Ruptura
con el obispo Cantero.
En los
primeros días de Enero de 1.969 fui a ver al Arzobispo Cantero.
Le había
llegado ya la notificación de mi rechazo como capellán de emigrantes en
Francia. Mostraba un gran enfado, pues él se sentía cuestionado por el fracaso
que suponía la situación creada por mí. Y ya tenía planteada una salida a la
situación.
Me enviaba
castigado a unos pueblos del Bajo Aragón, cuyos nombres sin desearlo he
olvidado. Estaban lejos de Zaragoza y además esos pueblos estaban planteados como
transferibles a la Diócesis de Teruel. De un plumazo, y sin haber hablado
conmigo sobre lo acaecido en el “Migrans”, me mandaba lejos y esperaba que
terminara pasando a pertenecer a otra Diócesis. Lo que hacía con ello era que
“la supuesta peste que era mi persona” quedaba endiñada a su prójimo, al obispo
de Teruel.
Le dije que yo
no había hecho nada malo. En todo caso mi pecado estuvo en ser un imprudente al
expresar mi rechazo a sentirme “capellán de Franco”. Por mi parte no aceptaba
mi destino a esos pueblos como castigo, por lo que si no había otra salida, me
pondría a trabajar como cura obrero. Mi decisión quedaba fuera de su decisión.
No me moriría de hambre. Ganaría el pan con el sudor de mi frente.
Esta idea,
aunque pueda parecer una puerilidad, en aquellos tiempos era muy subversiva: un
cura obrero no se moría de hambre al “destetarse de las ubres diocesanas”.
Estaba siendo contemplado por otros muchos compañeros sacerdotes que se
cuestionaban su sacerdocio como puros hacedores de ceremonias.
Moralmente los
amigos Antonio Ramos y Alfonso Milián me arroparon y estuvieron a mi lado. Creo
que en el fondo no aprobaban el proceder de Cantero.
Los sacerdotes
Mariano García Cerrada, Consiliario de Cáritas, y José Aznar, artista y pintor,
vinieron inmediatamente en mi ayuda. Me ofrecían ser Maestro de una Escuela
Unitaria Privada situada en los bajos de una casa de la calle Lausana de
Zaragoza. La escuela era propiedad de un amigo de ellos que ejercía de Maestro
en el pueblo de Gallur. Lo acepté. Como vivía en el Barrio de Las Fuentes en
casa de mis padres, antes de ir a la escuela decía misa en la parroquia de San
José Artesano.
Alguna vez me
he preguntado qué hubiera ocurrido, si humildemente hubiera aceptado mi
destino, y hubiera sido sacerdote en aquellos pueblos.
Y la respuesta
siempre ha sido la misma: con la experiencia de mis cinco años de cura en Cinco
Olivas y Alborge (Ver la 1ª parte de El Dios de mi pequeña Historia en: http://abosque.bravehost.com/ex/subportica/Articulos/Molina2/ElDiosRural.htm
) y todo el bagaje de
conocimientos y compromisos que llevaba conmigo, hubiera seguido trabajando a
tope y me hubiera incorporado al movimiento JARC (Juventud Agrícola y Rural
Católica). Hubiera trabajado conjuntamente con mis compañeros sacerdotes en el
Bajo Aragón hasta los hechos acaecidos con la inundación del pueblo de
Mequinenza por el pantano en el río Ebro, y los hechos que constituyeron el
“Caso Fabara”.
Es decir que
hubiéramos llegado a parar al mismo punto, como se verá más adelante, al
dimitir de sus cargos 24 sacerdotes en solidaridad con la destitución como
Párroco de Fabara de Wirberto Delso Díez. (Ver en Subpórtica:
El año 1969 lo
pasé como maestro de escuela unitaria en
Zaragoza. En ese año ocurrió que el Arzobispo Cantero tampoco pudo aguantar al
sacerdote José Ignacio de Miguel, párroco de San Agustín y responsable de la
Residencia de Trabajadores que había en la calle Cartagena, hoy prolongación de
la Avenida Cesáreo Alierta.
El compañero
Vicente Rins Álvarez, Consiliario de la JOC (Juventud Obrera Católica) se
presentó una mañana en la escuela poniéndome al corriente de lo que estaba
ocurriendo en calle Cartagena. Comenzamos un movimiento de solidaridad con el
amigo José Ignacio. Pusimos en marcha un movimiento destapando la maniobra del
desmantelamiento de un centro de jóvenes cristianos seguidores del Concilio y
del Evangelio. Todas las gentes progresistas de entonces colaboraron en los
hechos solidarios. Para nosotros era evidente que Cantero estaba más con Franco
que con el Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica.
La residencia
obrera de la calle Cartagena estaba llena de jóvenes trabajadores de los que la
mayoría pertenecían a la JOC. Resultaba una residencia más económica que
cualquier otra hospedería. Eran jóvenes venidos a trabajar a la ciudad desde el
campo aragonés y algún que otro emigrante de otros lugares. Cerrar la
residencia era poner en la calle a los más desvalidos. Pero para las
autoridades “era un nido de comunistas”. Cosa que no era cierta. Recuerdo la
persecución que se hizo al muchacho obrero procedente de Guinea Ecuatorial
hospedado en la residencia obrera; se llamaba Santiago y era negro. La policía
lo iba buscando, y nosotros lo íbamos escondiendo. Al final fue a parar a
Barcelona, donde se perdió por algún tiempo en el anonimato.
Cantero seguía
fiel a las consignas del entonces Gobernador Civil Federico Trillo Figueroa.
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