mi madre.

¿Qué tendrá Orleáns que sus mujeres son valientes, decidas y generosas?

Porque era en la ciudad de Orleáns donde me encontraba. Capital del Departamento del Loiret a orillas del Río Loire, con 75.489 h. en los años cincuenta. Orleáns era la ciudad de Santa Juana de Arco.

Había decidido subir hasta el centro de Francia, hasta el corazón de “La France”. Al salir de Argelès Sur Mere con el “pase” que nos proporcionó la Administración Francesa, cogí el tren, y de un tirón dejé atrás Perpignan, Carcassonne, Toulous, Montauban hasta llegar a Orleáns.

La mayoría de mis compañeros prefirieron quedarse por el sur, cerca del Pirineo, cerca de España. En grupos, casi “en manada”. Se dejaban ver. Había quienes seguían pensando que la reconquista de España para la República, era posible. Yo pensé todo lo contrario: habíamos perdido la guerra y no había vuelta atrás. Por eso decidí ir hacia el interior de la Francia.

Otros españoles decidieron dirigirse hacia Hendaya para volver a España por Irún. Yo preferí ir hacia el Mediterráneo, y por La Junquera volví a entrar a España para reforzar la defensa de Barcelona todavía republicana. Perdida la ciudad, una nueva marea de gente nos dirigimos hacia Francia. Allí se nos concentro en el Campo de Refugiados Argés sur Mer.

Los que volvieron a España por Irún fueron hechos prisioneros y conducidos al Campo de Concentración de Pamplona.

Así le ocurrió al que fue secretario de Durruti al mando del Frente de Aragón en Bujaraloz. Ello se supo años más tarde cuando el secretario de Durruti, Jesús Arnal Pena, natural de Candasnos, escribió sus memorias con el título “Por que fui secretario de Durruti”. (2)

Comenzaba una nueva etapa en mi vida y había que aprovecharla.

Quedarse en grupo, en el sur de Francia, cerca de los Pirineos, fue la “perdición” de muchos al ser ocupada Francia por los Alemanes Nazis. A éstos les fue más fácil cogerlos y llevarlos hacia los Campos de Concentración y de Exterminio. Fue la perdición de muchos.

Atrás quedaba el Campo de Concentración y de Acogida de Argelès sur Mere en la costa mediterránea francesa. – Todavía recuerdo el estribillo de la canción que cantábamos cuando salíamos de Argelès:

“Somos los rojos refugiados,

que el mundo pensamos recorrer

recogiendo el arte y el comercio

que nos dio tanto provecho

en la Playa de Argelès Sur Mere”.

Algunos, como yo, terminamos de aprender a leer y escribir, y las cuatro reglas de aritmética. Otros, plasmaban su imaginación artística en pobres lienzos. Y todos, de una manera o de otra, comenzamos a comerciar con todo lo que era útil en aquellas circunstancias. Había quienes redactaban elementales periódicos informativos. Otros constituían “Comités de Apoyo Mutuo” para sobre vivir y ayudar a los más débiles. Cada uno se autoprotegía, pero sin olvidar la solidaridad hacia los demás. Porque en aquellas circunstancias ayudar a los demás, era ayudarse a sí mismo. “Hoy por mí, mañana por ti”.

Perdida la “batalla el Ebro” del ejército de la República, emprendimos el camino hacia nuestro exilio en Francia a través del Pirineo. Bielsa fue el punto donde más gente nos  concentramos. Lentamente, silenciosamente, penosamente, iniciamos la travesía hacia lo desconocido para la mayoría de nosotros. Nieve, lluvia, viento y frío es lo que sufrimos. El alma helada y nuestro corazón compungido. Nuestro futuro se presentaba incierto, pero nuestras ganas de vivir permanecían intactas. Por el camino encontré una preciosa muñeca abandonada por el cansancio y quizás también por la desilusión y llanto de alguna niña. Se desprendía de lo que más quería. Cogí la muñeca pensando en mi hija María de dos años que dejé despidiéndome juntamente con Pilar, mi mujer, y mi hijo de once meses, Laureano, dándome su último a dios.

Al llegar al primer pueblo francés había mucha gente esperando nuestra llegada. Entre esa gente estaba una madre con su niña. La mujer nos miraba a nosotros, la niña miraba la muñeca. Llevado por un impulso emocional me acerqué a la niña y le di la muñeca que la abrazo con fuerza. En ese instante me pareció ver a mi hija María.

Pero lo que más quedaba grabado en mi mente era ver, desde el tren, a mi mujer y mis dos hijos en el andén de la Estación de Ferrocarril de Caspe, última visión que tenía de ellos cuando me incorporaba al Frente Republicano. Era el mes de Febrero de 1938.

Y recordaba el esfuerzo que había hecho en roturar tierra para el cultivo en el paraje de La Silleta en la Sierra de Arcos de Albalate del Arzobispo; quedaba todo inútil. Mi familia estaba “abandonada”. Aunque es verdad que confiaba en mis suegros, y sabía que éstos no les abandonarían. Porque la vida en el pueblo era dura, muy dura.

Así decía una copla:

“Segadora, segadora,

qué aborrecida te ves;

todo el día trabajando,

y aun agua puedes beber”.

No se me ha ido de la cabeza lo que me ocurrió un día en la casa “del amo” en Albalate. Para cenar tenían acelgas. Yo era un pastorcico “rabadán”, niño todavía, comía y dormía en casa del amo. Pero esa noche llegó un amigo del señor de la casa y no teniendo qué darle para cenar, me quitaron el plato para dárselo al recién llegado. Me fui a dormir habiendo comido únicamente pan y olivas. De madrugada me fui con el pastor a cuidar de las ovejas del amo hasta que el sol se escondiera.

La llegada de la 2ª República Española suponía para mi el sueño que comenzaba a ser realidad. Por eso defendí la República.

Mi suegro, el tió Remigio, que había sido para mi muy exigente, sin embargo yo le veía como un hombre justo y honrado. -“No quiero rojos en mi casa”, me dijo en alguna ocasión. Pero yo quería a mi mujer, y ella me quería con locura. Para mis suegros, era más importante que todo lo demás. Por eso, cuando lo recordé, suspiré, y por un instante cerré los ojos, y me quedé dormido.

Para no perder la cabeza, comencé a vivir intensamente el presente de  mi “nueva vida”. En Orleáns, busqué trabajo, hice encargos, trabaje en el campo como jornalero eventual, hice  cualquier cosa que saliera al paso con el fin de sobrevivir. A Sandríne le llevaba todo lo que le fuera útil: productos del campo, leña, carbón, etc., todo lo que nos hiciera la vida un poco más llevadera. Porque para Francia comenzaban también tiempos difíciles.

La viejecita costurera me quería, y yo le respetaba y cuidaba con cariño. Llegue a trabajar en el Campo de Aviación de Orleáns. Cualquier trabajo me proporcionaba, además del sustento, “un resguardo documental” para el futuro. Poco a poco me fui aclimatando a la nueva vida, a las nuevas costumbres. Tuve siempre muy presente aquella “Regla de Oro” del sabio Refranero Español: “Donde estuvieres, haz lo que vieres”. Llegué  a amar a Francia, casi tanto como a España.

El 10 de Mayo de 1940, Alemania invade los Países Bajos y seguidamente pasan a Francia. El 14 de Junio del mismo año, París es ocupado por los alemanes. Monsieur Reynand dimite el día 16, y el mariscal Petain forma un nuevo gobierno, al frente del cual firmaría el armisticio por el que Francia quedaba en manos de la Alemania de Hitler. Las tropas alemanas comenzarían a extenderse hacia el sur.

En aquellas circunstancias una noche comunique a Sandrine que debía marcharme hacia el sur. “No solo corría peligro yo como anarquista español, sino que le ponía en peligro a ella”. La despedida fue desoladora. Sandrine me abrazo con fuerza, y yo, dándole un beso en la frente, desaparecí.

 

Laureano Molina López. Burdeos. 1942.

(Recuerdos recuperados por sus hijos María y Laureano Molina Gómez, Zaragoza, febrero de 2008)

  (Nota de María y Laureano:
Mi familia pensaba que no habíamos tenido noticias de mi padre hasta después del final de la Guerra Europea. Pero no fue así. Rebuscando entre las fotos estos días encontramos una de mi padre hecha en Burdeos, fechada el 31 de Diciembre de 1942. Por su valor sentimental para nosotros la reproduzco con el texto que venía al dorso.
Decía:
“Querida esposa e hijos. Siempre y con cariño de vuestro querido padre, que tanto os quiere y no os olvida un momento. Feliz Año Nuevo 1943. Para toda mi familia besos y abrazos…, y a todos los que por mí pregunten… Adiós foto con fortuna, con más fortuna que yo, que vas a ver a mi familia a la que no puedo ver yo”. Firmado Laureano Molina. A 31-12-1942.

La foto llegó a Albalate del Arzobispo, vía Inglaterra, y con sello camuflado alemán. La Organización Anarquista logró sacar de Francia unos paquetes de cartas y hacerlas llegar hasta Inglaterra, y desde allí otros anarquistas las introdujeron en España).

 (Continuara)

(1) Nota sobre el que fue secretario de Durruti, Jesús Arnal Pena, natural de Candasnos, y cura Párroco de Aguinaliu, un pueblo al sureste de Graus (HU).

“Cuando los milicianos entraron en el pueblo de Candasnos –situado en la Carretera Nacional II entre Zaragoza y Lérida, y más en concreto entre Bujaraloz y Fraga- el Jefe del Comité Local Revolucionario y de Defensa de Candasnos Timoteo Callén, cuando fue preguntado a quien había que fusilar en el pueblo, contestó sin vacilar: “aquí no hay nadie que tenga que ser fusilado”.

- Y ¿el Cura, donde está el Cura?

- El Cura se ha ido a Zaragoza, fue la respuesta.

En Candasnos no se fusiló a nadie.

Pero todavía hay más:

Hijo del pueblo había un sacerdote, Jesús Arnal Pena, que estaba de cura en un pueblecito al SE de Graus, en plena montaña, que se llamaba Aguinalíu de la provincia de Huesca. Cuando los milicianos fueron por allí buscando al cura, él se había refugiado ya en la montaña. Desde el pueblo se domina todo el valle y se puede observar quien se acerca por la carretera. Mosén Jesús conocía bien la montaña porque acostumbraba a ir de caza con los vecinos de su parroquia. Allí estuvo refugiado durante mucho tiempo en una de las cuevas inaccesibles e invisibles por la maleza del entorno. Alguien del pueblo le subía de vez en cuando víveres suficientes para subsistir.

Cuando se cansó de estar escondido se decidió a bajar a monte través, siempre caminando por la noche y descansando escondido por el día, con la idea de llegar hasta su pueblo, Candasnos, y refugiarse en su casa. Y Así fue.

Estuvo escondido en su casa hasta que un día se acercó su paisano y amigo Timoteo Callén que le dijo:

“Mira Jesús, aquí no estás seguro porque ya empieza a correr el rumor de que estás en el pueblo. Por lo que te propongo que esta noche con dos más de tu confianza te llevemos hasta Bujaraloz donde Durruti tiene su Cuartel General y está al mando de su columna, la “Columna Durruti”. Es amigo mío y veremos qué podemos hacer...”

Durruti lo miró de arriba a bajo y dijo: “Timoteo si este cura es tu amigo, es mi amigo”. Y dirigiéndose al cura, que naturalmente no llevaba sotana, le espetó: “Jesús, tienes dos opciones: o marcharte y, tarde o temprano, caerás en manos de algún grupo de milicianos, con lo que no te aseguro tu supervivencia, o quedarte conmigo y hacer de secretario. Yo necesito uno que me lleve la relación de todos mis hombres y se encargue de dar los permisos que se requieran para que se ausenten del frente, visiten a sus familias en Barcelona y controle su retorno”.

Todo esto y más lo cuenta el propio Jesús Arnal en el libro de sus memorias “Por qué fui secretario de Durruti”, que escribió cuando volvió a ejercer de sacerdote, una vez terminada la guerra en la Parroquia de Ballobar (HU).

Cuando este invierno terminé de leer el libro que me dejaron unos amigos de Candasnos, Carmen Angás y Pepe Bada, anoté en mi agenda: “Libro curioso y sincero”. “Podría servir de síntesis para actitudes que unieran a los dos bandos de la Guerra Civil Española”. “Jesús fue humano con los rojos, y por eso Durruti lo preservó aun después de su muerte, pues los de su Columna, por respeto a su Jefe, lo siguieron protegiendo.

Recordemos que Durruti cayó herido el 19 de Noviembre de 1936 en el Frente de Madrid donde el Gobierno Republicano exigió su presencia con  parte de su Columna. Murió el día 20, el mismo día que José Antonio Primo de Rivera fue fusilado. Y fue enterrado en Barcelona el día 21 con todos los honores.

Jesús siguió con el resto de la Columna Durruti hasta que Bujaraloz fue tomado por los Nacionales. Se retiró con sus compañeros de la Columna a Barcelona, y después marchó a Francia con los mismos compañeros. Una vez en Francia, y como otros muchos hicieron, se desplazó hasta Hendaya, y por Irún entró nuevamente a España. Del campo de Concentración en Pamplona fue rescatado por sus familiares y llevado a Candasnos. Muchos intercedieron por él hasta que quedó libre plenamente y fue admitido como sacerdote por el Obispado de Lérida.

“Y Jesús Arnal siguió siendo humano y comprensivo con todos bajo el mando de los Nacionales”. “Y por eso siguió ejerciendo de sacerdote”. “En su relato sobre la guerra, y visto desde su realidad, fue amigo de sus amigos anarquistas, y amigo con sus nuevos feligreses durante el mandato de Franco. No es necesario decir que durante “su jefatura” o su influencia en la Columna, salvó a muchos, y también después como sacerdote intercedió por otros muchos.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario