3.- UNA DISTINCIÓN FUNDAMENTAL
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La celebración del Concilio Vaticano II supuso para
muchos cristianos un hálito, un soplo de esperanza e ilusión en su ca-minar
tras las huellas de Jesús de Nazaret. Propugnó una renovación profunda
acudiendo a las fuentes, a los orígenes del movimiento iniciado por Jesús.
Apoyados en esta intuición algunos cristianos iniciamos el camino de conocer
más a fondo al Jesús histórico, su mensaje y su movimiento. Hoy, de la mano de
José María Castillo, en su libro “La humanización de Dios” y de Roger Lenaers,
en su libro “Otro cristianismo es posible”, por citar dos ejemplos de este
intento de ahondar en los orígenes del cristianismo, (junto con otros como Jon
Sobrino, J. I. González Faus, Julio Lois, Juan José Tamayo, Juan A. Estrada,
Casiano Floristán, A. Torres Queiruga, Gustavo Gutierrez, Leonardo Boff, José
M. Vigil, H. Küng, E. Schüssler Fiorenza, Dolores Aleixandre, M. José Arana,
Isabel Gomez Acebo, Ivone Guevara, Mer-cedes Navarro, Carmen Bernabé. Pepa
Torres, etc.), hombres y mujeres, militan-tes en comunidades de base hemos
reflexionado sobre los principales mojones de la trayectoria iniciada por
Jesús y sus seguidores. Los hemos comparado con las principales columnas de lo
que ha sido y es la religión católica. Nuestra conclusión fundamental es que se
trata de dos realidades radicalmente diferentes, y en algunos aspectos
opuestas. Una cosa es el movimiento fundado por Jesús en los años de su vida en
Palestina, y otra realidad distinta la religión proclamada por Teodosio I en
el s. IV como oficial del Imperio y defendida hoy por la institución
eclesiástica católica. Jesús no fundó una religión, sino que comenzó un
movimiento laico, al margen de la religión judía.
Todo empezó con Constantino en el s. IV quien mediante
el edicto de Milán (313) promulgó la tolerancia del cristianismo, movimiento
que había sido duramente perseguido. Pero fue su hijo Teodosio I el Grande
quien hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano (edicto de
Tesalónica, 380). Desde ese momento la religión cristiana tomó como
modelo la estructura imperial. El Papa comenzó a ser un verdadero Emperador de
la nueva religión con el boato, lujo y poder imperiales. Los obispos fueron
auténticos reyes en su territorio. Los primeros concilios (Nicea, Constantinopla,
Éfeso y Calcedonia) en los siglos IV y V, convocados por el Emperador,
diseñaron las líneas básicas de la religión cristiana, distanciándose del mensaje
de Jesús de Nazaret. Esta nueva religión adquirió una estructura piramidal
bajo las órdenes del obispo de Roma, quien a imagen del Emperador tenía su
palacio, sus territorios y su ejército, y su corte formada por los cardenales.
Los obispos regían sus diócesis como señores feudales, encargados de lo sagrado
(templos, ritos y objetos), ayudados por los sacerdotes. El Papa, los obispos y
los sacerdotes, todos hombres, son los que rigen esta nueva religión, en la que
la mujer está totalmente ausente en los órganos de dirección y poder. Esta
religión se fortaleció con una legislación, contenida hoy en el Código de
Derecho Canónico. Con estos elementos quedaba formada la estructura de la nueva
religión cristiana, dedicada sobre todo a administrar lo sagrado. A semejanza
del Imperio la nueva religión se convierte en una institución poderosa y rica,
bien estructurada a través de sus leyes, preocupada especialmente en extender
su dominio en el mundo, conquistando nuevas tierras y aumentando el número de
sus adeptos y seguidores. Esta es, a grandes rasgos, la religión que hoy
defiende la estructura clerical de la jerarquía de la Iglesia católica.
Convocado por
Juan XXIII
Presidido
por Juan XXIII (1962)
Pablo VI (1963-1965)
Asistencia:
2450 obispos
Muy distinto fue el movimiento iniciado por Jesús
de Nazaret en torno a su persona y a su mensaje sanador y liberador de
toda esclavitud y dominación. Jesús no fue una persona consagrada, sino un
laico. “Jesús no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo
alguno rela-cionado con la religión… no fue un maestro de la Ley…Jesús fue un
laico” (J. M. Castillo). Huyó de todo poder, y se preocupó especialmente de
las personas marginadas. No fundó ninguna religión. Más bien se enfrentó a la
religión judía y a sus instituciones (sinagoga, templo de Jerusalén). Se rodeó
de personas, mujeres y hombres, dispuestos a continuar su ca-mino anunciando el
mensaje del Reino de Dios. Proclamó las bienaventuranzas, como proyecto del
Reino de Dios. Denunció las opresiones e injusticias, haciendo realidad la
salvación del Dios Padre y Madre, a través de sus curaciones. Las mujeres
tuvieron un lugar preeminente en la vida de Jesús. Por todo esto Jesús fue
juzgado por el poder religioso y político de entonces, siendo condenado a
muerte. Hoy este movimiento quiere hacerse presente y continuarse en las
comunidades cristianas de base, existentes en la Iglesia, distantes en muchos
aspectos de la estructura cleri-cal y enfrentadas en ocasiones a los intereses
y objetivos de la institución eclesiástica.
Se trata, por lo tanto, de diferenciar claramente
estas dos realidades presen-tes en el interior de la Iglesia: la estructura
vertical, patriarcal, de la institución clerical, que ha usurpado con
exclusividad el nombre de Iglesia; y la organización horizontal de las
comunidades populares, hombres y mujeres con idéntica dignidad e importancia,
más cercanas al sentido originario de Iglesia. La primera, fiel continuadora
de la religión católica declarada oficial del Estado desde el s. IV, alejada
del movimiento laico iniciado por Jesús de Nazaret. La segunda, seguidora del
grupo formado por Jesús de Nazaret, y distante de las preocupaciones de la
institución clerical. Dos realidades distintas y que no deben confundirse.
La religión cristiana actual es deudora claramente de
esta religión que constituyó el nexo de unión del Imperio. El Emperador se
convirtió en el jefe de esta nueva religión y bajo su dominio estuvieron los
obispos y sacerdotes, los hombres consagrados de esta nueva religión. Se
acercó al modelo del imperio y se alejó del movimiento de Jesús de Nazaret, iniciado
en Galilea y continuado por la Iglesia primitiva de los primeros siglos hasta
la llegada de Constantino y sus hijos. La estructura jerárquica hoy tiene el
poder y los mecanismos de influencia en la sociedad actual, pero no tiene la
legitimidad de ser continuadora de Jesús de Nazaret y su mensaje del Reino de
Dios. La religión católica gira en torno a lo sagrado (personas sagradas, lugar
sagrado, ritos sagrados). El movimiento de Jesús es laico, se realiza en el
mundo, consiguiendo la plena humanidad de las personas, mediante la única ley
del amor, a ejemplo de Dios que es Padre-Madre y Amor. (“Adelantándose un poco,
cayó en tierra pidiendo que si era posible se alejase de él aquella hora;
decía: ¡Abba! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero
no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” Mc 14, 36) (“Dios es amor:
quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios con él” I Jn. 4,16).
Mientras, la religión cristiana ha ido avanzando a
través de los siglos fortalecida por la jerarquía de la Iglesia hasta nuestros
días. Sigue básicamente los mismos parámetros que al comienzo de su andadura:
estructura piramidal en cuyo vértice el obispo de Roma ostenta los tres
poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, organizada en torno al Código de
Derecho Canónico. Está dirigida únicamente por hombres. Tiene un gran poder
como Esta-do Vaticano, disponiendo de infinidad de templos en todo el mundo en
los que se realizan celebraciones de gran vistosidad y boato. Su preocupación principal
es ser cuidadora y guardiana del depósito de la fe confeccionado a través de
los Concilios celebrados en su historia. Ha elaborado una teología basada en
los dogmas. Se considera dispensadora de la gracia divina de la que es
mediadora a través de los sacramentos.
Por el contrario, el movimiento de Jesús de Nazaret ha
sobrevivido a través de los siglos en pequeños grupos, muchos de ellos tratados
como heréticos por la religión católica. No tienen poder alguno, ni lo buscan,
sino el servicio, a ejemplo de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir
(“Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las
oprimen. No será así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, será
servidor vuestro y el que quiera ser primero sea esclavo vuestro. Igual que
este Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y a dar su vida en
rescate por to-dos” ( Mt 20,25-28). Viven en pequeñas comunidades igualitarias
en dignidad, mujeres y hombres, y horizontales en su funcionamiento. Intentan
ser consecuentes con el mensaje de Jesús de Nazaret: anunciar el Reino de Dios
a los pobres y marginados de la sociedad (“Por el ca-mino proclamad que ya
llega el reinado de Dios, curad enfermos, resucitad muer-tos, limpiad leprosos,
echad demonios” Mt 10, 7-8). Tienen como guía las bienaventuranzas proclamadas
por Jesús en el sermón de la montaña (Mt
5, 1-10). Comparten la vida y los bienes haciendo realidad la eucaristía a
ejemplo de los prime-ros cristianos (“En el grupo de los creyentes todos
pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie consideraba suyo
nada de lo que tenía… entre ellos ninguno pasaba necesidad, ya que los que
poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a
disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba
cada uno” Hech. 4, 32 – 35). Llevan a la práctica el único mandamiento de Jesús,
el amor al Padre-Madre en el amor a los hermanos más desfavorecidos (“Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es
el mandamiento principal y el primero, pero hay un segundo no menos
importante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mt 22, 37-40). Elaboran una
teología basada en la experiencia espiritual de las diversas comunidades, actualizando
la Sagrada Escritura y especialmente el evangelio en el momento histórico de la
sociedad.
Diferenciar ambas realidades es necesario y
esclarecedor para toda aquella persona que en la actualidad busca ser
coherente con el mensaje de Jesús de Nazaret en el momento actual. La Iglesia
no es una realidad única y exclusiva, sino plural. En su interior viven dos
proyectos diferentes. La jerarquía católica no puede apropiarse en exclusiva
el nombre de Iglesia, si no quiere conculcar su sentido originario. Iglesia es
principalmente la comunidad de los seguidores de Jesús y no los representantes
oficiales de la institución eclesiástica. La realidad de Iglesia discurre por
otros caminos diferentes de la oficialidad del catolicismo, por más que ésta quiera
llamarse la Iglesia. Jesús de Nazaret no reconocería hoy como su movimiento a
la Iglesia católica, aunque se proclame continuadora de la primitiva Iglesia.
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